Nosotrxs lxs estudiantes vemos día a día en nuestros lugares de estudio como se vulneran los derechos de las personas con capacidad gestante. Vemos como no se cumple la Ley de Educación Sexual Integral. Como se nos niega información fundamental para poder tener autonomía sobre nuestros cuerpos. Se le pide a las pibas que no queden embarazadas cuando en la gran mayoría de los colegios jamás se habló de métodos anticonceptivos. A su vez, con el desfinanciamiento de la salud pública, los anticonceptivos no alcanzan y son cada vez más complicados de conseguir.
Se intenta sacar a las adolescentes de este debate, nos dicen que pensamos con la bombacha, que estamos siendo coaccionadas, manipuladas. Pero somos nosotras las que acompañamos a nuestras amigas y compañeras a abortar. Las que vimos el terror cuando se enteraron de su embarazo y las que también las vimos poner en riesgo su vida con tal de no continuarlo.
Uno de los puntos fundamentales de este proyecto es la autonomía progresiva, que dice que todas las personas con capacidad gestante a partir de los 13 años pueden decidir sobre su propio cuerpo. Escuchamos padres y madres angustiados, diciendo que no querían que sus hijas tengan la posibilidad de abortar solas. Abortar sola es abortar en la clandestinidad, es sentir vergüenza, es sentir culpa. Las pibas de 13, 14 o 15 años hoy en día abortan. Pero se ven obligadas a hacerlo realmente solas. Por miedo a terminar presas, o marginadas, o humilladas, o asesinadas en manos del estado.
Para nosotras, dejar a las pibas menores fuera del marco legal es absurdo y peligroso. Nosotras también sufrimos el machismo, las relaciones violentas, los golpes, el acoso. No estamos exentas del sistema, estamos luchando contra el.
Desde chicas se nos viene imponiendo que tener sexo siendo mujer es razón para ser castigada, que es algo que jamás vamos a disfrutar y que no nos pertenece. Nos enseñan a ser mamás, a limpiar y a cocinar. Y hoy nos enseñamos entre todas a romper con cada uno de esos mandatos, a entender que el sexo es consentido y seguro o no es, a reclamar y recuperar el goce sobre nuestros propios cuerpos, y a comprender que nada ni nadie puede imponernos algo que no deseamos, y un embarazo no es la excepción.
Desde chicas se nos viene imponiendo que tener sexo siendo mujer es razón para ser castigada, que es algo que jamás vamos a disfrutar y que no nos pertenece. Nos enseñan a ser mamás, a limpiar y a cocinar. Y hoy nos enseñamos entre todas a romper con cada uno de esos mandatos, a entender que el sexo es consentido y seguro o no es, a reclamar y recuperar el goce sobre nuestros propios cuerpos, y a comprender que nada ni nadie puede imponernos algo que no deseamos, y un embarazo no es la excepción.
Estamos cansadas de tanta hipocresía. Se plantea que toda vida es sagrada; menos la nuestra. Menos la de las pibas que mueren intentando decidir sobre sus propios cuerpos. En Capital Federal, tenemos alrededor de 2200 adolescentes madres y padres intentando terminar el secundario. Porque eso es a lo que nos vemos forzadas las pibas, a intentar. No tenemos nada garantizado, ni nuestro título secundario, ni nuestra salud, ni siquiera nuestra autonomía.
Se practican alrededor de 500 mil abortos clandestinos por año, 60 mil de los cuales terminan en complicaciones e internaciones en hospitales públicos. Dejen de tratar de hacernos creer que estas cifras se solucionan rezando o culpabilizandonos a nosotras. La única manera es con un Estado laico y presente, cuyas políticas públicas sean para garantizar la plena autonomía y salud de todas las personas con capacidad gestante.
En los colegios el pañuelo verde es nuestra bandera, y los argumentos son claros. Durante tanto tiempo se nos hizo creer que las decisiones sobre nuestros cuerpos nos eran ajenas y que teníamos que conformarnos. Hoy luchamos por la libertad de nuestros cuerpos.
Las adolescentes que se suele tildar de chiquitas e incapaces, nos organizamos para luchar. Formamos comisiones de género en cada Centro de Estudiantes, donde pudimos poner en palabras nuestros miedos y problemáticas. En cada uno de los encuentros de esas comisiones los testimonios se repetían; “Me dijo que si nos cuidabamos era porque no lo quería”, “No sabía qué podía decirle que no”, “Lo solucionamos en lo de una vecina, pero me infecté y terminé internada”. Y así, puedo seguir contando relatos por horas.
Como también puedo contar las historias de mis compañeras madres, que tuvieron que enfrentarse a un sistema que no quería incluirlas. Que las llamaba putas y trolas, que les decían que se lo merecían, que se lo habían buscado.
Se trata de hacer creer que las escuelas y las estudiantes estamos exentas de la sociedad, mientras nosotras, que sabemos que estamos más inmersas que nunca, nos ocupamos de transformarla. Escribimos un protocolo de violencia de género, dimos talleres de educación sexual integral, recorrimos hospitales en busca de anticonceptivos. Hace años que las estudiantes venimos haciendo lo que le corresponde al Estado.
Es por eso que no estamos acá para pedirles permiso para tener sexo, ni para decidir sobre nuestro propio cuerpo, y ni siquiera para abortar. Estamos acá para pedirles a los diputados y a las diputadas que legislen para que hacerlo, no nos cueste la vida.
Muchas gracias.