Buenos días, gracias por la presentación pero no vengo a hablar acá desde ese rol. Vengo a este debate a hablar como persona viviendo con VIH y como puto.
Sí, como puto, porque así me identifico al desarmar un vulgar insulto para transformarlo en deseo y sobre todo en orgullo. Un insulto por el cual fui discriminado y perseguido. Un ciudadano de segunda durante muchos años. Hablo como puto porque una parte de mi vida sexo-afectiva fue transitada en la clandestinidad bajo la amenaza de la persecución policial amparada en leyes anticonstitucionales. También hablo como persona viviendo con VIH porque eso hace a mi existencia. No sería yo si la ocultara. Ser una persona viviendo con VIH también me significó discriminación, estigma y abandono institucional.
Soy uno de los que se manifestó en los 90 frente al Ministerio de Salud para que el Estado nos provea nuestra medicación. Lo exigimos con toda la fuerza que teníamos aún caminando sobre la huella de los amantes, amigos y conocidos que morían desamparados e ignorados por ese Estado. Fuimos el cáncer rosa, la peste rosa, la encarnación de todos los pecados. Por sidosos y por putos. Pero lo logramos.
Si bien la Ley de Sida sancionada en 1991 nos contuvo legalmente, fue recién en 1996 cuando se reguló el programa médico obligatorio de atención que obligó a las obras sociales a cubrir nuestra atención sanitaria. Aún desactualizada, esa Ley de Sida de alguna manera nos protege.
Considero una prerrogativa el presentarme aquí como puto y como persona viviendo con VIH. Una prerrogativa en relación al desamparo legal que tienen las mujeres y demás cuerpos gestantes (pobres en general) que deciden abortar aún bajo condiciones de dudosa salubridad.
Esa Ley de Sida que logramos a fuerza de escraches y manifestaciones logró que se respete nuestra integridad y autonomía. Obtuvimos el derecho a la salud y a la atención médica integral y oportuna, y la provisión gratuita de nuestra medicación.
En cambio, y ante la ausencia del Estado, las mujeres y demás cuerpos gestantes son apartadas de la libertad de decidir sobre sus cuerpos. Son expropiadas de su autonomía corporal y obligadas a llevar los abortos como algo indigno, pecaminoso y juzgable.
Miles de muertes tapizan con sangre esta realidad. El silencio y la vergüenza se instalan innecesariamente en algunas familias. Nuestras abuelas, nuestras tías y nuestras madres lo vivieron. Sus hijas (diputadas y diputados) no tienen por qué vivir ese silencio, ni esa vergüenza, ni ninguna condena.
Con la reforma constitucional del año 1994, la Constitución Nacional incorpora expresamente el derecho a la salud en su artículo 42, eso significa que los gobiernos deben crear las condiciones que permitan a todas las personas vivir lo más saludablemente posible.
Con la reforma constitucional del año 1994, la Constitución Nacional incorpora expresamente el derecho a la salud en su artículo 42, eso significa que los gobiernos deben crear las condiciones que permitan a todas las personas vivir lo más saludablemente posible.
El debate sobre el aborto no es SI o NO al aborto y menos SI o NO a la vida. Esto último es el más perverso oxímoron del intento de una nueva apropiación: que la vida sólo la consideran quienes están en contra del aborto. Este debate es sobre legalidad o clandestinidad.
Las mujeres y demás cuerpos gestantes abortan, abortaron y abortarán. El tema es cómo el Estado garantiza que esos abortos se realicen de forma segura y que no exista una división entre ricas y pobres que lleve a miles de muertes o a que clínicas privadas y médicos particulares lucren con quienes pueden pagar sus altas tarifas.
El aborto debe ser una política de Estado y debe ser legal, seguro y gratuito. Acompañado por la implementación obligatoria en todas las escuelas del país de la Ley de Educación Sexual e Integral y la producción masiva y entrega gratuita de anticonceptivos y abortivos (entre ellos el Misoprostol) como lo plantea la Observación General número 24 del Comité de la ONU de DDHH económicos, sociales y culturales.
Las personas que vivimos con VIH no ocultamos nuestras vidas. Ni nuestra serología. Eso mejora directamente nuestra calidad de vida. Conocer nuestra serología, sea positiva o negativa, es un Derecho Humano. Fue al Estado al que obligamos a implementar las políticas sanitarias y sociales correspondientes para acompañarnos.
Las mujeres y demás cuerpos gestantes no tienen por qué estar expuestas a la clandestinidad para tomar una decisión que les compete sólo a ellas. Tener el derecho a elegir gestar o no gestar, también es un Derecho Humano.
Es al Estado al que debemos obligar a implementar las políticas sanitarias y sociales correspondientes para acompañarlas.
Desde 1983 hasta hoy la democracia argentina a través de la mayoría de sus representantes eligieron no tener una Ley de aborto, legal, seguro y gratuito.
Una pésima elección porque no hay excusa social, ni religiosa, ni de conciencia, ni política cuando falta un derecho.
El aborto existe desde siempre.
Reitero: nuestras abuelas, nuestras tías y nuestras madres saben de qué hablamos.
Sus hijas (diputadas y diputados) también lo saben. No las callen y escúchenlas.
Porque estamos debatiendo sobre seguir en un pasado de mentiras, silencios, condenas y ausencia del Estado o dejarles a ellas un futuro de educación, salud y libertad.
¿Qué elijen ustedes?
Reflexionen sobre esto antes de votar en contra.