Aislamiento en los barrios: el manjar de lxs pobres

La situación excepcional de aislamiento y la crisis sanitaria nos afecta a todxs, pero no a todxs por igual. Mientras te hartas de mirar series, de esperar el pedido del súper que tarda tres días, de tirar desinfectante en el aire, en los barrios populares del conurbano bonaerense se vive una realidad distinta. ¿Cómo se organizan las comidas, los cuidados de lxs chicxs, la limpieza cuando los recursos escasean?

“Cuando el Presidente terminó de anunciar las medidas, me puse a mirar en el mueblecito donde tengo la mercadería y saqué los paquetitos que voy dejando atados a medio usar, un poquito de sopa, un poquito de arroz y digo bueno con esto puedo hacer un guisito.. Y asi la vamos contando”. Mientras en las redes circulan recetas con cous cous y clases de yoga, en los barrios carenciados hay un paisaje distinto. 

“En el súper había una tele que mostraba como se ve la ciudad, vacía, desierta, acá nada que ver. Creo que la policía debe estar trabajando en otros lugares, por ahí en Merlo centro, Padua, Castelar. Acá no se ve vigilancia, no hay patrulleros, los kioscos están abiertos, vimos pasar varios colectivos. Nos vamos acomodando a las medidas como podemos”, cuenta a LATFEM, Majo Pedraza. Tienen 33 años y vive en el barrio Parque San Martín de Merlo, al oeste del conurbano bonaerense. El distanciamiento social rige como medida para toda la población del país. Pero no es lo mismo pasarla yendo de la cama al sofá, tomando una copa de vino en el balcón, jugando un picadito en el living, reventando la Play que entre chapas y barro. “Cuando tenés necesidad y tenés pibes que darles de comer, tenes que salir a la calle y eso ahora se hace muy difícil”, dice Natalia Zaracho que vive en otro barrio, el emblemático Villa Fiorito, al sur de la provincia de Buenos Aires.  Ella es militante del Movimiento de Trabajadores Excluidos y referente del Frente Patria Grande.

En Experiencia y pobreza, Walter Benjamin ya advertía sobre la posibilidad de no sacar nada bueno (conocimientos, saberes) de la vivencia práctica. El recurso de romantizar la cuarentena no es un country exclusivo de quienes tienen las condiciones materiales para hacerlo, pero se parece. La precariedad deja expuesta nuestra condición política. En los barrios, no es tan fácil seguir las recomendaciones de frenar todo, quedarse adentro, comer cinco frutas al día. 

“Por allá viene una pareja de la mano, pasa una moto, un delivery, una mujer habla con el vecino, hay gente en bicicleta” , relata por teléfono Majo Pedraza mientras mira por la ventana. Su barrio no escapa a la cuarentena obligatoria, pero la gente sigue en las calles. La cuerda se tensa entre el disvalor con que cotizan ciertas vidas y la necesidad extrema de supervivencia. Ella cuenta que “el barrio es lindo, tiene asfalto, luz y agua. Cerca de casa tenemos una plaza, a cuatro cuadras está la salita y a dos cuadras la escuela de las nenas. Gas, no. Lo cortaron el año pasado y empezamos a pagarlo en cuotas pero no llegamos. Tenemos garrafa”. 

La casita de la calle Belén en la que vive Majo está pintada de azul. Ella trabaja en el servicio doméstico: en casas y cuidando ancianos. A su vez estudia del Profesorado de Historia. Su casa tiene un arbolito en la puerta. Majo vive con León y las hijas de ambas: More y Abril, y Xiomara que es hija de León cuando era Mayra. “Estamos esperando ansioses que habiliten la tarjeta (AlimentAr) para poder ir a comprar comida para estos días”, dice. Y agrega: “Estamos preocupadxs, no podemos salir a trabajar. El padre de las nenas tampoco puede trabajar así que no me puede dar la plata que a veces me alcanza. Nosotros contamos con lo justo y se ve la angustia, la preocupación. Pero a la vez los supermercados están abarrotados de gente, la gente se amontona en la puerta, aunque haya que poner distancia no lo podemos cumplir. Nos desespera poder comprar un paquete de fideos, una lata de tomate, algo de verdura para llevar a casa”. La mercadería aumenta en cualquier momento, y la plata no está entrando. 

León, la pareja de Majo, trabaja en una tapicería que por la emergencia está cerrada. “Ahora no puedo traer plata, me quedé con lo puesto. Además, estoy en una cooperativa inclusiva de la municipalidad, una cooperativa de trabajo para chicxs trans, que también está parada. Espero que todo vuelva pronto a la normalidad”, cuenta a LATFEM. No sabemos cómo será la nueva “normalidad”. Por ahora, esa vida precaria está debajo de la línea de flotación. 

Nati Zaracho es trabajadora de la economía popular. Ella tiene 30 años. “La carnicería, el mercado, está imposible. El que tenía un manguito fue y compró algo para tener, para asegurarse. Porque ahora hay poca mercadería o poco consumo, muchos se aprovechan y aumentan los precios”, explica.

“Hay quienes se aprovechan de la necesidad para vender los barbijos y el alcohol en gel a cualquier precio. Así que yo le paso agua con lavandina a las cositas y así, porque lamentablemente esto nos pega más fuerte a los que menos tenemos”, dice Majo como si estuviera en diálogo con Natalia. Viven en barrios distintos, pero comparten algunas experiencias de la precariedad. 

Natalia Zaracho es madre de dos hijos de 11 y 13 y además una reconocida referenta social. Sus preocupaciones van más allá de lo propio, son colectivas. “Vivimos el día a día, no tenemos para comprar de antemano como para dos meses, compramos el azúcar, la yerba, la leche, el pan, las cosas de todos los días que consumimos nosotrxs. Además es fin de mes y muchos estamos viviendo a cuenta: ni bien se cobra algo se pagan las deudas y de nuevo, volvemos a quedar en bolas”, dice.

En La alianza de los cuerpos y la política de la calle, Judith Butler dice que la precariedad es una designación de la relación con el mundo, una función de nuestra vulnerabilidad social resultado de la condición desigual de las exposiciones. 

En Fiorito, como en otros barrios, se vive de changas. Hay mucha cartoneros que viven de la producción, y la producción está indefectiblemente parada. “Las organizaciones sociales tenemos que garantizar mínimamente las viandas, los lugares tienen que estar abiertos entregando viandas los comedores. Por eso estamos viendo qué comedores abren, porque algunos abren dos días por semana, y tenemos que cubrirnos”, explica Natalia Zaracho sobre su tarea. 

“Con las nenas encerradas, tratamos de que jueguen con el teléfono, que coman algo, preguntan qué vamos a comer, se aburren, claro. Pasamos la tarde mirando por la ventana con el miedo que tienen todos. Pero además de no contar con los recursos, ¿y si nos agarra algo? ¿Un virus o algo y nos dejan en la espera? Acá del otro lado de General Paz también hay vida, mucha”, se ríe Majo. Y cuenta: “la Alimentar es una ayuda grande que tenemos, porque ahí le podemos llegar a comprar una mermelada, un dulce de leche, un queso, unas tostaditas. En casa se come una sola vez al día. O al mediodía o la noche. La leche nunca falta y si falta tratamos de tener un poquito de leche en polvo para ponerle al mate cocido. El pan tampoco falta por suerte, y si falta se hace unas tortas fritas, unos panqueques, se inventa algún buñuelo. Si no tenemos para pagarlo el almacenero nos fia. Sigue existiendo el fiado en el barrio. Mucho. Y yo muchas veces pido”.

Majo, Natalia y León coinciden en que el gobierno nacional tomó las medidas necesarias. “Lo que implementó el gobierno nacional fue una respuesta rápida”, analiza Natalia, desde Fiorito. “Aumentar la AUH, la tarjeta alimentaria, pero también en el barrio vemos que hay mucha gente que no accede a eso. Por ejemplo la gente mayor que está en el límite entre jubilarse pero tampoco tiene trabajo. Esos no reciben nada”, suma.

La precariedad, para Isabel Lorey, es un proceso que lleva a nuevas formas de subjetividad, y rescata “la precariedad como activismo”. Además del hambre, la exposición sanitaria -no sólo al virus sino también al dengue que germina en los charcos, y otras enfermedades-, los fantasmas que recorren el barrio son los saqueos y el abuso de las fuerzas de seguridad.

“La gente en los barrios está muy informada, la tele y la radio están siempre prendidas”, dice la referenta de Villa Fiorito. Mientras miran la cuarentena de los ricos por tv, Majo le prepara un arroz con leche a las nenas: “El arroz con leche es el manjar de los pobres, jaja. Las nenas se ponen felices cuando le echo canela”, dice Cuánto durará esto y cómo se recompondrá la trama en los barrios nadie lo sabe. Que no falte el pan, el techo, el trabajo, la salud ni la canela.