En 2010 Ana María Olivera Pessano se convirtió en la primera intendenta mujer de Montevideo. Antes había sido Subsecretaria de Desarrollo Social en el gobierno de Tabaré Vázquez. La última dictadura uruguaya la empujó al exilio. Militante desde los 16 años, hoy ya está por cumplir 70 años y ocupa una banca como diputada de la República e integrante del Frente Amplio. Conversamos con ella sobre el feminismo político y los obstáculos y oportunidades de llevar la agenda de género al Estado.
—¿Cómo y cuándo empezás a identificarte como feminista?
—Pertenezco a una generación en la que una buena parte de nosotras —no todas— teníamos naturalizadas un montón de prácticas. He tenido una militancia en la que muchas veces me han tocado responsabilidades sin cuestionarme ni el tema de la cuota ni los temas vinculados con la violencia política.
Siempre me acuerdo que la primera discusión sobre el tema de la representación de las mujeres en política la tuve en 1991 y ya había allí un montón de mujeres que militaban. Estábamos juntas con una compañera senadora en el Congreso del Frente Amplio y ella me dice: “Ana, ¿vas a firmar por la cuota?”. La cuota en ese momento era del 30%. No se hablaba de paridad. Con ella siempre lo hablo: “Lilian, te miré con cara de asco y te dije: ¿te das cuenta qué terrible que te elijan por la cuota?”. Esa fue mi reacción ese día. Y no salió la cuota. Eran ella y Mónica Xavier las que estaban entre las que peleaban para que hubiera una cuota. Hoy tengo otra idea.
Al año siguiente fue la explosión de la crisis en el Partido Comunista Uruguayo, que fue una crisis de los partidos en todo el mundo. El partido siguió viviendo, tuvo siempre representación en el Senado, en Diputados, y quedamos en un comité central paritario y en un comité ejecutivo, por primera vez, paritario. Ahí aprendí y empecé a pensar el rol de las mujeres en los momentos de crisis. Hay muchas de esas mujeres que hoy siguen siendo militantes de mi partido, pero que no tienen las responsabilidades que tuvieron en aquella época.
—¿Pero en ese momento fue por decisión y voluntad política o por prepotencia de participación de las mujeres?
—Fue porque dieron el paso. Nunca imaginé que iba a estar en ningún comité central y en ningún comité ejecutivo. Militaba territorialmente, tenía responsabilidad en el barrio…pero allá estaban los dioses del Olimpo, los varones, en general.
Las compañeras también habían salido de la cárcel. Muchas. Sin embargo, el proceso de las mujeres que salieron de la cárcel fue distinto al de los hombres. A las mujeres que salieron de la cárcel les costó mucho hablar de todo lo que les había pasado. Hace unos años (en el año 2011), por primera vez, hicieron las denuncias de las violaciones. Costó. Fue un proceso mucho más largo que las mujeres dijeran todo lo que habían vivido.
—En tu caso, entonces, ¿te hiciste feminista dentro del Estado?
—A mí me tocó —y no por una política de género, precisamente— integrar, en el año ‘94, el equipo de suplentes del que fuera candidato a intendente, Mariano Arana. Lo integré por diez años. En el primer año, estaba la profundización del proceso de descentralización. Las políticas sectoriales de género estaban incluidas en el área que coordinaba Mariella Mazzotti (Asistente social, docente e investigadora feminista uruguaya) en la Intendencia. Hubo un antes y un después de esa etapa. Ella buscaba generar proyectos específicos hacia las mujeres, las jefas de hogar y generó un convenio con FES-SUR para la capacitación de concejalas vecinales y de edilas locales. O sea, para la participación de las mujeres en la política.
Un día, ella me vino a hacer un planteo respecto de armar algo. Entonces hizo un comentario y le dije: “Ay, Mariella, yo no soy feminista”. Me dijo: “sos feminista sin darte cuenta”. Arrancó ahí. Y me empezó a hacer toda una serie de preguntas, sobre mi vida, la clandestinidad, mi vida en el exilio, y otro montón de cosas a deconstruir. No es tan fácil. La batalla cultural contra uno mismo no es tan simple. Forzosamente, ella dependía de mí y tenía que convencerme de que era feminista.
Aprendí muchísimo con ella, porque, aparte, era una estudiosa del tema. Había una amplísima elaboración que yo me había perdido. Ella me permitió acercarme, generar políticas, promover la participación política de las mujeres, poner este tema en palabras sin que fuera el único tema. Porque para mí ese es uno de los problemas que a veces hemos tenido: que alguien que está vinculada con el tema de las mujeres solo habla de eso. A Mariella yo la considero una feminista conceptual, ella manejaba el conjunto de la política. He visto algo que muchas veces me exaspera: “ahora le toca a la Secretaría de la Mujer”. Entonces habla solo la Secretaría. Todos los demás hablan de todo, de lo de todos. Mariella podía hablar de lo de todos. Tenía la formación y el acervo político que le permitía transversalizar la política de género con el conjunto de la política.
En la etapa de ella se crea, en Montevideo, el teléfono de atención a la mujer víctima de violencia, que fue departamental al principio y pasó a ser nacional. Estoy hablando de 1995. Ahí empieza la creación de las Comuna Mujer. Nosotros teníamos y tenemos instalado un proceso de participación. Buscamos el protagonismo popular en la construcción de la política pública. Uno de esos ámbitos eran las Comuna Mujer. Ahí Mariella había armado convenios con organizaciones sociales, en las que había una parte de promoción de la participación y otra de atención vinculada con los temas de violencia basada en género. Estos fueron los primeros dispositivos que existieron vinculados con estos temas, en ese período, entre el ‘95 y el 2000.
Los primeros dispositivos venían desde el gobierno departamental de Montevideo, con un enorme acumulado que viene de las organizaciones sociales. Es decir, la construcción de la política pública se asienta en el fuerte rol que tuvieron las organizaciones sociales para poner el tema del feminismo y la política social de las mujeres sobre la mesa.
—¿Qué características tiene que tener una política pública feminista? ¿Qué tiene que tener, para vos, y que no puede faltar?
—La construcción de la política pública tiene que ser del Estado y de las organizaciones sociales. Para mí no hay otra manera de construir política pública. Cuando vos te planteás generar una política de descentralización, que es algo que nos cuesta enormemente —con lo chiquitos que somos, somos un país muy centralizado—, para que realmente tenga un anclaje tiene que tener protagonismo de las organizaciones sociales, tenés que promover que la sociedad se organice, al mismo tiempo, tenés que ser facilitador. Porque eso te da otra condición de la política pública. Imponer una determinada política sin haber discutido con quien tenías que discutir, es una política que va al fracaso. Es una política de la que la gente no se apropia, se ve como que la hicieron otros.
Por ejemplo, todo el tema de la interrupción voluntaria del embarazo. A nosotros nos costó mucho. Esa política pública no se habría construido si no hubiera habido organizaciones sociales y movilización en la calle para que se concretara. Es igual que con el matrimonio igualitario. Las movilizaciones más grandes que hoy hay en este país son tres: el 8 de marzo —si uno piensa respecto de los 8 de marzo de hace veinte años, es imponente la diferencia que existe—, la marcha de la diversidad y el 20 de mayo, la marcha por los desaparecidos. Eso moviliza, interpela a toda la sociedad más allá de los que queremos transformar el mundo y obtener justicia social. Entonces, no hay otra manera de construir política pública.
En este momento, estamos en un proceso en el que se están escuchando cosas que nunca pensamos que íbamos a escuchar respecto a las políticas de género, tristemente. Al mismo tiempo, no es que las escuchamos solamente de la extrema derecha. Me he sorprendido porque con el Frente Amplio que se constituyó ahora construimos las bases programáticas para presentar a la ciudadanía. Y compañeros de militancia de toda la vida cuestionan el lugar que le damos a las políticas de género en estas bases programáticas. Ellos hablan de cómo impactan en la sociedad, pero yo creo que les impactan a ellos mismos.
—Nos suena mucho a los debates que estamos teniendo en Argentina. Hay una resistencia, más teniendo en cuenta esa capacidad de movilización que contabas recién. ¿Cómo puede ser que, teniendo esa capacidad de movilización, haya obstáculos dentro del sistema político mismo para asumir esos reclamos como válidos?
—El 24 de julio nos encontramos con un grupo de compañeros que vivimos en Cuba, en el exilio. Las críticas y sus preocupaciones por el avance de algún feminismo —porque también hay “feminismos”— me sorprendieron. Porque estaba demasiado presente en todo el programa el tema de género. Lo viví en Chile también. Me tocó estar una semana durante el plebiscito (se refiere al referéndum constitucional de Chile de 2022, cuando resultó ganador el “rechazo” a la nueva constitución) escuché y participé del acto final. El tema del feminismo estuvo absolutamente presente en todo el acto, donde había dirigentes de todos los sectores, decían “vamos a perder porque hablamos demasiado de feminismo”. Cuando se perdió el plebiscito, muchos dijeron “se perdió porque hablamos demasiado de feminismo”.
—No porque la economía esté mal. Somos una especie de nuevo chivo expiatorio…
—Pero si lo sienten así es porque también son parte de esa trama cultural que no logramos modificar. Hubo y hay resistencia a estos temas. El otro día veía a un humorista al que le costaba hacer chistes. Entonces manifestaba su dificultad para hacer chistes, “porque ahora hay chistes que no se pueden hacer…”. Entonces, sin querer, ellos mismos generaban —y creo que está bien— que se pusiera en debate el tema. Creo que estamos más atrás de lo que nos imaginamos que estamos. Yo voy a un organismo en el que soy la única mujer y entonces me dice un compañero: “lo que pasa es que cuando vos no estás hablamos distinto que cuando vos estás”.
En el congreso del Frente Amplio pusimos a votar si el Frente es antipatriarcal y tuvimos más de los dos tercios de votos que se precisan para declarar que somos antipatriarcales. Ahora, la práctica cotidiana es otra. Se requiere la transformación cultural. Y, aunque parezca un argumento repetido, nosotras mismas, las mujeres, reproducimos el patriarcado.
—¿En qué temas aparecen las diferencias con otras mujeres?
—Hoy tuvimos reunión de la Comisión de población y desarrollo (en la Cámara de Diputados). Yo soy la más veterana, pero digamos que el resto de las compañeras del Frente —somos la bancada que tiene más cantidad de mujeres— son de 50 para arriba. Tuvimos que abordar un proyecto que trajo un diputado del Partido de la Gente, que es el Partido Nacional, vinculado con la subrogación de vientres. Él planteaba una cosa que nos pareció disparatada. Acá ya hubo una ley que admitió la subrogación en la línea directa: puede ser la hermana o, inclusive, la madre. En la discusión que tuvimos, que fue terrible y que al final logramos dar vuelta, lo que tomamos como decisión fue que también se permitiera la prima, o sea, que fuera dentro de la familia. No lo habíamos discutido en la bancada. Las 5 mujeres de los 6 que estamos en la comisión votamos el proyecto, pensando que habíamos logrado destruir el proyecto de subrogación de vientres de ese diputado.
Cuando apareció el proyecto en la plenaria todas las compañeras jóvenes del Frente dijeron que ellas no lo votarían de ninguna manera. Y no entendíamos lo que nos estaban diciendo. Una compañera del partido, dijo: “pero, Ana, eso es poner la maternidad en un determinado lugar…”, me dio toda una explicación. Le dije “mirá, no estoy en condiciones de entender ahora”. La cuestión es que todas las compañeras jóvenes de nuestra bancada del Frente Amplio se retiraron de la votación. Y nos quedamos asumiendo la responsabilidad las veteranas que lo habíamos votado, pensando que lo que estábamos votando era algo adecuado, que no estábamos habilitando la mercantilización del cuerpo de la mujer.
Pero resulta que hay un pensamiento feminista que va mucho más allá de eso, que está vinculado con cuestionarse por qué asociar a la mujer a la maternidad. Y todo un debate sobre eso que mi generación no se lo planteó. Hay otros temas que cruzan y son más complejos, vinculados con el tema de las mujeres trans. No sé lo que ustedes piensan, si son abolicionistas, si no son abolicionistas. Nosotros, en la bancada, hemos respaldado, por un lado, a las mujeres trans y, por otro, a las trabajadoras sexuales. Tenemos problemas con ambos temas. Se trabajó, se apoyó. En realidad, la Central de Trabajadores, desde hace muchos años, desde el ‘95, prácticamente, trabajó creando el sindicato de las trabajadoras sexuales, que se llamaba, en aquella época, Asociación de Meretrices.
Ese fue otro de los motivos por los que me peleé con algunas: “¡¿cómo vas a decir que son trabajadoras?!”. Fue toda una discusión. Al revés, me parece que esta vez fui ganándoles un poquito. Porque después empezás a conocerlas, empezás a tomar el contacto, deja de ser algo ajeno, empezás a analizar sus historias de vida.
Acá hay un tema generacional, de las más jóvenes que no aceptan que hay mujeres trans, que son mujeres. Estos son los debates que tenemos en nuestra unidad temática de género. A algunos los considero generacionales. Hay uno que me costó muchísimo asumir: el acoso callejero. La cuestión es que viene la Pata (Patricia González) y me dice “estamos pensando en hacer una cosa respecto del acoso callejero… Queremos escuchar lo que vos opinás sobre esto”. Yo le digo “no te puedo hablar sobre eso. Es una cosa que mi generación tiene naturalizada. Aparte, yo viví en Cuba cuatro años”. Cuba, donde los hombres piropeaban a las mujeres y las mujeres se daban vuelta para contestarles a los hombres. No era una relación de poder. Siempre cuento que con una pareja que con unas compañeras habíamos ido a un cine, íbamos hacia El Malecón y dos muchachos —usábamos unas minifaldas, porque uno no nació viejo— dale que dale, dale que dale, pero diciendo cosas bonitas. Al final, dicen: “guajiras, ¿de dónde son ustedes? Pinar del Río”, que es como decir, acá en Uruguay, “son Canarias”, no son civilizadas. Después aprendimos que nosotras podríamos habernos dado vuelta y haberles dicho cualquier disparate, y no habría pasado nada, porque ese era el modus operandi. En mi época no vinculabas al acoso callejero con el piropo. Más bien con cosas que sí generaban una reacción, como que alguien pasaba y te tocaba la cola. Pero no con lo verbal. Yo acá acaté lo que se resolvió y acompañé la campaña contra el acoso callejero, todo bien. Pero quizás esas son las cosas en las que los varones son peores que yo para tragar.
—¿Qué políticas públicas feministas reconocés como exitosas?
—Hubo políticas que inicialmente fueron más acogidas por el conjunto de la sociedad, o por lo menos uno sintió que había menos resistencia. Y cuando avanzó el movimiento feminista y se puso más intenso, empezaron a generar resistencia. Todo el tema de la violencia hacia las mujeres, cuando se hizo el primer teléfono de atención a la mujer víctima de violencia, fue una conquista. Se vivió como una cosa de toda la sociedad: tener un lugar a donde se puede acudir, que funciona, que se deriva, que ayuda, que contiene. Se veía con naturalidad, no se veía como confrontación con los otros.
Lo mismo sucedió con el conjunto de la reforma de la seguridad social, donde hubo dos políticas diferenciales. Una fue aceptada por todos, por las feministas también, que fue la de un año por hijo. Otra tuvo debate a la interna del feminismo: si vos ratificabas un rol o no con la asignación familiar cobrada preferentemente por la mujer. Me siento responsable de las asignaciones familiares, me tocó ser parte de ese diálogo social y nos parecía que, conociendo la vida en el terreno, muchas veces eso terminaba siendo el único ingreso de esa mujer. Es más, nosotros buscamos facilitar el tema de las tenencias, porque, más allá de que fuera preferentemente hacia la mujer, si la mujer no tenía la tenencia no iba a tener el acceso al dinero. Entonces, lo del reconocimiento de un año por hijo no generó problema. Este tema sí generó problema hacia adentro, si ratificabas o fortalecías un rol de maternidad en las mujeres.
—Recién hablabas de la desconexión del sistema de partidos con los temas de los feminismos. Y pensaba si no tenemos a veces dificultades en traducir el pensamiento político feminista a un pensamiento político desde el Estado, la gestión, sin dividirlo en estos temas. ¿No tendremos un poco de responsabilidad en cómo planteamos cuáles son los temas de la política feminista?
—Por eso yo te decía que para mí es importante cómo el programa del Frente logra poner el tema de género en toda la política. No es que hay un capítulo de políticas de género.
—Y muchas veces eso es lo que a las feministas que nos interesa de la política. No queremos solamente el…
—Por eso yo puse el ejemplo de Mariella. Ella tiene ese don y cuando participa puede hablar de cualquier tema. Cuando yo fui intendenta, ella era la Directora de Desarrollo Municipal. Nos reuníamos con todos los alcaldes todas las semanas. Y ella fue capaz de vencer una cantidad de resistencias en el relacionamiento, porque ella puede discutir de todo.
—Quizás tenga que ver con la formación…
—Exactamente. Hay otros casos en los que la persona participa de un gabinete y el único tema que plantea es el que está vinculado con las políticas de género. Entonces en realidad no logra transversalizar porque no opina sobre el resto, y no promueve que el resto opine sobre las políticas de género. Entonces, va a hablar Fulana, ya sabemos lo que va a decir. Pasa acá en la cámara.
Las transformaciones culturales son muy lentas y además también hemos tenido procesos de retroceso. Veamos las elaboraciones de Silvia Rodríguez Villamil (historiadora uruguaya que fundó en 1983 el Grupo de Estudios sobre la Condición de la Mujer en el Uruguay) y esas mujeres a la salida de la dictadura. Primero que nada, lograban abarcar más allá de la izquierda con algunos de los temas que planteaban. En otros temas tenían una profundidad de pensamiento de izquierda que abrevaba hasta en los clásicos. Y muchas veces esa parte de la biografía no se lee. Vos en un momento dejás de leer El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (de Friedrich Engels), pero ahí está clarito el tema del rol reproductor, el tema de la desigualdad de la mujer. Pero esa parte, esa bolilla, no la vieron.
Una de las cosas interesantes que nos pasó fue cuando Angela Davis estuvo acá. A veces también sucede que cuando viene alguien de afuera ayuda. Capaz que dijo las mismas cosas que dicen otras acá, pero las dijo Angela Davis. Nosotros estábamos tratando del tema de la interseccionalidad y no entraba, no entraba con nada. Y a partir de ella empezó a hablarse con total naturalidad del tema de la interseccionalidad.
—¿Al interior del Frente?
—Del Frente y de la política. Hay sectores políticos para los cuales esto es ideología de género, y te lo dicen con total claridad. También está el discurso vinculado con el tema de que “yo resuelvo mis temas en mi casa”. Tenemos un largo camino para recorrer desde ese punto de vista. Ahora lo que pasa es que podríamos tener aliados más cercanos que, a veces, como tú decís, sin querer, ahuyentamos.
Hay un punto en que el tema de la participación de la mujer, de la violencia —la violencia política, sobre todo—, de un montón de cosas, termina transformándose en una barrera. Al debate político, en este país —supongo que en todas partes es igual— uno lo tiene naturalizado como violento. Ahora, la violencia hacia las mujeres en política se manifiesta de otra manera que en el debate fuerte que vos podés tener en una cámara o en tu sector político por ideas políticas. Tiene otra manifestación, la de no darle importancia a lo que esa persona está diciendo. Tiene esto de cortar cuando esa persona empieza a hablar. Eso de que él dijo lo mismo que tú, pero todo el mundo se refiere a lo que dijo él y no a lo que tú dijiste, porque no te escucharon. Tiene otras manifestaciones, que son mucho más difíciles de desandar y que están adentro, en el caso de la izquierda. Por eso te digo, nadie te va a votar hoy en contra, todo el mundo dice que nuestra próxima fórmula va a ser paritaria porque el congreso definió que nuestra fórmula será paritaria, pero varios dicen “qué carajo”.
—En Argentina tenemos Ministerio de las Mujeres, acá el Instituto. ¿Qué valor tienen para vos este tipo de órganos?
—Yo aprendí a valorarlos. El Instituto Nacional de las Mujeres aquel permitió generar políticas definidas, con plan estratégico, con la intención de generar transversalidad en todo el Estado, que el tema de género fuera patrimonio de debate, que hubiera un presupuesto que estuviera indicado en la Oficina de Planeamiento.
Hay otro tema que descubrí que les molesta que es el del trabajo no remunerado de las mujeres. Y es un tema que se miró de una manera transversal. Acá se trató en un paquete que era mucho más amplio, en 2007 con la reforma de la Seguridad Social, estuvo presente. Había un objetivo que era que todo el mundo pudiera jubilarse y por lo tanto se tomaron una serie de medidas. Allí se puso el cómputo de un año por hijo para la mujer, para la jubilación.
Fue un éxito porque era la primera vez que hablábamos y reconocíamos el trabajo no remunerado de las mujeres. Se jubilaron 5.000 mujeres ese año, que no se habrían jubilado si no hubiera existido eso. Al día de hoy hay cerca de 40.000 mujeres que lo han hecho, utilizando esa ley. Para mi sorpresa, cuando instalamos el tema desde el punto de vista programático, me he encontrado con compañeros que decían: “¿Y cuánto es el trabajo no remunerado que hacemos los varones en la casa? ¿Por qué se habla solo del trabajo no remunerado de las mujeres?”.
Hay temas que vos planteás y lo que generan es la confrontación y no el diálogo, no la deconstrucción.
—Las herramientas como la cuota y la paridad a veces encuentran sus propias limitaciones o la política tradicional la incumple, ¿cómo lo ves aquí?
—Hemos tenido dificultades con el tema de la aplicación de la cuota. Ese es otro tema que hay que analizar: la cuota ma non troppo. Si hay un varón que pensaban que tenía que ir en el lugar de una mujer va a ese varón.
A mí me parece que la cuota es necesaria. Es necesario avanzar sobre los temas de la paridad. Es necesario poner sobre la mesa el tema del patriarcado, aunque sea una palabra que les moleste a los varones y a muchos compañeros de militancia. Si no hay medidas planteadas, hay cosas que naturalmente no se dan. La masculinización de los espacios políticos es lo más fácil. Un compañero me decía: “cuando vos estás en la reunión, tenemos que discutir de una manera distinta”.
En el caso del Partido Comunista, no adoptamos cuota interna pero aceptamos que hubiera cuota en la interna del Frente Amplio. La votamos. Fue una decisión interesante, discusiones del comité central. Hay temas que a veces das por obvios y te perdés discutir toda la cantidad de prejuicios, de cosas viejas que hay en la cabeza de cada uno de nosotros.
Somos de los países de América Latina que tienen menor índice de participación de mujeres en cargos públicos. Ahí hay otro tema, que tiene que ver con la base material. Para poder participar en la vida política vos tenés que tener condiciones. Mi familia me ayudó mucho para que pudiera hacer todas las cosas que he hecho. Hace 30 años que estoy expuesta públicamente. Pero hay compañeras que cuando fue la crisis estuvieron ahí, tuvieron responsabilidades y después se fueron quedando, ¿por qué se fueron quedando? Entre otras cosas, por no tener condiciones materiales para poder seguir asumiendo tener una reunión hasta las 4 de la mañana, no tener sábado ni domingo. Eso te limita. Hoy nos limita. No es lo mismo yo que estoy acá y que puedo adecuar mis horarios que aquella mujer jefa de hogar que además tiene su trabajo, al que tiene que acudir en forma permanente, y además tiene una responsabilidad partidaria. Entonces, no solamente tenés que pensar que hay necesidad de una transformación cultural. Esa transformación cultural también implica generar las condiciones materiales para que las mujeres podamos actuar en política, en lo social, en el desarrollo de lo que quieras hacer. Hace mucho tiempo que está el tema de que si tenemos reuniones puedan estar, que pueda haber un pequeño jardín, un espacio de cuidado, pero con todo eso no resolvés la situación de esa mujer jefa de hogar, cuya pareja a veces es militante pero es más importante la militancia de él que la de ella.
Hay tareas en la política que terminaron siendo feminizadas. Nosotros, cuando le pedimos a los partidos políticos, a integrantes del Frente Amplio, integrar el Ministerio de Desarrollo Social, los partidos nos proporcionaron nombres de mujeres. Éramos una ministra y una subsecretaria y nos daban todo. En las áreas de salud también. Hay determinadas áreas que están muy feminizadas. Eso también hay que pensar. Cuando fui intendenta, mi directora de Ejecución Presupuestal era una mujer, también la directora de Administración Fiscal, tan economistas y tan contadoras como cualquiera. ¿Cuáles son las posibilidades reales de llegar, de poder participar? Aparte, a las mujeres nos cuesta hacer una cosa que es andar a los codazos para ocupar una responsabilidad. Pelear para estar en un determinado lugar quizás está mucho más masculinizado. Me parece que son cosas sobre las que hay que pensar, ¿por qué se da eso?
—En ese sentido, para promover la incidencia de las feministas que sí están, ¿qué articulaciones o alianzas valorás cómo positivas?
—Hay una experiencia de la bancada bicameral femenina acá en el Parlamento. Cuando esas mujeres, que eran ediles departamentales, todas ellas, pasaron a ser diputadas, y después algunas senadoras, conformaron esa bancada bicameral, que a veces funcionó con mucha potencia y otras veces funcionó formalmente. La actual vicepresidenta de la república (Beatriz Argimón) fue parte de aquella vieja bancada bicameral femenina. Nos invitó a mujeres que estábamos en distintos lugares, que nos conocíamos de siempre, a las mujeres de las organizaciones sociales, esas que permitieron que hoy estemos hablando de estos temas.
También la Red de Mujeres Políticas este año empezó a tener un funcionamiento paralelo con encuentros, que implica a la que antes se llamaba la Unidad de las Ciudadanas del Frente Amplio, y han estado participando con temas transversales y con participación no solamente de todos los sectores, sino de todo el país.
Con algunos de los temas de nuestras políticas hacia las mujeres no entrás en todo el país. Eso también hay que tenerlo en cuenta. Habíamos encontrado un tema que podía unificar a todas las bancadas, que era la autonomía económica de las mujeres, la base material. Habíamos coincidido que ese era un tema. Pero el Partido Nacional tiene un problema interno: Cabildo Abierto dice que estas políticas son de la “ideología de género”. Habían participado hasta ahí, pero con eso no lograron reunirse más. A su vez, tuvimos una serie de discusiones respecto de lo que íbamos a hacer, y el Partido Nacional tuvo una oposición interna, diciendo que la bancada no era un organismo del Parlamento, que no era formal y que por lo tanto allí no se podía decidir nada. Y lo que se decidía ahí debía ser por consenso. Si ahí había dos senadoras del Partido Nacional que estaban en contra, primero que nada, el propio partido de gobierno tenía que ponerse de acuerdo. Entonces, terminamos la discusión entre la vicepresidenta y dos de sus correligionarios.
—¿Crees que Uruguay necesita tener un Ministerio específico de Mujeres, Géneros y Diversidades?
—El tema de la discusión si ministerio sí o ministerio no es un debate muy grande en este país. Nosotros, no es que tengamos pocos ministerios, tenemos 16. Y además de los 16 ministerios tenemos otros organismos, dedicados a la niñez, institutos, el propio Banco de Previsión Social, órganos desconcentrados o descentralizados que tienen políticas específicas. Cada vez que discutimos el programa aparece la necesidad de nuevos ministerios. En esa discusión, tomamos como definición política, generar un Ministerio de Justicia. Pero está planteado el Ministerio de Mujeres, el Ministerio de Cultura —nosotros ahora tenemos Educación y Cultura—, el Ministerio de Ciencia y Tecnología. En total, hoy son seis ministerios, de acuerdo al planteo de las unidades temáticas, los que deberíamos estar creando.
Decidimos lo del Ministerio de Justicia porque tenemos un serio problema: las cárceles dependen del Ministerio del Interior. El mismo que se ocupa de la investigación, de poner presa a la gente, con unas leyes que han incentivado el punitivismo, que han generado que hayamos crecido enormemente en cantidad de personas privadas de libertad. Esas personas privadas de libertad no tienen atención, están en condiciones infrahumanas. Por lo tanto, si ganamos, pretendemos sacar de la órbita del Ministerio del Interior a las cárceles. De hecho, asistimos a un nuevo proceso que nunca habíamos pensado vinculado con la vida de las mujeres y el crecimiento de la proporción de mujeres en las cárceles. Siempre había sido ínfima.
—¿Por qué tipo de delitos?
—Narcotráfico. Y la pena que tienen por narcotráfico es enorme. En estos días hubo crisis en los módulos de mujeres. Esos son temas también para analizar. También es la reproducción del círculo de poder de la droga vinculado con esas prácticas en las mujeres. Tenemos que apelar a las políticas de género y generacionales al mismo tiempo. Los viejos y las viejas tenemos que dar paso a las nuevas generaciones. Yo tenía la discusión el otro día con una compañera: “¿el año que viene vos vas a estar acá?”. Y yo: “no, en ningún lado”. ¿Sabés lo que quiero ser? Concejal vecinal. Militar en mi barrio. Porque militar es una concepción de vida, es otra cosa. Si yo pude ser suplente del intendente con treinta y nueve años y estar todo este tiempo, ¿por qué yo me voy a quedar acá y la que tiene treinta y cinco años, como Mica, nuestra diputada, no va a poder asumir una responsabilidad? ¿Qué sabía yo de la gestión de gobierno cuando asumí la responsabilidad?
—¿Para vos eso es un mandato feminista?
—Sí, así lo siento. Siento que nosotras tenemos la obligación, aquellas que hemos tenido, por diferentes motivos, la posibilidad de tener responsabilidades, de promover mujeres a las responsabilidades. Estoy absolutamente convencida. Cuando hablan determinadas compañeras, la gente se tapa las orejas, cuando hablan las más jóvenes. Independientemente del tema de aquellos que consideran que es ideología de género y de otros que son misóginos.
Así lo siento, lo hablo con las compañeras. Tienen que tener visibilidad, tienen que tener presencia, están formadas y están capacitadas. La militancia es una concepción de vida. Creemos esas condiciones, si no nunca va a pasar.
—Ví una pintada que decía: “nuestros sueños feministas no entran en sus urnas”. ¿Qué te produce eso, como mujer de la política, de las instituciones, de toda la vida?
—Hay que tener ojo, porque el tema de denostar la política no tiene color político y favorece, en general, a la derecha. La idea de que en la política todo es turbio, sucio, que los políticos son todos iguales, eso ayuda a los que viven de la política, no a los que pensamos que la política es una concepción de vida. Creo que, en ese sentido, también hay que dar una batalla que diga que la política es la unidad temática de género. Tuvimos el 25 de agosto, que en el Frente Amplio es el día de los comités de base, de la reafirmación frenteamplista. ¿Y qué significó? Todas esas compañeras y compañeros que están en los barrios cotidianamente, ¿qué hacen? Política. Golpean puertas y entregan volantes, pero con convicción. Y además de todo eso, laburan, se ocupan de su casa, de sus padres.
—Me imagino que sí porque lo dijiste varias veces, pero ¿todos esos modos de la política más tradicional se pueden transformar?
—Sí, estoy convencida. Es una batalla cotidiana. Lo que pasa es que es un tema estructural. Si uno quiere erradicar la pobreza tiene que partir de la base de que la pobreza existe porque existe el capitalismo, por lo tanto, vos tenés sectores que reproducen intergeneracionalmente la pobreza, de la misma manera tenés que las prácticas culturales también se reproducen porque existe una ideología dominante. Hay una manera de abordar a la ciudadanía que favorece que se quede en su casa, que no milite, que no le preocupen las cosas. Yo creo que desde el Estado tienes que ser facilitador de esa participación en la construcción de la política pública.
Esas mujeres que pelearon por la construcción de la política hacia las mujeres son mujeres políticas, militantes de sus partidos. En el encuentro de feminismos que tuvo el Frente Amplio trajeron a las viejas, las veteranas de aquella época, del ‘84 y la salida de la dictadura. Contaba Graciela Sapriza de un cartel que les prohibieron llevar los compañeros en la marcha del ‘85. Eran militantes políticas. El vacío que dejás lo ocupan otros, con esta historia de que los políticos son todos iguales, todos corruptos, y la burocracia y la mar en coche, destruís todo y ganan los mismos de siempre.
—O los nuevos, outsiders.
—Sí, Milei, Trump. Me parece que esa es una batalla que hay que dar. Por eso la importancia de la participación política de las mujeres. Por eso esto que yo decía: que esas mujeres que integraron el comité central del PCU en el año ‘92 no se fueron para la casa. Están militando en el barrio, en el territorio y podrían estar haciendo otras cosas. Tienen enormes capacidades pero no tienen condiciones, muchas veces, para hacerlo. Y lo económico sigue siendo, en última instancia, lo que te condiciona.
“Institucionalizadas: cuando los feminismos se vuelven parte del Estado” es una investigación especial transnacional de LATFEM sobre Argentina, Uruguay, Chile y Brasil con apoyo de FESminismos, proyecto regional de la Fundación Friedrich Ebert (FES).