Un pequeño avance técnico o tecnológico puede terminar en una de las guerras más cruentas de la historia. Resumido: en el siglo XV, el orfebre alemán Johannes Gutemberg inventó la imprenta. Una tecnología basada en caracteres móviles que permitieron la fabricación mecánica y en masa de los libros, por lo que dejaron de ser copiados a mano. Se volvieron masivos, más baratos y accesibles. Aparecieron las librerías, proliferaron las universidades y el número de personas con acceso a la educación. Las viejas ideas, verdades y dogmas comenzaron a ser cuestionados e interpelados. La Iglesia católica perdió el monopolio de la interpretación de la Biblia. El monje alemán Martín Lutero promovió que las personas leyeran la Biblia por sí mismas y la interpretaran libremente, sin intermediarios. Occidente, cuestionado en su religión, comienza a dividirse entre cristianos católicos y cristianos protestantes. Todo esto deriva en la Guerra de los Treinta Años, uno de los enfrentamientos bélicos más devastadores de Europa.
La invención de la imprenta, probablemente, haya sido una de las revoluciones más importantes de la historia. Una revolución en la comunicación de esta magnitud significó también un cambio de paradigma y en la manera de concebir el mundo. Una revolución de la humanidad. Quizás, esa haya sido la única revolución comparable a la que estamos asistiendo en este momento; la que están provocando las nuevas tecnologías de la comunicación y la información. Pero también es probable que esta sea de una magnitud bastante más considerable. Comunicación y posibilidad de libre expresión son inseparables de libertad y democracia.
Este forzado resumen de los acontecimientos históricos puede encontrarse en su versión larga y detallada en infinitos libros de historia. Textos posibles y accesibles gracias a la invención de una nueva tecnología como la imprenta Lo que no vamos a leer tan en detalle es acerca de que esta revolución de la humanidad fue, en primera instancia y en gran medida, una revolución para una humanidad integrada por hombres, no por mujeres. La ciencia, los libros, las universidades y el debate de ideas debieron esperar mucho tiempo para ser accesibles a las mujeres. La construcción de un mundo en donde los hombres fueron los encargados de gestionar la esfera pública, mientras las mujeres permanecieron relegadas al ámbito doméstico, no permitió que ellas tomen la palabra en los ámbitos formales de la sociedad. Esto arrastró una desventaja histórica respecto a la producción de saberes. La ausencia, o escasa presencia, de mujeres en los campos del conocimiento y la gestión del mundo, dejó estos temas en manos de los hombres casi de manera exclusiva, durante mucho tiempo.
Por lo tanto, la revolución, el cambio de paradigma que estamos presenciando como consecuencia de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, significa un factor clave y determinante para no seguir profundizando las múltiples brechas e inequidades de género.
La falacia de la neutralidad tecnológica
La tecnología y los avances técnicos son presentados como neutrales, pero no lo son. Se habla de un usuario universal, pero el paradigma de “lo universal” es lo masculino, los hombres, no las mujeres.
La tecnología es intencional en cuanto a su fabricación, usos y apropiación estratégica. Un invento simple como un cinturón puede destinarse a la castidad, cuando se piensa en ellas. O cinturones de seguridad, utilizados en los distintos medios transportes, diseñados para ellos, para una contextura física masculina, exponiendo a mayores riesgos a las mujeres.
En cuanto al diseño de los modernos robots humanoides, aquellos que son destinados para el cuidado de enfermos y ancianos, tienen fisonomía y rostros femeninos. Mientras que aquellos al servicio de la ciencia y el intelecto, presentan una anatomía masculina.
Ethel y Julius Rosenberg fueron los primeros civiles condenados a muerte en la historia de los Estados Unidos, acusados de espionaje. Ambos fueron ejecutados en la silla eléctrica: él, Julius, murió en la primera descarga eléctrica. Ella, Ethel, necesitó cinco descargas y unos cuantos minutos más de agonía, puesto que la silla fue diseñada para un “cuerpo normal” -el de un hombre- y no para uno más pequeño como el de una mujer.
Los avances técnicos y tecnológicos, en muchos casos, profundizan las inequidades y perpetúan lo estereotipos de roles de género
Códigos de género en los dispositivos tecnológicos
Conversamos con Gloria Bonder, coordinadora de la Cátedra Regional Unesco Mujer, Ciencia y Tecnología en América Latina, investigadora de FLACSO y asesora del secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon.
Bonder comparte un trabajo que realizó poco tiempo atrás, en donde plantea ejemplos sobre cómo se expresan los códigos de género en los dispositivos tecnológicos. Unos de ellos es en la traducción automática: los sistemas más difundidos utilizan en exceso los pronombres masculinos, incluso cuando el texto podría referirse a una mujer o a una característica femenina. Las traducciones no son fieles y perpetúan los sesgos de género. En el caso del diseño de los cinturones de seguridad, se toma como modelo universal maniquíes de contextura masculina. No se ajustan a personas con otras características físicas como mujeres más pequeñas, mujeres embarazadas, niñas, niños o personas con movilidad reducida. Esto aumenta los riesgo de sufrir daños y disminuye la eficiencia para quienes que no se ajustan al físico masculino modelo.
Gloria explica que la tecnología se construye con patrones, con sesgos de género y que, a su vez, en los usos de la tecnología se va contribuyendo a reproducir esos mismos patrones: recuerda que hace muchos años, cuando recién empezaba en este tema, les pidió a sus estudiantes de posgrado de la universidad que buscaran por Internet “mujeres latinoamericanas”. El resultado de la búsqueda eran temas de prostitución u otras cuestiones vinculadas con la sexualidad de las mujeres. Pero, al momento de buscar “hombres latinoamericanos” aparecían grandes escritores, grandes científicos, políticos y cosas de esa índole. Con los años, esto se ha ido modificando, explica Gloria Bonder, como consecuencia de que hay más mujeres que utilizan las tecnologías. Porque Internet va almacenando más información asociada a la palabra “mujer” para otros temas. Pero, aún así, persiste la vinculación entre mujeres y sexualidad, mujeres y prostitución, mujeres y cosificación. Los diseños de la tecnología y sus usos están generizados, concluye.
Las estudiantes de informática representan el 25% del total, a nivel global. En la Argentina, la cifra es aún menor: el 20%. Por otro lado, la fuerza total de trabajo de mujeres en empresas tecnológicas representa tan sólo el 30%. Los hombres no sólo predominan en el campo tecnológico sino que, además de las escasas mujeres que se desarrollan en este campo y en posiciones de poco poder, muy pocas tienen perspectiva de género.
Gloria Bonder propone distinguir entre acceso, usos, apropiación y apropiación estratégica. Los distintos niveles: “El acceso es necesario porque es un derecho. En cuanto a los usos, hay muchas diferencias entre los hombres y las mujeres; el tiempo de utilización y para qué. Es importante ampliar estos usos. Pero después está el tema de apropiarse de las tecnologías. Apropiarse de las tecnologías es darle un sentido. Y la apropiación estratégica es darle un sentido transformador”.
Sexismo en el campo laboral
Una de las investigaciones más completas, respecto a los sesgos de género en los lugares de trabajo, fue realizada por la profesora e investigadora Joan Williams, y publicada en la Harvard Business Review. Las mujeres que trabajan en ciencia y tecnología deben sobre-adaptarse al mundo masculino y a sus códigos para poder desarrollarse o sobrevivir en esos campos laborales. Para ser consideradas competentes, las mujeres deben desplegar actitudes masculinas pero, al mismo tiempo, se les exige que sean femeninas. Es decir, las mujeres son demasiado femeninas para ser consideradas competentes y demasiado masculinas para caer bien en estos ámbitos de trabajo.
Gloria recuerda cuando salió al mercado la “Barbie ingeniera”. La muñequita expresaba que se encontraba diseñando una aplicación. Pero tenía que esperar a “José y a Pedro” para que programen. Era una Barbie ingeniera con capacidad limitada, ya que sólo podía encargarse del diseño y recurrir a los hombres para los “fierros”, para la programación. Como si fuera una condición genética y no cultural.
Otro de los sesgos de género que predomina en el campo de trabajo de ciencia y tecnología es que la mujeres tienen que demostrar mayor capacidad de manera permanente. Su éxitos son minimizados y su experiencia cuestionada. Se asume que no tienen buen nivel, algo que sucede con mayor injusticia con las mujeres negras. El rendimiento, en cuanto al compromiso y lo competitivo de las mujeres profesionales, se cuestiona aún más al momento de la maternidad. Las oportunidades decrecen.
A fines del año 2012, la revista Proceedings publicó un estudio realizado por la Universidad de Yale. Si bien en la actualidad es políticamente correcto hablar y manifestarse a favor de la equidad de hombres y mujeres en el ámbito científico y universitario, esto no se traduce a la práctica. Investigadores de Yale diseñaron dos currículums ficticios, con idénticos méritos, capacidades y preparación: uno perteneciente a “John” y el otro a “Jennifer”. Fueron enviados a cerca de 400 profesores y profesoras de las siete universidades más importantes de los Estados Unidos. Se les pidió que evaluaran los currículums para un puesto de trabajo como jefe de laboratorio. Contestaron 137 profesores (el 70% hombres, el 30% mujeres), porcentajes que se corresponden con la ocupación (sexista) de cargos académicos altos). La conclusión a la que llegaron fue que “John” era significativamente más competente que “Jennifer”. También ofrecían un salario más elevado para el candidato masculino, más recursos y apoyo para el desarrollo de su carrera de investigador, que los ofrecidos para la candidata mujer.
También se puso de manifiesto que no es suficiente con que haya más mujeres, sino que lo más importante es tener conciencia de género: el sexo de quienes llevaron adelante la evaluación de los currículums no afectó las respuestas prejuiciosas y sexistas. Tanto las profesoras, como los profesores, discriminaron a “Jeniffer” para el puesto en cuestión.
Esto no debiera tomarnos por sorpresa. Basta con remontarnos al padre fundador del pensamiento pedagógico moderno, J. J. Rousseau, quien aseguraba que: “Toda la educación de las mujeres debe referirse a los hombres. Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, educarlos de jóvenes, cuidarlos de adultos, aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce: he ahí los deberes de las mujeres en todo tiempo, y lo que debe enseñárseles desde la infancia”. Así pensaba Rousseau, el intelectual, filósofo y autor de El Contrato Social, que tanto influyó en el mundo, en el pensamiento moderno y en la Revolución Francesa. “Libertad, igualdad, fraternidad” sí, pero ¿para quiénes? Para los hombres. Contrarrestará Poulan de La Barre asegurando que “Todo cuanto sobre las mujeres han escrito los hombres debe tenerse por sospechoso, puesto que son juez y parte a la vez”.