Argentina ante el cambio de régimen

En sus primeras semanas de gobierno La Libertad Avanza con apoyo del PRO confirmó su rostro autoritario, corporativista. Las políticas de shock necesitan de un trauma colectivo que suspenda las reglas de la democracia. En Argentina asistimos en este tiempo a una paliza económica para las mayorías, una promesa de represión y el intento por tomar atribuciones del congreso. En el tiempo por venir se definirá si los partidos con historia democrática le darán su apoyo o serán un dique de contención.

El gobierno de Javier Milei en sus primeras tres semanas de gobierno confirmó su rostro más autoritario y autócrata. La escena política más amplia, sin embargo, todavía no se estabiliza, aunque los actores y las actrices comienzan a ocupar lugares en un campo minado de amenazas disciplinantes, protocolos y cercos policiales. El triunfo del representante de la ultra derecha populista y libertariana en el balotaje no era posible sin el apoyo de la derecha tradicional argentina, personificada en este ciclo de la historia por Mauricio Macri y Patricia Bullrich. Hoy podemos comenzar a hablar de co-gobierno. La posibilidad de avanzar en reformas legislativas todavía no está garantizada, sin embargo, el gobierno comenzó a recibir señales de partidos más flexibles ante las instituciones de la democracia.

El gobierno echó algunas cartas sobre la mesa. Primero —el 20 de diciembre, en una fecha emblemática para nuestra historia política reciente— Milei dictó un decreto de necesidad y urgencia (DNU) que desregula la economía a favor de sectores empresarios. Sin entrar en el detalle de las leyes que deroga o reforma, en cuanto a las formas, el DNU toma funciones del poder legislativo. Deroga alrededor de 80 leyes discutidas ampliamente y votadas en el Congreso, incluye medidas que no tienen como objetivo paliar la situación económica y lo hace cuando diputadxs y senadorxs no tienen ningún impedimento para reunirse. Nada de eso puede hacer un presidente. Es decir, nada que implique cerrar el Congreso, anular sus funciones, reemplazarlas. Este había sido el mensaje más antidemocrático hasta la fecha, pero una semana después envió un proyecto de ley “ómnibus” al Congreso y en el artículo 1 señaló que “La presente ley contiene delegaciones legislativas al Poder Ejecutivo nacional de emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, social, previsional, de seguridad, defensa, tarifaria, energética, sanitaria y social”, es decir, reclama la suma del poder público. El proyecto llevó como título “Bases y Puntos de Partida para La Libertad de los Argentinos”, un título que alude a las Bases de la Constitución escritas por Juan Bautista Alberdi en 1852. Ambas propuestas son un intento unipersonal de reforma de la Constitución.

Luego de una devaluación feroz de la moneda, que arrastró con los ya magros ingresos, la ministra de Seguridad Patricia Bullrich y la de Capital Humano Sandra Pettovello anunciaron que no van a permitir la protesta social derivada de las medidas económicas. La amenaza de quitar los programas sociales (que otorgan apoyo económico estatal a cambio de trabajar en cooperativas) si los beneficiarios salen a la calle a protestar evoca la amenaza de la ministra de Desarrollo Social del anterior gobierno, Victoria Tolosa Paz. Sobra imaginación para el castigo, pero ahora se consolida en un protocolo. 

El contenido de esas medidas —DNU, proyecto de ley, estado represor— cambia por completo las reglas que organizan la vida, destruye la protección y el rol activo del Estado frente a las desigualdades sociales. Se trata de un intento de cambio de régimen. Una voluntad por cambiar la matriz del país por otra en la que el Estado no interviene en la distribución de la riqueza, sino que acentúa el desbalance —en el cambio de las leyes laborales y sindicales, en la desregulación que destruye las economías regionales y las pequeñas y medianas empresas, y en la entrega de beneficios y exenciones a las grandes corporaciones económicas que tienen propuestas de leyes hechas a su talle y medida—, en la que el Estado no tiene objetivos de mejora social a largo plazo a través del desarrollo de la ciencia, las artes, la educación. Ni la producción. 

Las políticas de shock tienen efectos performativos. Pero además de la desazón, la despotenciación, el shock implica falta de debate social y en la opinión pública. Con el avasallamiento del Congreso y la falta de discusión social estamos en el momento de mayor degradación democrática. Sin embargo, todo puede empeorar. Para Naomi Klein, analista de las políticas de shock en el mundo, esa estrategia, tomada de Milton Friedman, necesita condiciones políticas autoritarias, “algún tipo de trauma colectivo adicional, que suspenda temporal o permanentemente las reglas del juego democrático”. De qué se trata el régimen: de un Estado corporativista, que une dos características como pilares, de un lado pone en marcha una gran transferencia de riqueza pública hacia la propiedad privada y, del otro, habilita un sistema securitario, con reducción de libertades civiles. 

Ninguna excepción

Ninguna expresión de ultra derecha avanza sola. Todavía nos quedan muchas fotos por ver, sobre todo quiénes saldrán sonrientes en ellas. Los sectores conservadores y neoliberales de los partidos mayoritarios ya comenzaron a precalentar, por si entran a jugar para esta versión telúrica de la corriente global que hace de la democracia una cáscara sin contenido, 40 años después de que le dijéramos nunca más a la dictadura militar. A medida que avancen los meses veremos quiénes quedarán en esas fotos. 

Un análisis de las primeras medidas sugiere que mileísmo y macrismo buscan el fin de la particularidad argentina, construida en la expansión de la clase media y la inclusión social por derechos. Hoy, la clase media es cada día más angosta, no llega a fin de mes, dentro de poco no podrá alquilar y tendrá que comer lo que las empresas de alimentos digan al precio que quieran. No es que no viniera golpeada, pero ahora la clase media y sectores populares escuchamos un réquiem a la intemperie.

¿Nos imaginamos un futuro con este gobierno? Nadie quiere imaginarse lo peor, nadie tiene ganas de imaginar. Pero en lugar de dormir la imaginación nos toca ponerla en juego para salir de esta trama política. Podemos preguntarnos qué tiene la larga lucha mundial por la democracia que enseñarnos, qué acciones democráticas —como la protesta— deslegitiman medidas autoritarias, qué pedagogías son necesarias para que no se consolide una subjetividad reaccionaria que no sólo acompañe medidas políticas reaccionarias sino que las reclame dentro y fuera de las casas. 

Qué hacer y qué dejar de hacer en un cambio de régimen, la pregunta que tenemos atragantada. La activista brasileña Sonia Correa recomienda cuidarnos, en primer lugar, “estar en conversación, hablar de lo que pasa todo el tiempo con el mayor número de personas, en lugares seguros”, “explicar, mantener la claridad, la lucidez, la capacidad analítica”. Abandonar las peleas que despotencian, para construir una crítica y un aprendizaje común, colectivo, en red. Para todo esto necesitamos paciencia y afecto político.