En su nuevo film, José Celestino Campusano continúa con la búsqueda de potentes historias, otra vez del conurbano bonaerense, de donde son oriundxs el director y sus protagonistas, pero podría tratarse de cualquier lugar del país. En Bajo mi piel Morena, tres trabajadoras travestis: Morena (obrera fabril) caracterizada por Morena Yfrán, Claudia (profesora de historia) representada por Maryanne Lettieri, Myriam (prostituta) interpretada por Emma Serna y Marcia (Belén D’Andrea), amiga cisgénero de la protagonista, encarnan en la ficción relatos de vidas reales atravesadas por la precarización laboral y los conflictos amorosos. La semejanza en los conflictos muestra que algunas problemáticas patriarcales son compartidas por todas las identidades feminizadas, sin embargo, es el colectivo travesti-trans el que se encuentra arrojado a la peor faceta de la barbarie heterocapitalista.
En la película se representa a las amigas como personas que están atravesadas por desigualdades y opresiones sociales de género y también de clase, particularmente estigmatizadas y vulnerabilizadas por su identidad de género, condenadas —como decía Lohana Berkins— a la “cloacalización” de lo social. Pero frente a semejante estructura de explotación y opresión, logran encontrar un lugar para actuar, para disponer de su capacidad de agencia en pos de plantarse frente al mundo y hacerse un lugar. Y no cualquier lugar. Como dice Morena, hay que “correrse” de donde se está para encontrarse y construirse a unx mismx. Hay que ser fuerte para hacerse a unx mismx a partir de la propia singularidad creativa, hay que tener furia travesti.
En Bajo mi piel Morena el derecho a “hacer de mi mutar mi noble ejercicio” —como dice Susy Shock en Yo monstruo mío—, es reivindicado y ejercido por estas tres mujeres travas durante los 90 minutos que dura el film.
“¿Cómo soy realmente?”, se pregunta Morena. ¿Qué es la identidad? ¿Qué es el género?, agregamos. Las preguntas conducen a pensar el género como un disfraz que todxs usamos para vestirnos de varones o de mujeres, para ser masculinos o femeninas. Que el género no es natural y está construido socialmente según convenciones arbitrarias e históricas, políticas y culturales, que se encargan de relacionar el sexo asignado al nacer con los diferentes comportamientos y roles binarios que vamos desarrollando a lo largo de la vida. Pero que hay identidades que vienen a romper ese disfraz binario y hegemónico, que transgreden el género impuesto: las personas transgénero y otras identidades como el género fluido y la intersexualidad.
Bajo mi piel Morena se corre de la mirada tan poco real como paternalista de la “buena víctima”, vulnerable por naturaleza o por el sistema, esencializante de otredades desconocidas. Por el contrario, ya desde su modo de producción este largometraje fundado en el trabajo cooperativo se destaca por su potencial transformador, incluyendo a las travestis como protagonistas de su propia historia, en un guión colectivo basado en relatos de vida recogidos en los barrios.
La productora audiovisual Cine Bruto, una vez más, cuestiona la comodidad de la espectacularización, atreviéndose a poner en escena distintas humanidades que se encuentran vinculadas a un entramado social lleno de odio, ignorancia y violencia. Pero, a su vez, representa experiencias y subjetividades disímiles, sin el encasillamiento del “deber ser”, en una relación permanente entre la búsqueda propia y la lucha contra un destino impuesto.
Hay preguntas filosóficas en esta obra: por qué el amor, qué es la felicidad, cuál es el sentido de la vida, qué cuerpos tienen derecho a desear y a ser deseados sin cosificaciones. Al mismo tiempo que estas mujeres se hermanan en la lucha contra la discriminación, asistimos a cómo las instituciones, en lugar de ser un ámbito de cuidado, aparecen impotentes o reproductoras de la violencia que sufren. Ante esto ellas oponen herramientas autónomas de autodefensa. Además, aparece retratada la militancia que, si bien sólo es mencionada, se representa como una suerte de refugio necesario al que es posible acudir.
Podemos decir que en las historias escogidas hay una suerte de sobrerrepresentación de las oportunidades laborales. Dos de tres mujeres travestis son trabajadoras formales con contrato y derechos laborales, lo cual dista de las estadísticas en el mercado de trabajo argentino para esta población. Sin embargo, este énfasis en la película cumple una función política deliberada: salir del encasillamiento, romper con el estigma asociado a sus cuerpos y vidas como marginales, promiscuas, portadoras de enfermedades y en situación de prostitución. Frente a esto, la apuesta es performar y prefigurar el mundo en el que queremos vivir, vislumbrar vidas dignas de ser vividas.
Además, incentiva a repensar un debate que la comunidad LGBTTIQ+ viene dando hace muchos años, pero que ahora está en el Congreso de la Nación: la Ley de cupo laboral Travesti Trans. En el escenario deseado en que las personas travestis-trans tengan la posibilidad de acceder a un trabajo digno nos preguntamos: ¿qué otras conquistas tenemos que arar con lucha y organización como sociedad para que el lugar de trabajo de nuestrxs compañerxs no perpetúe la opresión? ¿Y cuáles para que lxs trans y travestis formen parte del Estado y cambien todo desde adentro? ¿Qué rol cumple la ESI en todo esto? ¿Y los medios de comunicación? Estas son algunas de las claves para desatar el nudo de la violencia patriarcal con verdadera voluntad trans-formadora.
La pluma de Camila Sosa Villada en Las Malas enseña a reconocer que como país también somos “el daño sin tregua al cuerpo de las travestis, la huella dejada en determinados cuerpos de manera injusta, azarosa y evitable”. Bajo mi piel Morena es una invitación a ponerse, por un rato, en la piel de las travestis, a derribar mitos y moralidades opresoras, a abrir las categorías del género, de la identidad, de la norma.