Cecilia Nicolini es politóloga y, desde febrero de 2022, está al frente de la Secretaría de Cambio Climático, Innovación y Desarrollo Sostenible en el Ministerio de Ambiente de la Nación. Tiene una maestría en Administración Pública en Harvard y fue investigadora de la Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), en Estados Unidos. En 2019, tras 15 años viviendo fuera del país, volvió a la Argentina para trabajar como asesora presidencial de Alberto Fernández. Durante la pandemia de COVID-19, junto a la ministra de Salud, Carla Vizzotti, integró la comitiva que negoció con los laboratorios extranjeros para traer las vacunas al país. Cumplida esa misión, asumió su nuevo rol de “trabajar para cumplir los compromisos climáticos de la Argentina y promover la transición hacia un modelo de desarrollo sostenible”. En diálogo con LatFem, habló sobre los desafíos de la política ambiental en Argentina y el riesgo del negacionismo climático del candidato presidencial de La Libertad Avanza, Javier Milei.
— En Argentina suele decirse que la agenda ambiental, y más específicamente el cambio climático, es un tema secundario frente a otros problemas como la pobreza y el hambre. ¿Qué respondes a eso?
— Yo creo que es justamente todo lo contrario. Estoy convencida de que la agenda climática y ambiental es una gran oportunidad e, incluso, quizás sea la última gran oportunidad para la Argentina y para los países de América Latina y el Caribe de formar parte del club de los países desarrollados. Y esto tiene que ver con la posibilidad que tiene nuestra región en aportar lo que el mundo necesita: un ambiente sano, con la biocapacidad que tenemos, con los servicios ecosistémicos que brindamos al mundo, con nuestros bosques, con nuestros ríos, con nuestro Amazonas, con nuestros humedales. Y creo que eso es un valor y que el desafío está en asignarle a esos aportes el valor que les corresponde, que hoy en día no se condice con los impactos positivos que tienen para el ambiente y el equilibrio que necesitamos para poder vivir en este mundo. Entonces, creo que esa gran oportunidad se va a dar, justamente, si la agenda ambiental y climática tiene la centralidad que debe tener y se enmarca en una discusión profundamente económica. Es ahí donde realmente podemos generar un giro transformador.
Y, también, porque la crisis climática y ambiental exacerba la pobreza y la desigualdad, y afecta a los que más están expuestos a estos fenómenos climáticos extremos. Cuando tenemos una ola de calor, quienes más sufren son las personas que no tienen acceso a un sistema de refrigeración o quienes viven en un barrio que no tiene espacios verdes y que, por lo tanto, la amplitud térmica no es tan alta. Te doy un ejemplo concreto: cuando tuvimos las olas de calor aquí, en la ciudad de Buenos Aires, había una diferencia que podía alcanzar hasta casi los diez grados entre un barrio que estaba cerca del río o en un barrio como Palermo —donde viven personas que tiene más poder adquisitivo y que tienen más de 13 metros cuadrados de espacio verde por persona— frente a una persona que vive en un barrio como San Cristóbal —que tiene menos de medio metro cuadrado de espacio verde por persona y no está cerca del río—. Entonces, esa amplitud térmica hace que sientas muchísimo más el calor y que si tenés una mayor exposición, un problema de salud o no tenés la posibilidad de prender un aire acondicionado, entonces seguramente vas a tener más dificultades para sobrellevarla.
Pero, principalmente, porque cuando hablamos de crisis climática y la ponemos en el contexto latinoamericano y de Argentina, la crisis climática tiene rostro de desigualdad. Primero porque, a nivel histórico, ¿quiénes fueron los principales responsables de este colapso ambiental que estamos enfrentando? Sin duda, fueron los países más desarrollados, los países más ricos, los países del norte global que se desarrollaron a costa de un planeta que es finito y que tiene recursos finitos, y de un sistema también extractivista y colonialista que utilizó los recursos y las materias primas de nuestra región para poder desarrollarse, generando la acumulación de gases de efecto invernadero a la atmósfera que es lo que produce el calentamiento global. Segundo porque también hay una desigualdad en términos de los recursos que tenemos para enfrentar la crisis climática. En el año 2009, los países más ricos se comprometieron en la Conferencia de las Partes de Copenhague a financiar las transiciones de los países en desarrollo con, al menos, cien mil millones de dólares anuales. Eso no se cumplió. Y no solamente no se cumplió, sino que se viene acelerando el calentamiento global y los recursos que se necesitan para afrontar esas transiciones se han hasta quintuplicado en algunos casos. El secretario general de la ONU, António Guterres, dijo que estamos en un estado de ebullición, ya no de calentamiento global. Es decir que, de alguna manera, el mundo está hirviendo.
Además, porque hay una desigualdad en cuanto a sus impactos porque la crisis climática se ceba con los más pobres y las más pobres entre los pobres, lo sabemos, son las mujeres. Entonces, pensar que si atendemos la agenda climática o ambiental vamos a dejar de atender la agenda de desarrollo, de igualdad o de pobreza no tiene ningún sentido. Más bien todo lo contrario: tenemos que atender la agenda ambiental como parte de una agenda de desarrollo e igualdad.
— El gran desafío, entonces, es pensar lo ambiental de forma integral.
— Por supuesto. No hay ni una bala de plata para resolver todo, ni una sola tecnología, ni una política pública que nos va a permitir solucionarlo. Tiene que ser una agenda socioambiental en donde la cuestión social esté ligada al desarrollo y la sostenibilidad, y eso tiene que ver también con una ecuación económica. Si el mundo se plantea que para poder hacer frente a esta situación hay que transformar radicalmente la manera en que consumimos y producimos —porque nuestro modelo productivo y económico claramente es el que nos ha llevado a esta situación—, entonces, en esa discusión hay que hablar también de redistribución, de quienes concentran el capital y de qué intereses se defienden porque, en muchos casos, esos intereses van en detrimento de un modelo más sostenible.
— Cuando se habla de cambio climático muchas veces se lo piensa de una forma muy abstracta. Vos hablas de economía y desarrollo, ¿cómo es el impacto económico de la crisis climática en nuestro país?
— Creo que en Argentinacomo se puso de manifiesto, como nunca antes, que la crisis climática impacta directamente en nuestros bolsillos y en nuestro día a día, en nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, si pensamos en la sequía de estos tres años que causó La Niña con una pérdida casi de tres puntos del PBI de Argentina, con una merma de un cuarto de las exportaciones; todo eso significa que la Argentina tiene menos dinero disponible para poder invertir en políticas de desarrollo, en educación, en salud, en políticas sociales y para nuestra economía en general. Y, además, todo eso con una deuda insostenible que irresponsablemente tomaron durante el gobierno de (Mauricio) Macri hace que esa economía se vea aún más estrangulada. Entonces, la crisis climática afecta directamente a nuestros bolsillos. Afecta también a la imposibilidad o la dificultad que tenemos para poder normalizar y tranquilizar la macroeconomía, o en poder controlar la inflación, algo que también afecta principalmente a las personas que menos tienen y, de nuevo, a las mujeres.
Es un círculo vicioso que, además, es exponencial en cuanto a sus efectos. Por ejemplo, cuando vemos el impacto de la sequía en zonas rurales en donde la mayoría de las mujeres son las que se dedican a buscar el alimento y el agua para sus familias. En una situación de sequía o de estrés hídrico, eso es mucho más difícil y te lleva más tiempo y más dedicación, y eso significa menos tiempo que las mujeres tienen para dedicarse a su desarrollo personal, ya sea si están estudiando, si están trabajando, su tiempo personal; entonces, eso significa menos independencia, menos autonomía, menos soberanía y más tiempo dedicado ya al cuidado y al sostén de la familia, que además ya sabemos que siempre es el doble o el triple que el que le dedican los varones. Entonces, realmente es una situación muy compleja que si no tiene un abordaje integral y si no se piensa en la transformación de un modelo de país a futuro en donde la cuestión ambiental y de sostenibilidad y climática sea un eje central, va a ser muy difícil que podamos pensar en un modelo sostenible para toda la sociedad.
— Hay cierto discurso apocalíptico respecto a la crisis climática, como si ya no se pudiera hacer nada al respecto y solo quedara esperar. ¿Qué opinas sobre esa idea?
— Yo no adhiero a esos discursos apocalípticos. Creo que tenemos una herramienta maravillosa que es la política que nos da la posibilidad de transformar la realidad. Desde ya, no lo vamos a poder solucionar con una sola política pública o desde un solo país, esto es una solución colectiva. De alguna manera, con el cambio climático se da un gran paralelismo con lo que fue la pandemia: es un problema global en el que todos tenemos que comprometernos a poder dar respuesta y tiene que ser una salida colectiva. Quizás eso es lo más complejo, la articulación y la necesidad de trabajar de forma multilateral y en la gobernanza global, que es lo que estaría funcionando bastante regular.
Desde la Argentina, con esta agenda y con este compromiso con la transición, no solamente tenemos la posibilidad de dar respuesta a los impactos que estamos teniendo por la crisis climática y adaptarnos a ellos, sino que también tenemos la oportunidad de ser protagonistas de la transición ecológica a nivel global y de la descarbonización a la que tenemos que apuntar en el mundo. Y está claro que el calentamiento global hace que, por un lado, tengamos una agenda de mitigación —es decir, de reducir los gases de efecto invernadero— pero, por otro lado, también tenemos políticas de adaptación, es decir, para adaptar nuestra forma de vida a esta situación en donde la temperatura del planeta ya está 1.1 grados más elevada que en el período preindustrial y eso exacerba la variabilidad climática y hace que tengamos cada vez más eventos climáticos extremos.
— En ese sentido, ¿qué es lo que se puede hacer y qué es lo que se está haciendo desde el Estado?
— El año pasado presentamos nuestro Plan de Acción Climática. Es un plan que tuvo varios años de trabajo detrás y que presenta seis áreas estratégicas en donde tenemos en cuenta la transición energética —que es un eje fundamental para la Argentina—, movilidad sostenible, sistemas de producción de alimentos, conservación de nuestros bosques y de nuestros ecosistemas, ciudades y territorios sostenibles, y transición productiva. Y todos estos sectores están abordados con una perspectiva de género y de diversidades, pero también con una perspectiva de transición justa, es decir, que tenga en cuenta la capacidad de generar empleos genuinos que colaboren con esta transición y que pueda también ser una una herramienta de generación de empleo y de oportunidades. También lo trabajamos con una perspectiva de salud, es decir, cómo la crisis climática afecta a la salud de las personas, algo que hemos visto con la pandemia, pero también con las olas de calor y el aumento de enfermedades como el dengue o el zika. Y también con una perspectiva de análisis de costos. Esto significa contabilizar cuánto tenemos que invertir para alcanzar los objetivos de transición que tiene la Argentina. O, como a mí me gusta decirlo, cuánto nos va a costar si no invertimos y no hacemos todo lo que tenemos que hacer para alcanzar los objetivos.
Nosotros nos hemos propuesto un objetivo de cara a 2030 de reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Pero aún más importantes son todas las políticas de adaptación que nos van a permitir que la gente viva mejor y que realmente podamos pensar que la Argentina no solamente va a dar una respuesta contra la crisis climática sino, también, que sea una gran fuente de oportunidades. Y eso tiene que ver con mejorar las infraestructuras para que sean más resilientes, con cómo pensar la producción de alimentos para que sea sostenible, con conservar los territorios —hablamos de humedales, bosques, yungas, del mar— para que sigan brindando los servicios ecosistémicos que nos permiten capturar el dióxido de carbono y también con proteger la biodiversidad, que es un factor fundamental. Es decir, son muchos ejes de trabajo para atajar esta triple crisis planetaria que estamos viviendo de cambio climático, pérdida de biodiversidad y contaminación. Es un plan que tiene más de 250 medidas que requieren un esfuerzo colectivo de absolutamente todos los sectores productivos, de todos los sectores de gobierno y a todos los niveles; y que también tiene un corolario económico que es fundamental, es decir, el financiamiento necesario para que se den estas transiciones y para que esto no frene el desarrollo y el crecimiento de la Argentina.
— Mencionaste la necesidad de articular con los sectores productivos y empresariales. Muchas veces son esos sectores, justamente, quienes ponen trabas a la legislación ambiental. Pienso, por ejemplo, en la ley de envases o la de humedales. ¿Cómo se da esa articulación?
— Yo creo que hay dos grandes obstáculos. El primer obstáculo muchas veces es la desinformación, el desconocimiento y la ignorancia. Creo que hay que hacer mucha pedagogía y generar información en una agenda que sea propositiva. Y, por otro lado, el otro gran obstáculo son los intereses —porque no vamos a negar que existen—: intereses especulativos, inmobiliarios, productivos que defienden las propias empresas, industrias, gobiernos locales y etcétera. Entonces, en eso se da la importancia de generar los canales de negociación. El objetivo en toda negociación es crear valor. ¿Y cómo creamos valor? Bueno, poniendo en esa negociación los intereses de todas las partes y todo el mundo tiene que ceder algo para poder crear un valor superior. Entonces, se tienen que dar esas discusiones, esas negociaciones y esos consensos que, por supuesto, son conflictivos. Pero no le tenemos que escapar al conflicto, todo lo contrario; me parece que hay que enfrentarlo. Y, en muchos casos, me parece que hemos tratado de evitar esas discusiones o que, quizás, lo hemos hecho desde veredas muy opuestas y muy antagónicas. Entonces, el desafío hoy está en acercar esas posiciones para generar un consenso que nos permita avanzar.
Por otro lado, en algunos sectores productivos la necesidad de producir con sostenibilidad está generando más beneficios económicos a futuro y, entonces, empiezan a ver en esta agenda una oportunidad. Y te doy un ejemplo: la Unión Europea está sancionando una nueva normativa por la cual va a importar solamente productos libres de forestación y, para eso, los productos tienen que tener un certificado. Entonces, en un país como la Argentina, muchos sectores no pueden darse el lujo de perder ese mercado y empiezan a hacer esfuerzos para certificar sus productos libres de deforestación, a tener más controles y empiezan a premiar las prácticas más sostenibles. Y en eso, el rol del Estado es fundamental porque tiene que acompañar esas nuevas prácticas y dar las herramientas —de financiamiento, información o regulación— para poder acompañar a los distintos sectores productivos y también para castigar o controlar a aquellos que no cumplan la norma. Tiene que haber una transformación y un acompañamiento absolutamente de toda la sociedad y de todos los poderes del Estado. Entonces, se empiezan a dar estas transformaciones, pero me parece que hay que acelerarlas porque uno de los principales factores que tenemos en contra con la crisis climática es el tiempo.
— Estamos en un momento de transición energética y Argentina está muy en la mira por recursos como el litio y el gas de Vaca Muerta. ¿Cómo convive el impulso a esas industrias extractivas con el cuidado del medio ambiente?
— Creo que esa es la palabra clave: convivir. Estamos hablando de una transición. Si nosotros pretendemos que estos cambios sean de la noche a la mañana o de manera radical, creo que vamos a perder todos y, sobre todo, quienes estamos defendiendo un nuevo modelo de desarrollo. Entonces, tenemos que pensar en cómo generamos esas transiciones para generar virtuosidad en este modelo. Por ejemplo: en el caso del litio, Argentina está bendecida con una de las reservas de litio más grande del mundo —que comparte con Chile y con Bolivia— que es una herramienta fundamental para la transición energética. Pero, claro, eso tiene que ver también con un modelo de extracción de un recurso que durante muchos años o que en muchos casos no es sostenible con el ambiente o con las personas que habitan en esos territorios. Entonces, se tiene que dar ahí una discusión profunda y una clara regulación y control en cómo extraemos ese recurso.
Y esa discusión tiene que ver también con la transformación de nuestro sector ambiental o ambientalista, que creo que ha madurado muchísimo estos últimos años, y en pensar la transición desde una clave argentina, regional y del sur global, en donde podamos pensar en que esos minerales son necesarios para la transición pero que le tenemos que dar valor agregado para que no signifique de nuevo una primarización de nuestra economía en esta nueva oportunidad de transición energética. Y, por supuesto, el otro tema fundamental es cómo impacta eso en las comunidades que viven allí —sobre todo si se necesitan grandes cantidades de agua y eso afecta al acceso al agua a las personas— y cómo, además, el beneficio de esa nueva economía y ese nuevo sector productivo impacta directamente en la calidad de vida de la gente que vive ahí. Creo que también esa es la discusión. Y, en ese sentido, nosotros venimos trabajando hace ya casi dos años con el Acuerdo de Escazú como una herramienta fundamental para garantizar el acceso a la información y a la toma de decisiones en cuestiones ambientales y en el acceso a la justicia en caso de controversias para proteger a las comunidades que habitan en esos territorios y que, en muchos casos, históricamente han sido las las más desprotegidas.
— ¿Y en el caso de Vaca Muerta?
— El gas de Vaca Muerta es una gran oportunidad para Argentina. Sabemos que en términos de carbonización no es una solución a largo plazo. En algún momento, el mundo —y hacia eso vamos con el Acuerdo de París— va a decir se acabaron los combustibles fósiles, hasta acá llegamos. Pero en el proceso de transición tenemos que pensar cómo hacemos, principalmente para los países que tienen este recurso y cómo lo utilizamos para esa transición. En el caso del gas natural, a largo plazo no es una solución, pero en el corto y mediano plazo puede ser una solución por tres aspectos. En primer lugar, porque el gas natural es menos contaminante que el carbón o que el petróleo. En segundo lugar, porque nos permite ser autónomos y tener superávit energético, y eso significa que no tengamos que seguir importando combustibles fósiles líquidos. Y que entonces esos dólares, esas reservas, los podamos utilizar también para el desarrollo de la Argentina. Y, en tercer lugar, porque si eventualmente la Argentina puede exportar el gas natural a Bolivia, Brasil y Chile, lo que estamos impulsando es que esas divisas que ingresen se inviertan directamente en la transición energética, es decir, en fuentes más limpias o renovables de producción de energía.
El ambiente en debate
— Hiciste mención a una madurez del movimiento ambiental en Argentina. ¿A qué te referís con eso?
— Creo que hay una madurez en los movimientos y las organizaciones, sobre todo entre las juventudes, que entienden que el modelo de transición ecológica tiene que ser soberano. Es decir, un modelo de transición de la Argentina para la Argentina y para el mundo, en clave regional, en clave de Mercosur y en clave del sur global. Durante algún tiempo compramos la agenda del norte, un poco más radical, una agenda de organizaciones transnacionales ecologistas, que está muy bien, pero se formaron en base a la situación de Estados Unidos o de países de Europa, que no es la misma situación nuestra. Entonces creo que aquí se está trabajando en una narrativa muy local que no deja de exponer las contradicciones que tenemos, las necesidades, los problemas y los desafíos que tenemos, pero en clave argentina. Creo que eso es un gran paso a que las discusiones se puedan dar y se puedan encontrar esta síntesis de desarrollo con sostenibilidad, y no solamente el antagonismo que venimos viendo hace muchos años.
— ¿Cómo ves esas discusiones en el contexto electoral?
— Creo que, de alguna manera, eso es lo que se está discutiendo en este marco electoral: que el modelo de desarrollo del país sea con los argentinos y las argentinas adentro, y que sea una modelo para los argentinos y argentinas. Que no se repliquen ideas que sabemos que no han funcionado —y que no son nada nuevas aunque las quieren vender como nuevas— como las privatizaciones, las desregulaciones, los sistemas monetarios como la convertibilidad o la dolarización, que no solamente generaron más pobreza y más retraso, sino también una expoliación de nuestros recursos naturales a favor de empresas transnacionales de otros países que venían a extraer esos beneficios y que no generaban nada para la Argentina; un modelo en el que no se pensaba en crear valor local, en crear ciencia y tecnología y puestos de trabajo, ni en crear una industria nacional fuerte que, ya lo sabemos, va a ser la única que va a proteger nuestros intereses y nuestro legado.
— Estamos a días de un balotaje en donde uno de los candidatos, Javier Milei, niega el cambio climático e incluso dijo que la forma de combatir la contaminación es privatizando nuestros ríos y recursos naturales. ¿Qué opinás sobre ese discurso?
— Hace unos años una podía decir que esos discursos negacionistas eran por ignorancia, pero la evidencia ya es abrumadora y creo que, obviamente, ese negacionismo esconde un interés. Es ese fundamentalismo por alambrarlo todo, una forma de ver el mundo que solo va a traer más pobreza y más exclusión. Porque en en este nuevo mundo en el que vivimos, con estas múltiples crisis, es imposible demarcar todo y no pensar en soluciones colectivas que nos beneficien a todos. Son problemas globales que nos afectan a todos y a todas, si intentamos atomizar las soluciones y que cada uno cuide su ranchito, está claro que es más posible que nos extingamos a que sobrevivamos. Entonces, me parece incluso que la agenda que están proponiendo va en contra de los intereses que tienen y que supuestamente defienden que es la libertad. ¿Cuán libre podes ser en un mundo, en un país, que no tenga calidad de aire, donde no puedas acceder a agua limpia, donde se afecte a tu salud constantemente, donde los alimentos que comas sean dañinos para la salud? Es inviable vivir en un país así. La verdadera libertad no se alcanza con ríos contaminados o ignorando las brechas de género, sino con más y mejores políticas. Entonces, insisto, me parece que ese discurso va incluso en contra de sus supuestos intereses. Lo que pasa, claro, es que tiene intereses cortoplacistas que tienen más que ver con la acumulación y la especulación, y no con una idea colectiva de desarrollo.
— Es decir que en ese discurso hay una disputa por el modelo de país.
— Claro. Ellos piensan un país para el 1%, no para el 99%, y nosotros tenemos una agenda de mayorías. Y la agenda climática y ambiental es una agendas de mayorías. Ese es el paradigma que ha cambiado en los últimos años, que el ambientalismo no se trata solamente de un grupo que quiere defender una reserva ecológica sino de una transformación radical de la manera de producir y consumir, de cómo queremos habitar este planeta, y de cómo hacemos que esto sea un lugar para que puedan vivir las próximas generaciones. Entonces, la ambiental es una agenda de mayorías y creo que es eso a lo que ellos se oponen, a las agendas de mayorías que pueden generar la habitabilidad para todo el mundo, con una sociedad más igualitaria, y es contra eso contra lo que ellos luchan ya sea cuando hablan de cambio climático, de salud, de educación, de brechas de género o de lo que sea. A fin de cuentas, de lo que se trata es de que ellos defienden los intereses de unos pocos y la acumulación de riqueza en pocas manos.