El presidente de Chile Sebastián Piñera Chadwick, en cadena nacional dijo ayer, domingo 20 de octubre de 2019 que: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, que está dispuesto a usar la violencia sin ningún límite”. Si ya hubo un shock nacional al llamado institucional de sacar a los militares a las calles de todas las regiones del país, esta sentencia perturbadora, violenta, sin juicio ni asidero con la realidad ha sido un detonante de más hartazgo, descontento e incredulidad frente a acciones que nadie pensó que podrían ocurrir 72 horas antes cuando la “normalidad” reinaba en democracia.
Las personas rememoran las experiencias traumáticas vividas durante la dictadura de Augusto Pinochet Ugarte, se repiten epítetos, frases, saqueos y quemas de supermercados por parte de “desconocidos” para producir una neurosis colectiva frente al desabastecimiento, el corte de la locomoción pública obligando a los y las ciudadanas a caminar largas horas para llegar a sus casas o trabajos, pues el castigo siempre lo reciben las clases que están superadas por el endeudamiento y no tienen privilegios, las formas de establecer y cercar la información, las imágenes, aunque viralizadas por las redes sociales, es como ver una película en reversa hacia 1973.
En Chile el nepotismo, el saqueo a los recursos naturales, la limitación de nuestros derechos humanos frente al neoliberalismo caníbal, que en el territorio ha sido laboratorio y caldo de cultivo de exportación, han superado la paciencia de un pueblo que permanecía estático, aplastado por una educación de las emociones mediada por los medios de comunicación que han privilegiado en su agenda la estructuración de modos de vida, estereotipos de élite y banalidad sexista transversal que moldean día a día, por décadas, las aspiraciones de quienes ven en la acumulación de dinero, el poder y la hipersexualización una meta de felicidad, o al menos, de superioridad.
El presidente agregó en su discurso sobre el día de hoy: “Mañana vamos a tener un día difícil. Estamos muy conscientes de que tienen un grado de organización, de logística, propia de una organización criminal”. Las cacerolas que se golpean junto con otros elementos de culinaria, que es la forma de protesta cuidadana generalizada, muchas veces familiar, a lo largo del país no está a la altura de una organización criminal. La herida social, la burla, la desigualdad, el maltrato y la indolencia de la clase política de todas las tendencias ha sido la causante de que una población acostumbrada a bajar la cabeza y seguir alienada para proveer a sus seres queridos reclame de forma masiva en un estallido social, en cada comuna, provincia y región del país por sus derechos y por tener autoridades competentes como legisladores, probos funcionarios públicos.
Este aprendizaje es también para cada uno de nosotros y nosotras como sociedad, para no olvidar que nadie tiene la vida comprada, que la acumulación no es simétrica con el bienestar, que la competencia naturalizada es un síntoma de una enfermedad crónica que debe ser reflexionada y erradicada, y que la libertad común e individual es siempre la mayor fortuna.