“Las mujeres somos malas cuidando a la familia, digamos eso, es la verdad”, sugirió María Jesús Izquierdo a un auditorio femenino que no sabe cómo reaccionar al respecto. Este podría ser un argumento para salir de una situación injusta: la organización social de los cuidados es desigual, las mujeres pasan el doble de tiempo que los varones en las tareas de cuidado, según se desprende de la Encuesta de Uso de tiempo en la Ciudad de Buenos Aires. “Con amor o sin amor el trabajo doméstico y de cuidados es trabajo”, había sido un lema de la convocatoria del Paro internacional de mujeres del 8 de marzo pasado; en sintonía, el Ministerio Público de la Defensa (MPD) de la Ciudad de Buenos Aires presentó el programa Co-responde, con una consigna que funciona como interpelación y demanda: “Si el Estado no garantiza, las empresas del sector privado no cumplen, la comunidad no exige y los varones no asumen que también les corresponde, no hay cambio posible”.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de “cuidados”? Según el cuadernillo Hacia una redistribución igualitaria de las tareas de cuidado publicado por el INADI y que sigue las indicaciones de la CEPAL, se denomina así al conjunto de “actividades que se realizan a fin de satisfacer las necesidades básicas para la existencia y el desarrollo de las personas. Estas tareas implican el cuidado personal, el cuidado directo a otras personas, la provisión de precondiciones para realizar el cuidado (como por ejemplo la compra de alimentos) y la gestión del cuidado (cocinar los alimentos para satisfacer la necesidad básica de alimentación de todo el grupo familiar)”.
Es decir que por “cuidados” se entiende toda actividad que hacen históricamente las mujeres amas de casa durante toda su vida y que realizan en sus ratos libres las mujeres que también trabajan afuera de la casa. Con anclaje en la división sexual del trabajo, las tareas vinculadas con lo doméstico-reproductivo fueron establecidas como labores femeninas. En la actualidad, más allá de que la participación laboral remunerada de las mujeres se haya modificado, la responsabilidad de las tareas de cuidado y su desarrollo continúa recayendo en manos femeninas.
El programa Co-responde fue presentado en la Biblioteca del Congreso de la Nación con una jornada de exposiciones de diversas especialistas el último viernes 3 de noviembre. “El cuidado no puede dejarse en manos de las familias, se debe involucrar al Estado”, dijo la responsable del Programa de Género del MPD, Josefina Fernández. Para ella el cuidado es tanto una necesidad como un derecho y es el Estado quien debe responder a su demanda, así como debe impulsar acciones para contrarrestar la arbitrariedad históricamente construida de su feminización.
Pero ¿por qué endilgarle todo al Estado? La investigadora del CONICET Corina Rodríguez Enríquez propuso que además de los hogares y el Estado la organización social del cuidado debe incluir al mercado y a la comunidad, como agentes co-responsables. Rodríguez Enríquez expuso el carácter doblemente injusto de la asignación de las tareas de cuidado: injusto en términos de la feminización, ya que las mujeres ocupan el doble de tiempo que los varones en estas tareas; e injusto también en términos económicos, ya que comprar cuidado es muy costoso y solo pueden tercerizarlo las mujeres de más altos ingresos. Las mujeres más pobres ocupan el tareas de cuidados el doble de tiempo que las mujeres más ricas: 7hs 7 minutos en el quintil más empobrecido y 3 hs 18 minutos en el quintil más adinerado, según el dato compartido por la investigadora.
A la desigualdad en términos de género y de clase se suma la procedencia de las mujeres que realizan esas tareas en nuestro país. Norma Sanchis, la presidenta de la Asociación Civil Lola Mora, fue clara: quienes realizan las tareas de cuidado pagas son mujeres migrantes. El principal afluente de migrantes a nuestro país es Paraguay. Según comentó Sanchis, en los últimos tiempos se ha dado un proceso de feminización del torrente de este corredor migratorio: cada 8 hombres, hay 10 mujeres. En general se trata de mujeres jóvenes, provenientes de zonas rurales (desplazadas de regiones asediadas por la economía de plantación extensiva) y que deben dejar a su propia familia para venir a cuidar otras familias en la Argentina.
La propuesta del Ministerio de la Defensa fue acompañada por mujeres sindicalistas. Vanesa Siley es la Secretaria General del Sindicato de Trabajadores Judiciales de la Ciudad de Buenos Aires, ella sumó el análisis de la legislación laboral al respecto, principalmente la Ley de Reforma Laboral que está pronta a votarse. “Nadie se realiza en una comunidad que no se realiza”, afirmó Siley para marcar el carácter social de la lógica de las tareas de cuidados, aun cuando ellas ocurran puertas adentro. Respecto al proyecto de reforma laboral presentado por el macrismo, entiende que “no hay ningún derecho progresivo en materia laboral a excepción de dos cuestiones: licencia por paternidad y licencia por cuidado de menores”. Sin embargo, aclaró que ya en la nomenclatura “menores” hay un elemento conservador, que excluye la enfermedad de otros familiares que también requieren cuidados. Y, muy relevante, agregó: “esta licencia se goza sin haberes”. Para paliar la desigual asignación de las tareas de cuidados, la ley laboral permite a los varones también tomarse días para cuidados pero, advierte Siley, en un contexto regresivo y represivo “un temor que ocurre es que por pedir licencia por maternidad o paternidad se pierdan otros derechos”.
Hogares, Estado, comunidad, varones y mercado en una articulación coordinada y corresponsable es la propuesta del Ministerio de la Defensa que apunta a un reparto equitativo de las tareas domésticas y de cuidado familiar entre mujeres y varones.
Hogares, Estado, comunidad, varones y mercado en una articulación coordinada y corresponsable es la propuesta del Ministerio de la Defensa que apunta a un reparto equitativo de las tareas domésticas y de cuidado familiar entre mujeres y varones.
Sobre uno de los puntos, el mercado, el sector privado, la profesora de Teoría Sociológica de la Universidad Autónoma de Barcelona, María Jesús Izquierdo tuvo reparos: “no considero un sujeto de diálogo a los empresarios, sino un obstáculo”. La exposición estuvo centrada en el carácter de las relaciones sociales de autonomía o dependencia que construimos en torno a lo privado y lo público. “No somos autónomas, somos sujetos interdependientes, se privatizó la dependencia, la necesidad del otro queda recluida a las 4 paredes del hogar”, analizó. Para ejemplificar este diagnóstico, la catedrática expresó que “la idea de que ´sin tí no puedo vivir´ quedó reducida al ámbito privado y no se reconoce en el ámbito social”. Para la socióloga feminista recae sobre las mujeres la responsabilidad de romper con el modelo que las ubica a ellas, nosotras, como responsables en primera y última instancia de los cuidados de las personas cercanas y del hogar, como seres que se sacrifican. Este vínculo, para Izquierdo, no es ni más ni menos que de explotación, en tanto “transferencia económica de recursos de quien produce a quien no produce: eso se llama explotación. No es una valoración moral sino económica”.
“Las tareas domésticas y de cuidado constituyen el 20 por ciento del PBI mundial”, dijo Josefina Fernández ¿Entonces por qué sólo las hacemos las mujeres y ni el Estado ni el sector privado intervienen en su agenciamiento? La respuesta es de manual: porque las mujeres tendríamos una capacidad natural para cuidar de los demás. No, esta capacidad se construye culturalmente y puede ser modificada. Habrá que empezar a reconocer, como sugería Izquierdo, que las mujeres no somos nada hábiles para las tareas del hogar y el cuidado de la familia. No dependan de nosotras, somos pésimas.