Docentes en cuarentena: el vínculo pedagógico en tiempos de virtualidad forzada

Desde hace varias semanas la docente de literatura Mariel Martínez Cabrera, como todes les docentes del país, intenta trabajar con sus estudiantes desde la lejanía. ¿Qué pasa con el vínculo pedagógico en tiempos de virtualidad forzada? “Mis estudiantes no son usuaries, son protagonistas de su formación”, reflexiona. 

El año pasado empecé a trabajar en una escuela nueva, pública, de Villa Luro, un barrio en el límite, entre la capital de Buenos Aires y su conurbano. Entré a tercer año con miedo, toda suplente. Recuerdo al piberío ante su nueva profesora de literatura: tardamos poco en medirnos; también recuerdo sus mecanismos de resistencia, de por si acaso, de y vos quién sos. Mis temores me vuelven a la memoria aún más fácilmente: en diez años de docencia aprendí a tenerlos a mano. Se disfrazan. Se visten de miedo a no caerles bien, a resultarles indiferente. Ser, para elles, un accesorio del pizarrón. No saber cómo decirles no sé. Pero son, en realidad, un miedo solo: el de encontrarme, de repente, vacía de la capacidad de establecer el vínculo pedagógico, fundamental para que cualquier aprendizaje signifique algo. A que poco de lo que haga sirva para eso.

No caigo en modestias falsas: casi nunca me pasó.  O no me pasó del todo. O quizás, si alguna vez me sucedió, un mecanismo de defensa de la profesión que se debe alojar en un rincón de mí misma, hizo que lo olvidara. 

El año pasado pisé un tercer año como suplente en la mitad del ciclo lectivo, y apareció mi miedo hecho una fiesta de disfraces. Mientras trataba de memorizar cada uno de los nombres, indagaba el libro de aula. Con el profesor anterior estaban leyendo una novela de ciencia ficción. La novela salía 1200 pesos. El profesor la había conseguido en un pdf. Sofía, erigida en líder organizativa de la manada, se ofrecía a pasármela y me pedía mi whastsapp. Mi mail, le pasé, qué sé yo. Trataba de mantener el encuadre. A veces me marea un poco la vertiginosidad adolescente.

La cuestión es que Sofía estaba escribiendo una novela. El texto cruzaba la ciencia ficción y lo maravilloso. Le propuse que su texto fuera parte de la nota trimestral. Se lo pedí impreso y me miró extrañada: ni impresora, y mucho menos Word entraban dentro de las opciones posibles. Ella escribía su novela en una aplicación que me enseñó a usar. Cada miércoles le llevaba correcciones y sugerencias en letra manuscrita en una hoja arrancada de un cuaderno porque la novedosa aplicación no permitía intervenciones. Las dos aprendimos un poco en ese intercambio. En estos días de aislamiento, me gustaría preguntarle a Sofía si terminó la historia. Necesito leer el final. No la crucé en ningún espacio de la escuela de las únicas semanas en las que esta distopía llamada coronavirus nos interrumpió el cuerpo. Tuve que borrar aquella aplicación para instalar otras que necesito para hablar con mis compañeros y compañeras, para que nueves alumnes me vean la cara.

Me acuerdo de todo esto ahora, en tiempos de virtualidad forzada. Me afirmo, estoy convencida: allí hubo aprendizaje porque pudimos construir vínculo pedagógico. Por supuesto que no sólo por eso, pero sí a condición de su existencia. 

Como todes les docentes de este país, desde hace varias semanas intento trabajar con mis estudiantes desde la lejanía, con eso que escucho nombrar como teleducación.La gran ambición de la reforma educativa del siglo XXI, las famosas TIC, el uso de la tecnología reemplazando el aula, el docente como “facilitador”, “orientador”, portador de clases magistrales. Pienso en esto mientras contesto mails de mis estudiantes que me envían fotos de carpeta que sacan con sus celulares porque no tiene computadora o no saben usar el Word -me toca darles clase de eso también, que responden preguntando, que relacionan sentidos sacando conclusiones que reboto, que devuelvo con un “esto que escribís, que decís, que pensás, lo vamos a retomar en el aula”. Porque es verdad. ¿En qué otro lugar si no es en el aula podemos poner a jugar sentidos nuevos? ¿En qué otro espacio las dudas valen tanto como las certezas? ¿En que otro grupo de gente, sino entre gente que está aprendiendo, el error cobra valor?

Francisco, por ejemplo. No me acuerdo del todo de su cara, lo vi pocas veces. Pero me llegan las fotos de su carpeta desde la dirección de mail de Valentina, de la que también tengo un recuerdo borroso. Le escribo a Valentina para que le diga a Francisco y pienso que esta podría ser una clase de discurso referido. Y también pienso en cómo hace Valentina para ir a la casa de Francisco y llevarle mis correcciones y los trabajos nuevos.  En qué podría decir si la policía le pregunta. Ensayo: la profe y Francisco quieren saber. Quieren hablar del conflicto en este cuento. Quieren encontrar una forma de acercarse a la cantidad de operaciones del pensamiento que realizan siempre con otros, siempre en grupo, hablando, además, desde las miradas, desde los gestos.

También están les que ya conozco, claro. Pibes y pibas con las que ya compartimos el aula. Es lindo reconocerles.  Les que se animan a hacer consultas, les que hacen afirmaciones estrafalarias, les que contestan con ironía, les que responden a los puntos uno, dos y cinco con un “no entendí”. Me devano el pensamiento en cómo cruzarles; sé que de sus diálogos saldrían reflexiones nuevas. Sé que Nicolás traería una metáfora de fútbol, que Adrián se ofrecería a dibujar el cuento, que Giulana querría leer en voz alta. No es extrañarlos (o al menos no sólo) es más parecido a necesitarles. A saber cuánto se necesitan. A reconocer que en la distancia el vínculo pedagógico se torna frágil y que sin él es más difícil construir pensamiento crítico, solidaridad, creación. Democracia. 

La escuela secundaria necesita, desde hace mucho, repensarse. De eso no hay duda. Aprovecho este tiempo para tomar nota. Desde casa. Anoto: mis estudiantes no son usuaries, sino protagonistas de su formación. Anoto: en el aula no pensamos soluciones ni respuestas, sino nuevos problemas y preguntas.  Anoto: cuando vuelva a la escuela, sacar el Zoom. Instalar la aplicación que me permita leer el final de la novela de Sofía. Subrayo: Sofía.