El asentamiento Nazareno está ubicado en la zona de Pamplona Alta del distrito de San Juan de Miraflores. Llegar en bus de transporte público desde el centro de la ciudad de Lima puede tomar más de dos horas durante las horas pico, a pesar de que sigue siendo una jurisdicción de la capital. Ahí, en medio de los cerros abarrotados de casas a medio construir hechas de ladrillos y triplay, se encuentra el colegio El Nazareno, una escuela pública que recibe a casi mil niñas, niños y adolescentes provenientes, la mayoría, de familias en situación de pobreza.
Cada año, la escuela registraba, por lo menos, una docena de adolescentes embarazadas. Las alumnas enfrentaban la maternidad sin ninguna otra opción más que la de abandonar sus estudios. Lo que se vivía en el colegio era el reflejo de una problemática mayor dentro del distrito donde, en los últimos diez años, se han registrado más de 9 mil partos de adolescentes entre 15 y 19 años, es decir, un promedio de 3 partos diarios, de acuerdo a las cifras del Sistema de Registro del Certificado de Nacido Vivo del Ministerio de Salud.
“Teníamos un gran índice de jóvenes embarazadas y eso hizo que llamara nuestra atención y proponer una alternativa de solución para hacer frente a este problema. Esa era la inquietud de los maestros aquí en el colegio, ver qué hacer para poder bajar ese número de adolescentes embarazadas porque eran nuestras escolares”, recuerda la profesora Rocío Canales, quien lleva 31 años enseñando en El Nazareno.
La solución que encontraron fue comenzar a conversar con los y las estudiantes y en esa conversación priorizar las temáticas de cuidado del cuerpo, toma de decisiones responsables y enamoramiento. Tenían la seguridad de que si las y los adolescentes tenían más información sobre estos temas podrían tener más herramientas para prevenir embarazos. Comenzaron a hablar en el curso de Tutoría, el espacio pedagógico asignado por el Ministerio de Educación para abordar estas materias. Pero no pasaría mucho tiempo para darse cuenta que tan solo una clase de dos horas a la semana era poco.
“Había muchos tabúes, las niñas no se bañaban cuando les venía la regla porque su mamá les decía que les iba a salir un tumor, un fibroma, los estudiantes varones desconocían que eyaculaban en un momento de la adolescencia, inclusive durmiendo, pensaban que se habían orinado en la cama. Desconocían su cuerpo, las funciones que tiene y el desarrollo hormonal y fisiológico que se da”, señala la subdirectora Rosa Avilés.

Los mitos, la desinformación y prejuicios relacionados a la sexualidad eran innumerables. Fue entonces que la plana docente del colegio decidió dar un paso innovador: empezaron a desarrollar estos contenidos en todas las clases y ampliaron las materias para enfocarse también en la prevención de la violencia, la importancia del diálogo en la familia y la igualdad entre hombres y mujeres, la autoestima y los derechos humanos.
En el curso de Comunicación elaboraron afiches sobre derechos e igualdad, en Arte hicieron dibujos y maquetas sobre la repartición equitativa de las responsabilidades del hogar entre hombres y mujeres, en Historia revaloraron la participación de las mujeres, en Matemática desarrollaron ecuaciones y gráficos sobre embarazo adolescente y violencia, en Educación Física reforzaban que los deportes eran para todas las personas y que no había algo asignado solo para varones o mujeres.
Los y las estudiantes se involucraron con mucho entusiasmo en esta nueva metodología curricular. Finalmente, las y los adolescentes tenían un espacio seguro para aprender de temas que desde hace tiempo querían conversar, pero que no consultaban por vergüenza. Si bien al inicio el silencio y las risas nerviosas predominaban en clase cuando se abordaban algunas de estas temáticas, con el tiempo la seguridad y participación de las y los estudiantes fue aumentando. Ahora, cada vez que el alumnado necesitaba algún consejo, sabían que podían acudir a sus maestras y maestros.
El trabajo del colegio comenzó a dar resultados. En 2008, cuando iniciaron la intervención, habían registrado 13 casos de embarazo adolescente. En 2010, solo tuvieron ocho; en 2012, fueron cinco casos; en 2014, solo uno; hasta que, en 2015, todas las escolares culminaron sus estudios sin ningún embarazo que trunque sus proyectos de vida. Desde entonces, los casos de embarazo adolescente son bastante esporádicos.
El trabajo del colegio comenzó a dar resultados. En 2008, cuando iniciaron la intervención, habían registrado 13 casos de embarazo adolescente. En 2010, solo tuvieron ocho; en 2012, fueron cinco casos; en 2014, solo uno; hasta que, en 2015, todas las escolares culminaron sus estudios sin ningún embarazo que trunque sus proyectos de vida. Desde entonces, los casos de embarazo adolescente son bastante esporádicos.
“Es un logro bastante grande que fue producto de varios años de trabajo de todos los profesores. Inicialmente eran unos dos o tres profesores, pero poco a poco los profesores de diferentes áreas se fueron sumando también a este trabajo. A ellos se debe ese logro”, resalta la profesora Canales.

Una experiencia similar se implementó en el colegio San Fernando, ubicado en la región amazónica de Ucayali la cual, desde 2013, registra casi 21 mil partos de adolescentes, ocupando el noveno puesto de las regiones peruanas con mayor tasa de embarazo de jóvenes entre los 15 y 19 años de edad. La escuela es ahora una institución emblemática para Ucayali, que concentra el 23% de familias en situación de pobreza, con 50 años de fundación, la escuela ha sobrevivido a la precariedad de sus dos primeras aulas hechas con madera. Hoy, es un centro de estudios para 1064 escolares de secundaria.
Anualmente, tenían un promedio de 20 casos de embarazo adolescente. “Nos dimos cuenta que eran las mujeres las que abandonaban el colegio y nos preocupamos, nos preguntamos qué podría estar pasando, ya conversando con muchos padres nos decían que habían abandonado la escuela porque se habían embarazado”, cuenta Llipolita Ríos, profesora del colegio desde hace 36 años, y la primera subdirectora que ha tenido la escuela.
“En 2008, yo, como tutora de mis estudiantes de 4° grado (de secundaria), fui a visitar a mi niña que había desaparecido, preocupada porque era una niña muy pilas, era muy empática con sus compañeros, ella tenía unos 15 años y la encontramos embarazada. Me dijo que no quería volver al colegio por vergüenza. Su mamá, que era evangélica, me dijo que ya no volvía a la escuela porque se había equivocado (al embarazarse). Yo le decía, si ella se queda así va a seguir replicando su pobreza, pero si avanza con su secundaria ella va a tener mejores oportunidades”, narra la profesora.
Convencer a la familia de la estudiante no fue fácil. Pero, al final, accedieron a que continúe yendo al colegio. Así, la adolescente retornó a clases y pudo graduarse, aunque lograrlo no fue para nada sencillo. Su presencia y su embarazo despertaron múltiples reclamos por parte de las otras familias. “Un grupo de madres y padres se oponían a que vaya al colegio, me decían profesora cómo va a permitir esa clase de estudiante, es un mal ejemplo. Ustedes están premiando al que se porta mal y eso no es buen referente para nuestros hijos”, recuerda la profesora.
Pero la oposición de las familias no logró que el colegio restrinja el derecho a la educación de las adolescentes. “Esta niña que no continúa en la escuela por un embarazo seguirá siendo postergada, la escuela no es para discriminar, no es para postergar un proyecto de vida”, sostiene con firmeza la profesora. Convencida de que la escuela debía ser un lugar seguro para todas las adolescentes, comenzó a concientizar a la comunidad educativa sobre el derecho de las madres adolescentes a continuar con sus estudios.

Así, más adelante, con el apoyo de más docentes, comenzaron a trabajar en escuelas de padres donde no solo hablaban acerca de cómo prevenir los embarazos adolescentes, sino también sobre la convivencia familiar sin violencia, el manejo de las emociones, cómo detectar alertas sobre violencia y dónde denunciarlas, entre muchos otros temas relacionados al desarrollo humano. Estas mismas charlas comenzaron a implementarse con el alumnado desde todos los cursos. Al igual que el colegio El Nazareno, establecieron una estrategia transversal a toda su currícula educativa.
Como resultado, la realidad en el colegio comenzó a transformarse. Ya no había deserciones escolares por casos de embarazo, sino que estos también comenzaron a disminuir. “Nosotros en 2019 hemos tenido un récord porque solo tuvimos tres embarazos, era para nosotros nuestra mayor satisfacción. Hemos ido bajando, primero 10, luego 6, luego 5 y finalmente solo 3. Entonces ahí decíamos lo estamos logrando y nos daba grandes satisfacciones”, resalta la docente con emoción.
Más que solo conocimiento teórico
Las experiencias de estos dos colegios son prueba de que el acceso a información relacionada a sexualidad y desarrollo humano son necesarias para mejorar la calidad de vida de las y los estudiantes. Rosa Avilés lo tiene claro: “Este es un aprendizaje para la vida, no solo en el aspecto de conocimiento (teórico), sino también en que el estudiante tenga una enseñanza integral”.
O como lo afirma Llipolita Ríos: “Cómo yo estoy caminando, cómo pienso, cómo actúo, cómo me visto, cómo disfruto la vida todo es la sexualidad. Esa es la educación para la vida. Si nosotros no formamos en el buen vivir a partir de reconocerse como sujetos de derecho, creo que estaríamos mal. Tenemos que cambiar nuestra práctica y saber que eso es la educación sexual integral, la educación para la vida”.
Ambas escuelas continúan apostando por una educación que realmente garantice que las y los adolescentes puedan crecer y desarrollarse en entornos igualitarios y libres de violencia. Su labor es aún más admirable, teniendo en cuenta que se desempeñan en un país cuyo Poder Legislativo aprobó, en junio de 2022, la Ley 31498 que pone en jaque la vigencia de la casi nula implementación de la educación sexual integral en las escuelas.
Esta ley, disfrazada bajo el título de querer “impulsar la calidad de los materiales educativos” y promovida por grupos antiderechos, da carta abierta a dichas agrupaciones para que veten los textos escolares que, según ellos, fomentan “ideologías” o “prácticas que pueden configurar un delito sancionado por lo moral”, es decir, todo lo relacionado a la igualdad de género o, como ellos lo llaman, ‘ideología de género’.
A pesar de esto, y con todo en contra, las dos instituciones siguen firmes compartiendo sus experiencias con más escuelas públicas. Saben que en un país donde cada año unas 50 mil niñas y adolescentes quedan embarazadas, ya sea por falta de prevención o por violencia sexual, garantizar la implementación sexual integral es fundamental para resguardar el derecho a una vida digna.
Ambos colegios lograron transversalizar la educación sexual integral gracias al apoyo del Movimiento Manuela Ramos.
Este trabajo fue producido bajo la mentoría de LatFem para el Cambio narrativo para el periodismo feminista gracias al apoyo de Oxfam, en el marco del programa Poder Elegir y con el soporte económico de Asuntos Mundiales Canadá.