En esta entrevista analizamos junto con la exministra los nudos que tensaron la relación feminismo/Estado y las características del momento actual, con una campaña política donde las políticas de género brillan por su ausencia o, más aún, son señaladas como responsables del malestar social.
—¿Qué diagnóstico hacés del movimiento feminista local?
—Creo que venimos de un momento —podríamos decir, hasta la pandemia— de un movimiento que estaba en constante crecimiento y ampliación. No solamente en términos sectoriales sino además en términos de agendas. Muy móvil, muy motorizado. Tenemos 2015 con Ni Una Menos, sí, pero luego se volvió a inflar. Como cuando una ve una ola y dice “la ola en algún momento baja”, pero en vez de bajar sigue subiendo. Eso pasó en el 2018. El aborto era una demanda que era eje rector de los distintos feminismos y de las distintas agendas de nuestros feminismos populares en Argentina. Creo que llegamos así a la pandemia y a la conquista del aborto en 2020.
Tengo la sensación de que en los dos últimos años estamos con algunas cuestiones vinculadas a las necesidades materiales por las que estamos atravesadas todas. Todas, todas, todas. No creo que sea un repliegue. La precarización de nuestra vida complejiza una agenda que era tan potente, con una demanda tan concreta, tan fácil de explicar, que tenía tanta historia, que tenía tanta lucha atrás y que además era transversal. Creo que las necesidades materiales nos atraviesan durante la pandemia y en la post pandemia. Eso y la conquista de la principal demanda que teníamos nos dejan en estado de suspenso, es como lo siento yo. A esto se le suma una decisión política, a partir de las elecciones del 2021, de que nuestra agenda deja de ser una agenda prioritaria de un gobierno que venía diciendo que era el que iba a hacer eso —y lo hizo bastante, pero dejó de motorizarla.
“A partir de la derrota catastrófica del 2021, de las elecciones de medio término, muchísimos compañeros, y supongo que algunas compañeras, de nuestras organizaciones, de nuestro partido, de nuestro gobierno, entendieron que era piantavotos”.
—¿Es una sensación tuya?
—No, no es una sensación mía, es una realidad. A partir de la derrota catastrófica del 2021, de las elecciones de medio término, muchísimos compañeros, y supongo que algunas compañeras, de nuestras organizaciones, de nuestro partido, de nuestro gobierno, entendieron que era piantavotos. Dijeron que el problema era que nos ocupamos de cupo, que nos ocupamos del aborto. Ahí aparece ese discurso, que es triste porque, más allá de la ultra derecha, es desde adentro del gobierno, de un movimiento nacional y popular, que empieza a tejerse la idea de que se trata de políticas de minorías. A la semana de haber perdido las elecciones publiqué un artículo que hablaba sobre “políticas de mayorías”, porque había que discutir ya no contra la oposición, ya no contra el discurso de la derecha. Ese debate lo sabemos dar pero cuando tenés que discutir hacia adentro y, además, para dar esa pelea necesitás la fuerza del movimiento y la decisión política, cuando la fuerza del movimiento afloja un poquito, la decisión del gobierno de motorizar también afloja. Aflojó en gestualidad, aflojó en prioridades, aflojó en la dificultad con la que nos costó poder presentar el proyecto del sistema de cuidados. Eran las tres patas que teníamos: aborto, cupo y cuidados, en términos normativos. Decíamos: en una primera gestión creaste un ministerio, creaste una cantidad de programas de transferencia, generás institucionalidad, aumentás la institucionalidad en general, sacás estas tres leyes, al menos para cuatro años de un gobierno que no iba a bajar de la Sierra Maestra una podía decir que estábamos conformes.
Después, lo que empieza a pasar es un retraimiento muy general respecto a la bola que te dan. Si el área especializada pierde fuerza política —por las dos cosas, por la suspensión del mandato y porque ya se dan cuenta de que ante eso que supuestamente vendía, empiezan a aparecer voces de que no garpa políticamente— empezás a perder potencia en la transversalización de todas las políticas, que era la clave. Con el presupuesto que teníamos, por más que era un montón, porque habías pasado casi de 0 a 100, vos sabías que con eso solo no cambiabas realidades. Así que para mí hay algo que se junta con estas dos cuestiones: enormes necesidades materiales y, hacia adentro de nuestras propias fuerzas, la instalación de que ya está, de “¿qué más quieren? Tienen el Ministerio, tienen el aborto, ¿qué más quieren? Qué ganas de joder, no jodan más”. Así dicho, nadie me lo dijo, pero se podía leer.
Y, además, el crecimiento a partir del 2021, acá y en el resto del mundo, de la ultraderecha. Unas derechas rabiosas, zombies, misóginas, que escogen como principal adversario a nuestra agenda. Entonces, el problema está cuando uno ve quiénes votan a Javier Milei, que son esos varones precarizados, sin expectativas de ningún tipo, ni en sus vidas ni en sus laburos. (La ultra derecha) le habla a esos enojados que dicen “encima de toda esta mierda en tu vida, estas vienen a quitarte el poco poder o mucho poder que vos tenés dentro de tu casa, el que tenés sobre tus hijas o hijes”.
Todo eso confluyó en un estado de latencia. Pero hay algo en lo que sí se avanzó de forma manifiesta en los últimos años, que para mí es ya territorio conquistado: en la porosidad. En la Internacional Feminista nos venismos juntando hace tiempo con compañeras de toda Latinoamérica, de distintos lugares del mundo, y la porosidad que tiene nuestro feminismo villero, feminismo sindical, feminismo empresarial, en los clubes de fútbol, en los partidos políticos, es única. El feminismo está ahí, por más que nosotras sintamos que la espuma bajó.
“La porosidad que tiene nuestro feminismo villero, feminismo sindical, feminismo empresarial, en los clubes de fútbol, en los partidos políticos, es única”.
Obviamente, se nos complica sin una agenda fácil de traducir en común. Se multiplicaron las agendas. Y el otro gran problema que tuvimos fue la ruptura del Encuentro (Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y NB, antes Encuentro Nacional de Mujeres). Veníamos de dos años sin Encuentro (debido a la pandemia por COVID 19). El Encuentro es como esas ollas donde se cocina y cada uno tira condimentos que después se convierten, por ejemplo, en la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. Eso para mí complicó la posibilidad de sostener la efervescencia. Este año es un año electoral, con una precarización de la vida en general. Quizás necesito creer, pero estoy convencida, sépanlo, que hay un piso, un subsuelo que está regado. Eso me parece que es territorio ganado y no estaba hace cinco años.

La política feminista
—Si está regado es porque hubo espuma alta, ¿o al revés?
—El movimiento feminista tiene ventajas y desventajas. Es pura ventaja no tener representación, que no tenga referentas que sean las representantes. Uno podría pensar en el movimiento obrero organizado, donde es clave la representación. Para mí estos son los dos grandes movimientos que tienen capacidad de luchar, de transformar, de hacer conquistas en momentos regresivos, como en el que estamos, en crisis civilizatoria, con la derechización de la política. El movimiento obrero organizado tiene representantes que se sientan en la mesa. Nosotras no. Eso es una ventaja en ciertas situaciones, es como si nos miráramos entre todas lamentándonos: ¿y la espuma dónde se fue, qué hacemos? Es una ventaja porque permite no ser atrapado.
—Sale una y entra la otra. En relación a esa porosidad que tiene el feminismo, podemos pensar que la derecha entendió muy bien que la batalla es cultural. Entonces, en su disputa no les interesa tanto ganar las elecciones como dar esa batalla cultural a largo plazo, como la dimos nosotras.
—Ganar el sentido común, claro. La derecha lo aprendió con el macrismo. Entendió que el sentido común es un sentido de mayorías y ellos nunca tenían capacidad de presentar un proyecto que sea de mayorías, porque centralmente estaban dirigidos a sus minorías. Entendieron muy bien que había que ganar el sentido común, había que ganar las calles, algo que también hicieron, y en esto los antiderechos también fueron al mismo terreno que nosotras, a la calle. Después, ganar las elecciones. Ese proceso que hizo la derecha macrista es interesante y tengo la sensación de que nosotros —no hablo del movimiento feminista sino del movimiento nacional y popular— no tuvimos la misma capacidad de creatividad para poder pensar la etapa y poder dar respuestas distintas.
—Volviendo a la política feminista en el Estado, ¿qué características tiene que tener una política pública feminista?
— Es una condición absolutamente sine qua non que vaya acompañada de una notoria y visible decisión política. Vos tenés millones de políticas de Estado, pero no todas se evidencian como una prioridad o que hay un interés especial del presidente o de la presidenta. Eso, en términos objetivos, hacia adentro del Estado, es muy importante.
Cuando una no está en el Estado, piensa que el Estado es un ente. Pero el Estado es una red infinita de cruces y de tejes. Para poder sacar algo, se necesita una enorme cantidad de intervenciones, de personas, de políticas, de cruces, de visados, de autorizaciones, de plata. Entonces, si vas a promover una política feminista, lo que necesitás es decisión política. ¿Por qué? Porque nuestra agenda todavía es una agenda en disputa, una agenda en disputa en el sentido común, dentro de nuestros propios espacios, una agenda en disputa dentro del Estado. Sacando la cosa más misógina, muchos piensan que no es correcto ocuparse de los temas de género con la pobreza que hay, como si las pobres no fuésemos nosotras. Entonces, si no hay una evidente decisión política de priorizar, no se puede. Nadie discute que tiene que ser una prioridad la política de salud. El día que no se discuta que las políticas de género son prioritarias puede no ser imprescindible esa evidente decisión política. Como todavía estamos disputando, lo es.
Por otro lado, transversalidad. Para pensar en transversalidad en las políticas feministas necesitás institucionalidad hacia adentro del Estado, no solamente a niveles provinciales, municipales. Vos necesitás tener, en cada una de las cabezas institucionales —ministerios, organismos, tal vez áreas—, alguien que traccione las políticas feministas hacia adentro de cada una de estas áreas: alguien en Cancillería, en Economía, alguien en la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), alguien en el Banco Nación. No hay forma, si no, de pensar políticas feministas. Si no, es el nicho. Eso no quiere decir que no sean políticas feministas si se hacen aisladas, pero no vas a tener políticas de Estado feministas. Para esto también se necesita decisión política.
Nosotras creamos el Gabinete Nacional de Transversalización de Políticas de Género. Fue después de una conversación que tuve con (la abogada feminista) Ileana Arduino. Ella me estaba diciendo: che, todo bien con esto, pero hay que pensar otra cosa más. Intentamos promover que en cada uno de los ministerios y en ocho organismos estatales tuvieran a alguien —ahí depende qué es alguien: un espacio con plata, sin plata— que promueva hacia adentro. Por ejemplo, en Chile, me contaba (la ministra de la mujer y la equidad de género de Chile) Antonia Orellana, en cada gabinete de cada ministerio hay una funcionaria del Ministerio de la Mujer. Es otro modo. Ella decía que a veces no servía porque no eran funcionarios propios, era como tener una “policía de género” en tu propio gabinete. Todas pensamos lo mismo: cómo hacés para garantizar que alguien esté mirando el impacto de género de las políticas pero además que promueva políticas que sean contracíclicas en términos de desigualdad.
Y otra cosa fundamental es tener funcionarias feministas, sin eso podés tener políticas hacia las mujeres, pero no políticas feministas. Me parece que son esas condiciones: compañeras feministas, buscar estrategias de institucionalidad, de transversalización de las políticas de género, y una evidente y marcada decisión política. Si no está eso, vas a avanzar, pero no vas a tener políticas de Estado feministas.
—Nos contabas que te decían “ya tienen el aborto, el Ministerio”. Si ya tenemos la lucha histórica, que es el aborto, y tenemos la institucionalidad, ¿qué más queremos? ¿qué vuelve feminista a una política? ¿Es la población beneficiaria de esa política? Vos recién diferenciabas: una cosa es hacer política para mujeres y otra es hacer una política feminista. Entonces, ¿qué es lo que define una política feminista si no es únicamente quiénes son las destinatarias o les destinataries?
—Una política feminista es una política que que no se piensa exclusivamente para mejorarle la vida a las mujeres, sino que lo que busca es modificar —algo bastante difícil desde el Estado— un sistema que genera y reproduce violencia y desigualdad. El Estado, a lo largo de su existencia, tuvo entre sus funciones generar las desigualdades y reproducir violencia de género. Entonces, ¿cómo hacés para pelear desde adentro? Ese es un gran dilema, sobre todo para las que venimos de afuera del Estado. Bueno, con políticas feministas, no con políticas para mujeres o para gays, lesbianas. Es difícil. ¿La otra opción es quedarse del lado de enfrente, en la calle, exigiendo? Sí, nosotros creemos que hay que quedarse en los dos lados, si no no sirve.
“Una política feminista es una política que que no se piensa exclusivamente para mejorarle la vida a las mujeres, sino que lo que busca es modificar —algo bastante difícil desde el Estado— un sistema que genera y reproduce violencia y desigualdad”.

El palacio y la calle
—¿Cómo fueron esos primeros pasos del Ministerio?¿Hubo sorpresas?
—Pensábamos que nadie iba a querer reunirse con nosotras, éramos el Ministerio de las Cosas Menores. Pero nos llamaban, todos los ministros querían tener reuniones. No pensábamos que nos íbamos a encontrar —me cuesta hablar en primera persona— con que todo el primer año esa ola de la que hablábamos también había llegado al gobierno. Que todo el mundo iba a entender que estaba bien hacerle lugar a nuestras políticas. Toda la plata que fuimos a pedir el primer año, nos la dieron. Íbamos a pedir más y capaz Alberto decía: bueno, esperen unos meses. Pero ese primer año, que concluimos con el aborto, para nosotras fue una novedad. Eso nos hace conscientes de la potencia que se tiene cuando esa voluntad es tan clara. Pero también hay un momento en el que vos necesitás discutir algunas políticas en concreto, empezás a pedir reuniones y te patean como diciendo “¿qué más querés?”. Ese proceso, nosotras lo vimos y la única forma de resolverlo es con movilización, con el movimiento reclamando. Cuando yo iba a discutir el Acompañar (el Programa Acompañar es un apoyo económico e integral para mujeres y personas LGBT en situación de violencia de género) y me decían que no había guita, y en todos los foros estaban diciendo que seis meses no era suficiente, para mí ahí la movilización era clave.
—Hablemos del vínculo con el movimiento de base. Recién nombraste los foros. ¿Cómo generar esos puentes entre el Estado y la calle?
—Hay algunos que son abarcables desde la institucionalidad y otros que no. La creación del Consejo Asesor fue algo importante desde el minuto cero. El 9 de diciembre de 2019, antes de asumir, hablé con Dora (Barrancos, asesora presidencial, activista e investigadora feminista) y le dije: Dora, queremos hacer esto, que vos seas la cabeza. Ese es un puente. Después, tenemos la vinculación en términos de políticas públicas que están dirigidas a organizaciones sociales. Tenemos una gama de políticas, algunas de asistencia directa, sobre todo en situaciones de violencia, otras para promover la institucionalidad de género a nivel local o provincial. La inmensa mayoría eran políticas de transferencia de asistencia técnica y económica a organizaciones sociales. Entonces, el vínculo que vos tenés con el movimiento ahí es de tratar de fortalecerlo, de construir que cuando te vayas las compañeras que están en las organizaciones estén más fuertes y no más débiles que antes de la existencia del Ministerio. Después hay otro vínculo, que es estrictamente político, en el término exquisito de la palabra, que es que el movimiento siempre te tiene que sobrepasar. El movimiento siempre tiene que estar dejándote en falta y nunca te lo tenés que tomar a título personal. El día que dejás de estar en falta para el movimiento, te dejan de reclamar y ahí perdemos todas.
Voy a poner un ejemplo poco feliz y seguramente a muchos no les va a gustar. Cuando el movimiento de derechos humanos empieza a tener mucha más vinculación con el Estado, sobre todo en el último gobierno de Cristina (Fernández de Kirchner, presidenta en los períodos 2007-2011 y 2011-2015), empieza a perder potencia. No importa que tengas el mejor gobierno o el que más ha hecho, el Estado siempre va a estar en deuda, siempre va a cometer errores, siempre va a estar debiendo, siempre en el reparto de la torta hace una elección que no va a ser la que el movimiento está demandando. Cuando vos tenés totalmente adentro al movimiento, si como militante me tengo que callar y no puedo criticar, eso es dañino en todos los sentidos, porque no mueve. El movimiento tiene que desbordar sí o sí. Sí o sí tiene que haber una demanda. Te gustará más o menos, nos sentiremos más o menos cómodas frente a una marcha, pero la realidad es que si vos no tenés eso, el que pierde es el movimiento, no el gobierno.
Hay un vínculo que es institucional, que para mí está bueno sobre todo porque es un primer ministerio conquistado por ese mismo movimiento, no es que salió por una decisión política. El Ministerio es un interlocutor con el que nosotras vamos a debatir como movimiento, yo hoy lo pienso desde el otro lado. Me parece que es un vínculo que necesariamente, para ser sano, tiene que estar en tensión. Si no hay tensión, no es sano.
—¿Cómo se articulan con otras feministas dentro del ejecutivo? Hay espacios conocidos, como Mujeres Gobernando.
—Mujeres Gobernando no era un espacio feminista. Era un espacio de mujeres con un corte vinculado al cargo. Directoras nacionales feministas, mujeres no feministas, mujeres de todos los espacios políticos, con toda la amplitud y diversidad. Sirvió un montón, ahora no sé. Permitió, por primera vez —y eso no creo que haya sucedido nunca antes en el Estado—, un pensarse como mujeres, como funcionarias, desde una identidad —puede haber ahí mujeres massistas, mujeres feministas, no feministas, kirchneristas, de izquierda—, una identidad común que nos traía ese ser mujeres. Creo que los vínculos con las feministas han sido todos vínculos intersubjetivos. Voy a poner el ejemplo de Ceci Todesca, a quien yo adoro. Decía yo nunca me consideré feminista, nunca estuve en la agenda, ¡pero ahora me doy cuenta de que con los cuidados tienen razón!. Para mí ella es brillante. Fueron todos vínculos que se armaron por las relaciones interpersonales. A Vilma Ibarra, por ejemplo, la conocí unos días antes del 10 de diciembre. Para mí fue clave para todas las políticas de género. Ella siempre fue amorosa cuando yo necesitaba algo en los momentos en los que se empezaron a trabar las cosas. Carla Vizotti también. La presencia de Dora Barrancos. Dora me maternó en la gestión. Muy desde un lugar de cuidado, como si su función fuera esa. Después, muchísimas compañeras, la presencia de Mechi D’Alessandro en el Ministerio de Economía fue absolutamente clave.

Antifeminismo
—¿Cómo es ese momento cuándo el consenso dentro del gobierno empieza a decaer?
—Yo no representaba a ninguna de las fuerzas políticas centrales de la coalición de gobierno, me parece que vos podés tener un verano, un momento en el que tu fuerza política en la coalición de gobierno tiene fortaleza. Pero no es que vos tenés esa fortaleza —que en realidad es una debilidad políticamente—, es algo que depende de la decisión de otros. Después, esa decisión empieza a decaer. Para mí este es el momento de la política en el que más se patentiza que nuestra agenda es de quinto, sexto orden. Muy distinto es cuando es denominador común, no es de un candidato o dos, candidatos de la oposición también. Hoy, en la campaña presidencial, no es de nadie. Salvo de la izquierda trotskista. El resto desapareció. Molestamos mucho, incluso cuando salimos a señalar que no hay mujeres en la fórmula.
—¿Cuánto tiene que ver la violencia política que tuvo como objetivo a las feministas? ¿Que la agenda feminista sea piantavotos está vinculado al disciplinamiento de las feministas?
—Disciplinamiento de las feministas y de las periodistas feministas. Hay muchas compañeras demandadas, no solamente amenazadas, sino con juicios civiles. Les diría que no puedo afirmar cuál es la incidencia. Para pensar metodológicamente, es imposible saberlo. Tiene una influencia, pero también creo que siempre las feministas lo sufrieron, en muchísima más soledad que como lo hemos hecho nosotras, en nuestra época —estamos en una época en la que hacer feminismo no es una mala palabra; te castigan, las redes sociales te hacen mierda, te pueden no querer en algún lugar porque molestás, porque tu presencia solamente molesta—, pero la violencia es igual a la que sufrían otras en soledad. No puedo afirmar cuánto tiene de incidencia en la baja de nuestra agenda. Me parece que sería difícil poder afirmarlo. Sí está claro que la derechización de la política, con esta derecha misógina, que nos escoge como principal objetivo, tiene un impacto en el campo nacional y popular: esa derechización lleva a derechizar la agenda, derechizar el escenario. Pasa en otros países, Irene Montero (ministra de Igualdad de España), vetada. Es militante, funcionaria, dirigente de izquierda feminista en la coalición de izquierdas SUMAR, y sobra. Si para ellos, que están a la izquierda del PSOE, que se supone que es una coalición feminista, hay una compañera que parece ser ultrafeminista —como si existiese la posibilidad de ser ultra feminista— y por lo tanto es mejor dejarla de lado, lo que se genera es un sentido común de que efectivamente para tu desarrollo político es mejor no colocarse en ese lugar, es mejor ser moderada. Sé una feminista moderada, te dicen, si sos una feminista moderada, tenés posibilidades de seguir tu carrera política. Si sos una feminista a ultranza, no. Hay algo de disciplinamiento, que se conjuga entre la violencia política, el rol que tiene la ultra derecha y la mirada absolutamente patriarcal que sigue teniendo la política en todos sus estamentos y en todos los espacios, sean cuales sean.
Políticas públicas
—En relación a las políticas, a las medidas que se llevan adelante desde la gestión, hay programas o proyectos que si bien tienen efectos feministas, no son nombrados de esa manera, ¿hay políticas que te hayan impactado en ese sentido?
—La política de Mi Pieza, del Ministerio Desarrollo Social. Es una política que cuando preguntás por las diez principales políticas feministas nadie la va a mencionar. Pero la posibilidad de darle plata en mano a mujeres pobres para ampliar su casa, el lugar donde está con sus niñes, tiene una capacidad de empoderamiento enorme. Mujeres que jamás van a tener esa plata toda junta. Es una política bien pensada, una política que uno podría decir que es perfectamente feminista. Fueron a las últimas de las últimas. He conocido muchas compañeras de barrios que han sido beneficiarias de Mi Pieza y sé lo que impacta en la vida y en la subjetividad de esa mujer, en esa comunidad, esa familia. Entonces, para mí, más allá de que Fernanda Miño, que desarrolló Mi Pieza, no es una declarada feminista, ella llevó adelante una política que uno podría decir que es feminista, de las que uno no cuenta entre nuestras políticas. Creo que hay muchísimas otras que quizás están todavía invisibilizadas.
—En general, cuando se piensa en políticas feministas, se piensa en las violencias, en el voto femenino, en el aborto. Pero, ¿qué ejemplos podemos dar de políticas feministas que salgan un poco de esta obviedad?
—El reconocimiento de tareas de cuidado a los fines previsionales. El Estado debe reconocer que el trabajo de cuidados es un trabajo. Entre las infinitas injusticias que hay en la vida de millones y millones y millones de mujeres, está que el día que te tenés que jubilar, cuando laburaste toda tu fucking vida, no podés jubilarte. Pocas cosas, una puede pensar, más injustas. Y eso que en Argentina tenemos una cobertura casi universal, no sucede lo mismo que en el resto de nuestra región. Hay medidas previsionales, hay claramente medidas económicas que tienen un impacto. El Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) tuvo un impacto enorme porque pensó en personas en cierta situación. Toda la agenda de cuidados íntegra, lo que tiene que ver con infraestructura de cuidados, que nunca se lo coloca en la agenda de género, es fundamental. Sí lo hizo Obras Públicas, porque entendieron y crearon un programa específico vinculado a cuidados. Ellos entendieron que construir espacios de primera infancia —llevaron adelante más de 500, y Desarrollo Social otros tantos—, era hacer política de género. Una vez fuimos a uno de General Rodríguez, estaban las madres con los chicos, y yo le decía a Alberto (Fernández, el presidente) mirá, preguntale qué hacen a las madres. “Yo trabajo en mi casa, hago tareas”, todo trabajo informal, fragmentadísimo. Una tenía mellizos y era policía, entonces su madre le cuidaba a los mellizos para que ella pudiera ir a laburar. Pero, además, las minas que laburaban ahí contaban hacía cuánto tiempo estaban sin laburo. Entonces, es un ciclo perfecto de generación de empleo, de generación de igualdad. Mujeres que empiezan a tener más tiempo para poder trabajar. Abuelas que dejan de tener tres horas a dos mellizos de un año. Esas políticas son todas políticas macro, que son las que más plata requieren, las que más decisión de planificación requieren. Nosotras explicamos que son generadoras de empleo en doble sentido, generadoras de empleo como toda obra pública, pero generadoras de empleo permanente, porque están las trabajadoras que van a trabajar a los espacios infantiles. Esas deberían ser las políticas que creo que más deberíamos llevar adelante.
—Más distributivas, que tienen que ver con lo económico más que con el reconocimiento o con el tratamiento de las violencias…
—Las políticas de violencia nunca se pueden abandonar. El problema es que durante demasiado tiempo nos quisieron relegar a esa agenda. Y esa es una agenda, por un lado, que nos deja sin agencia: somos víctimas, estamos en ese lugar. Entonces vos podés hablar de trata, de femicidio. Pero cuando vas a discutir los fondos del sistema previsional no te corresponde. Por otro lado, es una agenda en la que nadie puede decir que está bien que maten a las mujeres. Es una agenda de común acuerdo. Después qué se hace es otra cosa. Pero nadie discute. Lo otro sí se discute, el sistema de cuidados, la inversión que requiere un sistema de cuidados, para pensar las licencias, etc. Hicimos un estudio que demostraba que el país que tenía menores brechas de desigualdad era Suecia. Entonces nos pusimos a estudiar cómo hizo ese país. Nos juntamos acá con el embajador y después nos juntamos con una ministra que representaba la agenda de género en la CSW (se refiere a la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU). Les preguntamos: vamos a suponer que tenemos la varita mágica y que podemos decidir, ¿qué cosas hay que hacer? Entonces nos dijeron: las licencias de cuidado, la infraestructura de cuidado. Después, nos mencionaron que ellos tuvieron, como hace 15 años, una reforma tributaria que tenía impacto de género. Entonces, lo que se logró a lo largo de 30 años, nos decía la embajadora, era que si vos sos varón y no cuidás a tus hijos sos mal visto socialmente. Esto es transformar el sentido común, lo cultural. Ahora, eso implica una decisión de Estado de sostener una cierta política a lo largo de tantos años. Y no es que no tienen brechas de desigualdad, las tienen. Entonces, cuando nosotras empezamos a pensar cuáles son las cosas centrales, infraestructuras de cuidados y licencias son cuestiones centrales para modificar la matriz de desigualdad. Obviamente, para eso tenemos que estar vivas. Para eso no tenemos que estar en una red de trata, porque de qué carajo me va a servir poder jubilarme y trabajar si me matan.

Entonces, nosotras siempre tenemos que tener las dos cosas. Del presupuesto del Ministerio, el 97% es para temas de violencia y el 3% para igualdad. Es cierto que el resto de las políticas no necesariamente tienen porqué salir del Ministerio de Mujeres, porque hay políticas de economía, de hábitat, de salud, de trabajo, de educación. Ahora, 97 a 3. Quiere decir que nos falta. Está muy bien esta agenda y nosotras teníamos que poder mostrar algo. Buena parte de los desafíos que teníamos era poder demostrar que con más institucionalidad se bajaban los femicidios. Eso para nosotras fue una obsesión, porque si no la idea que se instalaba es “¿para qué querían esto?”. Había que demostrar que había una política puntual para enfrentar las violencias, para mí fue el Programa Acompañar. No tengo ninguna duda de que salva vidas. Pero para salvar vidas el Estado tiene que invertir. ¿Cuánto está dispuesto a invertir en la vida de una mujer? Es la pregunta que hay que hacerse. ¿Cuánto está dispuesto a invertir para que no nos maten? ¿O solamente capacitando con la ley Micaela vamos a evitar que nos maten? Hay que hacer millones de cosas, pero también hay que trabajar sobre cada mujer a la que podamos llegar, estar cerca, acompañarla con plata. Algo tan sencillo como asegurar las condiciones mínimas de supervivencia y materiales que necesitamos todos y todas para vivir. Nos hubiese encantado dejar el Acompañar como ley para asegurar que el que viene no lo baje de un día para el otro. A principios del año 2023 eran más de 200.000 beneficiarias, y eso lo logramos en menos de 3 años, porque lo creamos en septiembre del 2020, en plena pandemia.
Había que demostrar que el Estado tenía la capacidad de salvar vidas. ¿Qué le reclamamos al Estado? No nos maten más. Pero, ¿cómo hace el Estado para que no nos maten más? Tenemos que poder poner en palabras claras que hay una forma de frenar la violencia que empieza a mostrar una tendencia. Podemos probar cosas que hicimos, aunque seguramente hay muchísimas que faltan. También hay que poder probar que nos matan menos cuando hay más jardines de infantes, cuando hay lugares donde dejar a los viejos, cuando tenemos abogades que nos acompañan y no nos dejan solas, cuando no te echan de tu casa. Entonces, poder traducir esa demanda, que era tan clara, de no nos maten más es la demostración cabal de que el Estado tiene herramientas y que hay que innovar. No existe un programa como el Acompañar en ningún lugar del mundo. Naciones Unidas no puede creer la inversión que hizo el Estado argentino. No lo puede creer. Nosotros tenemos que salir a decir que no alcanzó, que no alcanza, porque es verdad. Pero sí demostramos que había algo que se podía hacer para, efectivamente, salvar vidas.
Para mí la obsesión siempre era dejar cosas. Construir institucionalidad. El Sistema de Seguimiento Integral en los casos de Violencia de Género creo que es un tema al que nadie le dio ni cinco de pelota. Creo que es estratégicamente de las cosas más importantes que hicimos, porque además firmamos convenios con todas las provincias, con no sé cuántos municipios, poderes judiciales. Nosotros pensábamos cómo hacer para que no nos desarticulen. Si tenés cinco poderes judiciales provinciales que firmaron, no podés desarmarlo. Necesitábamos dejar cosas que queden, venga quien venga.
Hay muchísimas otras cosas, que faltan. Yo creo que el tema de les abogades para los temas de violencia es uno. No hay un lugar del país al que vayas donde no te diga todo el mundo que nadie les da pelota, que te asesoran pero que te dejan en banda, que te tiran a un sistema que te habla en un idioma raro, que no sabés qué decir, que te dejan una orden en un papel, que te dejan sola. Es el Estado dejándote sola. Hay que lograr sostener el presupuesto a las políticas de género, incluso ampliar las de violencia, y hay que llevar al mismo nivel las políticas de igualdad. Es una política que incomoda a todos porque implica plata, mucha plata.
—¿Se percibía una demanda del movimiento en relación a las políticas de cuidados? En relación a la prevención y erradicación de la violencia claramente estaba.
—Estaba, pero más difusa. No hay ninguna duda de que los discursos sobre las políticas de cuidados, sobre el cuidado como trabajo, en los últimos largos años lo estamos instalando. Nosotras teníamos tres puntos —después metimos un cuarto, de vivienda, al que no le fue muy bien, pero no importa. Uno era la política de cuidado. Y un funcionario me preguntó si era de cuidado corporal. ¿Entienden dónde estábamos?
—¡Empecemos todo de cero!
—“Las chicas quieren políticas de…”
—Skincare.
—Imaginate la cabeza. Que queríamos llevar adelante políticas de belleza.
El Ministerio del qué más quieren
— Volvamos al “¿Qué más quieren?”. ¿Vos defendés la política del Ministerio de Mujeres?
—La recontra defiendo.
—Estamos en un momento de la campaña política en el que se pone en discusión la existencia misma del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. ¿Qué pasa si en el peor de los escenarios gana la ultra derecha y no existe más?
—Saldremos a tirar piedras. Yo las recontra defiendo, con todos sus déficits, que los conozco perfectamente, pero para una primera gestión de un ministerio creado de la nada…De todas las políticas, defiendo mucho el crecimiento de la institucionalidad a nivel provincial. Es difícil hablar del Ministerio en sí, pero cuando empezás a jerarquizar, se jerarquiza una agenda. Entonces, el crecimiento de otros ministerios: Santa Fe, provincia de Buenos Aires, Neuquén, Santa Cruz, me estoy comiendo a algún otro. La jerarquización de todas las áreas, a excepción de Santiago del Estero, Mendoza y la ciudad de Buenos Aires, que siguen teniendo la institucionalidad en el rango de direcciones. He estado en Salta y pasaron todos los municipios a tener áreas de género. No tenían casi ninguna.
Lo que hacés es colocar en agenda un tema. Para que un tema esté en la agenda pública, tiene que ser un problema. Como Estado no te metés donde no hay problemas, cuando no hay problemas, las cosas fluyen. Para que vos lo identifiques como un problema, tenés que verlo, tenés que poder problematizarlo. Y eso es lo que hicimos creando la institucionalidad. Pusimos en la agenda pública estos temas. Con “nosotras” digo el movimiento, hablo del movimiento. Tuvimos la capacidad de colocar en la agenda pública que es un problema que nos maten, que es un problema que trabajemos gratis, que es un problema que nos violen, que eso es un problema. Y está bien porque no siempre fue un problema. Efectivamente, hoy no es un problema.
Yo he estado con intendentes que me decían que para ellos un femicidio era un problema, pero era un problema político por el quilombo que se armaba. Alguno me llegó a decir: acá por suerte tuvimos un solo femicidio, pero era una mujer prostituta que no tenía familia y no se armó lío. Eso me dijo. ¿Cuál es el problema del femicidio? Nosotras, el movimiento, el costo político, que vamos a ir a hacer la marcha. La lectura que se hace es esa. Y a mí me importa un pito si alguno hace políticas de género porque comprende, porque cree que nosotras nos merecemos otra vida, o si lo hace porque tiene miedo. Hay cosas para hacer. Eso es lo que hicimos con este movimiento: un tema que se creía natural lo pasamos a colocar como un problema político, un problema público, un problema de los cuales no solamente nos tenemos que hacer cargo la familia, la madre, las hijas.
—¿Cómo fue el momento de tu salida del gobierno, cuando tomaste la decisión de renunciar?
—La renuncia me tomó a mí. Yo no la tomé. Lo digo así, literal, hablado bastante en terapia. Obviamente, nosotras ya sabiendo que las cosas que nos quedaban por hacer estaban siendo cada vez más difíciles, a contracorriente, con mucha dificultad, con mucha incomodidad política. La incomodidad de Manzur (Juan Manzur fue Jefe de Gabinete desde septiembre de 2021 hasta febrero de 2023 y es abiertamente detractor del derecho al aborto), la incomodidad de Massa (Sergio Massa es ministro de Economía y candidato presidencial por Unión Por La Patria), eran muchas incomodidades. Pero nosotras sabíamos que teníamos que cuidar el Ministerio. Y estuvo la situación de las compañeras mapuches. Yo tengo argumentos de derechos humanos, soy abogada de comunidades indígenas, soy miembro fundadora de la Asociación de Derechos Indígenas de la Argentina. Hay algo que me transportó, en esos días, al año 2017. Yo me sentí en el 2017. Con las mismas alarmas, las mismas indignaciones, reactivando grupos, conversaciones y debates como cuando estábamos en el macrismo, exactamente igual.
—¿Te sentías fuera del Estado? ¿Del gobierno?
—Me sentía fuera de todo. Pensé que en el lugar en el que estaba, no por la fortaleza política sino por los vínculos personales —gabinete, presidente—, tenía que tener la posibilidad de intervenir de algún modo. Y lo intenté. No funcionó. Está a la vista. Por más que me decían que me quedara tranquila. Cuando efectivamente me di cuenta de que no había capacidad de intervención en el caso… Si yo hubiese podido resolverlo me habría quedado. Cuando me di cuenta de que no, ya estaba afuera. Estaba afuera con certeza y con angustia. Siempre cuento que a la mañana siguiente fui a llevar a mi hijo a la escuela, volví y me agarró un ataque de llanto. Llamé a un compañero mío, que además laburaba conmigo, y me puse a llorar: “yo estoy afuera”, le decía. Mi sensación era: no puedo. Y así tal cual se lo dije a Alberto, él tratando de explicarme que se podía hacer algo, pero yo ya estaba afuera, y de hecho llevó muchísimos meses recuperar la libertad de las compañeras en una causa en la que no existía ni una sola justificación para tener a las mujeres detenidas. Ahora vengo de la audiencia de las compañeras por usurpación en casa Pringles, es el mismo delito y están todas en libertad. Ninguna tenía una causa penal, ni un antecedente. No existe lo que hicieron a esas compañeras mapuches. Fueron presas políticas.
Yo seguí trabajando con Milagro Sala, nunca dejé mi vínculo con ella y ella lo sabe, a lo largo de tres años. Ahora, son presas políticas en tu propio gobierno, en donde vos sos además la ministra de las Mujeres. Minas que no van a tener la vocería nunca, jamás. Son mujeres indígenas, mujeres pobres, mujeres discriminadas, puestas en el lugar de terroristas. Y no es que el gobierno hizo poco, creó un comando especial para esa situación. Muy difícil. Sí prometí, y así se lo dije en su momento a Alberto, que yo al Ministerio lo iba a seguir cuidando, que —yo no sabía, en ese momento, que iba a ser Ayelén Mazzina— quien fuese la nueva ministra iba a contar conmigo, con mi equipo. Yo voy a defender al Ministerio. El Ministerio no es ni tuyo ni mío, es del movimiento, así que hay que bancarlo. Le prometí que no iba a salir por unos cuantos meses. Todo eso lo cumplí. Y no digo nada que no haya puesto en la carta de renuncia. Yo lo dije tal cual. Nunca pienso que estuve mal. Pienso, al revés, que estuve bien.
—¿Volverías a ser ministra?
—¿De qué? ¿De quién? A mí me encanta la función pública, pero amo el ejercicio del derecho. Acabo de tener una audiencia, salí y les decía: yo amo defender gente, me posiciono. Pero me encanta la función pública. En la función pública se pueden hacer muchísimas cosas y tienen muchísimos obstáculos, entonces hay que poder sobrevivir a eso. No tengo ni idea. No me imagino hoy un escenario posible que me podría llegar a convocar políticamente a ser parte de un gobierno, sea cual sea que gane las próximas elecciones. El futuro está abierto y ojalá tengamos muchísimos gobiernos que nos convoquen a nosotras a ser parte. Pero bueno, no está a la vista, me parece.

“Institucionalizadas: cuando los feminismos se vuelven parte del Estado” es una investigación especial transnacional de LATFEM sobre Argentina, Uruguay, Chile y Brasil con apoyo de FESminismos, proyecto regional de la Fundación Friedrich Ebert (FES).
