“Evita hace de cada uno de sus despliegues un don secular, inagotable. Brillante, bella, apasionada, performer de la política, lo público de su donarse hizo que en adelante ese pueblo que miraba hacia el piso supiera que lo que Evita redistribuía era lo que los oligarcas le habían robado antes. En adelante, miraría de frente. Todas las mujeres argentinas votaron por primera vez por su convicción. A 65 años de su conversión en mito, nuestro homenaje en las palabras de María Moreno, Julián López y Marina Mariasch.”
Su cabellera es una idea. Oscura, acompaña su historia cuando vive entre las sombras de la bastardía y de la también oscura vida artística. La tintura rubia remite a la falsificación de una estrella de Hollywood pero más tarde tendrá un sentido. Julio Alcaraz -el peluquero- pone esa cabellera a tono con las veladas en la Ópera y el Vaticano, rizándola sobre la frente o retorciéndola en bananas que se detienen antes de desnudar la nuca. Los sombreros adornados como huertas, el peinado barroco, son de la época en que aún aspira a la integración, en que aún es la concubina notable que calla menos por pasividad que por exceso de atención.
Se dice que cuando un hombre deja de amar a una mujer, se lleva a otra mujer la luz de su deseo, por eso en nuestra imaginación la Otra es siempre rubia. Evita, iluminada por el amor del pueblo sería rubia más allá de todo artificio.
Entregada a su misión busca la identificación de los trabajadores usando un pañuelo paisano que protege durante las tareas en las que se evaporan sustancias dañinas. Según el estilo peronista se lanza a hacer primero lo que quiere que sea imitado. El trabajo será para Eva un ejemplo con la misma mística del general Rosas cuando seducía a los gauchos siendo el primero en la destreza de la doma y la pialada. Cuando la misión se hace el ser de Eva, ella cruza ascéticamente su cabellera sobre la nuca. Es el peinado que eligen los que han renunciado a la seducción: lejos de la intimidad que derrama los cabellos sobre los hombros, se quiere inabordable. Ningún semiólogo de entonces debió advertir en esas trenzas fuertemente enlazadas su semejanza con el escudo nacional, con los laureles por su forma, con las manos por su estrechamiento de unidad. De ese peinado del que no se suelta un pelo, tiene ya la consistencia anticipatoria del bronce.
María Moreno
Una evocación que sortee el fetiche. No es posible. Amor y desconfianza. San Juan, 15 de enero de 1944. Tiene que romperse la tierra para que aparezca, tiene que abrir sus ancas conservadoras la historia de la explotación y la desaparición tras la línea del discurso. Salten las tranqueras. Un estado de aceptación tal que la tierra tiene que romperse para que pueda aparecer. Quien quiera oír. En todo caso, las cosas después se van acomodando, como los melones, a otro nuevo estatus viejo y armónico, otras aceptaciones. Pero ahí la tierra tuvo que romperse y el siglo tuvo que romperse y la historia tuvo que romperse para que pudieran llegar los aparecidos, los cuerpos del evento más conmovedor, más refrescante, las patas bien adentro, otra vez la Plaza. El malón vilipendiado sin pausa. El malón junto a la Rosada. Aunque haya otro malón que no va a llegar. Eva de Los toldos. Eva de la toldería. Es antes y es después. Eva. El mito embalsamado y tan cristiano que asusta. Y Lilith. El cuerpo vivo capaz de traer y retrotraer y ubicar en el mapa. Un concentrado brutal, un solo cuerpo en una tradición de machos y obedientes, o un constante pido gancho de mujeres que tal vez empiece con María Remedios del Valle y siga pertinaz con ofrendas en todas las clases en lucha. Eva Duarte. Eva Duarte. Eva Duarte.
Julián López
Si Evita viviera estaría entre nosotras, militantes del feminismo popular, en las asambleas. Estaría en la marea de las marchas de Ni Una Menos, encabezando reclamos, revolviendo el caldero de la resistencia de Pepsico, Cresta Roja, Ctep, trabajadoras, obreras, bailando también cerca de la hoguera. Evita no fue funcionaria y fue funcional a un él. Pero no comió pasto y fue fiera. Evita es el comienzo de una fuerza nueva. Líder de los comunes, en el discurso que nos da el voto ya tiembla, como nosotras frente al dolor de otra, o cuando sacudimos la Tierra: “Me tiemblan las manos al contacto del laurel que proclama la victoria. Aquí está, hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos, una historia larga de luchas, tropiezos y esperanzas. Por eso hay en ella crispación de indignación, sombra de ataques amenazadores pero también alegre despertar de auroras triunfales. Y eso último se traduce en la victoria de la mujer sobre las incomprensiones, las negaciones y los intereses creados de las castas repudiadas por nuestro despertar nacional.” “Veníte que para vos también alcanza. ¿Cómo? ¿No me conocés? Soy Evita”, contó una vez Néstor (Perlongher). El mensaje de Eva, su causa, no de dama caritativa, sino de deber y justicia, es una llama eterna: arde y dura.
Marina Mariasch