Ilse: el lesbianismo como posibilidad

La periodista y militante feminista lesbiana Adriana Carrasco escribe sobre sus años junto a Ilse Fuskova. “No es fácil para mí despedir a Ilse. De hecho nunca voy a despedirla. Porque no sería quién soy sin el encuentro con ella, con todo lo que nos unirá siempre y también con las contradicciones que nos separan”, dice.

Foto de portada: Fondo Ilse Fuskova (Programa de Memorias Políticas Feministas y Sexo Genéricas – CeDInCi/UNSAM)

Conocí a Ilse a mediados de 1985. En aquel momento el feminismo porteño (excepto por alguna acción esporádica) era un feminismo de salón. En ese invierno se produjo una conmoción en los ámbitos donde había más circulación de feministas, es decir, los grupos Lugar de Mujer (casa con orientación feminista) y ATEM (que dio origen a otros y estaba a la izquierda de los demás). Del 31 de julio al 4 de agosto se realizó el Tercer Encuentro Feminista y Latinoamericano del Caribe en Bertioga (Brasil). Al encuentro viajaron algunas argentinas y entre ellas, Ilse. 

Para aquel momento Ilse era una feminista muy cercana a María Elena Oddone y a su modelo de acción directa rápida y eficaz. Aunque Ilse agregaba arte y belleza a las acciones. Se había separado hacía un tiempo de su marido y seguía usando el apellido de casada, como era la costumbre de las mujeres de su generación (Ilse nació el 11 de junio de 1929). Incluso era obligación legal usarlo. Tampoco existía el divorcio vincular en Argentina (con mucha militancia feminista se sancionó en 1987; el segundo gobierno peronista ya lo habría logrado en 1954, pero el golpe de 1955 contra Perón y el proletariado argentino también propiciado por la Iglesia católica, lo derogó).

Aquella conmoción se debió a la participación de la feminista lesbiana vasca Empar Pineda en el Encuentro de Bertioga y su viaje posterior a Buenos Aires. Empar Pineda dio una serie de charlas y trajo ejemplares del boletín Nosotras que nos queremos tanto, del Colectivo de Feministas Lesbianas de Madrid que integraba. En uno de los números habían publicado el artículo de Adrienne Rich Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana. En pocos meses, ese artículo significó un parteaguas a nivel de la base en el feminismo porteño. Surgió un ala radicalizada, teñida por el feminismo materialista francés y el feminismo radical estadounidense de los 70s (un mix bastante amplio). Aunque faltaban un par de pasos para que ese movimiento se pusiera en práctica.

“Yo hago lo que siento” era su frase de cabecera. Y a lo largo de su vida se sintió oprimida como esposa, como madre y como trabajadora aeronáutica. Y se liberó a través del arte y del feminismo. Y luego, a través del lesbianismo.

Comencé a conversar con Ilse en la Multisectorial de la Mujer (organización fundada a iniciativa de Mabel Di Leo e Inés Cano en 1983) en el verano de 1985 a 1986, cuando la Multisectorial organizaba la manifestación en Plaza Congreso de marzo de 1986. Ella era una de las mujeres mayores en las reuniones y yo la más joven. Sin embargo las ideas de Ilse eran tan jóvenes, frescas y rebeldes como las mías. Yo andaba por los 22 años, militaba en el grupo ATEM y venía de unos pocos pero intensos años de militancia en diferentes espacios de la Juventud Peronista, inmediatamente después de la guerra de Malvinas, en 1982, de los que me fui porque eran de un machismo terrorífico. Nuestra primera tarea juntas, para la Multisectorial, fue intentar convencer a Marta Minujin de que participara con una obra en aquella manifestación, pero no lo conseguimos. Empezamos a frecuentarnos en las actividades nocturnas que organizaba Lugar de Mujer y donde podían “liberarse” del corsé muchas lesbianas más o menos feministas según el caso (algunas de ellas, señoras casadas con señores) que asistían a charlas, recitales, talleres y bailes.

A comienzos de 1986, después de la concentración del 8 de marzo, existió un intento de organizar una Coordinadora Feminista. De las reuniones participaban unas pocas “delegadas” de Lugar de Mujer, ATEM y seguramente algún otro grupo que ahora no recuerdo. La idea era organizar acciones para denunciar la violencia hacia las mujeres. Desde 1983, el caso emblemático del feminismo porteño fue la muerte de Mabel Adriana Montoya, una chica de 18 años que se arrojó desde una ventana para escapar de un violador. El Poder Judicial nunca reconoció que aquello fue un femicidio (el uso del término es anacrónico, pero es el término que corresponde). 

Foto: Ilse y Adriana en 1989. Crédito: Archivo personal de Adriana Carrasco.

La última reunión de aquella Coordinadora a la que asistimos con Ilse fue una… (palabra de cuatro letras que les jóvenes usan mucho y empieza con p). Nosotras proponíamos salir a la calle con pancartas. Era algo que se había hecho en los tempranos 70s. También lo hacían Ilse y María Elena Oddone, y ellas incluso hacían cosas más jevis. Por ejemplo, presentarse en una redacción periodística íntegramente masculina. Los tipos habían publicado un artículo tremebundamente misógino que llegó a manos de la Oddone. Con María Elena a la cabeza el piquete feminista fue escritorio por escritorio y enchastró con huevos cada máquina de escribir (no había computadoras en las redacciones). 

El problema con María Elena Oddone (que también partió este año y tenía más o menos la misma edad que Ilse) es que nunca pudo desprenderse de su perspectiva de mujer de un militar. Se mantuvo a la derecha en las cuestiones de derechos humanos. Podía ver únicamente la opresión hacia las mujeres, desde una perspectiva bastante liberal pero revolucionaria. Ilse, en cambio, tenía una perspectiva subjetivista. “Yo hago lo que siento” era su frase de cabecera. Y a lo largo de su vida se sintió oprimida como esposa, como madre (googleen el poema Amargo versito para el día de la madre) y como trabajadora aeronáutica. Y se liberó a través del arte y del feminismo. Y luego, a través del lesbianismo.

Volvamos a la reunión de la fallida Coordinadora Feminista. Cuando les propusimos a las compañeras feministas salir a la calle con pancartas, empezaron a poner excusas: “Somos muy pocas, tendríamos que ser más de diez” (la capacidad de movilización del feminismo separado de los partidos políticos, sindicatos y organismos de derechos humanos era cero), “tendríamos que ser más de diez y salir todas vestidas de negro”. Con Ilse nos miramos y nos eyectamos de aquel antro.

Foto: Archivo Biblioteca Nacional.

Al día siguiente, la capacidad de movilización del feminismo porteño a solas no fue cero sino tres, sin dejar de reconocer los esfuerzos pioneros de María Elena Oddone, pero cuando afirmó que las feministas que estábamos con las Madres de Plaza de Mayo éramos “feministas rojas”, quedó expulsada del marco feminista democrático. Quedaba una presa política durante el gobierno de Alfonsín (Hilda Nava de Cuesta) y los militares no habían desenchufado las picanas, quedaban algunos grupos de tareas a la espera de la primera oportunidad.

Ilse habló con Josefina Quesada, artista plástica anarquista nacida en 1921, y las tres formamos el Grupo Feminista de Denuncia. Salíamos todos los sábados de 20 a 22 con carteles feministas y nos parábamos en los escalones de una galería comercial de la calle Lavalle, cuando Lavalle era la calle de los cines. Era como tener un canal de streaming con interacción continua con el público. Solamente nos interpelaban los hombres. Ellos hablaban siempre por sus esposas. Era muy raro que una mujer fuera sola al cine o que tomara la palabra si estaba con el marido. Después el grupo se fue ampliando, pero el núcleo continuamos siendo nosotras tres. Participamos en la campaña por la Ley de Divorcio Vincular. Con Ilse y Josefina salíamos a grafitear el barrio norte. La especialidad de Josefina eran las paredes de las iglesias, mientras Ilse y yo nos ocupábamos de las paredes del poder médico que consideraba enfermas a las mujeres que no se sometían y a las lesbianas. Comenzamos a hacer sentadas callejeras con diversos reclamos. Militamos por la condena de Carlos Monzón por el femicidio de Alicia Muniz. El grupo duró hasta 1988.

El objetivo principal que compartimos siempre con Ilse es mostrar la ancha vía del lesbianismo como posibilidad liberadora para todas las mujeres. Sin esencializarlo de manera identitaria. El lesbianismo como posibilidad, no como cosa cerrada.

Cuando las salidas callejeras funcionaban al pelo, interpelé a las dos líderes de ATEM para que nos ocupáramos del lesbianismo. Marta Fontenla me respondió: “Hacelo”. Ok. Hablé con Ilse y lo hicimos. Por las nuestras, con apoyo externo pero sin tutelas, como habíamos hecho con el Grupo Feminista de Denuncia. Organizamos un taller sobre lesbianismo en las Jornadas de ATEM de noviembre de 1986. Los testimonios que salieron de aquel taller (en el que se sumaron al colectivo Ana Rubiolo y quien hoy es Julián García Acevedo) y en el que participó activamente Coque Wolfenson los publicamos como primer Cuaderno de Existencia Lesbiana. Fue la primera publicación lesbiana feminista de Buenos Aires. 

Foto: Ilse junto a Josefina Quesada, María Elena Oddone y Safina Newbery en 1985. Crédito: Archivo personal de Adriana Carrasco.

El objetivo principal que compartimos siempre con Ilse es mostrar la ancha vía del lesbianismo como posibilidad liberadora para todas las mujeres. Sin esencializarlo de manera identitaria. El lesbianismo como posibilidad, no como cosa cerrada. Lo mismo con la existencia femenina o como mujer. El movimiento de liberación travesti trans amplió la dimensión del lesbianismo como posibilidad.

Hasta aquí llego hoy con el recuerdo. No es fácil para mí despedir a Ilse. De hecho nunca voy a despedirla. Porque no sería quién soy sin el encuentro con ella, con todo lo que nos unirá siempre y también con las contradicciones que nos separan.