María del Mar Ramón Vélez
El presidente de México ha muerto. Presuntamente en manos de su esposa, quien se da a la fuga —a pesar de saberse inocente, porque ¿quién va a creerle a ella que no lo mató?— apenas ve su cadáver, varios pisos más debajo de su cuarto de hotel, en una noche lluviosa.
Así empieza Ingobernable, la nueva serie de Netflix que fue estrenada en marzo de este año. Coproducida y filmada casi enteramente en el país mexicano, Ingobernable es una mezcla de thriller político y narco novela —muy novela, casi culebrón— que, con algunas exageraciones e inverosimilitudes, se encarga de mostrar un drama mexicano y coyuntural con sorprendente precisión: la política mexicana está en una crisis irreparable y la guerra contra el narco es un estrepitoso fracaso que nadie está dispuesto a tragar.
Una realidad, muchas formas de contarla
Ingobernable cuenta con las actuaciones de Kate del Castillo, como Emilia Urquiza, la primera dama en fuga, y de Erik Hayser como el presidente fallecido, Diego Nava. Aunque su personaje muere en el primer capítulo, acompañará toda la serie para develar las razones de su muerte. En uno de los primeros episodios, Emilia, quien es una idealista política, tanto como lo era su marido —el primer presidente independiente en llegar a la presidencia—, le reclama que todo lo que iban a hacer ha sido traicionado por él y que lo que le prometieron a México fracasó: están en un país en guerra. Diego (Erik Hayser), le responde que no exagere, que no es Siria. Es un dato llamativo resaltar que la semana pasada, en la estadística de los países más mortíferos del 2016 del mundo, México quedó en segundo lugar, justamente después de Syria.
“La guerra” es una muy parecida a la realidad mexicana: gravísimos atropellos a los derechos humanos de parte del Estado, instituciones que no defienden los derechos de lxs ciudadanxs y una constante mención a lxs 43 estudiantes desaparecidxs de Ayotzinapa, sólo que en la serie se referirán a ellos y ellas como “los 39”.
En la serie se mencionará muchísimas veces que todo, todo el sistema político mexicano, está corrupto y podrido. Todas y todos saben todo el tiempo que la culpa la tiene el Estado, que la guerra contra las drogas deja más muertos de los que salva, muchos más, y que la sobreinversión en fuerzas de seguridad no garantiza la supervivencia de nadie. Con menciones literales a la idea de que hay que invertir en un país más justo, con educación y salud y que la salida a la guerra está en México y en el fin de sus alianzas con Estados Unidos. Está en el fortalecimiento y la limpieza de un Estado asesino y genocida. Está en otro lado.
No deja de ser sorprendente y ciertamente frustrante que esto se diga de manera tan explícita en una serie de Netflix. El mensaje es que todxs tenemos tan claro cuál es el problema de México, cuál es la mentira de la fallida guerra contra el narco y cuál es la profundidad de los vínculos corruptos de su Estado, que la única forma que nos faltaba para decirlo es ficcionalizarlo. El entramado social y político de la crisis Mexicana no es más un secreto a voces, es un grito que hasta Netflix viene a sumar junto a otras voces.
Las mujeres no hicimos la guerra
Emilia Urquiza (Kate del Castillo), la primera dama de méxico y protagonista fugitiva de la serie, es una mujer fuerte y empoderada, que se siente traicionada por su marido: no en un nivel sentimental, sino en uno ideológico. Llegaron juntos a la política para cambiar las cosas y la corrupción y los modos políticos latinoamericanos, como los conocemos, terminaron por robarle a él todas sus convicciones. La serie tiene una característica que no es menor: todos sus personajes femeninos son extremadamente poderosos y vienen, justamente, a resolver los conflictos y los problemas dejados por los hombres. Desde la crisis de los derechos humanos, hasta problemas menores de logística y convivencia, serán ellas, mujeres de todas las clases y que ocupan distintos lugares en la sociedad, quienes durante 15 capítulos tendrán siempre la última palabra y la mejor respuesta ante un mundo que se devora a sí mismo a gran velocidad.
En su estudio de homicidio mundial del 2014, la Oficina Contra las Drogas y el Delito (ONU) señaló que el 95% de los asesinatos del mundo son cometidos por varones. Este hecho se suma a que con muy contadas excepciones, las mujeres no ocupamos lugares de relevancia política en países latinoamericanos, tampoco en México. Es una conclusión lógica que las mujeres no tomamos las decisiones que nos llevaron a la guerra (no teníamos voz, ni poder, ni voto), sin embargo sí hemos pagado los altísimos precios de los conflictos latinoamericanos (y mundiales). Es por eso que ver dentro de la narconovela/culebrón/thriller-político, que todas las mujeres que allí figuran cumplen papeles tan importantes para la historia y que tienen una enorme capacidad de organización, mientras se ven obligadas a reparar el desastre que dejaron los hombres, nos deja pensar que quizás eso es lo que le falta a nuestros países. No sólo más mujeres en la política, sino una forma feminista de ejercerla. Algo que realmente no conocemos. Algo que quizás sea lo que demanda esta oscura hora. La muerte del presidente puede entenderse como una metáfora para todo lo que tiene que tirarse abajo y que allí, detrás de todas las instituciones que traicionaron al pueblo, detrás de todas las alianzas patriarcales que se hicieron, estaremos las mujeres: construyendo un mundo nuevo.