Irene Montero: “Defender la sanidad pública o la educación pública es una política feminista”

​Irene Montero es una de las políticas más relevantes de España. Tuvo un vertiginoso activismo político desde los 15 años y en 2014 se unió a Podemos. Como integrante de esa fuerza política ocupó diversos roles parlamentarios y en 2020 fue designada Ministra de la Igualdad de España desde donde promovió proyectos legislativos feministas. Hoy, es la secretaría política de Podemos y candidata por esa fuerza en las elecciones europeas. En el marco del encuentro Radicalizar la Democracia, organizado por la fundación Rosa Luxemburgo en Buenos Aires, conversó con LatFem sobre el papel de los feminismos en la democracia y sobre las tensiones de la institucionalización de la agenda feminista en el Estado.

Irene Montero es una de las políticas más relevantes de España. Psicóloga de profesión, Montero tuvo un vertiginoso activismo político desde los 15 años, hoy tiene 36, y en 2014 se unió a Podemos. Como integrante de esa novedosa fuerza política ocupó diversos roles parlamentarios en Madrid y, luego, a nivel nacional entre 2016 y 2023. En 2020, una vez conformada la alianza de Unidas Podemos con el Partido Socilalista Obrero Español (PSOE), Irene Montero fue designada Ministra de la Igualdad de España. Ocupó ese cargo durante la pandemia, cuando promovió proyectos legislativos de signo feminista, como la reforma de la Ley de Aborto o la muy discutida Sólo Sí es Sí. Como política feminista de gran exposición, fue objetivo de operaciones y de violencia política; en su figura se fusiona buena parte del antifeminismo ultra que se cocinó durante el ascenso de las derechas radicales durante la pandemia. Incluso el presidente Pedro Sánchez hizo pública su crítica respecto a “los modos” de la entonces ministra. En 2023, al conformarse una nueva alianza política para las elecciones de ese año, Sumar, Irene Montero no fue anunciada en las listas y así quedó en evidencia la fractura del espacio. Hoy, es la secretaría política de Podemos y candidata por esa fuerza en las elecciones europeas. Como parte de La Internacional Feminista, Irene Montero participó en abril de este año del encuentro Radicalizar la Democracia, organizado por la fundación Rosa Luxemburgo en Buenos Aires. En este contexto conversó con LatFem sobre el papel de los feminismos en la democracia y sobre las tensiones de la institucionalización de la agenda feminista en el Estado. Esta conversación forma parte de “Institucionalizadas: cuando los feminismos se vuelven parte del Estado”, un especial de LatFem sobre maquinarias de género en las instituciones del Estado.

—¿Cómo analizás el rol de los feminismos en el contexto del avance de las derechas, en especial en España? ¿Cómo implica a los feminismos la radicalización de la democracia?

—Yo creo que el feminismo es el motor de la democracia en este momento en el mundo, es el proceso político más importante y más capaz de fortalecer la democracia, de profundizarla y de provocar un avance en derechos. Todo esto en un contexto en que la voluntad democrática —y la voluntad popular— es una herramienta muy poderosa de los pueblos del mundo frente a una voluntad de las élites mundiales de romper los consensos que hasta ahora han articulado la forma de organizar la vida. 

El capitalismo, en esta fase neoliberal, busca romper esos consensos hacia una dinámica más autoritaria donde la democracia no es la capacidad de un pueblo de gobernarse a sí mismo sino una serie de procedimientos para reelegir a las élites y para reafirmar o legitimar que sigan mandando ellos y no los pueblos. Sobre todo porque ven que este modelo tan desigual, tan profundamente injusto, está en una crisis de la que no saben cómo salir. Entonces, cuando un sistema de privilegio, de opresión y de violencia está en una crisis tan profunda la única forma de sostenerlo y de frenar ese impulso democrático y tan radical —en el sentido de ir a la raíz—, la única forma de impedir ese ciclo largo democrático en el que estamos en América Latina —esto es brocha gorda, porque luego cada país tiene sus características—, es esa deriva autoritaria.

“El feminismo es el motor de la democracia en este momento en el mundo”

La guerra funciona como una imposición que termina siendo el eje vertebrador de la política. Eso en Europa ha sido muy claro, el régimen de guerra, el aumento del gasto militar, el ardor belicista la escalada bélica, defendida no solamente por la derecha y por las élites, sino por una parte importante de los sectores que se autodenominan progresistas o de izquierdas. Obviamente eso pone en riesgo no solo la seguridad —la guerra es lo contrario a la seguridad de las personas y a los derechos—, sino que también pone en riesgo la democracia misma y, por supuesto, los derechos feministas. 

En ese contexto, el feminismo es un proceso político, en España lo es, con toda su diversidad. Hay muchos feminismos, hay una enorme diversidad también en las formas de organización de las mujeres, hay asambleas más autónomas, hay asociaciones, hay un feminismo que ha tendido a lo largo de las últimas décadas a tener un mayor acercamiento con la institución o una mayor relación con la institucionalidad; otro feminismo de carácter más autónomo, que ha entendido la radicalidad de la propuesta feminista y, por tanto, una relación más compleja distante y opuesta a la institución. Pero, además de un movimiento popular, el más fuerte que existe en el Estado español en este momento, es también un proceso político y el centro de la conversación social —o al menos una de las conversaciones sociales más importantes que se tienen en las casas, en los centros de trabajo, en las universidades, en los colegios—, nadie puede vivir ajeno a la conversación feminista. 

—¿Cuáles son los temas de esa conversación hoy?

—Hay una conversación abierta sobre qué es y no es violencia machista o violencia sexual, también sobre los cuidados y sobre qué significa poner la vida en el centro, pero también sobre el derecho al aborto y, más allá, sobre los derechos sexuales y reproductivos, con conversaciones que hasta ahora no habíamos tenido socialmente, como lo que tiene que ver con la menstruación, por ejemplo, como parte del derecho a la salud o de la salud menstrual como una cuestión que debe ser tratada desde la política pública o al menos desde lo público como un tema que nos importa a la sociedad; y, por supuesto, los derechos LGTBI y los derechos de las personas trans, que también hay una serie minoritaria de compañeras que se auto reivindican feministas trans excluyentes y que creen que la agenda de los derechos LGTBI, particularmente de las personas trans, no forma parte del feminismo.

—Teniendo en cuenta tu experiencia en el Ministerio de Igualdad, ¿cómo definirías qué es una política pública feminista? Teniendo en cuenta la proyección ideal y lo que efectivamente se pudo hacer o es factible de hacer en este entramado.

—Yo creo que hay varios niveles de definición posible. Lo primero: una política pública feminista tiene que ser una una política pública que atienda una vulneración de derechos; es decir, que venga a garantizar un derecho allá donde hay una necesidad o una vulneración de derechos de las mujeres. Porque la institución no tiene por objeto resolver cuáles son los grandes objetivos del feminismo como proceso político, la institución tiene que estar anclada en la diligencia de vida, en la obligación de las instituciones de cumplir y hacer cumplir los derechos humanos y garantizar los derechos de las personas; entonces creo que la institución lo primero que tiene que pensar es dónde hay una necesidad de garantía de derechos humanos, que en el caso de las mujeres están sistemáticamente vulnerados (en eso consiste el patriarcado) y tratar de implementar de forma eficaz políticas que sean capaces de garantizar un derecho allí donde aparece esa necesidad o esa vulneración. Luego, creo que una política pública feminista tiene que ser transformadora. Hay veces que hay que atender una urgencia muy fuerte, no sé… ante feminicidios, pienso sobre todo en violencias, pero también, por ejemplo, pienso en la enorme emergencia de cuidados que existe en todos los países, y a veces eres consciente de que lo que estás haciendo no tiene por qué generar una transformación, pero al menos ese tiene que ser un objetivo presente en la política pública. Pero a la vez que haces la política, puedes generar un debate social, que es lo que de verdad impulsa la transformación. Que si haces una ley de derechos sexuales y reproductivos generes la conversación social, porque estar en una institución no solo es hacer leyes, también es tener una voz autorizada para escuchar y para proponer debates.

Entonces, creo que que esos dos ejes son imprescindibles para que podamos hablar de una política pública feminista y, luego, creo que tienen que ser políticas participadas, eso no siempre ocurre, y en Europa es mucho más difícil —yo creo porque tenemos una tradición menor de participación popular en la dinámica institucional—. Pero también hay experiencias de democracia participativa, que yo creo que nosotras tenemos que ir impulsando, que en el desarrollo de una ley tú puedas decir que lo primero que vamos a hacer es generar una mesa de trabajo donde los diferentes colectivos, entidades, personas expertas que trabajan en esto puedan participar.

En cuarto lugar, también creo que una política pública feminista tiene que tener una clara vocación pública, las políticas públicas feministas no son solo esas políticas que apuntan hacia algunas vulneraciones de derechos o a los problemas más grandes que tenemos las mujeres en la sociedad: las violencias, los cuidados, los derechos sexuales y reproductivos, la diversidad, la discriminación. Creo que una fiscalidad progresiva es una política feminista, porque si no tenemos dinero en la institución, no podemos hacer una transformación. Y, además, no podemos sacar ese dinero de las rentas más bajas, como ocurre en la mayoría de países, tenemos que sacarlo de quien lo tiene, que son los poderosos, que además son los que les interesa sostener el sistema de desigualdad patriarcal, creo que defender la sanidad pública o la educación pública es una política feminista.

Y, a la vez, defender la privatización no es feminista porque donde hay privatización hay pérdida de lo público y donde hay pérdida de lo público hay asunción de las mujeres de esa carga o de esa responsabilidad, entonces también creo que la defensa de lo público es una característica fundamental de la política feminista.

Foto: Julianite Calcagno para Fundación Rosa Luxemburgo.

—Una crítica que suele hacerse a la política feminista institucional es la distancia con lo que ocurre en el movimiento, ¿cómo es la relación con la calle y la base del movimiento? ¿qué pasa con ese vínculo? ¿Cómo se siente la presión del movimiento? 

—Creo que hay varios niveles. La relación, como siempre, es compleja. O conflictiva, en el mejor sentido, creo que es bueno que sea conflictiva porque la propuesta política feminista es una propuesta de transformación muy profunda y la institución, por naturaleza, trata de conservar lo que ya ha construido, cuesta mucho que se ponga al servicio de dinámicas de transformación, aunque a la vez cuando lo hace es un motor importante. Yo creo que las feministas debemos enviar compañeras a todos los espacios donde se toman decisiones y donde hay poder, para hacer avanzar al feminismo, pero es verdad que es una tarea compleja poner una institución al servicio de la transformación y que tiene un coste político muy alto para las compañeras que lo hacen.

Dentro de eso, creo que hay niveles en lo que tiene que ver con el movimiento feminista. Hay experiencias, asociaciones, entidades, que tienen una larguísima trayectoria de dinámica con la institución o que se dedican a llegar allá donde la institución no llega, pero con plena colaboración con la institución; y hay otras dinámicas del movimiento, otro movimiento más autónomo, que es mucho más reactivo y distante con la institución, y que a veces ni le pide cosas, simplemente quiere crear una institucionalidad paralela, una institucionalidad popular, que yo también creo que es necesaria, porque la sociedad civil tiene poder, el movimiento popular tiene poder, y es el motor de las transformaciones. Entonces creo que es una relación compleja. 

También creo que eso es solo una parte de la cuestión, porque hay muchas feministas que no están organizadas en el movimiento y el feminismo es, además de un movimiento, una conversación social y un proceso político que trasciende a las organizaciones feministas o al movimiento en toda su amplitud.

Yo sí creo que un representante público tiene que escuchar, ¿qué significa eso? parece una declaración de intenciones muy vacía o que es susceptible de ser vaciada. Yo creo que lo que nosotras hemos intentado, siendo conscientes de que nos hemos podido equivocar o que no a todo el mundo le tiene por qué parecer bien, es establecer una dinámica de escucha y de comunicación, tener los canales abiertos para que fuese posible expresar un desacuerdo, un acuerdo, pero sin renunciar a nuestra responsabilidad. En el sentido de que un ministerio no es un representante del movimiento feminista, ni un ministerio es una delegación del movimiento feminista organizado en el gobierno, un ministerio es un ministerio y las normas de la política institucional, los procedimientos y los tiempos son distintos. 

“Un ministerio no es un representante del movimiento feminista, ni una delegación del movimiento feminista organizado en el gobierno”

En el Estado español había una demanda clarísima que tenía que ver con garantizar el derecho a la libertad sexual y por eso nosotras hacemos la ley Sólo sí es sí (la Ley Integral de Garantía de la Libertad Sexual aprobada en 2022), en España había una demanda histórica de los colectivos de personas trans y LGTBI por avanzar en derechos especialmente en la libre determinación, pero también en otra serie de derechos y eso es lo que hicimos. En España había habido unas movilizaciones muy importantes en defensa del derecho al aborto, el Partido Popular (PP) había conseguido retroceder en ese derecho y había una reivindicación de revertir esos recortes. Pero también creo que la responsabilidad de un ministerio es cumplir con su rol, que no es ocupar todo el feminismo, tenemos un rol distinto. 

Hay feministas en el Poder Judicial a pesar de que —según Naciones Unidas— es una estructura patriarcal. Hay compañeras feministas en los medios de comunicación y eso no evita que la estructura del poder mediático sea una estructura más bien útil al patriarcado. Igual en la institución estatal, hay compañeras en la institución, y su función no es resolver los debates del feminismo o sustituir al movimiento feminista, su función es hacer política pública, generar institucionalidad. Generar institucionalidad es hacer que esas políticas públicas arraiguen lo más posible, sea muy difícil retirarlas, sea muy difícil quitarlas, no puede ser que todo dependa, por ejemplo, de una aprobación de una partida presupuestaria.

Por eso es importante tener poder, porque cuanto más poder tienes más capacidad tienes de institucionalizar, de estabilizar las transformaciones, las políticas públicas (que siempre se pueden revertir, igualmente). 

Yo, como ministra, he tenido que tomar decisiones sobre asuntos que sabía que había un debate abierto en el feminismo, y a veces me decía “dios mío, va a ser imposible tomar esta decisión”. Siempre teníamos una reflexión en el equipo que era que nuestro objetivo no es resolver el debate del feminismo, porque nosotras no somos como las jefas del movimiento, no somos quienes tenemos que resolver esto, nuestra función es tomar una decisión que nos permita garantizar derechos, que nos permita defender los derechos humanos, aunque a veces eso sea tomar partido en un debate que sigue abierto en el movimiento feminista.

—Hay una discusión también abierta en relación a que las maquinarias de género en el Estado no se vuelvan una especie de cuarto propio donde están ahí las feministas hablando entre ellas. Muchas políticas feministas hablan del desafío de romper el nicho.

—Cuando estás dentro de la institución te das cuenta de que no es tan sencillo como poner un presupuesto a disposición o como hacer una ley. En España hay leyes que no se cumplen, por ejemplo. Cuesta mucho que haya compañeras formadas con perspectiva de género que todo el rato —y no solo cuando toca hablar de feminismo— estén con esa mirada puesta en la definición y el diseño de las políticas públicas. Sigue habiendo una dinámica según la cual las feministas nos ocupamos de las cosas de las mujeres. Hacienda o Economía es otra cosa, o sea, es una cosa seria; “no me vengas con esto acá”, te dicen.

Cuando nosotros empezamos a gobernar era enero de 2020, en marzo vino la pandemia y tuvimos que declarar el estado de emergencia y pedir a la gente que se quedase en sus casas. En ese momento se puso la maquinaria de gobierno a funcionar porque había que hacer muchas cosas en el sistema sanitario y nadie se dio cuenta de que los servicios de atención a las víctimas de violencia de género no habían sido declarados servicios esenciales, nos dimos cuenta en el Ministerio de Igualdad. Cuesta todavía que la perspectiva de género se integre en toda la acción del gobierno y en todos los gabinetes y en todos los ministros, entonces siempre tenemos que estar. 

Estoy de acuerdo, corremos el riesgo de quedarnos como encerradas en una esquinita, por eso es tan importante (como lo reconocen todos los organismos internacionales) que haya mecanismos de alto nivel. Cuando reclamamos que Igualdad o Mujeres, Géneros y Diversidad sean ministerios no es cualquier chorrada, es porque la jerarquía cuenta mucho en la administración, no se manda lo mismo si eres una ministra que si no lo eres. Incluso aunque seas ministra, si eres de la cartera de Igualdad, a lo mejor no mandas tanto, tienes que tener también otros atributos de poder. 

Cuando tú decías antes que suele haber una crítica del movimiento a las compañeras que están en el gobierno, recuerdo que tuvimos una vez con Irina Karamanos (referente política y socióloga chilena) un conversatorio interesante con (la investigadora y escritora feminista argentina) Rita Segato, donde ella planteaba esto, que en realidad la institución no se podía transformar. Y yo entiendo eso, me gusta escucharlo de las compañeras, asumo que es parte de la tarea escucharlas pero también me gustaría que, al revés, se pensase que para las compañeras que estamos en la función pública la institución no es un privilegio, es más bien —a veces— lo contrario, es un espacio de violencias y precisamente por eso me parece tan importante que esos canales que te decía estén abiertos, para que cuando la violencia política se despliega contra las compañeras que están en la institución —o en el movimiento— no dudemos las unas de las otras y tengamos unos vínculos de confianza que nos permitan superar esas dificultades. Porque si no es muy fácil que las compañeras que están en la institución también renuncien a la transformación, porque de verdad no es un espacio privilegio para una compañera, o no fundamentalmente, no digo que no tengas un buen salario, no lo estoy diciendo para autoflagelarnos o victimizarnos pero no es un espacio de privilegio. 

Foto: Julianite Calcagno para Fundación Rosa Luxemburgo.

—Estar en el poder no es lo mismo que tener poder…

—Exacto, estar en el gobierno no es tener poder. ¿Por qué no estaba el Ministerio de Igualdad en la comisión de la pandemia? Tienes que pelearlo y te dicen que no varias veces. Si tu haces una ley para garantizar la libertad sexual y planteas un cuestionamiento de la justicia patriarcal, mi obligación es decir que existe la justicia patriarcal —lo dice la ONU, no lo digo yo— y luego viene una reacción de los elementos más reaccionarios de la judicatura, que se personaliza en mí, pero no es contra mí. Ellos saben que si se rompen los vínculos y se degradan las confianzas entre el movimiento y el Ministerio, si desconfiamos de nosotras, no solo se está atacando a la que temporalmente está en el ministerio, también se desprestigia una ley que garantiza un derecho, y también así logran poner en cuestión la capacidad de las feministas para hacer leyes, para hacer política pública y para decidir cómo tiene que ser la sociedad.

“Para las compañeras que estamos en la función pública la institución no es un privilegio, es más bien —a veces— lo contrario, es un espacio de violencias”

Yo claro que creo que una víctima, por ejemplo de violencia, no tiene por qué confiar en la justicia o en la institución de su país, sobre todo si ha fallado varias veces, y creo que es bueno que el movimiento feminista organice espacios de autocuidado y de autoprotección, pero bueno, somos más de la mitad de la población, quiero que haya justicia feminista. Igual que defendemos que haya una sanidad pública o una educación pública, yo quiero que haya una justicia feminista. Yo sí quiero que la justicia sea un lugar seguro para las mujeres, no una obligación para las mujeres, pero sí un espacio seguro. ¿Por qué tenemos que renunciar a que la justicia sea feminista y tenemos que asumir que la justicia va a ser siempre patriarcal, que va a ser una herramienta de poder en sus manos para agredirnos a nosotras?

—En los últimos años y en diferentes países hemos escuchado que el feminismo tiene algo de responsabilidad en la avanzada de las derechas y su radicalización. En la charla de apertura de Radicalizar la Democracia referías a que en España fueron acusadas de “ir muy a prisa” o “demasiado lejos”, en Argentina algo similar se nos achaca por el triunfo de Javier Milei, en Chile otro tanto en relación al primer rechazo de la Nueva Constitución, ¿cómo lidiar hacia dentro de los propios espacios con esta idea de que hay que bajar el volumen? 

—En esa charla que mencionas, por ejemplo, La Negra (Albornoz, referente de La Garganta Poderosa), decía que hay que ir a la urgencia y hay que dejar de explicarnos a nosotras mismas. Y que básicamente lo que tenemos que hacer es seguir actuando, porque ese es el poder del feminismo, que tenemos una propuesta muy clara y una capacidad de organización muy potente. Pero yo sí creo que a los compañeros hay que explicarles, porque el problema no es solo que sea un discurso que llega a la sociedad, que pretende criminalizar al feminismo y agotar su potencia transformadora; el asunto es que si se rompe el vínculo de la sociedad con el movimiento o con el proceso político y al final la gente cuando oye hablar de feminismo dice “no quiero” tenemos un problema. Ya no vamos a ser tan capaces de convencer y de transformar. 

Lo más poderoso del feminismo es que es una conversación social y un proceso político que incluso a gente que no está politizada o que no está implicada de forma militante en el movimiento la interpela, le hace reflexionar y le hace tener una opinión y una voluntad de que las cosas cambien. Entonces, también creo que lo que hay que hacer es disputar ese relato y ponerles frente a la realidad de lo que está ocurriendo. Electoralmente, es el voto de las mujeres el que está decantando las victorias de los gobiernos populares, cuando las mujeres votan hay gobiernos progresistas y si las mujeres no votan gana la derecha, es que es así.

Entonces, lo primero que hay que decir es que ese relato es mentira, pero lo segundo es que es un problema que va más allá del feminismo. En este ciclo democrático hemos conseguido, desde las izquierdas, victorias que eran impensables. En España hemos roto una cláusula histórica que impedía gobernar a la gente que pensaba como nosotras —no solo a las feministas—, desde hace cien años, desde el gobierno de la Segunda República (entre 1931 y 1939) que terminó en un golpe de Estado, una guerra de tres años y una dictadura de décadas. Entonces, hemos conseguido cosas que eran imposibles y yo creo que hay una parte de los sectores progresistas que, conscientes de que hay que ganar para transformar, se han obsesionado con esa primera parte, que es ganar. Entonces han dicho a lo mejor no tenemos que transformar tanto para ganar, pero si no transformas, para qué quieres ganar. 

Y creo que nosotras tenemos mucha responsabilidad en esa pregunta, porque cuando los compañeros dicen “cuando las feministas vais demasiado lejos, eso pone en riesgo los gobiernos de izquierdas”, no solamente es que sea mentira porque electoralmente las mujeres somos las que decantamos el proceso, es que si cuando ganamos criminalizamos a las que están al frente de la transformación, en este caso las feministas, entonces, ¿para qué quieres ganar, compañero? ¿Para qué quieres ganar? ¿A qué vinimos acá? Así le entregan la victoria al adversario.

“Hay una parte de los sectores progresistas que, conscientes de que hay que ganar para transformar, se han obsesionado con esa primera parte, que es ganar. Entonces han dicho a lo mejor no tenemos que transformar tanto para ganar, pero si no transformas, para qué quieres ganar

—¿Y hay algo de autocrítica que hacer en que hayamos quedado en ese lugar? 

—No se me ocurre qué tendríamos que haber hecho diferente. O sea, luego si bajas a cada caso concreto, siempre hay autocrítica que hacer. Pero en el planteamiento político así como desnudo, general, no. Creo que su planteamiento es erróneo y que lo peor que nosotras podemos hacer es pararnos a pensar si podemos convencerles mejor. Yo creo que hay que decir “compañero, no tiene razón, no es cierto lo que estás planteando, no es cierto”. El feminismo ahora mismo es el motor del proceso democrático, el motor de la transformaciones, el motor del éxito de la izquierda, si tú criminalizas y cuestionas a ese motor, se te va a ir a la mierda todo el proceso. Porque además a la gente le estamos diciendo una cosa, que es que confíe en el procedimiento democrático porque si nos vota, si nos elige, las cosas pueden cambiar. Pero, luego, si cuando ganamos no transformamos, lo que le estamos diciendo es la democracia no sirve para nada, gane quien gane va a pasar lo mismo, tu vida va a ser igual. Es una falta de respeto a la propuesta que tú mismo o tú misma le haces a la gente cuando le planteas que te vote y sobre todo que confíe en el proceso. Y también es muy antipolítico, porque si la gente se involucra con una transformación y tú criminalizas a quien transforma, entonces, ¿qué le estás diciendo a la gente? ¿que la política no sirve para nada? 

Si cuando transformas es que las feministas han ido demasiado lejos, se les fue la mano… en lugar de plantear “Oye, sus derechos son urgentes, mira qué compañeras más aguerridas, más valientes”. Si tú criminalizas a las feministas lo que le estás diciendo a la gente es el caldo de cultivo perfecto para la antipolítica, que es justo el alimento del reaccionario: la resignación, pensar que no se puede. 

O sea, no quiero decir que no hay autocríticas, estás perdida si ante la pregunta de si hay autocríticas tú respondes que no, estás perdida. Pero creo que no es cierto y creo que ese relato es fruto de un problema que tenemos, fuerte, cuando conseguimos victorias institucionales o que derivan en gobiernos populares o progresistas, que es que hay mucha gente que no quiere asumir el coste político de hacer lo que ha dicho que iba a hacer. Y entonces hay que buscarse relatos justificativos para poder seguir en la institución, pero sin transformar. Me parece legítimo, pero me niego a encima tener que callarnos nosotras o decir que el error es nuestro porque no hemos sabido explicárselo lo suficientemente bien. 

“Si tú criminalizas a las feministas lo que le estás diciendo a la gente es el caldo de cultivo perfecto para la antipolítica, que es justo el alimento del reaccionario: la resignación, pensar que no se puede”

—¿Frente a esa resignación antipolítica el feminismo representa algo de esperanza?
—Es la esperanza, lo pienso honestamente, ningún otro proceso político puede decir “dijimos que cambiaría esto” y esto está cambiando. “Te dijimos que la violencia no era un problema tuyo, era de todas, y de todes”, y cada vez tenemos más espacios seguros para relatar las violencias, para encontrar una mano tendida para salir de ahí. Sí, lo creo, es esperanza. Es precisamente lo contrario de este relato de que no se puede. Su relato es la antipolítica, es “habéis ido demasiado lejos”, y nosotras mientras tanto estamos diciendo, ¿pero no veis que lo que estamos mostrando es que se puede transformar? Agárrate a nosotras.