La imagen de un mapa con dos flechas que apuntan a lugares opuestos incomoda. De qué será síntoma ese croquis. Este 8 de marzo, en la Ciudad de Buenos Aires, hubo dos grandes convocatorias, dos grandes movilizaciones: una dirigida al Congreso, otra a la Plaza de Mayo. La primera es producto de las asambleas convocadas por el colectivo Ni Una Menos porteño en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba) y la segunda producto de los encuentros que propuso la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto de CABA en la facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Feminismos en plural de los dos lados pero no los mismos feminismos ni los mismos reclamos: las primeras representan al oficialismo peronista, al campo nacional y popular y sus alianzas, y las segundas a la izquierda tradicional y organizaciones aliadas. La imagen impresiona, una flecha tira hacia un lado, la otra hacia el otro, como si se tratara de una cinchada entre los dos actores políticos más importantes en el feminismo local en la última década. ¿Síntoma de qué?
Repliegue, desinfle, achicamiento, atomización, arrebatamiento. Son múltiples los adjetivos para describir el estado de situación del feminismo (o los feminismos) en este momento. Estos significantes son las sensaciones que se ponen en común cada vez que hablamos del tema con una compañera, una colega, entre nosotras y nosotrxs. “Ya no es como era antes”, “ya no tengo la misma convicción”, “no hay agenda”. Después de años de efervescencia, de una chispa que no se apagaba con nada, llegamos a este 8 de marzo de 2023 con sentimientos encontrados: por un lado, nostálgicas de la potencia que supimos construir; por el otro urgidas por la necesidad de re-encauzar esa fuerza feminista.
Sin echar mano a estudios o investigaciones, como activistas observamos una serie de nudos que hacen a este repliegue del espacio público (las calles, los medios, el espacio virtual, las instituciones públicas) que viven los feminismos.
El primer nudo, sin dudas, es la pandemia que nos corrió del espacio callejero por mera supervivencia. Las horas asamblea, horas rosca, horas calle acumuladas antes de la llegada del Covid-19 para muchas militantes se volvieron como un búmeran en el aislamiento y el regreso a la presencialidad las encontró cansadas y con una ley deseada durante años, la de interrupción voluntaria del embarazo, ya aprobada.
Durante ese período, el espacio virtual (el nuevo y principal ágora) estuvo signado para las feministas por los ataques digitales y la virulencia de la reacción conservadora. La violencia política on line y off line y su legitimación mediática, judicial y política es el segundo nudo que atraviesa este escenario, de tal manera que un comité de expertas de la Organización de Estados Americanos vino a observar qué pasaba. No es una exageración, no es una excusa. Las expertas concluyeron que “subyace un clima de hostigamiento, ataques e impunidad”. Nombraron el atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner como un intento de “magnifemicidio”, alentado por discursos de odio. “Cuando las mujeres participan en la vida política hay un ejercicio en relación con nuestra imagen y una degradación de la persona. Ningún vicepresidente sufrió un atentado así. Con este atentado probablemente las niñas que sueñan con ser presidentas, teman hacerlo y eso es un retroceso”, dijeron.
Según un estudio del Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (LEDA) de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) en Argentina son las mujeres (un 73,9%) las principales objetos de los discursos de odio y los principales motivos de las agresiones son las identidades políticas, entre ellas ser feminista. El problema es regional y se traduce en silenciamiento: en el informe de ONU Mujeres y la Alianza Regional “Violencia de género en línea hacia mujeres con voz pública. Impacto en la libertad de expresión”, que indaga sobre 15 países de Latinoamérica y el Caribe, el 80% de las comunicadoras con voz pública limitó su participación en las redes. Es decir, omite opinar o manifestarse sobre determinados temas.
Es cierto también el tercer nudo, que durante la pandemia y la crisis económica que se profundizó con ella hubo mujeres con o sin feminismo acreditado que sostuvieron la vida en espacios comunitarios, sus propios territorios, sus casas, instituciones de salud y educación, locales territoriales de organizaciones pequeñas o grandes. Las feministas no estuvimos ni estamos por fuera de todo el espacio público: hay feminismos en el día a día sosteniendo la vida, poniendo el cuerpo a la crisis sanitaria, económica, ambiental, social aunque no nos devuelvan imágenes chispeantes y potentes de desmesura como la ocupación callejera y la viralidad. Sin embargo, no las contamos como parte del movimiento con el mismo entusiasmo, por falta de espacio o interés. En la narrativa mediática predomina una captura folklórica de los grandes hitos del movimiento, no las historias cotidianas de las prácticas feministas y populares que hacen la hazaña de mantener el mundo en movimiento. El periodismo de efemérides es un laberinto del cual salir por arriba.
Y precisamente en las narrativas encontramos el cuarto nudo. Es una cuestión de lenguaje y también de política: la desconexión del discurso del feminismo de Buenos Aires con las demandas y problemas populares. Más que un problema político parece específicamente un problema de discurso político, ¿a quiénes se les habla cuando se enuncian consignas como las de este año: “la deuda es con lxs trabajadorxs” o “con esta justicia no hay democracia”? No es que estas consignas no lean el contexto de crisis y urgencia que atraviesa la mayoría de la población, y dentro de esa mayoría especialmente mujeres, niñes y diversidades sino que parece que estas frases están hechas para enunciar la crisis pero no para convocar a transformarla. Parecen buscar un oído en la disputa interna en el Frente de Todos más que la activación de un pueblo feminista que no recibe el llamado, la línea está ocupada, marcaron mal o hablan otro idioma.
Si el éxito de Ni Una Menos, del Vivas Nos Queremos, de la huelga feminista como concepto y el pañuelo verde como símbolo fue instalar sentidos, contraseñas, interpretar demandas históricas con creatividad para llegar a audiencias más amplias e interpeladas a activar por los derechos, ahora las consignas nos dejan hablando entre las organizadas y, entre estas, las que entienden tanta elipsis.
El feminismo fue complejizando sus demandas desde 2015, el Ni Una Menos fue un lema lo suficientemente amplio como para generar adhesión masiva, desde entonces el potencial de incidencia fue limándose. Una posible respuesta: cierto academicismo porteño fue construyendo sobre las demandas hechas consignas de vuelo político e imaginativo que si bien logró sintetizar conflictos complejos, fue alejándose de la búsqueda de generar un diálogo con la diversidad masiva y popular. No queremos criticar toda la construcción teórica y en territorio que consiguió focalizar dentro de las múltiples violencias por motivos de género en la violencia económica. Pero en términos discursivos esta maniobra no logró correr el debate de la lógica binaria víctima-victimario ni consiguió sumar compañeras a las movilizaciones, más bien lo contrario, ni logró amainar las violencias ni una repentina conciencia de clase que desemboque en una sorpresa electoral para las fuerzas que van del centro hacia la izquierda.
Entonces, para empezar a desatar los nudos, nos preguntamos: ¿hay que volver a las consignas básicas? ¿El feminismo fue perdiendo su especificidad en la medida que avanzó en complejizar sus ideas? ¿Fue un error de cálculo dejar de poner a la violencia de género en el centro? ¿Se podría recuperar esa agenda de las violencias sin volverla totalitaria? ¿Sin que “perspectiva de género” sea sinónimo de punición, como se construyó alrededor del “caso” de Lucía Pérez? Si la desigualdad socioeconómica es el principal soporte de las violencias, ¿podemos esforzarnos por hacernos entender? ¿Cómo podemos volver a hablar la lengua de las masas que son capaces con su presencia callejera de transformar el sentido común? No con marchas separadas ni con frases crípticas. No con falta de voluntad feminista por definir un problema común que nos reúna y movilice juntas una o dos veces al año.
A veces los problemas políticos, son problemas de comunicación. ¿Todas entendemos lo mismo cuando decimos “nosotras movemos al mundo”? ¿Dice lo mismo si esa consigna está en una pared en Boedo que si está en un flyer de un ministerio? ¿Qué entiende el presidente cuando dice eso? ¿Por qué sería deseable para las mujeres ser consideradas como trabajadoras y que además mueven el mundo? ¿Por qué eso las llevaría a alguna posición política?
Otra manera de pensar, otro nudo, el quinto: en un año electoral y en una era marcada por la polarización, el feminismo local no pudo —hasta ahora— saltar el algoritmo. El feminismo, un actor político siempre complejo y diverso, está atravesado por múltiples intereses sectoriales y parece haber perdido lentamente su organicidad, si hasta 2018 podía ostentar cierta unidad en la diversidad, ser comprendido como un movimiento social orgánico, cuyos miembros respondían a esa unidad, hoy el feminismo, las feministas, ya no son orgánicas al feminismo.
En épocas en la que se eligen autoridades ejecutivas, las organizaciones y partidos que llegan a la organización del 8M buscan imprimir sus consignas, sus ejes de trabajo y, a la vez, llevar agua para su costal. Necesitan construir un gran acontecimiento porque eso como feministas siempre relegadas en los espacios cismasculinizados redunda en mayores posibilidades y, básicamente, más poder.
No se puede pensar la división en dos marchas de este 8M sin pensar en el año electoral y en la avanzada de la derecha. Ir divididas es resultado y éxito del antifeminismo y del gran paraguas antiderechos que tiñe con su sombra a trabajadores, mujeres, migrantes, trans, indígenas, diversidades, etc. Y aun sabiendo esto, lo hicimos.
Al parecer en un año electoral las diferencias se sobreactuan, queda mal marchar al lado de tal orga, queda mal marchar al lado de tal otra, pero justamente por escatimar esos riesgos terminamos marchando entre las parecidas y lo que se pierde es el acontecimiento de la participación feminista y callejera de aquellas que no están nunca marchando en el centro. Por eso nuestro ensayo de fotos es sobre las que mueven el mundo pero no fueron, no pudieron, no se sintieron invitadas a ir a marchar.
La vitalidad de los feminismos en las organizaciones políticas es innegable, aunque haya bajado considerablemente su capacidad de movilización, pero ¿queda algo del feminismo que marcó hitos como Ni Una Menos o la marea verde? Las jóvenes, pibas y señoras que veían en el aborto un signo de su autonomía y su agencia política, las pibis y señoras que leyeron en el grito ni una menos una posibilidad de marcar límites y participar de un cuidado colectivo, ¿dónde están elles este 8M?
La sensación es de que no hay escucha, ¿que se lee en las bases como problema? ¿que se lee en las juventudes como problema? No sabemos, o sí: las violencia basada en género sigue existiendo, la justicia sigue sin responder a la altura de las necesidades de las víctimas, la crisis económica genera y profundiza la exclusión y la violencia, no hay más manos para tantos cuidados familiares y comunitarios a cargo. La sociedad está rota, ¿cómo puede el feminismo hablar de esa rotura y en el mismo movimiento convocar a reparar y a manifestar el desacuerdo? Eso hizo el feminismo en varios países de hispanoamérica en los últimos años, ¿qué está pasando en Argentina que sus llamados ya no son atendidos por la calle ni las instituciones? Basta con haber escuchado la apertura de sesiones legislativas del presidente Alberto Fernández para reconocer que las demandas feministas no son urgentes hoy de comunicar para el Estado. No quiere decir que no se estén haciendo políticas públicas pero ya no se narran o la intervención del Estado aparece con tal nivel de instrumentalización que acaba siendo contraproducente.
Sexto nudo: la institucionalización desmovilizó. Algo que venimos escuchando desde que se creó el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad y se jerarquizaron distintas áreas de género en los gobiernos locales y provinciales es que, sin intencionalidad pero con efectos, la presencia de feministas en el Estado quitó a las que eran activistas del espacio callejero para ubicarlas detrás de escritorios. También por eso la calle ya no es lo que era. Un solo ejemplo, el paro feminista nació como una medida sindical, trabajadoras organizadas, formales o informales, debían conseguir que el 8M sea un día de lucha en tanto trabajadoras. Hoy, en algunos organismos del Estado, se otorgó asueto a las trabajadoras mujeres. Pero un asueto no es una huelga, la medida acaba siendo desmovilizante, dulcificada.
Lo que parece que nos falta a las feministas es ansias de reconstruir el movimiento popular y masivo. Quizás lo que falta es ese deseo de mover el mundo. La masividad, si es deseada, sólo se logra articulando, no quedándote con las tuyas. Hay que volver a hablarle a las sueltas, volver a usar la lengua feminista, volver a poner en palabras los problemas diarios, concretos, tangibles, variables, los que atraviesan la vida. Nos siguen ninguneando, nos siguen pegando, les siguen matando, seguimos cobrando menos, seguimos sosteniendo los hogares sin ver un peso o recibiendo el desprecio de la mirada de las clases medias. Tenemos que volver a decir Ni Una Menos, volver a contar que hay personas que mueren intentando interrumpir un embarazo en un país donde eso debería garantizarlo el estado por ley, volver a decir claramente que con amor o sin amor esa tarea que se hace en el barrio o en la casa tiene que ser paga, sin vergüenza, con orgullo. Decirlo para que lo entendamos todas.