A primera vista lo que me parece es que el VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE) es cosa de hombres, encargados de debatir “el futuro del español”. La Comisión Organizadora ofrece la cuidada proporción de 6 a 1 para neutralizar la siempre antipática presencia femenina. La Comisión de Honor, en cambio, despreocupada de cuestiones tan bajas como la paridad genérica y otras desagradables molestias, se comunica orgullosamente 100% masculinaria. La Comisión Científica, en fin, presenta un dato de color: la curiosa mención de Alberto Manguel como director de la Biblioteca Nacional (renunció el 4 de julio de 2018), detalle que cubre con un manto de invisibilidad la labor de Elsa Barber al frente de dicha institución. Primera directora mujer en más doscientos años (la BN fue fundada en el marco de la Revolución de Mayo) de pronto anulada en el curso de un tipeo automatizado: sin duda, un pequeño error involuntario. Dado que, evidente, la cuota femenina causa rechazo (porque, claro, tendríamos que demostrar la calidad del trabajo de las mujeres, nunca vale –como sucede con el de los hombres– presuponerlo, darlo por sentado), propongo la cuota masculina: que su valioso aporte no pase de un estricto 50%. Las ventajas serían múltiples. Alejados de las ubicuas artimañas de Pochita Morfoni, dejarían jugar a les demás. Pero además, al reducirse los espacios a ser ocupados por hombres, se verían obligados a aguzar el ingenio y capacidades, para prevalecer, redundando la sana competencia en una mejora del conocimiento y la calidad del saber para todos, todas, todes. Que es, ¿no es cierto?, el fin último que perseguimos como especie.
“Imaginemos si acá los argentinos hablásemos argentino y los peruanos, peruano, y los bolivianos, boliviano, y necesitásemos traductores para hablar con los uruguayos”, propuso Mauricio Macrì en la copetuda apertura del VIII CILE, llena hasta las tetas de mandatario nacional y extranjero, reyes, reinas, damas primeras, etc. Lo miro por TV y no puedo olvidar sus grandes éxitos cumbiancheros: “A todas las mujeres les gustan los piropos, aunque les digan qué lindo culo tenés”, de su época de jefe de Gobierno, resonante éxito en 2014, o aquel spot de la impactante serie “Mauricio y vos” en la que el precandidato a presidente, sujetando a una niña que lucha por alejarse, por que no la toque, sella el ejercicio de su violencia admitida con tres repeticiones de antológico “Ya te vas a aflojar”, casi continuación del “Relajate y gozá” de Cacho Castaña. Se trataba de ser pueblo y Macrì lo consiguió sin dudas, en una performance de machirulo patriarcal sin fisuras, nivel capocómico de calle Corrientes en la época de oro de la revista.
Me voy por las ramas, pero lo cierto es que Macrì tiene una veta de standupero feroz. Baste, como botón de muestra, la alquimia lingüística que puso en movimiento este año en ocasión de la apertura de las 137º período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional, exquisito florilegio en el que articuló sin mayores dificultades neologismos indómitos como “trajmites”, “extlerior”, “mujares”, “infratutura” para hablar de “mi mandazo”, al tiempo que se dio espacio para la fe (batir de pestañas le bastó, por su mucha capacidad, para acuñar a “San Simple”) y para vocear algunas verdades (“con la ayuda del narcotráfico”, etc.). El show completo, aquí.
Les argentines hablamos argentino, alguien que le avise, ocupado como está en la minucia diaria se le pasó el detalle (¡la cuota, gente, la cuota!), a eso se debe el rechazo que nos produce la lectura de traducciones made in Spain, percudidas de palabras que no sentimos propias, que nos dejan en un limbo extraño de indecidibilidad. Ajeno. España tiene una política de la lengua clara, que se sostiene sobre la concepción del español como mercancía. Como tal, puede venderse (a través de las certificaciones de los cursos de español para extranjeres) y tiene un público cautivo de 500.000.000 de hablantes alrededor del mundo, dato repetido hasta el hartazgo. La necesidad de considerar los vínculos lingüísticos entre geografías hispanoparlantes como piramidales (España pastora, el resto rebaño), es decir, patriarcales (España, dueño y señor, el resto, mujer e hijes) tiene que ver con el potencial de lucro que da un invento patentado.
El dominio sobre la lengua que ansían en España se articula sobre el trabajo cotidiano, racional y coordinado de la Real Academia Española, el Instituto Cervantes, El País y su Babelia, Telefónica, entre otras instituciones y empresas que unen fuerzas para desplegar una política lingüística en el extranjero que tenga siempre a la península en su centro, como pináculo insuperable. Pero el vínculo real entre España y sus ex colonias no es piramidal, sino rizomático. El español no es monolítico, ni siquiera en España. Incluso sacando catalán y vasco, cada región tiene su tonada, tonalidad, palabras y usos particulares, preferidos por sus hablantes a la hora de decir (y entender) lo que les pasa: experiencia del mundo sensible. Ni hablar de lo que sucede en América. Tubérculo podrido por años de descomposición bajo tierra, su español y nuestro rioplatense, el argentino, el boliviano, el uruguayo, el paraguayo, el chileno y todo el resto de variedades posibles están en igualdad de condiciones a la hora de fraguar nuestras capacidades cognoscitivas, de conformar la manera en que entendemos –y transmitimos– lo que está a nuestro alrededor, lo que somos. La unidad del español es una ilusión con una utilidad clara: monetarizar “nuestro mayor activo”, en palabras del presidente Macrì, con buen ojo (siempre) para los negocios, atarlo a la lógica del capital. En este marco, la lengua rentada (que se aprenderá en escuelas e institutos arancelados, privados) es la utopía.
“En la lengua se libran todas las batallas”, dijo María Teresa Andruetto en una entrevista de Fernanda Pérez para el sitio Babilonia. Andruetto, que pronto cerrará el CILE, se refiere allí a las tensiones entre este y el Contracongreso, organizado por la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba, con el título (para nada casual) “I Encuentro Internacional: Derechos Lingüísticos como Derechos Humanos” (la programación completa, aquí. Hay otras batallas que también salen al cruce de la lengua. Por ejemplo, la del inclusivo, esa “e” (que a veces escribimos como “x”, “@” o sustrayendo la vocal genérica) que busca volver visibles y audibles las luchas de los feminismos por una sociedad más justa (¡la cuota, gente, la cuota!), menos violenta hacia las mujeres. Porque el masculino es universal solo en apariencia, en la superficie. Bajo esa falsa promesa de representación, invisibiliza las experiencias particulares de las mujeres y el resto de las identidades que se autoperciben como no-hombres. Es una herramienta poderosa para la factura de subjetividades quebradas, obligadas a existir en la dislocación de sentirse (autoasumirse como) parte del colectivo privilegiado de los hombres, con las mismas libertades, derechos y beneficios que ellos, para luego caer irremediablemente a la realidad, que coarta esa circulación, de cuerpo, de discurso, de psiquis: el castigo ejemplificador siempre amenaza en el horizonte. He aquí el drama de las mujeres patriarcales, aquellas que desean sobresalir por sus cualidades propias intrínsecas, como si las condiciones de posibilidad, el contexto, fuera el mismo para todes. Aquí también es donde hinca su diente la fábula meritocrática, falsedad de falsedades.
Los cuerpos feminizados somos, antes que nada, cuerpos sujetos. Subjetividades acostumbradas a la inmovilidad frente al agravio, la paciencia, la no agresión. En una estructura patriarcal, el aguante es una estrategia de supervivencia.
Fuguemos de la pirámide, ahora es el momento. Dejemos atrás el control y las reglas. Dejemos a la RAE en paz, ocupada en describir post hoc (vale decir, a posteriori) lo que sucede en las calles, pobre testigo, sin voz ni voto, de lo que sucede fuera de ella, agitación vital de la cual jamás podrá participar. La lengua “está viva, cambia como cambiamos nosotros”, lo aclaró el presidente Macrì (justo después de comentar “la primer [sic] vuelta al mundo”). Es todo menos monolítica, de ahí el enorme trabajo y energía puestos para crear y darle entidad a esa categoría inexistente bautizada “español genérico”. Hasta Disney se ha dado cuenta de la importancia (comercial) de usar la lengua adecuada en el lugar correcto. Hace años viene doblando sus películas y series al español de España y al “latino” porque lo que gasta en trabajo duplicado lo recupera luego con creces en la cantidad de gente que lleva al cine a sus hijes a ver algo que no les expulsa.
Trabajemos para afianzar el valor de cada variedad del español, sus particularidades intraducibles, sus vericuetos intrasladables. Sobre todo, imposibles de volver dinero, negocio, mercancía. Hurtemos nuestra manera de decir el mundo del intercambio capitalista, protejámosla. Volvámosla compleja y secreta, con muchas capas, como nosotres mismes. Al fin, somos la lengua que habitamos.