Los cuentos de Linnet Muir, recientemente publicado por Eterna Cadencia, reúne aquellos textos de Mavis Gallant que son de algún modo autobiográficos. Linnet Muir, su alterego literario, es una “especie de síntesis de lo que alguna vez ella fue”: una niña precoz, una joven mordaz, una escritora capaz de recrear la cotidianidad que lleva a la reflexión más profunda. Atravesada por la experiencia de ser canadiense, de ser mujer, de ser la hija única de una pareja a la que su crianza le pesaba como si se tratara de una tribu.
Lo suyo es la épica del detalle. La descripción certera en una línea o en un gesto mínimo. Y la digresión que sabe exactamente a qué puerta lleva. La escritura como posibilidad de fuga, como mirada espía, como reflexión que sana, porque comprende. Testimonio de una infancia como edad no tan dorada. Memoria de la soledad, del abandono y la inconformidad, narrados con una valentía tan hilarante que revitaliza.
Mavis Gallant nació en 1922 en Montreal. A los 4 años fue pupila a un colegio francés, en el que la dejaron como quien se desentiende. Su padre murió cuando tenía 10 y le dijeron que se había ido, pero que volvería de un momento a otro. Y cuenta Garland que ella lo esperó. Su madre se volvió a casar y se mudó a Nueva York, dejando a la hija a cargo de parientes entre los que fue rotando. Estudió en diecisiete colegios, de los que pese a sus anhelos su padre no la rescató. A los 20 se casó y consiguió su primer trabajo como periodista, en el diario The Montreal Standard.
Gallant sabía que cobraba la mitad que sus colegas hombres, pero no se sometía. Se las arreglaba para trabajar la mitad del tiempo, y se escapaba a leer. Sus observaciones al respecto, “como un dardo envenenado, nos recuerdan que la lucha por la igualdad tiene la lentitud de una psiquis resistente al cambio”, dice Garland en el prólogo. Pero ella impuso su deseo. En contacto con un mundo que le permitía observar el modo en que la vida de las mujeres dejaba de ser una experiencia subterránea, exploró ese territorio anónimo, engañoso y desconcertante, dando cuenta de los cambios que la guerra posibilitaba en su vida íntima y profesional.
Tras divorciarse cinco años después de haberse casado, Gallant se mudó a París. Decidida a dedicarse a la ficción, asumió un reto: si en dos años no conseguía vivir de su escritura, tiraría todo para dedicarse a otra cosa. “El coraje que necesitaba una mujer en 1950 para mudarse a otro continente, sin trabajo, sin marido y sin red de ninguna clase habla de una integridad y una determinación raras de encontrar”, dice Garland. Y su escritura da cuenta de eso.
Maestra de maestras como Margaret Atwood, Alice Munro, Joyce Carol Oates, Jumpa Lahiri, Mavis Gallant eligió una vocación liberadora y asumió un destino solitario. No alcanzaba con la propia habitación y la independencia económica. La opresión que pervivía en los susceptibles campos del amor también podía limitar la creación. Y ella solo fue fiel a su deseo. Además de diversas colecciones de relatos, escribió las novelas Agua verde, cielo verde (1959) y A Fairly Good Time (1970), y la obra de teatro What Is to Be Done? (1984). Falleció en París en febrero de 2014, a los 92 años.