La vista aísla; el oído une.
Walter Ong, Oralidad y escritura
Leo Pornosonetos de Pedro Mairal (Emecé, 2018). En la página 45, “el verbo emputecido de la thénon” confirma que son rimas nacidas al calor de los primeros libros de Washington Cucurto, como Cosa de negros, habitados de poderosas gigantas, perras, yeguas, tigras siempre deseantes, de sexo, de machos, de acción. “Hay que contarlo todo, vieja. ¿Qué?, no voy a contar que me garché una linda mina, eso es el gran triunfo. Aunque no quieran, me sube un escalón. Yo no sugiero, yo dejo bien en claro, yo afirmo”, decía en 2003 Cucurto. Su narrador homónimo afirmaba combinando gloriosamente palabras con sonidos dispares para hablar de sexo como se gana tierra al río: con prepotencia arltiana. Mairal se suma ahora a esta estela, aunque “ahora” sea relativo porque la historia de Pornosonetos es larga. Llegan a Emecé luego de haber dado la vuelta al mundo (editorial) de la mano de Ramón Paz, seudónimo de su autor, hoy blanqueado: colgados en blogs, editados por Eloísa Cartonera, por Vox, leídos en lecturas, recitales. Como definitivo, sirva este dato: hay pornosonetos compartidos hasta en Taringa!
Para les que como yo sabemos poca cosa de poesía, la rima es todo. Es rap, es trap, es Slam de Poesía Oral, es El Quinto Escalón. Los cantitos de cancha (o cancheros) son rima, las canciones que fijan las luchas populares riman. La rima son sonidos que se chocan, que se frotan, que quedan en el aire exhibiendo su apenas diferencia: sonidos que acercan significados lejanos, que crean la posibilidad de percibir juntas cosas que habitan por sí solas mundos distintos. La rima es el único antídoto dialéctico contra la grieta. La rima atraviesa todo, permea las manifestaciones más diversas, las personas más dispares. Se carga sin esfuerzo el humor –el guiño satírico– a la espalda, onda caracol: como el soneto de Quevedo a Góngora, “Érase una vez un hombre a una nariz pegado / érase una nariz superlativa / érase una alquitara medio viva / érase un peje espada mal barbado”, etc. (siglo XVI). Más acá, sirvió para hacer campaña, y tan bien, que del proselitismo pasó a la historia de las letras: “Mirá, gaucho salvajón, / que no pierdo la esperanza / y no es chanza, / de hacerte probar qué cosa / es tin tin y Refalosa”, etc.
Leo a Mairal, que elige el soneto, lo declara en el título, en la tapa (acertada porque además de todo en la imagen del que se sumerge reverbera una pluma de ganso, o sea, de escribir sonetos clásicos). El soneto tiene rima. Tiene también una cantidad estipulada de sílabas, mayúsculas, puntuación. Mairal se queda con la rima y los endecasílabos, desecha todo lo demás por superfluo, en su revisitar moderno, aggiornado, de formatos antiguos: “quiero escribir palabras que estén vivas / que choquen entre sí que se molesten / y que se saquen chispas y protesten / y que a la vez resbalen sucesivas / en verso delicado escandaloso”.
Leo Pornosonetos y encuentro que no todos son porno. Hay muchos preciosos sobre sentarse en una plaza, acompañar a tías, cumplir años. Varios sobre porqué escribir sonetos hoy. De los porno hay muchos muy buenos, acabada puesta en escena del deseo masculino heterosexual cis, sus frustraciones, sus miedos. El guiño burlón siempre cerca, como si no tomarse en serio fuera prerrequisito para hablar de sexo. El goce es un derecho inalienable –lo dejó claro Pino Solanas en el debate por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito– y Mairal incrusta este derecho en sus sonetos como “el lenguaje se halla incrustado en el sonido” (Walter Ong, Oralidad y escritura).
La propuesta de estos sonetos me interpela. Me crié en Boedo en los noventa, en un ambiente con géneros binarios claros, con sexualidades asignadas sin dudar. Pornosonetos es como una cápsula de la memoria que me devuelva a una época de certezas y protagonismos incuestionables en la que lo diversamente deseante no había hecho aun su irrupción ni ensanchado los márgenes de lo pensable, de lo posible.
Leo Pornosonetos con mi hijo adolescente. Festejamos juntes a grandes voces todos los pitos endurecidos de deseo enloquecido delirante, todas las tetas, el carnaval de culos gordos, remachados por deseosos vaivenes. “me dijiste tu culo está en mis planes” lo leemos varias veces. Reímos al unísono, comentamos los hallazgos lingüísticos de Mairal, la pasamos bien. Al fin, cerramos el libro y arreglamos en inclusivo que quien no cocina, lava los platos.