Una chica baila con un abanico en la mano, la rodean amigxs y recién conocidxs. Forman una ronda sin límites y el abanico es como un pájaro blanco que los sobrevuela entre las luces. Le agradecen, le sonríen, le rezan. Mientras tanto, alguien llega con dos botellas de agua fresca que circulan entre todxs. Quedan tres horas de fiesta: algunxs bailarán abrazadxs, otrxs en triángulos, otras solas.
La pista de baile en las fiestas electrónicas privilegia al grupo sobre el baile en pareja, nadie saca a bailar ni es sacado a bailar. Los roles de varones y mujeres quedan en la entrada, no existen aunque a veces el sexismo meta la cola. “Hay una tendencia a la des-sexualización en la pista. Porque bailar no implica necesariamente un levante sino más bien una experiencia lúdica de encuentro con un otro que puede o no incluir contacto físico”, así lo explica a LATFEM la antropóloga social Guadalupe Gallo. Para su tesis estudió las experiencias de les dancers en la música electrónica. “La correlación de género y rol en el baile se rompe”, asegura.
Todxs están liberados de la técnica porque no hay buenxs ni malxs bailarines. La propuesta es la inclusión de todas las formas de movimiento, desde las más simples a las más complejas. Algunxs se mueven como debajo del agua y otrxs de brazos cruzados y otrxs solo con la mente y el pensamiento. Para Gallo, “la música dance es liberadora tanto para los varones como para las mujeres porque bailar solo significa compartir ese momento”.
Las formas de invitación son más sutiles: hay miradas, gestos o roces. El lenguaje se apropia del cuerpo y abandona las palabras. El diálogo se construye a lo largo de toda la jornada con el movimiento corporal y la experimentación de las sustancias. Víctor Lenarduzzi es autor del libro “Placeres en movimiento” donde escribe sobre la relación entre cuerpo, música y baile. En uno de sus artículos, “Las técnicas del placer en el baile contemporáneo”, señala que el éxtasis puede pensarse incluso como una herramienta para el placer porque “quita el miedo” y abre las puertas a la experimentación de un amor no sexual. Porque desinhibe pero, a diferencia del alcohol, no produce osadía desafiante o agresividad.
Las banderas que sostiene la cultura electrónica en la pista son paz, amor, unión y respeto (PLUR). Aún así, para la antropóloga las discriminaciones o recortes están presentes de maneras no tan explícitas o visibles. En principio, hay movimientos corporales y comportamientos que son indeseados, como no tener buena onda o tener movimientos avasallante sobre el cuerpo del otrx. “El dance y la música disco -asegura Gallo- se transformaron en una inspiración estética del encuentro porque dejaron de lado la idea de público para dar lugar a asistentes más participativxs”.
Desde 2017 la Asociación Civil Intercambios lleva adelante el Proyecto de Atención en Fiestas PAF! con intervenciones de reducción de riesgos y daños de los consumos de sustancias en ámbitos de nocturnidad como fiestas electrónicas, festivales de música y espacios públicos. Promueven prácticas de cuidado disminuyendo riesgos asociados a los consumos de sustancias y ofreciendo espacios de orientación amigable.
En las fiestas, aunque con otros códigos, existen situaciones de acoso a las mujeres. A veces, se manifiestan en un beso o una mano sin mediar ningún gesto de consentimiento. Porque si bien en la pista las personas se abren al contacto con lxs demás, la buena onda y la empatía no pueden ser confundidas ni interpretadas nunca como un consentimiento para otro tipo de encuentro.
Carolina Ahumada, socióloga e integrante de PAF!, plantea otros comportamientos indeseados. En las fiestas, aunque con otros códigos, existen situaciones de acoso a las mujeres. A veces, se manifiestan en un beso o una mano sin mediar ningún gesto de consentimiento. Porque si bien en la pista las personas se abren al contacto con lxs demás, la buena onda y la empatía no pueden ser confundidas ni interpretadas nunca como un consentimiento para otro tipo de encuentro.
De todos modos, aclara que para algunas mujeres es un nicho porque no existe un acoso tan explícito como en otros espacios. Y además, ahora, hay una liberación de potencias por el momento de efervescencia que atraviesa el feminismo que no tienen tanto miedo y arman su propia red de cuidado para salir y pasarla bien: “No importa qué tengas puesto ni qué hayas tomado, tenes el derecho a volver a tu casa sin que te pase nada”.
“Tienen una alquimia entre imagen, música y drogas que crean una atmósfera particular. Somos todos felices bailando con amigues y con todes. Aunque también hay otro tipo de viajes y mambos, pero al final lo importante es que cada una elige lo que hace”, así define su experiencia en las fiestas Mariana Imbach. Tiene 35 años y recuerda, además, como una excepción a la regla la vez que un chico pasó los límites del consentimiento: “Estoy acostumbrada a que un abrazo no significa una insinuación ni un baile ni una propuesta”.
La forma de relacionarse de las personas en la pista fue lo que a Emilse Bergamin la sorprendió desde la primera vez. Usar el permiso, por favor y gracias para pasar entre las personas es una regla de comportamiento clave. Además, esta joven de 28 años asegura: “Los pibes que me han incomodado habrán sido dos y fue porque estaban re pasados y no les pasé cabida. A diferencia de los boliches donde te tocan el culo. Y eso me ha pasado toda la vida”.
Una de las explicaciones que le encuentra María Otero, de 30, a esta diferencia es que no se consume tanto alcohol. Nunca vio peleas ni nadie la molestó. Por eso, rescata la fiesta como un aprendizaje que excede la pista: “El baile es una experiencia donde una se siente bien y esa sensación te acompaña en el después: es un momento de diálogo interno y de reseteo”.
Por el derecho a irnos (y volver) de (la) gira
Lxs voluntarixs de PAF este año se enfocaron en trabajar en una perspectiva de género pero ya desde antes el proyecto se había plantado como un espacio libre de machismo. Cuando arman los equipos tratan de que haya tanto varones como mujeres porque para algunas consultas las chicas se acercan solo a las voluntarias. “El proyecto también nace -cuenta Ahumada- porque no todes tenemos un grupo de amigos que nos aconseje bien ni una red de contención”.
Hicieron un evento junto a Fieras -colectivo transfeminista de mujeres, lesbianas, travestis y trans, trabajadorxs de espacios culturales autogestivos e independientes de la Ciudad de Buenos Aires- que llamaron: Por el derecho a irnos (y volver) de (la) gira. El colectivo Fieras tiene un Protocolo de acción y prevención contra las violencias en espacios culturales. Soledad Asurey, integrante de Fieras, cantante y gestora cultural, destaca que a partir del armado del protocolo pudieron sacar a la violencia y el acoso de lo individual para ponerlo en un contexto social. Incluso, como parte de un proceso más amplio de visibilización y concientización. Porque ninguna identidad u orientación sexual está exenta de la violencia y una única respuesta en términos binarios corre el peligro de generar más violencia y exclusión. El desafío fue y es pensarse, cuestionarse y escucharse cada vez más.
En este sentido, desde PAF quieren ir más allá del ‘no es no’ y para eso toman como referencia la propuesta sobre el consentimiento de Noctánbul@s de Barcelona: construir una cultura sexual libre, segura y saludable en la que el sexo requiere no sólo del consentimiento sino también del deseo activo en libertad de las personas. Mientras tanto, planean en una capacitación sobre género para lxs voluntarixs. Porque les interesa esquivar el concepto binario para incluir a lesbianas, gays, bisexuales y trans.
La experiencia de la pista quizás no sea idéntica en todas las fiestas ni se pueda repetir en otros contextos, pero sí puede ser un ensayo para pensar y construir espacios libres de estereotipos de género: donde un abrazo y un beso sean un deseo compartido y consensuado.