“No hay nada más patriarcal que comerse un animal”, dijo la actriz Bimbo Godoy en una entrevista al diario uruguayo El Observador y sacudió las ramas del árbol feminista. La propuesta de ampliar —y hacer respetar—los derechos de los animales no humanos genera debates y controversias: “¿qué tiene que ver una lucha con la otra?, “no denigren la causa feminista”, “todas chetas de plata sin nada que hacer”, son algunos de los comentarios que circulan cada vez que el tema aparece en los medios.
Mientras tanto la relación entre los feminismos y el movimiento que rechaza la opresión y discriminación en función de la especie a la que se pertenece —antiespecismo— está instalada y toma cada vez mayor visibilidad. Las voces de nuevas agrupaciones como Sin esclavxs, transfeminismo antiespecista y Feminismo Antiespecista Interseccional (FAI), y de activistas y defensoras de los derechos de los animales como Bimbo Godoy y la publicista Malena Blanco se escuchan, se critican y se burlan.
Más allá de las polémicas, los argumentos están: ¿por qué luchar contra la violencia, explotación y consumo que sufren algunos cuerpos y permitir tranquilamente el abuso sobre otros?, se preguntan.
Para Carol J. Adams —autora del libro La política sexual de la carne, feminista y activista antiespecista estadounidense— qué o a quiénes comemos está determinado por la política patriarcal de nuestra cultura e incluye sentidos asociados a la virilidad.
Adams afirma que la opresión es violencia y ponerla en práctica implica tres instancias: cosificación de un ser para que sea percibido como objeto en vez de como ser viviente que respira y sufre; fragmentación, así su existencia como ser completo es destruida; y consumo, tanto literal de los animales no humanos como de la mujer fragmentada mediante la pornografía, la prostitución, la violación, el maltrato.
Tan similar es la relación entre la explotación animal y la cultura patriarcal que muchos de los términos que se usan para designar las partes de animales para consumo son intercambiables con las del cuerpo femenino.
Si “el patriarcado se va a caer” que caiga íntegro, con todas sus aristas explotadoras incluidas. Esa es la visión que defiende Bimbo en diálogo con LatFem: “en este sistema capitalista y patriarcal —sostenido por tantas patas— la alimentación es uno de los lugares donde más violencia hay. No se trata de una decisión personal o de reducirlo a la empatía con los animales. Estamos hablando del impacto que generan nuestros consumos, de la distribución cruel de los recursos y de la desinformación que hay respecto a la industria alimenticia y cómo nos enferma”.
Godoy fue vegetariana en su adolescencia y una década después volvió a cuestionar aquello que le hacía ruido. Así retomó lecturas, amplió miradas, recurrió a referentes en la temática. Hoy, si le señalan que su feminismo antiespecista es posible porque es una privilegiada de clase responde: “entonces tengo la obligación de cuestionar esos privilegios. No le puedo pedir a un obrero cuando termina de trabajar que no se coma un choripán. No se le puede pedir lo mismo a todo el mundo. Pero ojalá que la información llegue para que la familia de ese obrero, con la poca plata que lleve, compre lo que menos le enferme y lo que mejor le haga al contexto”.
Hasta que la última jaula esté vacía
Ollas populares veganas para acercar comida y difundir información a personas en situación de calle; proyecciones y carteles con imágenes de animales encerrados en jaulas, separados de sus crías apenas nacidas, explotados hasta la muerte; paneles y charlas-debate son algunos de los modos de activismo del feminismo antiespecista.
Las agrupaciones Sin esclavxs y FAI surgieron en 2018. Ambas estuvieron presentes en las marchas del 8M y Ni una menos (3 de junio) e integrantes de FAI darán, por primera vez, una charla sobre antiespecismo en el próximo Encuentro plurinacional de mujeres cis, lesbianas, bisexuales, travestis, trans y no binaries en La Plata. Para ellas la deconstrucción del especismo es difícil —especialmente en un país tan carnívoro como la Argentina— pero creen que hay mucha gente despertando y acercándose al paradigma.
“Decidimos organizarnos porque sostenemos que la lucha es interseccional e incluye a los demás animales. Necesitamos visibilizar dentro de los espacios feministas la explotación especista, que es también un sistema de opresión al que debemos reconocer como tal. Queremos plantear nuevas maneras de pensar no antropocentristas y generar estrategias de concientización”, explica Rocío Ruperto de FAI.
Por su parte, Sin esclavxs retoma el concepto de interseccionalidad y lo aplica a otros casos de opresión sistemática. Creen que, dentro de ese marco, ya no es posible percibir la discriminación basada en género, raza, especie, clase, orientación sexual, etc. como luchas separadas e independientes. “Los sistemas de opresión tienen las mismas estrategias y tácticas y comparten patrones de comportamiento y pensamiento. No podemos luchar contra una forma de opresión, siendo a la vez opresivxs. Tenemos que darnos cuenta de que la diferenciación humano/animal es una construcción social como la diferenciación Cis/trans. La situación de los animales debe ser tan importante para el transfeminismo como la situación de les mujeres de color, indígenas, pobres, lesbianas, con discapacidad etc.”, aseguran.
Algo más que empatía
Malena Blanco dejó de comer animales a los 11 años. Dos décadas después se convirtió en la cofundadora de la organización defensora de los derechos animales Voicot. Hoy, además del aporte que hace desde el arte y el impacto visual de las campañas del grupo, organiza y participa de charlas y congresos donde comparte sus experiencias de activismo e investigaciones en mataderos. “No solamente comemos animales que deseaban —y tienen el derecho a— vivir, sino que financiamos a la industria cárnica que arrasa el planeta para sostenerse. Son nuestras costumbres, culturas y comodidades la base de nuestra propia destrucción. Es urgente que cuestionemos nuestros privilegios como especie: estamos hablando de política, no de empatía nada más”, afirma Malena.
En ese sentido, ya la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) señaló la importancia de disminuir el consumo de carne para detener las consecuencias de la ganadería en el planeta. En 2009, en el estudio “La larga sombra del ganado. Problemas ambientales y opciones”, afirma que la industria ganadera contamina más que todos los medios de transporte y es la causa número uno de tala a nivel mundial, ya sea para generar áreas de pastoreo (lo que ocurre en la Amazonia brasileña), como para plantar soja (que en su mayoría está destinada a engordar al ganado). El resultado es que ese grano que le dan a los animales podría cubrir las necesidades alimentarias de la población que actualmente pasa hambre.
Transformar este modelo de producción hegemónico, que contribuye a sostener el imaginario patriarcal, y derribar los privilegios de especie son los objetivos del feminismo antiespecista. Su desafío es visibilizar la opresión oculta en el sistema alimentario porque, como dice Bimbo Godoy, “es muy difícil terminar con la violencia cuando la tenés todos los días en tu plato, ya sea porque no hay nada o porque hay un animal muerto”.