En estos cinco años no quedó zona sin ser alcanzada por los feminismos, incluso para rechazarlo. Ni Una Menos hizo eso que antes no había pasado, saltó el cerco, desbordó, se hizo masivo e hizo visible un sistema de opresión para decirle nunca más, un nuevo Nunca Más en la historia política Argentina. Un grupo de escritoras, poetas, periodistas y comunicadoras feministas provocó, sin intuirlo ni planificarlo, un acontecimiento político que dio inicio a un lema, un colectivo y un movimiento social transnacional que hoy tiene muchísimas expresiones, y que fortaleció las zonas que antes estaban relegadas como “temas de mujeres” dentro de sindicatos, partidos, organizaciones sociales, instituciones escolares, clubes, y hasta la configuración de las cámaras de representantes marcadas hoy por la ley de paridad. Alcanzó zonas de la vida afectiva: no somos las mismas. Y en términos históricos, cinco años es apenas un suspiro.
El desborde se ve en las fotos multicolores de los últimos años de las populosas asambleas feministas, las marchas, las concentraciones, las vigilias de la marea verde por el aborto legal y los encuentros plurinacionales cada vez más grandes donde conviven radicales con chinas, troscas con viejas y nuevas peronistas, oenegeistas con anarcas, indígenas y aborteras, sindicalistas y trabajadoras de la economía popular, putas, campesinas, madres organizadas, estudiantes secundarias, mujeres con bastón, gordas, no binaries, piqueteras. Y esto en distintos puntos del país y en diversos lugares dentro de cada provincia.
Los feminismos son el movimiento social más dinámico de los últimos años, después de décadas de subestimación. Por eso mismo, su agenda se mueve entre la memoria épica, las deudas en términos de derechos y de acceso, los desafíos de pensar siempre un futuro y la obligación de no resignar la crítica. En este recorrido planteamos algunos puntos de esa agenda.
-Ni Una Menos como movimiento social transnacional: qué ganamos para los feminismos
El 3 de junio de 2015 fue, en buena medida, la recuperación de una memoria social feminista ligada a la subalternidad y que se rompiera el silencio intergeneracional.
Hacer de la vida personal algo político, politizar la intimidad significó que por primera vez muchas mujeres, personas trans, maricas y lesbianas actualizaran experiencias que no habían podido caracterizar en el pasado y las repusieron con palabras nuevas. Decir Ni Una Menos fue construir un nuevo lenguaje y habilitar dos movimientos: la palabra y la escucha. #YaNoNosCallamosMás, #MiráCómoNosPonemos fueron movimientos posibles tras nuevos escenarios posibles. Ahora que sí nos ven y que no estamos solas nunca más.
Les pibis que hoy forman la marea verde pertenecen a la generación que se sumó a la política de la mano del feminismo, son la generación Ni Una Menos. También se reconocieron y recuperaron las prácticas colectivas del feminismo popular y se agudizaron los esfuerzos interpretativos de la trama heterocispatriarcal. Se activó mucho para que los feminismos interpelaran y se instalaran en cada organización, sindicato y lugar de trabajo.
Ganamos saber que no estamos solas y que nunca más vamos a estar solas después de Ni Una Menos.
-Hubo más de 1500 menos: los femicidios no bajaron
“En 2008 mataron una mujer cada 40 horas; en 2014, cada 30. En esos 7 años, los medios publicaron noticias sobre 1.808 femicidios. ¿Cuántas mujeres murieron asesinadas sólo por ser mujeres en 2015? No lo sabemos. Pero sí sabemos que tenemos que decir basta”. Así empezaba el documento que se leyó en la plaza del Congreso aquel 3 de junio de 2015. En ese entonces no teníamos registros oficiales para pensar políticas públicas. Hoy tenemos varios que siguen teniendo sus propias limitaciones estadísticas, por eso las organizaciones de la sociedad civil persisten en la dolorosa tarea de contar muertas.
Según números del relevamiento de la Corte Suprema de Justicia de Nación, durante 2019 hubo, al menos, 268 femicidios y feminicidios vinculados 5 travesticidios y transfemicidios en Argentina, crímenes que convirtieron en huérfanes a 222 niñas, niñes y adolescentes. 4 de las víctimas del año pasado eran mujeres de pueblos originarios, 9 eran migrantes internacionales, 2 eran migrantes interprovinciales. Año a año este registro va profundizando y complejizando su mirada sobre la problemática. Una constante: la casa sigue siendo un lugar peligroso para nosotras. El 73% de los femicidios del año pasado fueron en los hogares. El 90% por ciento de las víctimas tenía vínculo con sus asesinos: nos siguen matando personas conocidas.
El número registrado durante 2019 es apenas algo más bajo que el de 2018, cuando la Corte relevó 255 femicidios cometidos contra mujeres cis, 4 travesticidios y 23 femicidios vinculados.
Las estadísticas se mantienen. Los femicidios no bajan.
-La violencia como significante flotante
¿Cómo usamos la palabra violencia? Para muchas de nosotras, cuando el feminismo llegó a nuestras vidas, la palabra violencia ya había desplazado a otra que tenía un carácter político: opresión. Por eso los cuestionamientos al uso elástico, tipo comodín, paraguas para muchas experiencias, llegan con los efectos de su uso en marcha. La herramienta que tiene el Estado liberal para dar respuestas a las demandas contra la violencia es el Código Penal. Es decir, participamos del lenguaje y terminamos hablando el idioma punitivista: “si todo es violencia, nada es violencia”. Y lo que sabemos desde hace más de cinco años es que cuando decimos violencias machistas, hablamos de una estructura social de opresión: no se resuelve con políticas de seguridad ni en un juzgado. Cada vez que hay una captura de nuestras demandas, parte del movimiento feminista sale a decir: no en nuestro nombre. El grito por Ni Una Menos no fue un pedido por más castigos ni penas más duras. Sin embargo, en la ancha avenida de los feminismos hay diversas posiciones. Tenemos una responsabilidad enorme con la construcción de una ética feminista.
-La subjetivación en clave víctima
La idea de víctima está ligada a la justicia penal y el binario víctima/agresor supone un maniqueísmo que le resta complejidad al sistema de poder y desigualdad que sostiene el patriarcado. La víctima también está esencializada como tal, sin margen político discursivo para salir de esa nueva trampa. Además, como dice la investigadora Catalina Trebisacce, el efecto de ese esquema se ve en que “hay jóvenes feministes que se sienten amenazades por múltiples violencias… Es un aire de época, pero no puedo dejar de tener mi deseo político de que esos sujetos trasciendan esas experiencias de padecimiento radical”. La voz de las que padecen ahora es escuchada, pero parece ser una de las pocas posibilidades de escucha que la sociedad le permitiría: podés hablar si sos víctima. El desafío es que nuestras voces sean escuchadas y jerarquizadas aún cuando no lo somos. Tenemos algo para decir en tanto sujetas políticas.
-Pedir políticas públicas y construir sobre las violencias
El 3 de junio de 2015 denunciamos violencias alojadas y naturalizadas. La violencia física y el femicidio eran el último eslabón y el más visible de una cadena de opresiones y la vía como la masculinidad hegemónica -cis y hetero- se validaba de manera brutal. La complejidad que es el Estado buscó dar respuestas a “casos” que, en general, fueron de tipo penal, los femicidios se comenzaron a caracterizar de ese modo y la perspectiva de género para explicar esa violencia estuvo presente; también hubo cuotas de demagogia punitiva y recorte de derechos. Un tema nada menor en ese esquema es la pregunta sobre si esa respuesta repara. Esto se hizo en nuestro nombre, por más que hayamos pedido que no. En otro plano también hubo políticas de empoderamiento, tendientes a la autonomía económica de mujeres que habían sufrido violencias machistas, y un trabajo cuyo impacto no se puede mensurar de prevención social.
-un ministerio para un movimiento
¿El Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad es al feminismo lo que el Ministerio de Desarrollo Social es a las organizaciones sociales? Parece ser la propuesta del Estado, un ministerio que haga las mediaciones. Esto, aunque nadie haya pedido un ministerio o no la mayoría del feminismo que, al ser un movimiento, navega en la diversidad y desconfía un poco de las promesas del Estado toda vez que aún no tenemos aborto legal, nos agradecen las tareas de cuidado pero no las pagan y la brecha, bien gracias. Pero un ministerio tal vez permita que al transversalizar las políticas haya acciones afirmativas sobre el entramado complejo de la desigualdad y sobre modos de repararla. Políticas que no refuercen la atomización, que habiliten la experiencia colectiva, la reflexión sobre cómo se sostiene un sistema de precarización de existencias, el valor social de sacarle el cuerpo a la complicidad con lo que somete y la identificación de las herramientas para hacerlo. De hecho, la ESI y la Ley Micaela son dos de esas herramientas, con foco en la prevención y que jerarquizan la experiencia feminista como capacitadoras.
-El feminismo en el Estado
Desde los años ‘70 y luego con los comienzos de la democracia se renueva una discusión dentro de los feminismos y es sobre qué relación tener con el Estado, entre la autonomía y la política. El vínculo está sujeto a una relación pendular que, debido a la heterogeneidad del movimiento, por momentos involucra a más o menos organizaciones. Una pregunta que recorre esa tensión es qué parte de la agenda feminista entraría en una negociación política. Con el macrismo en el Estado, no había grietas y las asambleas feministas eran multitudinarias y con consensos. Desde que buena parte de las compañeras están ahora en el Estado, tienen a cargo el desarrollo de políticas públicas no solo en el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, sino en todos los ministerios y en otras instituciones públicas, surgen nuevas dificultades u oportunidades, pero sobre todo: cómo mantener la capacidad crítica y no resignar demandas; cómo dialogar con las feministas políticas desde el campo social.
-Una inclusión simbólica
El tema anterior nos trae a este. Aunque este Ministerio no haya aparecido en ninguna demanda, su aparición generó expectativas y es leído como una logro de los feminismos y su capacidad de movilización. La preocupación es que no se reduzca a una función ornamental. La abogada Ileana Arduino escribió hace unas semanas sobre el tokenismo: el uso demagógico de nuestras demandas y de algunas mujeres en ámbitos donde están excluidas y donde institucionalmente no se mueve una ficha para cambiar la dinámica estructural. Poner una mujer para la foto, nombrar a una mujer sin recorrido en la defensa de les subalternxs por razones de género en un cargo con visibilidad “por los aires de época”. Y dice “el Estado y las grandes corporaciones públicas y privadas son un campo propicio para este uso fraudulento de nuestras demandas”. En una asamblea la frase “No nos conformamos con tener un ministerio” va a tener consenso.
-El género como tema de mujeres
Continúa siendo un desafío, aún para quienes dieron respuestas a nuestras demandas y en distintos ámbitos, desterrar los enfoques binarios y mujeriles. Les sujetes de los feminismos se van definiendo por sus luchas y reivindicaciones, también por su capacidad de cuidarse y de empatizar con les otres como si fueran une misme, por su deseo de no imponer, de disolver poderes, de inventar convivencias y comunidades políticas. Les sujetes de los feminismos somos quienes decimos que no a las opresiones racistas, económicas, afectivas, de posición social, capacitistas y tratamos de inventar en el camino formas de vivir en donde ese no se transforme en decisiones éticas. Pero suele pasar que en las instituciones estatales y en las organizaciones sociales, políticas y sindicales nos siguen encorsetando en una supuesta “agenda de género”, como si el feminismo -al igual que el antirracismo, por ejemplo- no fuera además una perspectiva. Que les compañeres digan “de eso yo no sé nada, es de ustedes”, es un problema. Que se siga pensando en términos de identidades y no relacionales es otro problema.
-Jerarquía de opresiones
Si NUM tuvo que ver con esto o no, está para ser definido. Lo cierto es que la interseccionalidad nos dio herramientas para pensar cómo se anudan y nos determinan distintas opresiones como raza, género, clase, edad, entre otras, pero en el último tiempo pareciera que la opresión de género es la más importante. No hay Ministerio de los Pueblos Indígenas, por ejemplo. También pareciera haber legitimidad social para que una referente proponga que las garantías del proceso penal sean distintas para delitos por razones de género. Hace pocas semanas vimos cómo se desarrollaba en medios y redes sociales una operación política contra el otorgamiento de prisiones domiciliarias para detenides que estuvieran dentro de los grupos de riesgo si eran contagiades de covid-19 y para quienes tuvieran penas por delitos leves. El objetivo era aliviar el hacinamiento en las cárceles. Lo que pasó es que se usó el feminismo para hacerla, al hacer correr la noticia falsa de liberación masiva de detenidos por femicidio y por abuso sexual. En un mismo escenario se unió el afán carcelario y la preponderancia del vector género por sobre capacidad/discapacidad, encierro o pobreza.
Un plan quinquenal del próximo lustro puede proponerse tomar y actualizar las críticas y recrear nuevas narrativas que salgan de las violencias y las estrategias defensivas, para ir hacia el futuro que deseamos vivir, múltiple, heterogéneo, diverso, libre, todavía por construir.