Nicole Kramm nunca va a olvidar el primer abrazo de año nuevo que recibió el 2020: se lo dio a un paramédico. Estaba tendida sobre la calle y en shock con la cara empapada de sangre. Ese día, miles de familias habían salido a pasar la medianoche en la rebautizada Plaza Dignidad, el epicentro de las masivas protestas que estallaron en Chile con una inédita marcha de un millón de personas en octubre. Ella estaba filmando un documental sobre el tema desde entonces, y para eso capturaba imágenes del alegre y multitudinario festejo de año nuevo. De repente, detectó un piquete de carabineros disparando a un costado de la turba. Se apuró a huir junto a sus amigos pero en medio de la carrera recibió el impacto de un balín directo en el ojo izquierdo. Primero, la atendieron paramédicos voluntarios que desde el inicio de las protestas se apostaron en las calles para auxiliar a los cientos de heridos y heridas. Y, al otro día, en el hospital, recibió la primera noticia del año:“Me dijeron que no iba a poder ver nunca más. El balín llegó muy cerca de la pupila, el daño era nervioso y había perdido 90% de la visión”, se lamenta Nicole en diálogo con LATFEM.
A pesar de su pronóstico, Nicole Kramm se tapa un ojo con la mano y enfoca con su cámara. Ahora está haciendo una fotoreportaje sobre el personal de salud que atiende pacientes con Covid-19 en un hospital público de Santiago. También, se filma a sí misma en su proceso de recuperación física para un proyecto de Al Jazeera, cadena para la que trabaja desde hace un tiempo. Durante cuatro meses, ha tenido que aprender de nuevo algunas cosas que antes eran naturales: enfocar con su ojo derecho o lidiar con la luz del día. Picar verduras sin cortarse, atarse los zapatos o redescubrir con asombro de novata su propia herramienta de trabajo: una cámara Nikon. Sus fotos desde el corazón de las marchas y de las violentas redadas policiales habían circulado con fuerza por redes sociales y medios de comunicación durante los meses álgidos del movimiento social en Chile, y su caso se volvió rápidamente uno de los más visibles de los excesos de la policía.
“Durante todo enero estuve inservible. Estaba tan afectada que no podía subirme al transporte público, no podía ver las noticias y no podía creer que esto me había pasado a mí cuando yo estaba retratando justamente este tipo de casos. Traté de canalizar toda mi fuerza en mi sanación y en febrero decidí intentar retomar el trabajo, lo hice con un documental sobre el movimiento de mujeres en Chile para Al Jazeera, primero en la dirección, antes de volver a tomar la cámara yo misma. Era muy significativo para mí hacerlo, aun cuando no estaba totalmente recuperada ”, explica la fotógrafa.
Nicole Kramm es también parte de la vocería de derechos humanos de la Coordinadora del 8M. Al igual que el caso del documental sobre el movimiento de mujeres, tomó el cargo después de la agresión que le quitó su herramienta de trabajo, en medio de una recuperación áspera y una acción judicial en curso: le parecía importante representar en primera persona estos excesos que parecían haberse hecho habituales en la cotidianeidad de su país. “En este momento, nuestro interés principal con la Coordinadora tiene que ver con la violencia intrafamiliar, con la impunidad de la violencia del Estado y con los presos políticos. En el 8M hubo dos millones de personas en las calles, eso es el doble que en la gran marcha de octubre. Se estaba articulando un movimiento social muy fuerte antes de la llegada del Covid a Chile. Y estamos muy seguros que si termina esto, la gente va a salir de nuevo con todo a la calle. La gente acá tiene mucha rabia”.
Las antiparras y las mascarillas, ahora bienes de primera necesidad en el mundo, no son nuevas en la cotidianeidad de los chilenos. Hasta hace poco, la única manera de transitar por el centro de Santiago era usar estos artículos para repeler los balines y los gases lacrimógenos que las fuerzas especiales usaban para disolver las protestas. Durante los cinco meses que duraron las movilizaciones masivas, antes de la llegada del coronavirus, la violencia policial se convirtió también en un problema sanitario: el caso de Nicole es apenas uno de los 460 que sufrieron heridas oculares contabilizados por el Instituto Nacional de Derechos Humanos, para quienes se abrió un programa especial en la Unidad de Trauma Ocular del Hospital del Salvador en Santiago. Cuando un estudio de la Universidad de Chile arrojó que los balines de Carabineros contenían metales densos, incluído plomo, se limitó su uso. Sin embargo, los casos aumentaron hasta casi doblarse.
La semana pasada, Nicole vio las noticias llorando frente a la televisión. Fue revelado un esperado sumario interno sobre el caso más emblemático de trauma ocular en Chile: Gustavo Gatica, un joven de 21 años, también fotógrafo, que quedó totalmente ciego por el impacto de balines en ambos ojos. En el informe, Carabineros declara la imposibilidad de determinar su propia culpabilidad en el caso.
“Si el caso más emblemático de Chile concluye así, ¿qué queda para nosotros que perdimos la visión de un solo ojo?”, se pregunta la fotógrafa. “Yo estoy llevando una querella criminal y me hace pensar si vale la pena exponerse ante Carabineros para que te humillen y te revictimicen. Eso es, sin duda, lo que nos va a pasar a nosotros”, agrega Nicole, que también forma parte de la Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular, una pequeña organización de familiares de heridos que se hizo tristemente numerosa con el pasar de los meses. Nicole llegó ahí el año pasado antes del incidente, primero, para retratar las protestas de los familiares, y después, como miembro por su propio caso. Fue también, su primera incursión con la cámara después de perder la visión del ojo: “Ahí hice mis primeras pruebas. No podía enfocar y me daban unos dolores de cabeza terribles. Iba, me sentaba, me contaban su experiencia y yo la mía. Después los retrataba. Fue un proceso de contención mutua”, cuenta. La Coordinadora de Víctimas de Trauma Ocular afirma que, en medio de la crisis del Coronavirus, vieron sus tratamientos suspendidos sin nuevo aviso, sin seguimientos y sin opciones alternativas. Temen que de alargarse la crisis, el programa termine cancelado: “Nosotros queremos un programa integral como el PRAIS para torturados en la dictadura de Pinochet. Aun antes del Covid, el programa parche que nos ofreció Mañalich, el ministro de salud, era inútil”, explica Nicole.
Las imágenes del coronavirus en Chile contrastan a masas de personas agolpadas en el metro de las periferias —donde no se decretó cuarentena— con las de personas que reciben exámenes pagos a domicilio en los barrios ricos de Santiago.Las medidas por las que ha optado el Estado chileno han dado continuidad a la crisis social que la pandemia agudizó. “Con esta enfermedad, el clasismo, la desigualdad extrema y todo lo que ya conocíamos en Chile se reveló de una forma muy obscena”, dice Nicole, que es oriunda de La Pintana, un barrio en la periferia de la ciudad donde concentra también su trabajo. “Nos damos cuenta que no importa que nosotros estemos enfermos. Acá, donde yo vivo, no hay test y no hay cuarentena. La gente va con síntomas y las mandan de vuelta a sus casas. Yo no quiero volver a la normalidad porque en esta normalidad, como es acá, se violan los derechos humanos, se resguarda la agresión”.
Como su tratamiento se ha suspendido, Nicole hace sesiones por la plataforma Zoom para mejorar habilidades oculares, parte de un programa que consiguió en la Universidad de Chile, y tiene esperanza futura en un tratamiento experimental que busca devolver porcentajes de visión a casos difíciles en Alemania. Por el momento, sigue haciendo pequeños documentales sobre las urgencias de su país y cuida a su gato, Caos, que rescató de la calle y al que le falta un ojo, como a ella.