“No es por ahí, Abuelas”: Maradona y la revolución de las hijas del feminismo radical

“No es por ahí, Abuelas”, marcaron algunas jóvenes feministas en las redes sociales de las Abuelas de Plaza de Mayo cuando compartieron un homenaje a Diego Maradona. Angustiarse o no por la muerte de Maradona y expresarlo siendo a la vez feminista se convirtió en un debate caliente de varios días. En este ensayo Guille Huarte piensa qué líneas históricas arrastra esta tensión desde una pregunta por la vitalidad y preeminencia de una insólita ala conservadora del feminismo radical entre las jóvenes feministas. Las hijas del Radfem.

La muerte de Maradona generó una explosión dentro de los feminismos, dejando a la vista muchas de sus contradicciones y, sobre todo, el límite que se presenta cuando aparecen cuestiones de clase. Rápidamente se encendieron las alarmas para advertirnos que “por ahí no es” o para darnos permiso ante la conmoción popular y la reivindicación del futbolista que supo encantar al mundo entero con la magia de su juego, pero también con la de su pensamiento y su sensibilidad. 

La principal contradicción que pudo observarse en torno a la muerte del Diego se produjo entre una línea de feminismo radical, que parece ser cada día más fuerte, frente a otra línea que intentó desmarcarse de estas posiciones. Lo que se volvió evidente es que algunos de los sectores del feminismo que reivindicaron a Maradona se vieron obligados a revisar su compromiso con las lógicas de la cancelación y el punitivismo que, a pesar de estar en permanente debate, siguen operando. 

Las perspectivas radicales y TERF (trans-excluyentes) dentro de los feminismos no son nuevas. Hace tiempo que crecen y generan adhesiones, sobre todo, entre las militantes feministas más jóvenes. Durante el transcurso de este año fueron varias las circunstancias en las que, sobre todo por redes sociales, se difundieron discursos de odio explícito hacia las personas trans y travestis, por parte de influencers jóvenes que cuentan con muchxs seguidores. Esa marca generacional pudo observarse con claridad en las respuestas que recibieron  las Abuelas de Plaza de Mayo al compartir una foto despidiendo a Maradona. Se les advirtió “no es por ahí, abuelas”, cuestionando la legitimidad de un espacio de memoria que acumula años de lucha y experiencia, y cuya importancia para nuestra sociedad es inmensa. 

El feminismo radical entiende a las mujeres como una clase oprimida, y ubica la raíz de esa opresión en la dominación sexual de los varones sobre las mujeres. Esta perspectiva considera que sólo existen dos géneros y que están definidos por los “sexos biológicos”. Tiene sus orígenes en los Estados Unidos de los años 1960 y, si bien no todos sus fundamentos remiten a ideas tan reaccionarias como las que vemos hoy, parece que lo que terminó imponiéndose es el carácter conservador de estas posturas en torno a la sexualidad. El feminismo radical niega la identidad de las personas trans y travestis y pretende “expulsarles” —como si algo así fuese posible— de la lucha feminista, junto a las maricas y quienes ejercen el trabajo sexual. Cabe recordar que se posicionan en contra y por la abolición del trabajo sexual y de la pornografía, por considerarlos como violencia sexual hacia las mujeres. 

Estos feminismos pierden de vista otros factores que estructuran de manera desigual nuestra sociedad, entre los que el género es un elemento más y no el único. No contemplan una de las divisiones fundamentales: las clases sociales. Me pregunto cómo imaginan a esas mujeres dominadas por varones: ¿son mujeres blancas? ¿son europeas? ¿son trabajadoras? ¿son de clase alta o clase baja? ¿son negras? ¿son indígenas? ¿Kristalina Georgieva es una mujer oprimida, en el mismo sentido en que lo son las cientos de miles de personas que viven en los países que el FMI se ocupa de endeudar? 

Cancelación y mujerismo

En el último tiempo, las políticas basadas en la cancelación, que buscan eliminar del espacio público a personas o entidades cuando realizan alguna acción considerada ofensiva, se han vuelto algo corriente. De hecho, en agosto de este año se realizó un boicot para evitar el estreno de una película, Mignonnes (Guapis en español, Cuties en inglés), dirigida por Maïmouna Doucouré, por considerarla como apología a la pedofilia e hipersexualización. Si bien la obra no había sido estrenada, un grupo de Radfems organizaron a través de las redes sociales un sabotaje en su contra bajo un hashtag que se convirtió en tendencia: #NetflixPedofilia. 

Sin embargo, lo preocupante es que algunos rasgos de estas perspectivas encuentran resonancia en otras líneas feministas, que no se identifican necesariamente con el feminismo radical. Voy a traer a colación algunos ejemplos que, en lo personal, me permitieron pensar los límites de algunos discursos y prácticas políticas a la hora de considerar la lucha feminista en un sentido amplio y en relación con otras. 

En un conversatorio que tuvo lugar en la Universidad Nacional de Córdoba en 2018, cuando la idea de una “revolución de las hijas” estaba en auge, le pregunté a una referenta  importante si no pensaba que un cambio tan radical debería contemplar otros actores y transformaciones que no tengan que ver únicamente con las reivindicaciones feministas que puedan tener gran parte de las jóvenes y adolescentes. Mi pregunta generó cierta incomodidad en el auditorio. Debemos recordar que el postulado de la “revolución de las hijas” surgió al calor del proceso durante el cual, efectivamente, la lucha feminista se instaló con fuerza en la agenda pública y política del país, logrando masivas adhesiones y permeando en las capas más jóvenes de la sociedad, que llevaron los debates a las escuelas, a las organizaciones, a las familias, etc. Este proceso culminó en el momento histórico del tratamiento y aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en Diputados. Pero la idea de “las hijas”, sin contemplar intersecciones con otros factores y vinculación con otras luchas, me parece una propuesta demasiado acotada como para presentarse como un proceso revolucionario. No porque las transformaciones que efectivamente generó la militancia de las jóvenes no sean importantes, sino porque se dejan de lado o se evita reconocer otras tendencias que también crecen entre la juventud. De hecho, es dentro de esta misma franja etaria donde el feminismo radical interviene con más fuerza. ¿Ellas también son hijas? 

En cualquier caso, fue durante el mismo período que se fortalecieron una serie de herramientas punitivas para abordar las distintas violencias de género. Me refiero principalmente al auge de los escraches en redes sociales y las denuncias públicas, que generaron la expulsión de ciertas personas de sus espacios sociales y afectivos, sin contemplar ningún derecho a réplica ni posibilidad de defensa. Se reforzó la idea de que el castigo soluciona los problemas, de que hace cambiar a quienes generaron daños y que sirve también para reparar esos daños. Una lógica bastante obsoleta, hay que decirlo, puesto que la vemos fracasar todos los días en otros ámbitos de la sociedad . Sin embargo, en ese momento mucha gente creía que era un camino adecuado para abordar los problemas en torno a las cuestiones de género. En 2018, la denuncia a Juan Darthés por parte de Thelma Fardín, acompañada del colectivo Actrices Argentinas, desató una incontenible ola de escraches y descargos en las redes sociales. Bajo las consignas “Mirá Como Nos Ponemos” y “No nos callamos más”, se denunció ya no sólo a personas que son figuras públicas o que pertenecen a grupos sociales jerárquicos, sino también a personas que formaban parte de escuelas, agrupaciones, carreras universitarias, organizaciones, clubes, etc. Y, por supuesto, estas acciones no quedaron en las redes sociales, sino que tuvieron consecuencias reales sobre la vida de las personas denunciadas. Hay que notar que  estas herramientas no se usaron exclusivamente para denunciar a varones cis hetero, sino que también fueron utilizadas por y contra integrantes del colectivo LGTTTBIQ+. 

El orden de las violencias

En ese contexto, las nociones sobre lo que entendemos por violencia se extendieron tanto que resulta muy difícil encontrar límites claros para definir o diferenciar, tanto lo que es violencia de lo que no, como sus distintos grados. A raíz de esa dificultad, se generó una especie de pánico, que fue forjando muy de a poco acciones que tendieron a ser separatistas y plantearon la necesidad de espacios “cuidados” y “libres de violencias”, lo cual terminó siendo equivalente a “libres de varones”. Así sucede, por ejemplo, con la realización de algunas fiestas a las que explícitamente se les prohíbe la entrada, o de algunas movilizaciones callejeras en las que sucede lo mismo. En muchos casos, las consecuencias recayeron igualmente sobre varones trans. Es un fenómeno que se vio con mucha claridad, al menos en Córdoba, durante el conflicto estudiantil de 2018, que culminó con la toma de varias facultades, y donde, por ejemplo, circulaba una lista con nombres y apellidos de varones que tenían prohibida la entrada o la participación. Con el paso de los días esa lista fue creciendo hasta volverse inmanejable. En ese contexto, las percepciones sobre lo que podía ser violencia se agudizaron, a tal punto que una mirada se podía interpretar legítimamente como un acto de violencia si la persona lo sentía así. Esto que eclosionó con mayor fuerza en las tomas, ya venía siendo una práctica en los espacios universitarios. A propósito de este asunto, traigo a Marta Lamas, quien en Acoso,  ¿denuncia legítima o victimización? (2018), dedica un apartado a un fenómeno similar que tuvo lugar en las universidades estadounidenses durante los años 1980, y al que titula “La epidemia del acoso en las universidades estadounidenses”. Alude aquí a la existencia de un pánico sexual, y para definirlo toma el concepto de pánico moral que “nombra una reacción inapropiada de la sociedad ante cuestiones menores e implica un miedo desproporcionado ante el peligro real de que ocurra lo que se teme” (Lamas, 2018, p. 56).

La otra situación que me gustaría recordar tiene que ver con el golpe de Estado en Bolivia (2019), que forzó a Evo Morales y a otrxs dirigentes a huir del país. En ese contexto, no tardaron en aparecer algunas feministas que pusieron en duda la legitimidad del expresidente por sus actitudes machistas. Incluso, algunas no dudaron en definir ese acontecimiento como un acto de “desobediencia civil”. Por debajo de estas declaraciones y de estos posicionamientos, suele operar la creencia de que para que “el poder cambie” basta con que sea manejado por mujeres… algo así como la instauración de un “poder femenino” que podría saciar las demandas de grupos históricamente oprimidos por los varones. Esto supone que los varones per se construyen sistemas patriarcales y las mujeres per se construyen sistemas feministas. Así, no se reconoció a las cholas, que junto con otros movimientos sociales y políticos, estuvieron al frente de la lucha contra el gobierno de facto, que fue efectivamente el primer gobierno boliviano presidido por una mujer: Jeanine Añez. ¿Ellas no son lo suficientemente feministas? ¿apoyar a Evo Morales —por lo que significó para el país boliviano— sería un acto poco feminista? En el mismo sentido, Noe Gall dijo para este mismo medio: “No toda mujer está obligada a ser feminista, ni todo poder femenino es feminista, ni todo poder feminista es bueno en sí mismo. Los feminismos están en tensión constante con nuevas o viejas demandas que denuncian las estructuras de poder que generan jerarquías entre las feministas”.

Tanto en el golpe a Evo Morales, como en el señalamiento a las Abuelas por compartir la foto de Maradona con un pañuelo blanco, los discursos feministas radicales empalman con discursos negacionistas, en el caso de las Abuelas, o imperialistas y racistas, en el caso de las detractoras de Evo Morales. Y en este empalme radica un gran peligro.

Traigo todo esto a colación porque creo que entre el feminismo radical y el período que describo hay algo más que una coincidencia contingente. Las premisas sobre las cuales se forjaron uno y otro parecen compartir varios puntos en común, y esto es un problema para cualquier feminismo que se plantee una sociedad más justa e igualitaria como ideal. 

Quizás el caso de Maradona y las contradicciones que generó dentro de algunos colectivos que, hay que decirlo, tan solo algunos años atrás también lo condenaron, puedan servir para revisar los pilares sobre los que apoyamos nuestra lucha feminista, que muchas veces termina dando respuestas reaccionarias y reforzando perspectivas como las del feminismo radical.