Esta semana ocurrieron dos hechos que alinearon las estrellas del firmamento feminista-sindicalista. Por un lado se aprobó una ley en la Ciudad de Buenos Aires que amplía el cuerpo de licencias de los y las trabajadoras de la Ciudad, formalizando en los convenios colectivos de trabajo que las tareas de cuidado no son responsabilidad únicamente de las mujeres. A su vez, coincidió con la visita de Silvia Federici a la Argentina, teórica italiana que profundiza esta cuestión, en sus análisis sobre cómo en el pasaje del feudalismo al capitalismo, el trabajo de la mujer en el hogar fue desvalorizado, y cómo el salario estableció una jerarquía superior del varón por sobre las mujeres.
La ley que se sancionó el jueves pasado en la legislatura porteña, por unanimidad de las y los diputados, amplía la licencia a personas no gestantes trabajadores de la Ciudad (trabajadores de la salud, trabajadores de la educación, fuerzas de seguridad, y trabajadores del estado).
Esto implica en primer lugar, que los convenios colectivos correspondientes reconocen que las mujeres no debieran ser las únicas agentes de cuidado en la sociedad, posibilitando condiciones para que también en el ámbito privado los varones puedan y deban asumir esta responsabilidad que cristaliza el Estado. A su vez, es lícito aclarar que este último no sólo debiera oficiar de mediador de lo que ocurre en el ámbito público y privado, sino debe garantizar a su vez, espacios de cuidado que estipula la propia Constitución de la Ciudad, a partir de los 45 días de la vida de une niñe en adelante.
Por otra parte, el uso de una terminología que esté a tono con la legislación vigente, dejando atrás el paradigma de las licencias maternales y parentales por uno que enuncie las licencias para personas gestantes y no gestantes, también es uno de los puntos positivos de la ley. De acuerdo con las leyes nacionales de diversidad sexual y no discriminación de la comunidad LGBT, como la ley de matrimonio igualitario (2010) y la ley de identidad de género (2011), que la ley de la Ciudad se exprese en términos de personas gestantes y no, posibilita comprender la realidad de parejas homoparentales (lesbianas y gays), y de familias distintas al estereotipo, en las que existen dos mamás o dos papás. En lo que respecta a la docencia porteña además, esta ley posibilita la incorporación de la licencia por fertilización médicamente asistida (los tratamientos ya están reconocidos en nuestra obra social según la ley nacional), licencia para exámenes preventivos anuales cancerígenos prostáticos y mamarios (en la actualidad las docentes pierden el presentismo cada vez que se realizan los mismos), y la ampliación de la licencia por violencia de géneros con posibilidad de prórroga.
¿Qué vínculo existe entre esta conquista y el aporte teórico de Silvia Federici? Mucho. Federici hace una profunda crítica al análisis marxista del pasaje del feudalismo al capitalismo. Plantea que el marxismo olvidó la producción de valor económico que realizábamos las mujeres en nuestro hogar. Si en tiempos de feudalismo, la tierra era comunal y el trabajo lo mismo, el pasaje al capitalismo supuso la privatización de la tierra, la división entre el ámbito público y privado, la constitución de un asalariado varón, la expulsión de las mujeres del mercado de trabajo reconocido socialmente mediante el salario, y la invisibilización y responsabilización de las mujeres en el trabajo doméstico vinculado a la reproducción de la fuerza de trabajo, las tareas de cuidado.
En este marco, Federici completa el análisis marxista diciendo que la acumulación originaria de capital se basó tanto en la expropiación de recursos naturales y el genocidio del colonialismo, como también en la apropiación del trabajo oculto que realizó la mujer históricamente. Incluso, para ello, tuvo que exterminar focos de resistencia al mismo, al que construyó como enemigo bajo el rótulo de “brujas”. En otra de sus producciones teóricas más relevantes, Federici analiza cómo el salario, que percibía el varón, lo encomendaba a cumplir el mandato de disciplinar a las mujeres en el hogar, ubicándolas en un lugar subordinado en la sociedad. Su análisis de la violencia de género incluso, está vinculado a este disciplinamiento mandatado por el sistema económico, y que se ejerció y se naturalizó durante siglos, en el ámbito intrafamiliar.
Por lo que, en su propia descripción teórica de la realidad se encuentra la llave de interpretación de una propuesta política. El feminismo que construyamos, no puede observar las desigualdades existentes en el mercado de trabajo formal, manteniendo oculto el trabajo que ejercemos sin reconocimiento del aporte económico que hacemos al conjunto de la sociedad. El feminismo que construyamos debe dinamitar las paredes que dividen el ámbito público del privado y corresponsabilizar por el trabajo en tareas de cuidado, a los varones, al estado y al mercado.
El feminismo que construyamos, no puede observar las desigualdades existentes en el mercado de trabajo formal, manteniendo oculto el trabajo que ejercemos sin reconocimiento del aporte económico que hacemos al conjunto de la sociedad.
El feminismo que construyamos debe dinamitar las paredes que dividen el ámbito público del privado y corresponsabilizar por el trabajo en tareas de cuidado, a los varones, al estado y al mercado.
Por lo que una victoria como la sanción de esta ley es muy importante para marcar ese rumbo. Para que el Estado formalice esa corresponsabilidad, para que el ámbito privado replique, para que las familias acompañen esta transformación cultural y para que el mercado de trabajo comience a hacerse eco. Con el fin de construir relaciones humanas más igualitarias, de hacer de este mundo un lugar más habitable, pero además, de poner en debate la distribución de la renta.
El vínculo que se construyó entre el feminismo y el sindicalismo a partir de hitos como el primer paro que se le realizó a Cambiemos, y las movilizaciones del 8 de marzo, fueron los grandes protagonistas al encarnar este debate en una realidad efectiva. Incluso en este contexto de ajuste cada vez más asfixiante encomendado por el FMI y ejecutado por este servil gobierno, que pesa aún más sobre las espaldas de nuestras compañeras mujeres, esta victoria es el resultado de cómo el sindicalismo se dejó permear por las discusiones que impulsó el feminismo en las calles.
“Somos las nietas de todas las brujas que nunca pudieron quemar” cantaban las estudiantes cuya bandera marchaba vecina a la columna de la UTE en la movilización del Encuentro Nacional de Mujeres en Trelew. Convirtiendo el estigma en emblema, aquí estamos.