Acá estamos de vuelta escribiendo sobre la escena transfeminista de las artes visuales, después del ya olvidado, triste pero revelador episodio de pitito chinchudo y sus secuaces. Esta semana, como en bucle, fue noticia el brutal ataque cibernético a una famosa actriz. Estos son los discursos del odio en redes que funcionan como una extensión de la violencia misógina que intenta, débilmente, sostener un sistema de ideas conservadoras, moralistas y castigadoras. Para ellos, el arte contemporáneo, la sexualidad, el ejercicio del poder o la autonomía ejercido por mujeres y disidencias, debe ser castigado y devuelto al control y la norma. Y enseguida pienso en el ensayo Norma y Forma: Estudios Sobre El Arte Del Renacimiento (I) donde el historiador E. H. Gombrich, analiza las características del arte clásico. Allí el autor expresa “(…) la tradición clásica de la estética normativa fue la primera en formular reglas artísticas, y esas reglas es más fácil formularlas negativamente, como un catálogo de pecados que hay que evitar”. La fidelidad a la naturaleza, la proporción áurica, el virtuosismo, la perspectiva, el canon, la creación individual de un genio iluminado y (de aquí el origen de la valoración por la firma, la autoría y la originalidad) eran sus pilares fundamentales. Todo aquello que no se adaptara a esas normas estilísticas, quedaba por fuera de la Academia. Ser unx outsider que produce desde los márgenes, siempre implicó necesariamente tener libertad para correr las reglas un poco más. Gracias a eso lo deforme y poco armonioso, el arte degenerado, la mala pintura, la copia trastocada, el oficio burlado, los dibujos desviados, la creación colectiva, la imagen impura, el objeto absurdo, el color cursi, lo manierista, lo excesivo puede existir. “La terminología de la historia del arte se construyó a partir de palabras que denotan un principio de exclusión”, refuerza Gombrich. Es decir, estos “errores” o desobediencias de artistas en un principio nombrados peyorativamente, fueron los que finalmente cambiaron el paradigma de una época y dieron origen a los movimientos de vanguardia.
¿Podemos decir, a partir de esta premisa, que el arte contemporáneo es una manifestación feminista? “Las mujeres siempre están un poco al costado, lo cual les brinda un espacio de libertad más grande para desarrollar su propio lenguaje. Esos recorridos son silenciosos, pero permiten una mayor provocación“, dice la artista argentina Marina de Caro, a quien dedicaremos este número de ¡Ojalá me equivoque!.
Sabemos que el nacimiento del arte conceptual fue atribuido a Marcel Duchamp con su obra-gesto La Fuente(1917), un mingitorio de porcelana como escultura puesto a competir en el Salón de la Sociedad de Artistas Independientes, del cual el francés era jurado. Recientes investigaciones han podido develar que en realidad esa obra pertenecía a una amiga suya, la artista dadá, performer y agitadora cultural la baronesa Elsa von Freytag, quien había enviado la pieza bajo el seudónimo R. Mutt al certamen. Elsa hacía esculturas a partir de objetos encontrados en la calle, como cañerías y artefactos en desuso y escribía provocadores poemas que hablaban sobre la liberación del lenguaje y la sexualidad de las mujeres, de juguetes sexuales y orgasmos femeninos. El Arte Contemporáneo nació de la mano de una mujer que, por supuesto, no fue reconocida y cuyo merito vanguardista se lo llevó el señor Duchamp.
Siguiendo con la idea del “error” como rayo que imparte conocimiento -y de ahí el titulo de este Panorama mensual-, quiero presentarte ahora la obra de Marina de Caro (1961, Mar del Plata). Artista multifacética y experimental, con una extensa trayectoria, armadora nata de redes de cooperación colectiva y una militante de gestar otras formas de educación en el arte. Coordinó el proyecto Trama (2001/05), encuentros de Video Bastardo, el Club de Herramientas Disponibles para artistas, proyectos pedagógicos como Artistas en Disponibilidad. La educación como un espacio para el desarrollo de Micrópolis experimentales, es parte del colectivo Cromoactivismo y compañera de Nosotras Proponemos. En este momento está exhibiendo la muestra Tierra de las emociones perdidas en la galería Ruth Benzacar. En simultáneo, -y ésta es una impronta de Marina, el volumen e intensidad de su ritmo de trabajo-, está presentando Coleccionables de emergencia-Fondo Fluido un proyecto autogestivo junto a las artistas Adriana Bustos, Cecilia Garavaglia y Mariela Scafati en Espacio Munar. Se trata de una iniciativa para recaudar fondos y apoyar a diferentes organizaciones sociales, ante la situación de precariedad económica que profundizó la pandemia.
En Tierra de las emociones perdidas, grandes formas de color recortadas flotan en el espacio, son imágenes que contienen a otras y se me aparecen, a simple vista, como globos de diálogos interactuando. Pienso en la era de las infinitas discusiones digitales actuales. Pienso también en cuerpos bailando, que se mueven sutilmente al pasar a través de ellos. O cuerpos yendo a una marcha, portando sus manifiestos visuales.
Para De Caro, el micro gesto, ese pequeño espacio entre una cosa y otra, es en sí mismo una acción política contundente. Considera que el cuerpo es el organismo de mediación entre unx y el entorno, y como tal, funciona como un dispositivo que registra las experiencias físicas en su memoria, que luego se traducen en saberes disponibles para compartir con otres.
“Mi primera aproximación al arte fue a través de la danza porque de niña quería ser bailarina y continúo practicando. Actualmente, trabajo tomando el cuerpo como el lugar del saber, desarrollo ejercicios a ciegas en los cuales la conceptualización es posterior al ejercicio y experiencia háptica. En mi taller, trabajo formulándome hipótesis y es el trabajo con la obra lo que me permite responder a mis interrogantes”.
Marina De Caro
Sobre el piso, distintas telas con grandes letras imaginan escuelas utópicas: Una escuela accidental que sucede en cualquier lugar, en cualquier momento, de la mano de un/a amigx, de una imagen, de un sonido, de alguien desconocidx, que aparece y desaparece repentinamente, un falansterio de las artes.
La docencia es una pieza fundamental de su proceso, ya que considera que es el espacio donde culmina la obra “donde vuelco los resultados de mis aprendizajes, es un espacio micropolítico, mi militancia. Las experiencias educativas me transforman por completo y, a veces, creo que todo lo que hago en arte es para terminar en una nueva metodología educativa completamente a contracorriente, pero absolutamente necesaria. Creo que soy adicta a repensar todo de nuevo”. Same, Marina.