A principios de febrero, un mes después de que se detectara el brote de Covid-19 en China, el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades realizó el primer estudio sobre los pacientes. De los 138 enfermos hospitalizados que se utilizaron para la muestra, la media de edad era de 56 años y el 54,3% eran hombres. Semanas más tarde, el mismo centro hizo otro estudio más amplio, con 72.314 pacientes, y los datos revelaron que un 51% de los casos confirmados eran hombres. Pese a que en el porcentaje de infección la diferencia no es significativa respecto a hombres y mujeres, sí lo es en lo que respecta a la tasa de mortalidad: 2,8% en los hombres frente al 1,7% de las mujeres.
Se suele decir que el patriarcado tiene consecuencias negativas sobre los varones, que no es todo privilegios. Que la masculinidad a la que son compelidos a construir genera daños colaterales: no se permiten la sensibilidad, realizan prácticas en la que arriesgan sus vidas, sufren el imperativo de proveer al resto, etc. En un contexto de pandemia como el que habitamos, el vínculo de la masculinidad con los cuidados sanitarios no es menor.
Lxs investigadores chinxs intentan ahora saber qué hay detrás de esta resistencia de las mujeres al virus. Entre los factores que puede explicarlo hay causas biológicas y otras que tienen sus raíces en “el estilo de vida”, según dice el informe. Con estos datos a mano, preguntamos ¿por qué los varones van menos al médico? ¿se cuidan menos y cuidan menos?
El estilo de vida a que refiere el informe podemos llamarlo patriarcado. Las mujeres son educadas para cuidar y cuidarse más, van al médico ante el primer síntoma y se ocupan de cuidar también a su familia. Según esta forma de vida, la principal víctima del modelo de masculinidad planteado por el patriarcado serían los varones mismos: mueren antes y más. Así, solo ser socializado como varón es un factor de riesgo y hay costos que deben pagar por ejercer su rol hegemónico.
Sin embargo, hay otra perspectiva para pensar el problema. Si el foco de atención a la hora de pensar el vínculo con la salud está en los denominados “costes de la masculinidad” hay que tener cuidado de no caer en una victimización de la masculinidad.
Según Luciano Fabbri “los pocos programas de salud existentes que tienen a varones como destinatarios específicos suelen pensarlos como víctimas del modelo de masculinidad hegemónica (…) Rara vez nos vamos a encontrar con elaboraciones teóricas y políticas sanitarias que interpelen a los varones, las masculinidades y las prácticas sanitarias desde una perspectiva relacional, que apunten a reducir las desigualdades de poder” (la cita pertenece a “Género, masculinidades y salud de los varones. Politizar las miradas”, en Salud Feminista. Soberanía de los cuerpos, poder y organización, Comp. Fundación Soberanía Sanitaria, Ed. Tinta limón, 2019). Rara vez se pone el foco en cómo esas carencias repercuten en el entramado de cuidados familiar y comunitario, especialmente cómo la falta de cuidado de los varones (en especial hétero y cis) recae sobre las mujeres y otras identidades feminizadas.
Según estadísticas oficiales de la provincia de Buenos Aires, por poner solo un ejemplo, del total de egresos hospitalario en 2018, el 60 % son mujeres. Los déficits de cuidado y auto-cuidado —que la socialización en la masculinidad supone para los varones— impactan nocivamente sobre la salud de las mujeres y de toda la sociedad. En todos los hogares aislados y en cuarentena, ¿quiénes imaginamos que están cuidando (en toda la acepción del término) la salud y el bienestar de lxs cohabitantes?
¿Por qué los varones no van al médico? “Tiene que ver con la idea patriarcal de que el cuidado es de la órbita de lo femenino, y por ende de las mujeres, y que los varones no son socializados ni para cuidar ni para cuidarse. Eso en general redunda en una menor demanda de salud por parte de los varones”, responde Fabbri, “no recurren de manera preventiva sino cuando ya están afectados por un proceso de enfermedad, fundamentalmente cuando afecta sus roles tradicionales de proveedor y procreador”.
Pensar la salud desde la teoría de género o pensar una salud feminista implica poner la mirada allí donde hay una naturalización del estado de cosas y desarmar las dinámicas de poder invisibles para proponer otro orden político. No se trata de culpar a los varones de otra pandemia más, sino advertir toda vez que tenemos oportunidad que la socialización de género patriarcal nunca deja de producir subjetividades y problemas.
El escenario que generó a nivel mundial el el Covid-19 puede ser el despertador que nos despabile de cómo opera el género en la atención de salud. Considerar los déficits en la atención de la salud integral e incorporar las perspectivas de género en la salud pública significa tener en cuenta las diferentes necesidades de cada género en todas las fases del desarrollo de políticas y programas. La inclusión de una perspectiva de género en la salud pública implica abordar la influencia de los factores sociales, culturales y biológicos en los resultados sanitarios.
Si los varones no son educados en el auto-cuidado, en la ética del cuidado —que como dice Carol Gilligan “nos guía para actuar con cuidado en el mundo humano y recalca el precio que supone la falta de cuidado: no prestar atención, no escuchar, estar ausente en vez de presente, no responder con integridad y respeto”—, ¿cómo se puede suplir esta falta que los afecta a ellos y a todes? ¿El Estado focaliza en esos “estilos de vida” para realizar políticas y campañas que los involucre como parte del sistema de salud de forma activa?
Cuando un varón cis lleva a sus hijxs a la salita de atención primaria, recibe aplausos, por la excepcionalidad de la tarea, lo felicitan médicas y enfermeras. La curva de atención de varones en instituciones públicas de salud desciende al llegar a los 34 años. Ser responsables por la salud pública y ajena es tan sencillo como asistir a controles periódicos sin esperar a tener una dolencia desesperante. Sin embargo, tampoco es tarea tan sencilla “ir al médico” cuando el servicio de salud público no tienen capacidad para atender a todxs, o los servicios que dan las obras sociales son caros, o el centro de salud más cercano queda a decenas de kilómetros. La pregunta a la que queremos llegar es: ¿puede un varón (heterocis) aprender a cuidar-se-nos?