A mediados de abril, en la tercera fecha de audiencias públicas por el debate de la legalización del aborto, subió al estrado la única pastora pentecostal que expuso en favor del proyecto de ley. De estatura mediana, pelo castaño oscuro, un mechón blanco sobre la frente y lentes cuadrados, Gabriela Guerreros se acomodó frente al micrófono.
Vestía una camisa celeste, el cuello blanco clerical y una estola verde que le cubría los hombros, prendas reservadas a varones en la tradición católica y evangélica protestante. Al menos hasta ahora. “El único aborto que mata la vida es el aborto del deseo, y el capitalismo es el gran quirófano social”, dijo la religiosa en una cita al teólogo Rafael Villegas. “Porque amamos y defendemos la vida en su abundancia, nuestros cuerpos son territorio sagrado”, añadió.
Al día siguiente, la Confraternidad Evangélica Pentecostal difundió un comunicado para informar que “la señora (Gabriela) Guerreros carece de autoridad para subrogar la representatividad del pueblo pentecostal” porque, entre otras cosas, no se encontraba “afiliada” a la organización. Algunos medios se apresuraron en titular: “la pastora trucha”. Hablar de una teología “latinoamericana, contestataria y feminista” y ser una de las pocas pastoras pentecostales sin esposo ni hijxs, le costó a ella y a la Iglesia Dimensión de Fe varias críticas y persecuciones.
Guerreros comenzó la búsqueda de un Dios madre, padre, inclusivo e igualitario después de comprobar que no la satisfacía la Pastoral de Mujeres de su primera institución. Predica en la Casa de Todos, en González Catán, La Matanza; y lo hace desde una perspectiva marxista. El discurso de las religiones hegemónicas, que siempre regló sobre la vida privada y los cuerpos de las mujeres, se discute también desde adentro. “A veces se confunde la fe con la doctrina o la fe con los dogmas. Nuestra tarea es deconstruir los textos sagrados”, insiste.
Cristo milita en los barrios
Días antes del Paro Internacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans de este año, organizaciones sociales y políticas de La Matanza organizaron la primera asamblea feminista y abierta que viera el distrito, en la plaza principal de San Justo, frente al edificio de la municipalidad. Entre los bustos de Perón y Evita, se ubicó el sonido y las oradoras pasaron una tras otra, en un lapso de cinco horas. Una de ellas fue la pastora Guerreros.
De jean y zapatillas, se colocó la estola mientras subía los escalones que la separaban del micrófono. Con una sonrisa grande y los brazos abiertos al público que la seguía de forma atenta, exclamó: “Pedimos aborto legal, seguro y gratuito para todos los cuerpos gestantes, porque nuestra comunidad también aborta”. A cada consigna que la pastora desarrollaba, la seguía una ola de aplausos y ovaciones. Entre el público, una adolescente codeaba a otra y le decía entre risas: “Así sí dan ganas de creer en Dios”.
La prédica es una herramienta que Guerreros conoció desde chica porque su padre también era pastor. En 1997, ambos daban clases de educación cristiana para adolescentes en la sede donde hoy funciona el templo Casa de Todos, a poco más de 10 cuadras de la estación de tren de González Catán, la segunda localidad más grande de La Matanza. Poco después, el lugar tuvo que transformarse en comedor comunitario por las necesidades del barrio. Ahí, advierte la pastora, estuvo la semilla de su trabajo posterior: “En ese momento, cuando los barrios del fondo eran asentamientos y pasábamos hambre de verdad, venía un grupo de compañeras travestis que vivían a la vuelta y ayudaban a mi vieja en la cocina”.
En la actualidad, lxs creyentes del protestantismo son alrededor de 3.600.000 en la Argentina. Durante la década de los 90, se sumaron casi 700 nuevas entidades evangélicas al Registro Nacional de Cultos. En esa época, el pastor Héctor Aníbal Giménez todavía causaba furor en sus programas televisivos de más de una hora, donde relataba historias de salvación y recuperaciones milagrosas. Era la figura del protestantismo evangélico pentecostal más seguida y famosa en los barrios vulnerados. El hecho de que haber sido procesado en 1998 por estafar a una feligresa en la compra de una casa y de cargar con acusaciones de violencia contra su hija, no perjudicaba el trabajo de su ministerio, “Ondas de Amor y Paz”, ni evitaba que llenara los asientos del Luna Park cada vez que se presentaba.
“El pentecostalismo es un movimiento popular. En ese sentido, es como el peronismo”, suele comparar Guerreros. Tiene sus alas conservadoras y las que impulsan el cambio social y las miradas teológicas más inclusivas. Pero, más allá de la disputa por el sentido de los textos bíblicos, la penetración en los barrios y las prácticas comunitarias son sellos identitarios de la religión pentecostal. “(En los 90) El jefe de familia se quedaba sin laburo y los pibes salían a cartonear. La fe cumplió el rol de infundir un aliento de vida y dar la garantía de llegar al día siguiente. Algunos le imprimieron la carga moral, el concepto de prosperidad, este mensaje de que cuanto más das, más bendición tenés”, analizó Guerreros. Y agregó: “Ahí entra la espiritualidad individualista y alienante, la del mercado”.
En la Casa de Todos, el trabajo comunitario no se separa del ejercicio de la religión; es más, es una parte fundamental de lo que denominan “cristianismo popular”. “Es lo mismo estar orando o en el comedor, la espiritualidad está en juego en todo momento. Como cristianos y cristianas, nuestro compromiso está en trabajar por lo que el Estado debería brindar, pero no está”.
De desalojos y persecución
Con 20 años, Guerreros comenzó su formación cristiana y en el 2004 consiguió ordenarse como una de las pocas pastoras solteras, la primera en su organización. Fue destinada a una comunidad en Mataderos, que luego sería la sede base de la Iglesia Dimensión de Fe. Por lo general, en los templos pentecostales las mujeres llegan a pastoras tras haber acompañado a un hombre en su prédica durante años o por estar casadas con un pastor, pero no a través del estudio.
Guerreros recuerda su nombramiento como una “revolución”, aunque el verdadero revuelo llegaría más tarde, cuando comenzó a reconocerse marxista y feminista sin tapujos y cuando la Iglesia Dimensión de Fe generó su Comisión Política, desde la cual tomaron postura frente al aborto legal, el matrimonio igualitario y la Ley de Identidad de Género. “Eso de que la Iglesia no debe meterse en política es una gran mentira, porque sabemos que todos los sectores religiosos buscan influir a nivel político. Sólo que algunos lo hacen de forma solapada”, advirtió.
En el año 2009, la comunidad de Mataderos era pequeña, pero crecía. La diversidad cultural empezaba a conformarse con un grupo de feligresxs de diferentes nacionalidades que asistían todas las semanas al templo. Un domingo, una hermana no fue a la celebración central y la pastora se preocupó.
“Está todo militarizado, pastora. Nos quieren sacar de nuestras casas”, le explicó más tarde por teléfono, con la voz cargada de angustia. La mujer vivía en las instalaciones del ex sanatorio Morano, en Parque Avellaneda, al igual que unas 40 familias. A partir de ese momento, la Iglesia se comprometió en las actividades para resistir las medidas judiciales y en las asambleas de las casas recuperadas con las familias desalojadas.
Años más tarde, para fines del 2014, fue el templo de Mataderos el que sufrió un desalojo. La Asociación la Iglesia de Dios (ALIDD), institución que nuclea a 8000 feligreses, 100 pastores y 70 congregaciones pentecostales a lo largo del país y a la que se encontraba afiliada la Iglesia Dimensión de Fe, interpuso un proceso judicial para confiscar gran parte de su mobiliario. El delito del cual se acusaba a la comunidad era el de “usurpación e inconducta ministerial” y en un escueto comunicado explicaron que la medida estaba motivada por un “trasfondo espiritual, ético de carácter personal, ministerial y legal”.
Nunca se garantizó un espacio de diálogo y las razones de fondo jamás fueron comunicadas. La comunidad decidió abandonar el lugar y conseguir otro, después de agotar medidas de “resistencia pacífica”. Al año, las cuatro propiedades que comprendían el templo fueron vendidas en 600 mil dólares.
Dios es travesti y usa el pañuelo
“Lohana (Berkins) y el feminismo nos liberaron”, aseguró la pastora. La conoció gracias a la militancia por la sanción de la Ley de Identidad de Género y “gracias a Dios”. La activista trava era católica y tenía una relación peculiar con la Iglesia. Cuando tenía menos de 12 años, le había gritado al cura de su barrio por echar a una amiga suya, también trava, de una misa, bajo el pretexto de que era “un marica”. En una entrevista a Página 12, explicaba: “Soy tremendamente católica. No creo en las jerarquías eclesiásticas” y, en ese punto, coincidía por completo con Guerreros. Cada vez que cruzaba a la pastora, le hacía un pedido íntimo y especial: “no se olvide de rezar por mí”.
“Yo hablo de un Dios travestido. Porque hasta le hemos puesto género”, advirtió Guerreros. Y explicó: “Los textos sagrados no hablan solamente de un Dios varón, también hablan de gestos femeninos. Jesús primero interpeló a las mujeres y ningún pasaje habla de Dios en contra de la homosexualidad. Por eso creemos que hay que deconstruir los textos. La lectura que hacemos nace de un sistema capitalista y patriarcal”.
El lazo que la pastora entabló con la referente trava tuvo un rol fundamental cuando volvió a su ciudad natal a predicar y se asentó en la Casa de Todos. El lugar funcionaba como merendero desde el año 2003 porque, a través de convenios con el Estado, su padre y la comunidad pudieron sostener un servicio de tres comidas diarias para el barrio. Con los consejos de Lohana a mano, la pastora organizó recorridas por la Ruta 21 y la Ruta 3 durante la noche, para llevar viandas a las travestis que estuvieran en ejercicio de la prostitución. Desde noviembre del 2017, funciona la Casa de Lohana y Diana en el templo, un espacio semanal donde se dictan oficios para darles la oportunidad de dejar las paradas de colectivos.
“En nuestras primeras salidas por las rutas, veíamos que la Ley de Identidad de Género no había llegado acá, las travas no sabían que podían hacerse un documento. En Capital Federal ya vemos la primera camada de travestis que terminaron el secundario, otras que ingresan a la universidad. La diferencia es notoria y por eso necesitamos este tipo de lugares”, explicó la pastora.
En la actualidad, la cocina de La Casa de Todos, pequeña y modesta, se ve repleta todas las mañanas. Personas que entran y salen, que meten bandejas en el horno y pelan papas para el almuerzo. Todos los mediodías se sientan en los tablones largos del comedor no sólo niñxs, sino familias enteras. Desde hace dos años, la población que acude al comedor se duplicó y ahora llega gente desde la Estación María Eva Duarte, que queda en Laferrere, la ciudad vecina.
Lxs cocinerxs son vecinxs del barrio. Entre ellxs, la pastora Gabriela Guerreros da indicaciones, responde dudas y también corta algunas papas. Se le complica sentarse un minuto sin que alguna mujer entre por la puerta a comentarle cómo andaban las cosas en el barrio o sin que algún nenx se abalance para abrazarla. En el comedor, cuelgan de las paredes paneles de corcho que exhiben las oraciones para arrancar el día.
“Dios padre y madre nuestro, gracias por un nuevo día”, reza un cartel amarillo. En otro de cartulina, se lee: “Cuando partimos el pan, otro mundo es posible”; y a continuación: “Mi cara, mi ropa, mi barrio, no son delito”. Una foto de Diana Sacayán sonríe al lado con la leyenda “Basta de Travesticidios” y la acompaña una imagen de Lohana Berkins con un megáfono en alto y gesto festivo. No puede faltar una lámina del Che Guevara. Dios parece más auténtico y menos contradictorio ahí dentro: está en los derechos de las mayorías.
Todas las causas y reivindicaciones que enuncian los carteles llevaron su tiempo de discusión y apropiamiento para la comunidad. Inclusive la del acceso al aborto legal, seguro y gratuito, aunque hoy la pastora luzca el pañuelo verde casi a diario. Por esa razón, primero ella comunicó su postura, de modo personal, hace cinco años. Hoy ya no hay muchas dudas al respecto y se reconocen como una “comunidad abortera”. “Dios se encarna en el pueblo”, recuerda la religiosa, como quien repite un verso del Padre Nuestro, mientras vacía el yerbero en un mate pequeño.
“Pastorta” para las compañeras
El próximo Encuentro Regional de Mujeres, Lesbianas, Travestis y Trans de Zona Oeste del conurbano tendrá lugar en Matanza, por primera vez. Desde abril, diferentes organizaciones sociales, políticas y, por supuesto, religiosas, se reúnen en asamblea para definir fecha, lugar, consignas, cronograma. Lo que allí se discute no se difunde y lo que allí se decide es mandato soberano.
A la primera de esas reuniones, Guerreros llegó cuando la mitad de lxs asistentes estaban sentadxs y todas las miradas se posaron en ella. Algunxs la felicitaban por su intervención en el Congreso en favor del aborto legal, otrxs la buscaban para discutir novedades y planes de acción.
-Buenas tardes. Mi nombre es Gabriela Guerreros, soy pastora…
-¡Pero las que la queremos le decimos “la pastorta”!, interrumpió una de las militantes y el lugar estalló en risas. Ese apodo se lo ganó en la primera Asamblea por la Absolución de Higui, cuando le contó al público presente que no era heterosexual. Guerreros se ruborizó y una compañera a su lado le dedicó unas palmadas en la espalda.
-Ya voy a dejar de sonrojarme por ese nombre, contestó y continuó su presentación, como si fuera nueva en el feminismo matancero.