En el ejercicio del urbanismo propiamente, los vacíos existentes respecto a la omisión de poblaciones ilegitimadas y minorías diversas como sujetos de decisión sobre el territorio, son producto de inercias en la construcción social que no ha contemplado todas las voces. Tal ha sido su complejidad que en la planificación tradicional y dentro de la academia se teme admitir dichas negligencias como principales factores en la concepción de entornos urbanos que segregan y producen violencias urbanas.
La planificación de las ciudades en América Latina, consecuencia de modelos neoliberales, androcéntricos y antropocéntricos, han defendido desigualdades estructurales, heteronormatividades y fuertes ideales capitalistas invisibilizado la percepción urbana de las mujeres. Experiencia que está ligada al continuo de violencias que sufren estas desde su corporeidad como eje articulador entre lo privado y lo público, reconociendo una cadena de expresiones de violencia donde el último eslabón se sitúa en el ámbito de lo público.
La planificación de las ciudades en América Latina, consecuencia de modelos neoliberales, androcéntricos y antropocéntricos, han defendido desigualdades estructurales, heteronormatividades y fuertes ideales capitalistas invisibilizado la percepción urbana de las mujeres. Experiencia que está ligada al continuo de violencias que sufren estas desde su corporeidad como eje articulador entre lo privado y lo público, reconociendo una cadena de expresiones de violencia donde el último eslabón se sitúa en el ámbito de lo público.
Las formas de representación de la ciudad Latinoamericana en el cine sobre la experiencia vital de los ciudadanos, hace parte de una suma de acciones cotidianas en distintos espacios urbanos que el cine se ha encargado de capturar con maestría. Por medio de estos relatos audiovisuales se recrean espacios propicios para el tratamiento de problemáticas sociales y mediante las narraciones se extraen situaciones psicológicas y emocionales de los personajes, producto de su inmersión en los espacios.
Imprimir una lectura diferenciada del espacio público con perspectiva de género sobre las huellas culturales y mediáticas que contiene el cine acerca de infinidad de realidades que constituyen la memoria urbana de sus residentes o visitantes, permite analizar dichos contextos que alimentan nuestros imaginarios urbanos acerca de la experiencia propia de las mujeres, identidades no binarias y masculinidades.
Como escenario para esta revisión se establecieron tres ciudades Latinoamericanas debido a su crecimiento exponencial y simultáneo, resultado del déficit de atención sobre la ciudad que se levantaba de manera informal. Películas como Rosario Tijeras (Colombia / 2005), La Teta Asustada (Perú / 2009) y Mía (Argentina / 2011) empiezan a marcar nuevas pautas, como bien lo supo hacer en su momento en Nuevo Cine Latinoamericano de los sesentas, primando temáticas donde la experiencia y la memoria urbana distan de una unánime definición.
La “Arquitectura sin arquitectos” hace parte de más del 70% de nuestras ciudades latinoamericanas, donde dicha urbanización de origen informal es reconocida como chabolas, favelas, barriada, comunas, barrios de invasión y villas marginales. Cabe aclarar que ninguno de los contextos urbanos de las películas escogidas es ficticio. Los relatos tienen lugar en las Comunas Orientales de Medellín, la zona de Manchay a pocos kilómetros de Lima y la Aldea Rosa a las afueras de Buenos Aires.
Rosario Tijeras
Hacia el 2005 se estrena Rosario Tijeras, una película colombiana que narra la historia de una mujer proveniente de una familia pobre de las Comunas Orientales de Medellín, que tras sufrir violaciones en su niñez decide vivir con su hermano, un sicario que la introduce en un mundo de narcotráfico, prostitución y homicidio a sueldo, como la única oportunidad para salir de allí. La línea narrativa agrupa distintas épocas para introducir la vida de la protagonista, donde las situaciones más desgarradoras ocurren en el ámbito de lo público.
La historia se desarrolla en entornos de fuertes contrastes entre clases sociales en donde el dinero y el sexo rigen los intereses de sus personajes. Si bien, varias de las escenas están situadas en casas opulentas de narcotraficantes de finales de los ochentas, donde el personaje de Rosario toma fuerza y somete casi con su presencia a los hombres que la rodean; al volver a las comunas, debido a la muerte de su hermano, afloran situaciones traumáticas que parten de su condición en un entorno donde la violencia de género se encuentra normalizada.
Allí, Rosario cuenta con voz propia la violación que sufre de niña cuando caminaba sola en las reducidas calles de las Comunas en horas de la noche y da a conocer que al interior de su hogar también era víctima de abuso sexual por parte de su padrastro.
Todas estas memorias espacio-temporales forjan cada unos de los personajes que desde el rencor, la avaricia y la venganza se relacionan con esas memorias urbanas instalando lógicas inquebrantables. La calle en Rosario Tijeras se muestra siempre angosta y aprisionante, como un espacio reducido en el que su ira no tiene cabida. Se convierten en recorridos tensionantes, cargados de mucho estrés y que tras significativos giros de cámara, producto de la disposición laberíntica de las calles, desembocan en una escena fuerte de violencia y matanza.
Las calles la conflictúan, la atrapan y agudizan sus dolores. Dicho gesto cinematográfico proviene del género de gangsters, según el análisis de Diego García sobre Chicago y Medellín ̈La ciudad le forjó el cuerpo a puñetazos limpios en sus laberintos de callejuelas amuralladas con ladrillos, en sus sets decorados con desdén y oscuras canecas malolientes por las invisibles manos de la noche ̈ (García, 2000). De igual manera y como consecuencia de la influencia del narcotráfico estos entornos urbanos tienden a una descomposición social que se lleva consigo valores culturales, primando la violencia como mecanismo de supervivencia.
La Teta Asustada
Esta historia peruana relata la vida de Fausta, una mujer que ha heredado un miedo constante y el sufrimiento de las mujeres de su comunidad, debido a las matanzas y violaciones contra ellas en la época del terrorismo en los Andes hacia los años ochentas. La historia se desarrolla en el asentamiento de Manchay a las afueras de Lima, un sector con los mayores índices pobreza de Perú. Dentro de su comunidad, este temor se entiende como la enfermedad de “La teta asustada”, ya que al contacto con la leche materna se transmiten las devastadoras secuelas de las violencias sexuales que vivió su madre.
Como consecuencia del terror con el que se vivía en esa época, las mujeres de su comunidad se vieron obligadas a introducirse un tubérculo en la vagina para que no fuese posible violarlas, como ocurría sistemáticamente. Tradición que Fausta imita y le produce complicaciones sanitarias. A pocos minutos de iniciada la película la madre fallece y produce en Fausta el florecimiento de toda esa angustia ya que se encuentra sola por primera vez en un mundo que no entiende y al que teme profundamente.
El temor que experimenta al moverse sola por las calles es apabullante, por lo que acude siempre a alguien de su familia para que la acompañe. Pero la motivación de poder enterrar a su madre la ayuda a enfrentarse a un trabajo doméstico que lentamente le permite ganar seguridad y esperanza.
En el contexto urbano de Manchay, la forma de asentamiento en medio de un desierto desprovisto de recursos para la vida cuenta con graves insuficiencias en infraestructura hídrica, espacio público, equipamientos, vías y con respecto a las ciudades circundantes representa una segregación abismal. Este territorio que encuentra significativas barreras para promover modelos de desarrollo traduce estas carencias en violencias urbanas, afectando la experiencia territorial de sus habitantes y en especial se convierte en un factor que limita la autonomía de las mujeres.
Mía
Si bien la siguiente película no se sitúa propiamente en las Villas Marginales, acoge una de las problemáticas de omisión y segregación de género más fuertes en Argentina. Mía es la historia de Ale, una trans que hace parte de una comunidad excluida por un sacerdote que desterró a grupos homosexuales y trans a las afueras de la ciudad. Se les permitió asentarse en una pradera a la que llamaron la Aldea Rosa. Durante el día Ale se dedica al cartoneo y le encanta diseñar ropa para sus amigas, aunque algunas noches recurre a la prostitución para ganar algo de dinero.
Debido a su trabajo diurno, encuentra un diario que empieza a leer y desencadena en ella emociones muy fuertes acerca de la vida que quisiera tener y que le es tan negada. Este personaje, a diferencia de los otros tratados en este artículo, muestra una empatía admirable que supera la cruda realidad que le ha tocado. Inesperadamente entabla una relación con Julia, hija de la autora del diario que Ale a pesar de su analfabetismo intenta leer.
Los integrantes de la Aldea Rosa se encuentran asesorados por tres jóvenes que quieren que se les otorgue un espacio digno en la ciudad, pero las mediaciones denotan grandes injusticias y terminan desalojadas violentamente por fuerzas policiales y sin la posibilidad de incluirse como ciudadanos.
Mía es una muestra clara de las violencias de género que son generadas por expulsiones territoriales basadas en las construcciones de identidades no hegemónicas. Y, desde la capacidad del cine de contener las huellas urbanas de diversos colectivos y realidades, es posible entrever modelos de ciudad que no cuentan con identidades trans en la consolidación de la cotidianidad como el ejercicio de tejer una red de espacios sobre la que todas las personas otorgan significado.
En estas tres películas, los relatos audiovisuales atesoran experiencias de un número significativo de la población en la construcción de nuestras ciudades. La perspectiva de género como mecanismo de identificación de oportunidades o exclusiones urbanas que se generan, permite la revisión de la planificación tradicional a la luz del Urbanismo Feminista, que lejos de ser una “tendencia novedosa”, cuenta con un largo trayecto y un peso reflexivo, teórico y metodológico que sitúa la sostenibilidad de la vida como directriz de ordenamiento del territorio. Una mirada sobre el espacio público que trasciende las limitaciones sobre la autonomía de las mujeres e identidades ilegitimadas, y lo convierte en un escenario de ampliación de derechos, un espacio de conquista donde la construcción de “urbanidad” se construye cotidianamente como un pacto social donde todas las voces tienen valor.