Foto de portada: Tiempo Argentino.
6 de marzo de 2024. Acto escolar de inicio del ciclo lectivo en el colegio Cardenal Copello. El presidente de la Nación, Javier Milei, se dirige a un auditorio de adolescentes, con un discurso de tonalidades muy variadas, que en unos pocos minutos va de la emoción por el recuerdo de lo que aprendió en ese colegio, a la referencia sexualizada sobre los genitales de los burros. En ese marco, hace la siguiente denuncia: “En la Universidad de Belgrano hay una persona que lo persigue a Iñaki por ser liberal”.
Luego de aclarar que Iñaki es “el chico” que hace su Tik Tok, se explaya sobre el asunto: “Iñaki tiene una profesora de Microeconomía 1 que lo persigue por ser liberal. Lo persigue, lo bullynea y en la universidad, el primer director de carrera miraba para otro lado y el que vino después sigue permitiéndolo. O sea… espero … digamos… que el secretario de Educación y la ministra de Capital Humano… digamos… pongan en orden… digamos… a la Universidad de Belgrano donde hay profesores de origen radical persiguiendo liberales… bien, exacto. Ahora veamos acciones”.
Esa última frase la pronuncia dirigiendo una mirada desafiante al secretario y a la ministra que se encontraban en la primera fila. El guante lo termina recogiendo, sin embargo, un funcionario de tercera línea que habilita, al día siguiente, una casilla de correo electrónico oficial destinada exclusivamente a denunciar a docentes universitarixs. A tono con los tiempos, el Subsecretario de Políticas Universitarias, Alejandro Álvarez, autor de la iniciativa, anuncia la medida a través de su casilla personal en la red social X.
A los pocos días, en una reunión con el Consejo de Rectores de Universidades Privadas, Álvarez aclaró que no esperaba que este problema surgiera en una universidad privada, aunque sí estaba preparado para que se diera en las universidades públicas, a las que atribuyó un clima de “hegemonía asfixiante” y “sovietización de los claustros”, del que él, sus parientes y sus amigos (sic) habrían sido víctimas.
Más cinismo que épica
Como en tantas otras áreas, la batalla del gobierno nacional contra las universidades se libra en dos frentes a la vez: un frente material, que se expresa en un desfinanciamiento sin precedentes que está poniendo a las universidades nacionales al borde de su posibilidad de seguir funcionando, y un frente simbólico, que encuentra en la palabra adoctrinamiento su principal arma.
En relación con el primero, está claro que la licuación del presupuesto universitario a través de la prórroga del presupuesto nacional 2023 y el recorte de toda otra línea de financiamiento directo o indirecto —ciencia y tecnología, infraestructura universitaria, becas estudiantiles, entre otras— se inscribe en el marco del brutal ajuste fiscal que está llevando adelante el gobierno en todas las áreas. Este ajuste contiene su propia retórica legitimadora más allá de dónde se aplique. Sea sobre jubilaciones, salud, obra pública, comedores, medicamentos oncológicos, cultura, salarios docentes o universidades nacionales, la justificación del ajuste se sostiene retóricamente sobre la misma premisa: “no hay plata”.
Secundariamente, los recortes en casi todas las áreas del Estado vienen acompañados también de alusiones, más o menos épicas, al “fin de los privilegios de la casta” y, más débilmente, a la ineficiencia en el uso de los fondos públicos e incluso a las sospechas de corrupción.
Claro que esta retórica genérica de defensa del ajuste “en cualquier lado y a cualquier costo” se agota rápido, especialmente frente a la brutalidad de sus efectos sobre las vidas de la mayor parte de la población. En relación con la premisa “no hay plata” para justificar el desfinanciamiento universitario, Germán Pinazo, vicerrector de la Universidad Nacional de General Sarmiento, ha mostrado, por ejemplo, que solo con las exenciones fiscales que benefician a Mercado Libre se podrían solventar los gastos de funcionamiento de todas las universidades nacionales del país. Es decir, sí hay plata, el problema es cómo se distribuye.
Digamos, de paso, que esta idea dio lugar a un proyecto de modificación de la Ley de Economía del Conocimiento, que ya se presentó al Congreso Nacional, en el que se propone la eliminación de las exenciones impositivas a las grandes empresas y que esos recursos, que ingresarían a las arcas públicas, se destinen específicamente al financiamiento del sistema universitario.
Por su parte, la épica anti-casta y anti-privilegios como justificación de los recortes en el Estado y las políticas públicas, se va desintegrando frente al ascenso de la hermana del presidente al rango de ministra y la ampliación de su presupuesto no sabemos para qué, los ascensos al rango de ministro y secretario de Estado en el área de medios de la presidencia o el incremento salarial votado en el Senado por todas las fuerzas políticas y convalidado por la vicepresidenta de la Nación. Si esa retórica se sigue sosteniendo, es hoy más a fuerza de cinismo que de épica.
Ahora bien, a la par que se debilitan los argumentos legitimadores del ajuste en general y, por lo tanto, su eficacia para justificar el desfinanciamiento de las universidades, sube de tono la batalla que se libra en lo que llamamos el frente simbólico, hegemonizada por la consigna del adoctrinamiento. Al respecto digamos, en primer lugar, que así como las metáforas de la “motosierra” y la “licuadora” deben ser reconocidas como inventos vernáculos que han sido muy exitosos para sostener la retórica del ajuste (especialmente durante la campaña electoral), la cuestión del adoctrinamiento en las universidades y sus metáforas asociadas (“lavado de cerebros”, “contenidos rojos”, “cabezas contaminadas”, “cabezas limpias”, por mencionar sólo algunas de las utilizadas por el presidente de la Nación) no tienen nada de original.
El plan contra las universidades
Como ha mostrado Daniel Sánchez Caballero en un artículo publicado en El Diario.es, se puede trazar una línea de continuidad entre los discursos en contra de las universidades que sostienen Vox en España, la ultraderecha en Europa y Estados Unidos y Milei en la Argentina. Según este autor, la idea de que las universidades son “máquinas de censura, coacción, adoctrinamiento o antisemitismo”, sostenida por Abascal hace pocos días en la Conferencia de Política Acción Conservadora en Washington, es similar a la que sostiene la ultraderecha norteamericana que acusa a las universidades de “promover un pensamiento único progresista, practicar la cultura de la cancelación e imponer los debates sobre raza y género”, o las que llevaron al gobierno ultraderechista en Hungría a prohibir los estudios superiores de género. La continuidad entre estos discursos se remite, dice Sánchez, al mismo “argumentario internacional” y debe ser analizado y confrontado como un plan.
¿Por qué un plan contra las universidades? Porque el cambio cultural que tanto proclaman encuentra en la cultura universitaria y sus instituciones, al menos dos puntos de resistencia muy potentes. Por un lado, la producción de un conocimiento experto, reconocido y valorado socialmente, que no se rige por criterios rústicos de rentabilidad inmediata y, lo que es peor, pone en cuestión las mitologías que el modelo ultraliberal necesita instalar —un ejemplo paradigmático serían las investigaciones sobre el cambio climático que insisten en negar—. Por otro lado, el sostenimiento de ámbitos plurales y heterogéneos desde todo punto de vista —disciplinario, teórico, metodológico, ideológico, político—, en los que se aprende a trabajar en común, a debatir, a someter a crítica, a usar, en fin, la propia inteligencia, lo que constituye una amenaza para un modelo que necesita, en palabras del propio Milei, “cabezas limpias”. Así lo dijo en el Cardenal Copello: “Entre tener la cabeza contaminada y tenerla limpia, prefiero que esté limpia”.
A estos rasgos, que serían propios de toda institución universitaria, hay que sumar la original tradición de la universidad pública argentina. Voy a decirlo así: la universidad argentina pública, gratuita, de calidad, autónoma y co-gobernada representa todos los valores que el modelo ultraliberal quiere deponer. Expresa lo mejor de la tradición democrática en nuestro país, constituye un símbolo muy importante del imaginario de ascenso social en la historia argentina y ha mostrado, por décadas, su compromiso con el desarrollo nacional y su aporte a construir una sociedad más justa e igualitaria.
Las acusaciones pueriles de adoctrinamiento no logran —y eso evidentemente los inquieta— conmover esos valores y, mucho menos, justificar el brutal ajuste presupuestario. Porque esos valores, que son los mejores valores de nuestro sistema universitario, los reconoce y los defiende el conjunto de la sociedad argentina. Por eso, hoy en las calles, no estaremos sólo lxs universitarixs. Estaremos con todos los sectores sociales defendiendo a la universidad pública en todos los frentes, como un derecho de los individuos y de los pueblos.