Que no se nos cuele la derecha

La secretaria general de Nuevo Encuentro CABA y referenta de La Sublevada, Magui Fernández Valdéz, analiza la presencia de la derecha en la subjetividad y las formas que toma la política. Claves para frenar su avance: escuchar las críticas, construir una agenda política común que profundice las transformaciones, disputar el sentido del mundo que viene y soñar un futuro para todes. “Es imprescindible recuperar el vínculo potente entre el poder, la inteligencia y la pasión por querer transformarlo todo”, dice en esta nota de opinión.

Venimos de una semana muy movilizante, en un marzo que siempre nos obliga a revisarnos y nos tiene en carne viva, con un fuerte ejercicio de memoria que arranca con la visibilidad tortx, sigue con el 8M y la potencia arrolladora de la calle. Nos llena de energía con el recuerdo de Marielle y termina con nuestro mayor orgullo y ejemplo que es el ejercicio permanente de memoria y nuestras políticas de derechos humanos.

En Palermo a plena luz del día 6 pibes violaron una piba en grupo y vemos la conmoción colectiva de una sociedad que no soporta más la violencia correctiva y disciplinadora. Pero también tiene una doble vara a la hora de pensarse: este marzo empieza el juicio a Higui, quien se defendió de una violación correctiva y lleva años bancándose la violencia institucional y judicial de un sistema que tiene mucho para revisar todavía. En este marzo, nos organizamos para exigir su absolución.

Vivimos en tiempos de pensamientos anestesiados: de una imaginación política limitada que entra en disputa con una derecha que quiere captar la indignación social y hacer primar el espíritu individualista de libertarios por sobre el comunitario y colectivo; de una fuerte preocupación por la gestión de lo público, en donde es central la atención por no caer en administrativismos que debiliten nuestra convicción transformadora. En este contexto, reflexionar juntes es una responsabilidad política.

Volver a las bases

No se trata de cancelar la posibilidad de indignarse, quejarse, ni de etiquetar las críticas como fachas, cisexistas, racistas, misóginas u homo-odiantes. Se trata de la necesidad de no caer en conservadurismos y abrazar el estado de las cosas. Necesitamos poner nuestra indignación al servicio de profundizar un modelo político con lo más constitutivo de nuestro movimiento en el centro: las políticas de derechos humanos, el transfeminismo, el ambientalismo, la lucha contra el neoliberalismo. En definitiva, el sueño de construir un mundo donde entremos todes.

En las guerras culturales contemporáneas, las izquierdas son políticamente correctas y conservadoras, porque buscan conservar el bienestar conseguido y es imprescindible que apostemos a dar todas las discusiones que tengan que ser dadas. La comodidad nunca es un lugar de llegada y permanencia para quienes tenemos un deseo profundo de transformar la vida de nuestro pueblo.

Sabemos que existen feminismos de derecha y liberales y hemos visto a muches aplaudir a Lospenatos, que existen lesbianas TERF que ponen un “pero” cuando hablan de la ampliación de derechos para travas y trans, que hay maricas libertarias, que se abrazan al rechazo de la migración y levantan las banderas de Milei. Necesitamos frenar un poco la pelota para que ese motor reaccionario, impulsado por la profundización de la desigualdad, que usa el odio como combustible, no moldee la forma en la que sentimos, pensamos y accionamos.

Dejarse atravesar por la bronca y la impotencia que genera la violación en grupo que sucedió en Palermo no nos puede transformar en reproductorxs de una lógica que empieza por abrazar al escrache como estrategia política y nos acerca a lo más tremendo de la lógica de derecha y sus linchamientos, poniéndonos al servicio de una tortura 2.0. Y ojo, que no se trata de defender a estos pibes, sino de no perder nuestras convicciones en relación a la garantía de derechos, a la necesidad de no pisotear nuestra identidad vinculada a los derechos humanos, de no revictimizar a la piba y de que nuestro ADN vinculado al enorme ejemplo que fueron las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo se vuelva hechos.

La tarea de deconstruir el sentido común punitivo

El punitivismo se sirve de la dicotomía de roles víctima/victimarie, que nos obliga a mostrar credibilidad dando cuenta del daño que presentamos y volviendo estático nuestro rol en las estructuras de la violencia. Una víctima empoderada no es una buena víctima. Sabemos que sobran experiencias comunitarias propias del transfeminismo que buscan construir comunidades seguras y equilibrar el miedo entre los cuerpos. ¿Cómo potenciamos estas experiencias micropolíticas y contamos con políticas públicas que fortalezcan nuestras prácticas?

Ese punitivismo se basa también de un deseo sin límites por perfeccionar las penas, por profundizar la persecución, por exigir más cárcel y por perder un espíritu transformativo en relación a los efectos de las medidas que bancamos.  Es imprescindible que el transfeminismo que estamos construyendo no se abrace a una cultura de la cancelación y el endurecimiento de las medidas y que se quede en lo superficial del debate, sin pensar cuánto de la lógica de Blumberg se nos cuela en nuestra indignación. ¿Qué hacemos con nuestro deseo punitivo? ¿Nos alcanza con el proceso judicial y una condena ejemplar o la sutileza de la derecha ya nos caló muy profundo y vamos a apelar a lógicas de la justicia por mano propia?

Tenemos que poder abordar esta problemática como lo que es, un problema estructural de nuestra sociedad, que es profundamente cisheteropatriarcal y racista, antes que un hecho aislado llevado adelante por un grupo específico de personas. Y es por esto que debemos buscarle una solución colectiva, comunitaria y cultural, siendo absolutamente conscientes de que todes tenemos un rol activo fundamental en esta transformación, que nos insta a revisar todos y cada uno de los ámbitos de nuestra cotidianeidad.

¿Podremos los transfeminismos construir respuestas no punitivas sin que nos condene el sentido común heterocisexual, blanco y neoliberal?

¿Quién nos va a venir a proponer un sueño?

El problema actual no tiene que ver con la capacidad para llevar adelante proyectos transformadores sino en la incapacidad para imaginarlos. Vivimos un contexto atravesado por los efectos del macrismo, de la deuda que nos dejaron, de un FMI queriendo meterse en cada recoveco de la gestión, de una derecha que sigue gobernando en muchos territorios, de las crisis de representación, de una pandemia que rompió con todas las estructuras vigentes y profundizó la lógica individual al tiempo que puso en valor lo público, de un transfeminismo que necesita recuperar su espíritu contagioso después de las grandes movilizaciones por la legalización del aborto, de una intención de volver a la estigmatización de los partidos políticos y de las diferentes formas de organización, del avance de les libertaries…

En este marco es imprescindible que nuestra responsabilidad por dejar el piso de derechos lo más alto posible no nos cancele un horizonte de futuro que no termine en el 2023 y podamos profundizar las transformaciones. Para esto necesitamos que el peso de la responsabilidad no nos haga perder nuestra mística política y no caigamos en administrativismos que dan cuenta de la dificultad de profundizar los cambios cuando se llega a la gestión de lo público. Es necesario romper con el pensamiento que nos indica que si el futuro aparece como una amenaza, lo más seguro y sensato parecería ser defender lo que hay. Aquí reside el riesgo de caer en el conservadurismo y renunciar a disputar el sentido del mundo que viene.

A cada momento histórico le corresponde un tipo de funcionamiento de la subjetividad, una emocionalidad colectiva que es política y que se sustenta en un sistema histórico, cultural, epistemológico. No hay posibilidad de transformación de las estructuras de gobierno si no pensamos en los dispositivos micropolíticos de producción de subjetividad. ¿Cómo acercamos la micropolítica a la disputa electoral y conectamos y hacemos coincidir diferentes formas organizativas? Es imprescindible recuperar el vínculo potente entre el poder, la inteligencia y la pasión por querer transformarlo todo.

Para ir cerrando…

La vuelta de la derecha está condicionada por el cuidado de la unidad pero también lo está por la necesidad de escuchar las críticas, de construir una agenda política de lo propio que nos llene de orgullo y nos desborden las ganas de salir a militarla en cada rincón del país. En pleno 2022, la diferencia política nunca puede implicar la cancelación de los debates o la toma de decisiones de espaldas al pueblo en un contexto en el que a nivel regional la democracia participativa viene abriendo la cancha en una necesidad de equilibrar la democracia representativa.

Necesitamos recuperar una dirigencia política a la altura del tiempo histórico que nos toca vivir, atravesada por las políticas ambientalistas, por el transfeminismo y sin perder su esencia nacional y popular, que rompa con las lógicas tradicionales con las que se piensan las estructuras de la política. Una dirigencia que tome riesgos, que dispute sentidos y que pueda sintetizar y representar con ideas que convocan, que no repiten lo obvio y que se la juegan. Lo que tenemos que discutir es qué país estamos construyendo y cuál queremos construir. Y ojo, porque esta responsabilidad no es únicamente de quienes nos representan sino también de un pueblo y de una militancia que necesita recuperar la calle, que necesita organizar sus reclamos y ser garantía de contar con gobiernos con bases de movilización. Necesitamos recuperar esa pasión cotidiana por generar ondas expansivas que modifican la vida cotidiana de la gente con un convencimiento profundo de cuáles son las ideas que defendemos y que tenemos a quienes mejor las representan. En esta trinchera militamos desde un transfeminismo contagioso, nacional y popular que quiere construir mayorías y seguir apostando a la organización política como estrategia de transformación.