The wife: un matrimonio. Él, escritor genial. Ella: detrás de todo gran hombre. A él le dan el Nobel de Literatura. La película se centra en su viaje a Estocolmo, el protocolo y boato de la ceremonia (desconocía). Tres reverencias al recibir la medalla de manos del rey (desconocía también: que hubiera todavía monarquía en Suecia). Salpicado de escenas de pasado y presente, a caballo de lugares comunes a todas las películas sobre escritores: “si no escribe, muere”, “lo único que cuenta es conseguir el coraje de lanzarse a la escritura del próximo libro”, “la página en blanco impone su”, bla bla. Él acapara pantalla pero sabemos que la protagonista es ella, gracias al título, bastantemente buchón. O sea que: esperar. En el ínterin, pide micrófono el hijo, medio tímido medio desganado, él también a su vez escritor aspirante. Expone la poca generosidad de su progenitor, que no le reconoce talento alguno ni lo impulsa a seguir escribiendo (este mismo argumento desarrolla Aram Saroyan en Últimos ritos, publicado por blatt&ríos en traducción de Tomás Fadel y Aldo Giacometti, desgarradora novela acerca de la muerte de William Saroyan, a la vez escritor excepcional y lacra humana). Todo piola hasta que aparece Christian Slater en el papel de un escritor frustrado, también hijo de (un profesor de Literatura de Yale), biógrafo no autorizado del galardonado. Seducción irresistible al trasvasar vidas de escritores a la pantalla: las etiquetas. Pueblan la ficción audiovisual de todos los tiempos y geografías, al menos el/a escritor/a genial con dificultades (de personalidad, económicas, etc.), el/a escritor/a frustrade (por lo general, malvade), el/a escritor/a promesa malograda (almita triste), el/a escritor/a exitose, carente de talento (pura espuma). Siempre me pareció que un/a escritor/a es todas esas cosas a la vez (como cada une de nosotres es varies, en total ya somos muches, según las Mil mesetas de Deleuze y Guattari), de a ratos genial, frustrade, malograde, inspirade, etc. Multifacetismo que vuelve al/a escritor/a ser humano corriente, del común.
Resulta entonces que el biógrafo impermitido arriesga hipótesis comprometedora: la escritora genial es, en realidad, lo intuíamos, ella: the wife. La apreciación contrasta con lo que el largometraje desarrolló hasta aquí: él haciendo de escritor hasta la náusea: como docente, en fiestas, encuentros, conversaciones con amigues. Él performando su ser escritor. Ahora resulta que la que escribe ocho horas por día es ella (hecho emplatado con guarnición de sacrificio atroz, mientras yo ojos como huevos fritos, palmas juntas sobre el pecho: quién pudiera). Él, Samsa de cotillón, involuciona en pulga sorbedora del talento de ella. Circula como escritor saltándose el cumplimiento de la ley primera: escribir, encarnando la intuición luminosa de Osvaldo Lamborghini (primero publicar, después escribir). Ella, en cambio, escribe pero elige el rol de “mujer de”, de madre, antes que el de escritora, para arar el campo social. “Soy una persona tímida”, aduce, mientras la escena se puebla de hombres: editores, reseñistas, jurados. La consagración literaria está en manos de ellos, ganas nulas de dejar pasar a una mujer. ¿Incoherente, entonces, que ella sindique como humillación el espectar a su marido emporcado por las mieles del éxito? Si lo suyo fue una decisión, retirarse del mundo a escribir en remozada torre de marfil, delegando en él las obligaciones del ser escritor, del devenir escritor, del encarnar el significante “escritor” ante el cuerpo social de pares y publiquito, ¿por qué el rencor, el sufrimiento?
The wife patentiza una certeza: no basta con escribir para ser escritora. Hace falta contar con el par, marido y mujer, ambes trabajando codo a codo, sin pausa, cada une en su ámbito. Hacen falta también los dos géneros, y todas las tonalidades posibles entre ellos. Marguerite Duras lo supo, lo dijo: “El gran espíritu es andrógino”. Leída así, la película es un acierto, tal vez, incluso, a pesar de sí misma.
The wife (La buena esposa), 2017, Björn Runge (dir.), con Glenn Close y Jonathan Pryce.