Según yo lo veo, el golpeado villorrio editorial local está integrado por grandes editoriales comerciales, sellos medianos y proyectos culturales interdependientes. Los tres anaqueles son, a su manera, bolsas de gatos, pero comparten algunos rasgos de producción importantes: las editoriales grandes sostienen planes editoriales de alrededor de 500 títulos anuales, con tiradas que van de los 1500 ejemplares a los 15.000. Esto les exige un generoso lugar para estockear su material el tiempo que tardan en venderlo. Son empresas con cientos de empleades, por lo tanto, no pueden despegarse de la medida que da lo comercial. O, dicho de otra manera, cuan comercial sea un material determina su importancia dentro de esa estructura. Los grandes sellos fabrican muchos libros de coyuntura y en ese sentido su producción va tomando –cual termómetro– la temperatura del día a día. Sus libros se venden en librerías, con especial énfasis en las cadenas (Yenny/Cúspide, etc.), socios indispensables para el aceitado discurrir de su funcionamiento.
Los sellos medianos publican entre 10 y 20 nuevos títulos por año, con tiradas que van de 1000 a 2000 ejemplares. Se distribuyen en librerías, en especial en las llamadas “de librere”, de quien agradecen la recomendación y con quienes están atentes a construir un buen vínculo, fluido, que instale el boca a boca en cuanto a calidad y coherencia de catálogo. Sus títulos apuntan a enhebrar un continuum entre sí y venderse, sin grandes contratiempos, a lo largo del tiempo. El staff permanente de estas editoriales es mucho menor, pero existente. Muchas veces, una misma persona aúna en su cuerpo roles distintos, por ejemplo, directore editorial y directore comercial. Al ser más chica la estructura, suman a la comercialización en librerías la presencia en ferias de fines de semana, feriados, de noche: todos momentos en que cualquier empleade a reglamento está descansando.
Por último, los proyectos culturales interdependientes son minúsculas plataformas de 1 o 2 o 3 seres de luz, que imprimen entre 3 y 5 títulos al año, aplican a subsidios, becas, préstamos, crowdfunding, rifas, sorteos, fiestas y coso para reunir el dinero necesario para pagarle a la imprenta. En esta zona ya no hay empleades, la mayoría de las tareas (de edición, de preproducción) no se pagan, las hace a menudo una única y la misma persona o sus amigues, que también salen a vender los libros cualquier día laboral, feriado, trasnochado, con frío con calor con lluvia, en ferias, mítines, encuentros, presentaciones, cumpleaños. Son les mismes que se encargan de recorrer librerías, vincularse con les libreres, hacer prensa, difundir. Las tiradas aquí son desde 20 ejemplares hasta 200 o 300, con –si el veleidoso público acompaña– frecuentes reimpresiones (estrategia que comparten cada vez más con los dos grupos anteriores). “En mi caso no es así –me aclara Gabriela Halac, editora de DocumentA (Córdoba)–. Me parece que hoy hay muchos modelos, lo que más nos une no es el modo de producción, sino el componente ético y político que nos posiciona respecto a qué es un libro, cómo nos relacionamos con un autor, cómo trabajamos con la materialidad, qué publicamos y cómo lo circulamos”. Y sí, generalizar se paga caro, en excepciones. Pero: pinto brocha gorda en mano, para que nos ubiquemos aprox.
Hace unos días me crucé con una nota de Patricia Kolesnicov acerca de “Una iniciativa para salvar los libros que no se venden de la destrucción”, en la que se da cuenta del proyecto “Biblioteca Rescate”, que el Grupo Alejandría (Clara Anich, Yair Magrino y Jimena Rodríguez) busca llevar adelante. “Se trata de montar bibliotecas de acceso libre y gratuito con libros que iban a ser destruidos por las editoriales”. Entienden que esto contrarrestaría los efectos nocivos “y la falta de políticas culturales”. Su idea es encargarse de la logística y “hacer la curaduría del catálogo y el montaje de las bibliotecas”. Esto, en el caso que Mecenazgo declarara la iniciativa como de interés cultural.
Las buenas intenciones detrás del proyecto son –al menos para mí– evidentes. Pero: no puedo dejar de hacerme preguntas. Ejemplo: dado que de los tres andariveles editoriales delineados bestialmente arriba solo el primero tiene problemas de estockeo, intrínsecos a su forma de producción, difícilmente el Grupo Alejandría podría “curar” la selección, reducida a elegir entre los títulos enviados por las grandes editoriales comerciales a destrucción (el origen del problema). “Existe una contradicción en que fondos públicos sean utilizados para ‘rescatar’ libros que se fabrican condenados –arranca Eric Schierloh, escritor, poeta, traductor, alma mater de Barba de Abejas, editorial artesanal radicada en City Bell–. Eso se parecería más a un depósito que a una biblioteca, en todo caso: a un limbo donde libros concebidos con una altísima probabilidad de ser destruidos entran de pronto en suspensión.”
En efecto, nunca jamás me crucé con un editore pequeñe dispueste a soltar sus libros a cambio de nada, no digamos para hacerlos pulpa, sino tipo obsequio de prensa cuando la nota artículo selfie o recomendación en Ig no está garantizado. (Hace unos años recuerdo que a la Alianza de Editores, integrada 100% por pequeños proyectos culturales, se le ocurrió hacer una movida en favor de la bibliodiversidad que incluía una “suelta de libros”: la idea era que vos ibas con tu libro, el que habías pagado de tu bolsillo al imprentero, tras meses de ahorrar a sangre y fuego, pelear la tarifa de imposición, el gramaje del papel, los colores de la tapa, la dirección de la fibra, etc., y lo dejabas en un banco o en el pasto a la intemperie, a merced de las potencias de la Naturaleza cruel, para que algune afortunade lectore de pronto lo encontrara. El fracaso fue rotundo.)
“Me sorprende mucho este proyecto –toma la posta Halac–, es como si desconocieran absolutamente la problemática de la industria editorial. Los grandes grupos editoriales hacen libros en cantidades invendibles solo para copar las estanterías de las librerías y así tener controlado el mercado a su favor”. “El punto de la ética editorial es importante, totalmente –sigue Schierloh–: sobre todo porque esa ética (que incluso puede ser discutida y matizada desde dentro del propio campo de la edición independiente) no busca imponerse, como sí lo hace el modelo hegemónico de producción híperindustrializado, sino apenas ser reconocido como tal y, en todo caso, recibir cierta protección y/o apoyo (de las comunidades de lectores en el mercado, de los autores y pares, de las librerías, de algunas instituciones, del Estado, etc.).”
¿Qué libros necesitamos salvar?
Schierloh: Cierta corrección política nos haría pensar que todos, ¿verdad?, pero lo cierto es que muy probablemente sean muy pocos los libros que valgan la pena entre aquellos que los grupos efectivamente destruyen (lo que quiere decir que no fueron siquiera a las mesas de saldo: es decir, no los compraron los lectores, no los compró la librería en una oferta directa de la editorial ni tampoco los compró un bolsero o saldero casi a precio de papel). En todo caso salvar un libro es, me parece, pensarlo con una lógica bien diferente, sobre todo antes de materializarlo.
Halac: Creo que lo grave es no poder tener una posición política clara sobre ese acto concreto de destrucción de los libros. Por otro lado, hay un total desconocimiento sobre la situación de emergencia que sufren las editoriales independientes. Entonces, que soliciten fondos a Mecenazgo para pagarle a los carniceros que destruyen libros… sinceramente me parece una falta absoluta de visión y de conocimiento del sector editorial.
Son, tal vez, opiniones antipáticas.
En una variación de lo que vengo comentando, hace unos días recibí amable invitación de Nicolás Hochman, factótum del Grupo Heterónimos (como el Grupo Alejandría, una asociación civil), gestor todoterreno del Congreso Gombrowicz y –¿casualidad?– ex Grupo Alejandría (cuando la formación era un cuadrilátero integrado por él, Edgardo Scott, Anich, Magrino, tras la partida un poco triste de Juan José Burzi, uno de les fundadores del grupo, hoy en día editor del pequeño sello de narrativa Zona Borde):
Te escribo por lo siguiente: estamos por presentar un proyecto a Mecenazgo, que si sale sería para el año que viene. Es una librería online exclusivamente formada por literatura argentina contemporánea, de acceso libre y gratuito. La idea es arrancar con un catálogo de cien libros (novelas, cuentos, poesías, ensayos, crónicas), que van a poder ser descargados en pdf, epub o mobi, con el objetivo de que lleguen a la mayor cantidad de públicos. Más allá de la web y la app del proyecto, lo que más nos entusiasma es el contacto con escuelas secundarias de todo el país, para ofrecerles el material para que los puedan trabajar en clase.
Sería una alegría si quisieras sumarte con un libro tuyo. Como es un proyecto sin fines de lucro, y la plata que puede aparecer con los subsidios es siempre mínima (pero fundamental para cubrir todos los costos de programación), no podemos pagar derechos de autor, pero sí garantizar mucho cuidado y amor a la hora de difundir el material.
De nuevo: leo aquí buenas intenciones. No me escandalizo. Yo misma, hace años, fui un ser de luz, tomado por una necesidad tan arrolladora de editar lo que yo quería que me llevó a considerar al autore una especie de socie, fuente del material, capital simbólico que yo empardaba con mi esfuerzo multitasking (monetario, logístico, de horas dedicadas a todo lo que hiciera falta: edición, corrección, diagramación, distribución, difusión). Conseguí un modelo de contrato de una editorial “de verdad” y, tras simplificarlo un poco (mis capacidades neurolingüísticas tienen un límite), lo usé sin pensar ni otorgarle ninguna dramaticidad al hecho de que luego no lo cumplía: las regalías –por ejemplo– las “pagaba” en ejemplares, cosa que (creo) no se aclaraba en el contrato. Estaba todo previamente hablado con el/a autore pero a veces los acuerdos fallan (o mutan) y hubo una vuelta en la que tuve que ir a una mediación por culpa del gramaje de una tapa (la maldita necesidad de ahorrar). Puede pasar: razonar con un adicte no es tarea sencilla. Seguro hubo otras mil cosas que hice mal y hoy ni recuerdo.
Otra cosa que hice fue cantidad de libros sin firmar nada, a base de apretón sororo de manos y besito en la mejilla. Sin inscribirlos en la CAL ni depositar lo que marca la ley; además de dos o tres casos en los que acepté proveer servicios editoriales. Uno de ellos, lo que es el pañuelo, fue una antología de dramaturgia entre cuyes autores figura Clara Anich. Con esto quiero decir: hablo desde una inmundicia (es decir, un estar en el mundo o in-mundo) muy total, echando mano a la experiencia del cohabitar.
Las ganas de “curar” un “catálogo” accesible, si no para todes, para muches, lleno de “cuidado y amor”, ¿quién podría estar en contra de algo así? Que no puedan pagarles a les autores que llenan de contenido esta idea genial, que de seguro tendrá éxito y prensa, tal vez se deba a que el contenido es la idea de márketing. Cabría preguntarse, aquí, en palabras de Halac, “de dónde nacen las ideas que ha inoculado la gestión cultural en los ámbitos de formación en nuestro país desde la década del ‘90”.
Dado que Mecenazgo les permite a proyectos culturales vincularse con empresas que descargan impuestos posibilitando su consecución, es decir, en definitiva, que son los impuestos (que de otra manera irían al Estado) los que hacen posibles estos proyectos, y más allá de estas dos iniciativas puntuales, meros ejemplos circunstanciales, creo que nos debemos un debate razonado al interior del sistema editorial para entender, no solo qué libros hay que salvar, sino cómo hacerlo. Halac: “Para mí es necesario reflexionar sobre qué es invisibilizar, desaparecer editoriales del mercado y de la prensa porque no hay más que lugar para las grandes editoriales. El error es pensar que un libro es igual que una ballena en peligro de extinción, como si el libro no lo creara nadie. Aquí lo loco es que el mismo creador ya tiene planificada su muerte. No es naturaleza, es mercado. No se puede revertir esa tendencia sin operar sobre la dinámica destructiva.” Schierloh utiliza su poder de síntesis: “Pienso que salvar un libro es concebirlo materialmente con otra lógica, planificación, cuidado y a largo plazo.”
Se elija o no “trabajar para alimentar la monstruosidad del sector” (Halac) es necesario ver que los modos de hacer editoriales no son uniformes ni aspiran a lo mismo: “Se podría hablar también de la idea de ‘profesionalización de la edición’ que está un poco detrás de esta eficiencia económica y optimización de la producción que incluye la depreciación y destrucción de los libros, y de paso cuestionar un poco el centro simbólico de esta política editorial pensada siempre a gran escala: la ‘carrera’ de edición”. Es un debate. De ideas. Tal vez queramos darlo.