Si no gritamos nosotras, ¿quién nos va a cuidar?

Las últimas semanas las mexicanas salieron a las calles para exigir respuestas al Estado por la violencia machista. La violación de una adolescente por parte de policías de la Ciudad de México fue el punto de quiebre. En el marco de esas manifestaciones un grupo de feministas cubrió de glitter, como forma de protesta, al secretario de Seguridad Ciudadana, Jesús Orta Martínez. Dos funcionarias salieron a decir que la manifestación del 12 de agosto había sido un acto de provocación y amenazaron con abrir carpetas de investigación contra todas las mujeres que “vandalizaron” las instalaciones gubernamentales y “agredieron” al funcionario. Todo por un poco de brillantina rosa. Las manifestaciones siguieron con más glitter y más hartazgo. En este artículo, Fernanda Hopenhaym pone el foco en las demandas concretas e insiste: exigir justicia no es una provocación.

El viernes 16 de agosto miles de mujeres salimos a las calles en distintas ciudades de México a expresar nuestro dolor, nuestro hartazgo, nuestra rabia por la incesante violencia que vivimos, por las violaciones, por los feminicidios, por la ineficacia de nuestras autoridades y la nula empatía de una sociedad que parece tener congelado el corazón.

Las concentraciones se convocaron a partir de un hecho reciente, que es solo un ejemplo de la violencia que cada día experimentamos. Una adolescente de 17 años denunció la violación por parte de 4 elementos de la policía capitalina y, además de numerosas irregularidades en el proceso, alguien en la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México filtró los datos personales de ella.

La denunciante y su familia, al quedar expuestxs y bajo presión, retiraron la denuncia. Nos indignamos y protestamos el 12 de agosto, y algunas compañeras le echaron brillantina rosada al jefe de seguridad pública de la ciudad. La gobernadora y la procuradora de justicia tuvieron declaraciones sumamente desafortunadas. Mientras, los policías acusados siguen libres, junto con el 98% de quienes cometen crímenes en México.

Entonces, el 16 de agosto volvimos a salir. En la Ciudad de México, la cita se dio en un punto neurálgico: la Glorieta de Insurgentes. Llegamos cientas, tal vez un poco más de mil. Con nuestros pañuelos, pancartas, armadas con brillantina y, en algunos casos, aerosoles. Hermanadas en cantos, en consignas, haciendo oír nuestra voz por la de aquellas que ya no están con nosotras. Fue un abrazo colectivo, donde corrieron lágrimas, gritos de indignación y dolor. La situación de violencia machista que vive México es insostenible. Ya no aguantamos más.

La convocatoria había sido separatista: las mujeres juntas, los hombres que quisieran acompañar, atrás o fuera de las cuerdas que delimitaban los contingentes. Durante la movilización, en repetidas ocasiones diferentes compañeras solicitaron a los varones que se retiraran al fondo, que respetaran las reglas de la convocatoria; observamos sujetos que nos daban la sospecha de estar infiltrados para desestabilizar. Y así fue. Un periodista fue agredido con un golpe en la cara por parte de un hombre infiltrado en la marcha. En un país donde han asesinado a 10 periodistas ejerciendo su oficio en lo que va del año, una persona sin ningún vinculo con los movimientos feministas de la nada brincó a pegarle. Fuimos las participantes de la marcha quienes asistimos al colega periodista tirado en el suelo. El resto de las presuntas agresiones a periodistas cubriendo la movilización fueron en algunos casos gritos y en el resto, echarles un poco de brillantina rosada.

Más avanzada la noche, sí, se sucedieron hechos que afectaron una estación de metrobús y una estación de policía, con fuego, rotura de vidrios, pintadas. Sí, hubo un grupo de mujeres manifestantes involucradas que, indignadas, sacaron su dolor, nuestro dolor colectivo, dañando la propiedad pública. A partir de allí, todo el debate empezó a girar en torno a las formas y no al fondo del asunto.

Esa anoche y durante todo el día siguiente, la cobertura periodística y el cómodo debate de sofá vía redes sociales, se centró en los destrozos. No en las vidas de las mujeres que están siendo destrozadas, no en el hecho de que amanecimos ese sábado 17 de agosto con la noticia de otra joven hallada asesinada tras ocho días de encontrarse desaparecida en el estado de Puebla. En México mueren 9 mujeres al día a mano de la violencia machista. Pero no, la noticia es que se incendió la estación de metrobús y la estación de policía. “Los desmanes de las manifestantes feministas”.

Duele, indigna, enoja ver a un país indiferente al dolor de las mujeres, personas que dedicaron horas para criticar la manifestación y, porqué no, al feminismo como tal, en lugar de indignarse con nosotras, de llorar a nuestras muertas con nosotras, de alzar su voz para que esto pare. Medios de comunicación publicando solamente fotos de los destrozos en lugar de las hermosas fotos y videos que tenemos nosotras, porque estuvimos ahí, acuerpándonos. Porque si no gritamos nosotras hoy ¿quién nos va a cuidar? ¿Y quién va a cuidar a las que vienen?

Las demandas son claras: necesitamos que se active de forma urgente la Alerta de Género en la Ciudad de México, mecanismo que permitiría contar con fondos específicos para tomar acciones firmes frente a la violencia. Las autoridades deben dejar de criminalizar la protesta y dar garantías de seguridad. El reclutamiento de cuerpos policiales debe tener un protocolo estricto, incluyendo investigaciones sobre posibles antecedentes de violencia sexual y de género. Y por supuesto, esclarecimiento de los delitos, sanción a quiénes filtraron la información de la menor denunciante. Basta de impunidad.

Que no se pierda el foco. Las formas de protesta social a lo largo de la historia han sido diversas y han tenido distintos impactos. No importa tanto cómo lo pidamos, sino lo que estamos pidiendo: ALTO YA a la violencia contra las mujeres. A las autoridades, que hagan su trabajo, a la sociedad, que no permanezca indiferente. Mientras, seguiremos levantando la voz, seguiremos siendo manada, porque cuando tocan a una, nos tocan a todas.

No importa tanto cómo lo pidamos, sino lo que estamos pidiendo: ALTO YA a la violencia contra las mujeres. A las autoridades, que hagan su trabajo, a la sociedad, que no permanezca indiferente. Mientras, seguiremos levantando la voz, seguiremos siendo manada, porque cuando tocan a una, nos tocan a todas.