Al momento de emprender un viaje, cada cultura tiene su tradición y su amuleto. A veces la simple bendición de una madre y algunos abrazos funcionan como talismán contra toda adversidad. Hoy inicio un viaje y en esta travesía me protege Lohana: dos revistas que salieron la semana de su fallecimiento y que por alguna razón —diremos, destino— regresaron a mis manos mientras alistaba el equipaje. Sobre el margen izquierdo de la tapa de un diario, con el título “En nuestras voces” el rostro renegrido de Lohana se funde sobre un fondo gris y su mirada perdida en el cielo encierra un destello que parece apagarse detrás de un horizonte. A priori, pienso en aquella Lohana que harta de impostar la “voz de minita” decidió habitar su vozarrón travesti sin miedos. Una voz que se escuchó más fuerte que nunca. En un sollozo inexplicable dejo las revistas entre la pila de papeles imprescindibles y me largo a llorar. Nunca conocí a la Berkins personalmente, pero en el llanto de las que emigramos hay siempre un tibio consuelo cuando recordamos su voz.
La propuesta de este artículo es pensar en su legado más allá de las anécdotas y traer al presente algunas cuestiones que la Berkins nos enseñó. Quizás entre una idea y otra se nos escape un lagrimón, se nos cuele una risotada trava, pero es que no hay otra manera de caminar por entre las vidas travestis que produciendo a la vez teoría, humor y praxis política. Todo lo que para las personas cis parece fácilmente ubicable aquí y allá, de este o del otro lado, a favor o en contra, para nosotras se tiñe y confunde como un montón de plumas en un armazón de carnaval. Lohana era mutante y era gerundio, estaba siendo, haciendo, diciendo, viviendo. Cualquier etiqueta le terminaba quedando apretada e incómoda. Por eso para entenderla necesitamos su voz, su voz sin reparos ni disimulos capaz de decir las cosas más chistosas y amargas en una misma oración. Y necesitamos tener los oídos bien abiertos y la cabeza dispuesta a comprender que en los territorios porosos de las sexualidades habitan múltiples formas de vida.
Si tuviéramos que pensar en una teoría travesti de Lohana Berkins, deberíamos mirar a la vez las palabras, la pluma y el puño, porque una teoría travesti ineludiblemente es a la vez una forma de intervenir, encarnar y explicar el mundo. Nada de lo dicho por Lohana en sus miles de entrevistas es sólo una expresión al azar, cada palabra está intersectada por una historia y un cuerpo, por un proyecto mayor que la contiene y le da vida. En las declaraciones de Lohana las frases no son dichas para complacer, aunque intenten convencernos de algo. Sus manifestaciones no son acciones inocentes y a la vez están emergidas con una pasión irrefrenable.
Todo lo que parecería contradictorio y confuso en Lohana tiene una explicación: su proyecto nunca fue la construcción personal, sino el crecimiento de un movimiento por encima de todo. Lohana no necesitó que le expliquen la maquinita de hacer política, ella la entendió y la hackeó sola. Podía estar parada al mismo tiempo en las veredas del comunismo y de las izquierdas mientras se tomaba un mate con Eva Perón, guiñandole el ojo al kirchnerismo. Y estaba bien, estaba perfecto porque no importaba al final de la noche qué partido contaba el mejor relato, sino haber conquistado un derecho y poner a una travesti a resguardo de la violencia, el hambre y el olvido. Pragmatismo, ponele… Lohana fue para la política argentina lo que Bilardo al fútbol: una estrategia bien pensada, el arco menos vencido y juego rústico cuando hiciera falta. Y Sanseacabó. Porque de nada sirve el jogo bonito cuando la copa la levanta el rival. Esa comprensión y claridad de Lohana nos hace extrañarla tanto. En un mundo donde valen más los discursos y relatos, Ella elegía la carne.
Pero en esa maraña, Lohana siempre tuvo muy claro al menos tres cosas que debemos considerar centrales en su teoría: 1) la lucha debe ser con todes, desde una perspectiva interseccional; 2) la identidad sirve de plataforma para la organización, pero los feminismos necesitan redefinir esos límites para construir por encima de lo identitario y 3) la violencia, la discriminación y el odio no son sólo discursos, se imprimen en la carne; y para ganar en verdad, hay que politizar los cuerpos. Estas tres líneas fueron vertebrando muchas de las propuestas de Lohana y abrieron nuevas brechas en los modos de hacer política. Recuperarlas es la mejor manera de rendirle un homenaje a la gran traviarca latinoamericana. Aunque apenas han pasado cinco años de su partida, en años trava es una eternidad y a veces hasta parece que su figura se difumina dejando lugar a nuevas formas de pensar las experiencias trans* que pierden el rumbo y patalean en el mero relato.
Haciendo el teje
Una de las habilidades principales del activismo de Lohana fue comprender la centralidad de las alianzas para producir golpes más efectivos. Fue la primera en presentar y disputar el modo en que las travestis encarnaban mucho más que un tipo de identidad sexual desobediente, eran también parte de los muchos grupos marginados de la Argentina post-dictatorial. Los trabajos emprendidos en Cumbia, copeteo y lágrimas y en La gesta del nombre propio se ocuparon de indagar y presentar ante los lectores cis las múltiples opresiones de las que las travestis eran objeto: no sólo se les negaba la identidad y el derecho a afirmar esa expresión del modo deseado, sino que eran escasamente escolarizadas, privadas del empleo formal, expulsadas del sistema de salud y violentadas en los ámbitos familiares. Todo ello en suma reducía la expectativa de vida de las travestis muy por debajo de los estándares incluso de los sectores más empobrecidos. Esto, permitía observar que la salida no era únicamente pedir el cese de la violencia contra sus identidades, sino que precisaban políticas integrales.
Es así como se tejieron las alianzas con los feminismos, con los sectores académicos, con espacios políticos y con cuanta organización pudiera ayudar a conseguir que las travas y sus singularidades se vinculen al sistema. Y por sobre todo, que sean tenidas en cuenta en la vida política. “El sistema nos ha excluido siempre y nosotras no queremos que se nos integre desde el morbo del talk show. Nosotras queremos entrar en el sistema. Que la gente también pueda votar a una travesti sería lo más sano que le podría pasar a esta política enrarecida” decía Lohana, pidiendo que su vida y la de sus compañeras sean pensadas más allá de lo sexual, que sean tomadas en cuenta como agentes de cambio, de transformación. “Las travestis somos las que vamos a aportar el cotillón, el show, la diversión ¿no? También producimos saberes, podemos elaborar teoría” decía Lohana, reclamando a los feminismos que dejen de ver en las travestis “un problema” que se resolvía con políticas sobre la sexualidad. La salida venía de la mano de una transformación social y esa transformación debía ser mancomunada. Por eso la Berkins le puso el cuerpo al aborto cuando no era una causa que estrictamente la interpelara, y se embanderó con las Madres cuando entendió que la cuestión trans no era sólo una cuestión de derechos sexuales, era una causa por los derechos humanos.
No le importaba medir las opresiones. Si fulano o mengano había sufrido más, o si eran más o menos aceptades en el sistema: la cuestión era unificar todas aquellas vulneraciones y construir un discurso en común desde los márgenes. Incluso, un discurso que supere la identidad como unidad de análisis y se proponga pensar en todas las formas de desobediencia que provocan las exclusiones de la vida social. “La autovictimización fue la estrategia para ser aceptadas” dentro de la vida política argentina, pero una vez dentro, Lohana se propuso discutir muchos otros temas y disputar mucho más que su derecho a ser travesti, porque ella entendía que además de trava era también una migrante, una racializada, una trabajadora, una violentada, una piquetera. Una identidad cebolla, decía.
El problema está en la papa
En el año 2014 Lohana visitó Salta (su provincia natal) y abrió su exposición en el Colegio de Psicólogos con esta anécdota: “Una psicóloga muy conocida, que no voy a dar su nombre, me preguntó una vez que por qué en Salta había tantas travestis. Y yo le contesté, ya cansada: el problema es que la empanada tiene papa y en la papa está el problema. La verdad, en vez de ver cuál era el tema que yo le estaba planteando, ella quería saber por qué en Salta… una respuesta científica: Mire, el problema es la empanada, la empanada tiene papa y en la papa está el problema, así que habría que estudiar la empanada… dejame de joder.”
Detrás de esa enorme humorada había algo muy serio y en lo que Lohana jamás dejó de pensar: ¿hasta dónde resultaban útiles los debates en torno a la identidad?¿Es acaso la identidad un tema exclusivo de las travestis y trans? Definitivamente, la Berkins sabía que el derecho a la identidad resultaba central y fue por ello que impulsó la construcción del Frente por la Identidad de Género que conseguiría la sanción de unas de las leyes más importantes en la historia argentina y el precedente más destacado del mundo en el camino hacia el respeto de las autonomías y la despatologización de las identidades trans*. Pero en su infinita inteligencia callejera, Lohana sabía que eso era sólo un punto de partida. La identidad era la puerta de entrada a la ciudadanía pero habitarla necesitaba de debates y acciones más profundas. Lohana no entendía a la ciudadanía como un acto de reconocimiento estatal, sino como una práctica furtiva, hecha de pequeñas acciones cotidianas. En esa pregunta de la misteriosa psicóloga se encierra mucho de lo que como travestis estamos hartas de escuchar, la pregunta sobre nuestra identidad como una gran incógnita, cómo si fuera algo de lo que debiéramos dar explicaciones, cuando a la gente cis no se le cuestiona por qué sigue anclada en el mandato social y biológico de su corporalidad.
La identidad travesti funcionó como una plataforma desde la cual decir lo que necesitábamos, pero con el tiempo se convirtió en un yugo que limitó y estandarizó los discursos. A Lohana le interesaba saltar ese cerco, mostrarse ante la sociedad como una travesti que puede pensar en otras cosas que las “socialmente asignadas para” las travas. Trabajó para correr a las travestis de las páginas de espectáculos y policiales de los diarios y permitirnos hablar y pensar sobre economía, política, ecología y cuanto nos plazca. Esta apuesta del movimiento trans* argentino por entender al travestismo como una identidad política es distintiva en la región y permite apreciar en las travestis el “valor crítico de nuestras diferencias” sin engolosinarse en un discurso esencialista y patologizante.
En los tiempos que corren no podemos parar a explicarle nuestra identidad a las activistas radicalizadas trans-excluyentes y los nuevos espacios conservadores, no hay tiempo para rediscutir los derechos conquistados. No hay lugar para pensar un feminismo que no incluya a todes quienes hemos sido oprimides por el sistema patriarcal. Desde la maricona de barrio hasta el gay clasemediero, desde la torta butch hasta la más femme, desde el varon trans con todo el cispassing del mundo hasta el que decide performar una masculinidad con tetas, desde la travesti rea y clandestina hasta la transexual siliconada.
Mi cuerpo como un derecho inalienable
“No quiero el derecho a la propiedad ni al voto si no puedo mantener mi cuerpo como un derecho inalienable” repite en más de una ocasión la Berkins. Esta frase nos regresa a uno de los tópicos centrales de la teoría travesti de Lohana: la preeminencia de la carne. En las teorías queers para pensar la identidad, han primado las reflexiones en torno a los discursos y las performances, la idea de que el género es un relato que a fuerza de iteración se torna real. Pero bastante menos se ha dicho sobre las encarnaciones de esos discursos, sobre las cirugías, las técnicas y las intervenciones para producir los cuerpos “deseables”. Sobre las violencias para producir cuerpos congruentes con una representación binaria de la sexualidad. Sobre las tetas encapsuladas de las travestis, sobre sus piernas hinchadas producto de esas siliconas clandestinas, sobre las descuartizadas y violadas, sobre las muertas. Y Lohana jamás dejó atrás la experiencia corporal de su paso por la calle, por las manos de aquellos agresivos clientes, por la violencia de la policía. Para Lohana el cuerpo fue el territorio sobre el cual se libraron batallas y entonces politizarlo era urgente para ganar la guerra.
También volver al cuerpo era la forma de escapar a la discursividad de muchos feminismos más preocupados por producir sentidos que por habitarlos. Recuperar el territorio de las prácticas y pensar políticas que en verdad transformen vidas. Por eso los pasos obvios sobre los que continuar la lucha fueron la salud y el trabajo, porque son estos los que garantizan la supervivencia. Con palabras y teorías se pueden llenar cientos de páginas, pero no se puede llenar el estómago hambriento de la compañera adulta que ya no consigue ganar ni cincuenta pesos haciendo la calle. Pueden entregarse nueve mil o noventa mil nuevos documentos a las travestis y trans, pero si hay una sola persona que por negársele su identidad se queda sin acceder a un laburo o un alquiler o un médico, todo está mal. Y en ese sentido Lohana también nos dió un horizonte, preocupándose por poner el cuerpo y por darle cuerpo a lo que muchas veces queda en divagaciones.
Y su cuerpo estuvo allí siempre, dando batallas, dando discusiones. Lohana no se quedó en la puerta pidiéndole permiso a nadie: ella entró y puso sus pechos para recibir los golpes y eso es algo que también debemos aprender en este mundo de virtualidad y militancia en redes sociales. A veces los cuerpos tienen mucho más para decir que los lindos posteos y slogans en Instagram y Twitter.
* * *
Lohana se nos fue un 5 de febrero de 2016. Con ella se nos apagó un poco la vida a todas. Aquel día nadie pudo menos que dejarse impactar por la angustia. Su última carta inunda todo lo vacío y nos deja la tarea de resistir:
“Queridas compañeras, mi estado de salud es muy crítico y no me permite reunirme personalmente con ustedes. Muchos son los triunfos que obtuvimos en estos años. Ahora es tiempo de resistir, de luchar por su continuidad. El tiempo de la revolución es ahora, porque a la cárcel no volvemos nunca más. Estoy convencida de que el motor de cambio es el amor. El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo. Todos los golpes y el desprecio que sufrí, no se comparan con el infinito amor que me rodea en estos momentos. Furia Travesti, siempre. Un abrazo”.
Lohana Berkins
Esta quizás sea la cuarta pata de su teoría: resistir siempre. Por más que los vientos parezcan traer climas menos hostiles, jamás se debe confiar del todo en el terreno ganado. Lohana con una mano en alto cerraba sus discursos diciendo a grito pelado “No pasarán”. No pasarán sobre nuestras conquistas, sobre nuestras teorías, sobre las formas desobedientes de mirar y habitar este mundo. Con la imágen de Lohana como amuleto y el “No Pasarán” como un mantra nos enfrentamos a tiempos extraños, a travesías por venir, a nuevos territorios por conquistar y al menos mi corazón se llena de confianza cuando escuchó a la Berkins y su vozarrón travesti prometiéndonos seguir la lucha: No pasarán.