Una tacita de consentimiento

Durante la entrega de medallas del Mundial Femenino de Fútbol, Luis Rubiales le agarró la cabeza a la delantera Jennifer Hermoso, la acercó hacia la suya y le dio un beso en la boca. En el momento más importante de su carrera tuvo que atravesar una situación de acoso. Después de negarse a dimitir, el presidente de la Federación Española de Fútbol fue suspendido provisionalmente por la FIFA, quien también le prohibió tener contacto con la jugadora y realizar cualquier actividad futbolística. A partir de ese episodio recuperamos esta columna del Bosque de los signos de Marina Mariasch donde reflexiona y aporta claves de lectura para pensar el consentimiento.

“Todo el mundo sabe que cuando no hay dolor, sufrimiento, ni coacción, no hay violación. La única dificultad del procedimiento consiste en respetar esta regla de oro y no quebrantarla jamás”. Eso dice Vanessa Springora en El consentimiento, un libro abiertamente autobiográfico en el que la autora narra en detalle su fragilidad y cómo entró en el nido áspero de la relación con un escritor mucho más grande que desdibuja su subjetividad. La regla de oro parece ser, justamente, la del consentimiento.

???? El libro de Springora es mucho más interesante cuando indaga en las fisuras que se forman entre consentimiento y abuso. “El abuso sexual se presenta de manera insidiosa e indirecta, sin que seamos del todo conscientes”, dice en otro pasaje. Y va más allá en ese pliegue: “¿Cómo admitir que han abusado de nosotros cuando no podemos negar que lo hemos consentido?”.

Parece que el consentimiento, al final, no es tan fácil de explicar como una tacita de té que alguien te ofrece y si no quiere no se la das, no se la tirás en la cara con su contenido ardiente; si está dormidx o inconsciente se la metés de prepo en la boca, o si te dice que quiere, pero después no la toma, lx obligás a tomársela porque ya te hizo prepararla. 

La analogía es elocuente y didáctica. Pero la propia Springora parece dejar en claro que a veces no todo es tan sí, no, blanco, negro. No hay dudas sobre el abuso y la violación. Pero no parece tan fácil definir el consentimiento. 

???? Si buscamos en Google la frase “El consentimiento”, los resultados son:

Consentimiento: 

– define la acción de aprobación o “visto bueno” para la ejecución de algo

– se considera un requisito esencial para la formalización de contratos

– sexual es un acuerdo para participar en una actividad sexual

– es es una herramienta de uso diario para profesionales de la medicina que necesitan informar a sus pacientes de los riesgos

– se conoce como consentimiento al acto y resultado de consentir, es decir, aprobar la concreción de algo, condescender, tener por cierto algo, otorgar, permitir

– contempla situaciones específicas. Tienes derecho a consentir una cosa y no otra

cuando se trata de consentimiento, no hay límites difuso

– consiste en el asentimiento conjunto de dos o más voluntades para celebrar un contrato manifestándose conformes sobre un determinado objeto y por una causa

– es un acuerdo entre los participantes a tener relaciones sexuales. Existen muchas maneras de dar consentimiento

– resulta de la acción de acordar, de ponerse de acuerdo, expresando una voluntad coincidente a la propuesta, para accionar en conjunto

No subestimemos el azar controlado de la web. Internet es una red cuyo sentido construimos entre todes.

Para la teórica francesa Geneviève Fraisse, hay una larga historia que construye el concepto de consentimiento en tanto se instituye la subjetividad de lxs sujetxs. Para Fraisse, es claro, hay un lazo entre consentimiento y voluntad, capacidad de decidir sí o no. Pero lo más importante, quizás, de su extenso ensayo sobre el tema, sea la dimensión temporal que le agrega. No sólo de manera histórica sino en el preciso momento: “Hay un tiempo del consentimiento, un tiempo de reflexión, de una relación de sí consigo mismo, y de sí mismo con el otro, que permite garantizar la calidad del consentimiento”. ¿Qué diría sobre el fallo del juez de Santa Fe que eximió al violador por haber usado preservativo?

Tomate cinco minutos: se necesita un tiempo con unx mismo para decidir si querés una tacita de té. Jacques-Alain Miller retoma la paradoja del pupitre de la que habla Lacan y en la que hace hablar a un pupitre. ¿Quién habla, quién dice yo y, en ese sentido, quién da el consentimiento? Nuestras palabras solo pueden expresar cosas, así como una taza de té solo puede contener una cantidad limitada de té, aun cuando sirvamos en ella litros y litros, diría Wittgenstein. Para Miller, si hay consentimiento es siempre ante la función que operativiza un amo. Consentir entonces parece implicar tolerar, soportar una determinada condición impuesta por el otro. Pero también convoca a reconocer el consentimiento ante el propio goce.

“No siento nada distinto en el cuerpo, solo tengo sueño y ganas de estar con mis amigas”, dice Manuela Martínez, actriz y autora de El último hombre perfecto, en una columna que publicó hace poco. “La primera vez que tuve intimidad sexual con un chico, me di cuenta que no quería. Pero ya era demasiado tarde”. Otra vez la dimensión del tiempo. 

???? Harvey, de Emma Cline (joven autora también de Las chicas) es el relato de las horas previas al veredicto en el juicio por abuso contra Harvey Weinstein. Narrado en una tercera persona pegada al hombro de Harvey, casi como si fuera él mismo, como una (cámara, voz) subjetiva del protagonista, respiramos esas horas. Está nervioso, sí, se siente acorralado también. Pero a la vez siente que hay gente allá afuera —de la mansión que le prestaron para esperar ese cadalso— que lo apoya, que sabe, como él, que no es para tanto, que ellas, las que estuvieron con él en hoteles, en su oficina, tuvieron sexo a cambio de papeles en las películas que producía; ellas también querían, así es siempre: un intercambio. 

“Él no era más que un hombre, nada más que un hombre con calcetines rojos y una camiseta demasiado fina, un dolor en la muela izquierda y la espalda directamente al borde del colapso”. Eso se dice Harvey a sí mismo —en tercera persona— en la letra de Emma Cline. Y es cierto, un abusador no es un monstruo, no es un enfermo; como decimos siempre, es un hombre común, un hijo sano del patriarcado, y eso es lo más terrible. 

“¡Es muuuuuy CURIOSO que ahora todas esas chicas se pongan a llorar cuando en su día pedían trabajos y coches!”. Sí, ahí afuera están también quienes sospechan de las que denuncian. Por qué ahora, por qué no antes, por qué no se quejaron cuando obtuvieron algo a cambio. La regla de oro es el consentimiento, pero la regla de platino son las relaciones de poder.

En su tercera persona maradoniana, el Harvey imaginario de Cline —ella misma tiene una historia de denuncias, además— piensa: “A pesar de todo, Polanski seguía haciendo películas, seguía esquiando en los Alpes suizos con amigos y ganando premios. Lo de Harvey en comparación era poca cosa. Eran mujeres adultas.” 

El borde puede ser fino pero no vamos a entrar acá y ahora en la polémica entre autor y obra. La reflexión es sobre el consentimiento, sus definiciones y algunas de sus últimas apariciones estelares en la literatura. 

La propia Springora pone el tema sobre la página: “Se supone que el artista pertenece a una casta aparte, que es un ser con virtudes superiores al que concedemos la omnipotencia, sin más contrapartida que producir una obra original y subversiva, una especie de aristócrata con privilegios excepcionales ante el cual nuestro juicio, en un estado de ciega estupefacción, debe hacerse a un lado.” Y deja rebotando una pregunta: “Cualquier otra persona que publicara, por ejemplo en las redes sociales, la descripción de sus relaciones con un adolescente filipino o se jactara de su colección de amantes de catorce años tendría que vérselas con la justicia y se le consideraría de inmediato un delincuente. Aparte de en los artistas, solo hemos visto semejante impunidad en los curas. ¿La literatura lo disculpa todo?”.

Un informe de la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM) muestra que en Argentina al menos 230 mil menores de 18 años están casadas o conviven con varones que les llevan entre 10 y 15 años. No es el matrimonio una institución para la que hay que prestar consentimiento de las partes? ¿Cómo funcionaría aquí, entonces, eso?

El tema es sensible y quisiera ser clara: dentro de la ficción todo, fuera de la ficción nada. Springora habla de libros explícitamente autobiográficos, donde se narran experiencias vividas y se valoran por su calidad literaria más allá de lo que cuentan. Es un debate vigente. También se permite vacilar, ante la negativa a ser una víctima a ponerse en el lugar de víctima, a la certeza y la certidumbre:

“A los catorce años, se supone que un hombre de cincuenta no te espera a la salida del instituto, se supone que no vives con él en un hotel ni te encuentras en su cama, con su pene en la boca, a la hora de la merienda. Soy consciente de todo ello. Pese a mis catorce años, algo de sentido común tengo. De algún modo, convertí esa anormalidad en mi nueva identidad. Por el contrario, cuando mi situación no sorprende a nadie, intuyo que a mi alrededor algo no funciona bien. Y cuando después terapeutas de todo tipo se empeñen en explicarme que he sido víctima de un depredador sexual, me parecerá que tampoco ese es el «camino intermedio». Que no es del todo exacto. Aún no he acabado con la ambivalencia. (…) La vulnerabilidad es precisamente ese ínfimo resquicio por el que perfiles psicológicos como el de G. pueden introducirse. Es el elemento que convierte el concepto de consentimiento en tangencial”.

No es simple como una tacita de té ni habla por su contenido líquido. Pero todo lo que el saquito suelta a altas temperaturas y permanece tanto tiempo al fuego es poderoso:

☕ De Biografía en los saquitos de té, por Westonia Murray (poeta que nació en Australia en 1938, vivió en Canadá y Escocia y a sus 50 años se instaló en Puerto San Julián, Santa Cruz, Argentina).

El saquito de té

suelta su secreto

a altas temperaturas

Me podía quedar quieta

viendo la pava hervir 

silbar unos minutos su llamado

como en su momento oí

mi escritura bullendo guardada

Lo que puede permanecer

tanto tiempo al fuego 

tiene que ser poderoso.