Fotos: Gentileza Instituto Update

Desde la región montañosa de Guerrero, en México, la abogada Erika Jazmín Garrido Lara dirige la organización Mujeres de Tlapa AC, una iniciativa que acompaña a mujeres indígenas en el ejercicio de sus derechos, especialmente en contextos de violencia política. Su trabajo articula formación en liderazgo, acompañamiento jurídico, generación de datos y creación de redes de confianza entre mujeres diversas. Esta entrevista fue realizada en el marco de Conecta Latinas, un encuentro en el que cientos de personas e iniciativas compartieron estrategias de organización para impulsar la democracia en la región latinoamericana y caribeña. Con el bullicio del frevo pernambucano de fondo hablamos sobre cómo las mujeres indígenas están conquistando espacios de poder, a pesar de los obstáculos estructurales, y qué significa, para ella, disputar la democracia desde los territorios.
—¿Qué tipo de trabajo hacen con las mujeres indígenas? ¿Cuál es el objetivo de Mujeres de Tlapa?
Trabajamos en dos ejes principalmente. Uno es la prevención de la violencia contra las mujeres y el segundo es incentivar y apoyar a las mujeres indígenas para participar en política. Queremos que lleguen a los espacios de toma de decisiones. Trabajamos desde sus propios territorios, respetando sus lenguas maternas, y brindándoles herramientas para que conozcan sus derechos. Que sepan que no están solas. Si viven violencia política, que sepan dónde recurrir, dónde denunciar. Porque los gobiernos dicen que no hay datos, que no pasa nada, pero la realidad que vivimos las mujeres en México, y más las mujeres indígenas, es muy distinta.
—Y para contrarrestar esa narrativa, ¿qué hacen?
Acompañamos bajo el esquema de un observatorio muy casero, con una metodología que inventamos nosotras mismas. Recabamos la información, la documentamos. No son datos inventados: son historias de mujeres reales. Nuestro trabajo es eso: acompañar, fortalecer conocimientos, brindar un espacio de escucha que muchas veces no existe.
Erika Garrido Lara no es originaria de la Montaña de Guerrero, pero su vínculo con el territorio comenzó hace más de una década cuando, recién egresada de la carrera de Derecho, fue convocada a trabajar en su región natal, al norte del estado. Allí coordinó durante tres años una unidad especializada en la atención a mujeres víctimas de violencia. Su compromiso, su formación en género y su búsqueda de transformar las estructuras que perpetúan desigualdades la llevaron a aceptar un nuevo desafío: mudarse a Tlapa, una zona entonces desconocida para ella, para asumir la conducción del Instituto Municipal de las Mujeres.
La experiencia fue intensa y desafiante. Convencida de que “las soluciones asistencialistas, como la entrega de despensas”, no resolvían las causas estructurales de la violencia, Erika propuso enfoques transformadores que no siempre encontraron eco en las autoridades locales. La tensión entre sus convicciones y la lógica institucional la llevó a renunciar y sumarse como catedrática en Derecho. Fue entonces cuando conoció a Yuri, fundadora de la organización civil Mujeres de Tlapa. Cuando Yuri se lanzó como candidata a diputada, confió en Erika para liderar la organización: “Acá está la chequera, los documentos, hay un proyecto en puerta, ejecútalo”. Así comenzó su recorrido en Mujeres de Tlapa, espacio que hoy coordina como directora ejecutiva.

—¿Trabajan también con mujeres en política? ¿Buscan que sus liderazgos tengan menos obstáculos?
Sí. Tenemos una “bancada de mujeres” conformada por mujeres diversas de partidos políticos distintos, con o sin formación profesional. No es una bancada institucional, solo un nombre para nuestro grupo. Muchas de ellas se han formado en nuestros espacios o nos conocieron cuando eran presidentas municipales o diputadas. Hoy tenemos diputadas aliadas que creen en nuestro trabajo. Gracias a ese vínculo, logramos que se aprobara una reforma para la protección de datos personales de mujeres víctimas de violencia a nivel estatal.
—¿Cómo fue ese proceso?
Nos dimos cuenta de que muchos municipios no protegían adecuadamente los datos de las mujeres que denunciaban. En Guerrero existe una ley de protección de datos personales, pero no obliga a los municipios. Hicimos una capacitación a autoridades locales, elaboramos la propuesta y se la presentamos a una diputada aliada. Le gustó, le pareció viable, la presentó y se aprobó. Es un logro colectivo.
—¿Esa confianza política que construyen es parte de una estrategia más amplia?
Sí, fíjate que sí, bastante, porque ha sido parte de la visión que tenemos como organización. Siempre se lo hemos dicho a las compañeras: este es nuestro espacio seguro. Siéntanse seguras aquí, porque todo lo que comentamos aquí, aquí se queda. Este es un lugar donde nos olvidamos de los colores y de los partidos, porque al final todos los partidos políticos tienen cosas buenas y cosas malas.
Yo siempre les digo: no se sientan culpables, no es culpa de ustedes, es el sistema. A veces no lo podemos romper así nomás, de golpe, porque también eso puede ser violento y nos pone en una situación de riesgo.
Nosotras hemos ido generando esa confianza entre nosotras. Lo vivimos en el proceso electoral pasado. Por ejemplo, había una compañera que pertenecía a un partido y otra a otro, pero esta última no era candidata. Sin embargo, la compañera que sí estaba en campaña compartía información de la otra, aunque fuera de un partido diferente.
Y claro, desde su propio partido venían los reclamos: “Oye, ¿ya viste que fulana compartió un post de la candidata opositora? Ya no está con nosotras”. Pero ella decía: “Es mi amiga, tengo un compromiso con el grupo, con las mujeres con las que trabajo. Eso no significa que voy a votar por ella”. Y eso se entiende, porque conocemos cómo funcionan esos candados que impone el mismo sistema.
La política en México fue hecha por hombres y para hombres. Y en esa estructura que ellos armaron, las mujeres apenas hemos podido ir colándonos poco a poco. Por eso siempre les digo a las compañeras: no se sientan mal. Esto también es un proceso, un camino que hay que ir recorriendo juntas. Aquí nadie está sola. Aquí estamos todas, juntas.
Y esa misma visión de crear un espacio de confianza también tratamos de proyectarla hacia afuera, hacia las instituciones, los partidos, las autoridades. Nos ven como un grupo serio, fortalecido. Nosotras siempre lo decimos: claro que tenemos que señalar, porque es parte de nuestro trabajo y la ley nos lo permite. Para eso nacimos las organizaciones: para observar, para señalar lo que se está haciendo mal, pero también para reconocer lo que se está haciendo bien, porque sí hay cosas buenas que se han hecho.
Y algo muy importante que siempre dejamos claro a las instituciones es que no somos enemigas. Podemos trabajar de manera coordinada. Nuestra preocupación no es porque yo, Erika, quiera algo. Es una preocupación colectiva, por todas. Porque si el espacio de una está seguro, también lo estará el de la compañera. Esa es la apuesta.

—México tiene altos niveles de participación política de mujeres, un Congreso paritario, una presidenta mujer, pero también un índice altísimo de feminicidios. ¿Cómo lees esa paradoja?
El discurso que dio Claudia Sheinbaum lo seguimos en vivo, a mí me tocó compartirlo con con parte de mis alumnas y mis alumnos en la universidad. Para que vean lo poderoso que fue ese discurso para nosotras las mujeres. Pero, ¿qué es lo que pasa? Creo que México vive tres momentos a la vez: una presidenta mujer, un congreso paritario y, a la vez, no hay compromiso con la agenda de derechos humanos de las mujeres.
Hay mucho presupuesto en el Anexo 13 para políticas públicas, pero se destina a programas sociales, no a instituciones que atiendan violencias. Se han desmantelado instituciones, cortado apoyos a organizaciones de la sociedad civil. Tener una presidenta es histórico, sí, pero también hay una gran deuda con las políticas públicas efectivas. Hay recursos. Pero eso no significa que ese dinero llegue realmente a las mujeres. Y esto no pasa solo en este sexenio, sino que ya lo veíamos en el anterior también.
Como no hay un compromiso real con la agenda de derechos humanos de las mujeres —y cuando digo mujeres, hablo de todas: mujeres negras, afro, indígenas, mestizas, mujeres con discapacidad, mujeres trans, todas—, lo que vemos es que ese compromiso no existe en ninguno de los tres niveles de gobierno.
El problema es que, aunque el presupuesto del Anexo 13 es grande y en el papel está destinado a acciones afirmativas a favor de las mujeres, en realidad esos fondos se están utilizando para cubrir los programas sociales del gobierno federal. Y eso es muy distinto a generar políticas públicas con perspectiva de género. Entregar una despensa no es garantizar un derecho. Al contrario, eso reproduce los roles de género. Y es exactamente lo que está pasando ahora en México.
Aunque es importante reconocer que hoy tenemos una presidenta mujer, que por supuesto es algo simbólicamente fuerte y valioso, también hay que decir que nos está dejando una deuda muy grande. Una deuda en cuanto a la efectividad real de los derechos humanos para las mujeres, y con todas esas políticas públicas que habíamos logrado construir desde hace tiempo.
| El estado de la representación política en México En 2019 surgió una nueva legislación: la “Paridad en Todo” que ordena que los tres niveles de gobierno -federal, estatal y municipal- y los organismos públicos autónomos reserven el 50% de los puestos de toma de decisiones a las mujeres. El sistema electoral mexicano considera la implementación de acciones afirmativas desde el proceso electoral 2018 para promover la participación de grupos en situación de vulnerabilidad. Derivado del proceso electoral 2023-2024, 79 escaños de las cámaras de Diputados y Senadores son ocupados por personas pertenecientes a estos sectores, como se describe a continuación: 43 diputadas y 7 senadoras indígenas, 5 diputadas y 7 senadoras afromexicanas, 6 diputadas y 2 senadoras migrantes, 5 diputadas y 3 senadoras de diversidades sexuales, y 9 diputadas con discapacidad. Fuente: Mapeo de iniciativas de apoyo al liderazgo político en América Latina |

—Si tuvieras que asesorar al equipo de gobierno y decirles que no usen tanto presupuesto en derechos sociales, en el sentido de repartir dinero, ¿en qué aconsejarías usar el dinero?
Si ese dinero se utilizara en las instituciones que existían, si se destinara también a las organizaciones de la sociedad civil —aunque fuera haciendo un análisis, un balance real de qué organizaciones están haciendo el trabajo y cuáles no—, yo creo que no estaríamos viviendo los niveles de violencia feminicida que tenemos hoy en México. Si no nos hubieran metido a todas las organizaciones en el mismo saco, sin diferenciar, tal vez estaríamos en otra situación.
Hay una gran disparidad. Sí, tenemos paridad formal: un Congreso paritario, la primera presidenta del país, en mi estado incluso una gobernadora mujer. Pero al mismo tiempo, la violencia contra las mujeres está al tope, está disparada. Y eso demuestra que no basta con tener mujeres en los cargos si no se acompaña de políticas reales, con presupuesto, con instituciones que hagan el trabajo que les corresponde. Porque no se va a poder atacar la violencia de género si no hay dinero, si no hay recursos, si no hay instituciones del gobierno que hagan lo que les toca hacer.
—¿Qué implicó la llegada de la paridad de género a México?
La paridad llegó, sí, pero llegó a base de sentencias, de una lucha histórica que muchas mujeres mexicanas han venido dando desde hace años. No fue un regalo. Pero también hay que decir que la paridad llegó “a modo”. Llegó a modo de los partidos políticos, a modo de las instituciones, a modo de los hombres. Porque cuando se exigió por primera vez cumplir con la paridad, lo que vimos —por ejemplo, en Guerrero— fue que a los partidos les dijeron: “Tienen que quitar hombres de las candidaturas porque ya llegó la paridad”. ¿Y qué respondieron? Generalmente, los dirigentes de los partidos son hombres, y dijeron: “¿Y a qué mujeres vamos a poner? No hay mujeres”. Y nosotras les decíamos: “¿Cómo que no hay? Ahí está doña Juanita, Macaria, Petra, las que siempre han organizado las campañas, las que hacen el trabajo de base en las comunidades”. Pero ellos decían que no. ¿Y qué hacían? Ponían a sus esposas, a sus novias, a sus amantes, a sus amigas. Ponían a mujeres sobre las que ellos podían seguir teniendo control.
Ahí se pervirtió el espíritu de la paridad. Incluso hubo un caso muy famoso acá en México que se conoció como “las Juanitas”, mujeres que ganaban una elección y renunciaban al poco tiempo para que el cargo lo asumiera un hombre. Esas son las trampas de la paridad. Y ahora que tenemos este Congreso paritario, que tanto se festeja, también vemos cosas como lo que pasó hace poco: un diputado acusado de violación fue defendido en tribuna por varios compañeras que subieron a gritar “¡No está solo, no está solo!”. Esa es una consigna nuestra, de las mujeres, de nuestras luchas, y ellos la usaron para proteger a un agresor. Entonces, ¿de qué nos sirve un Congreso paritario si las mujeres que están ahí no tienen perspectiva de género, no conocen los derechos humanos, no están comprometidas con nuestra agenda?
Muchas veces ni siquiera tienen conciencia de que están ocupando esos espacios gracias a una lucha colectiva de muchas otras mujeres que vinieron antes. Y ahí es donde te das cuenta de que sí, podemos tener un marco jurídico muy bonito, muy avanzado, podemos tener mujeres en puestos de poder, pero si no hay conciencia de género, no hay transformación real. Y eso es lo que nos está faltando.

| Esta entrevista forma parte Movilizadas: iniciativas que impulsan la democracia, un trabajo colectivo de difusión del Mapeo de Iniciativas de apoyo al liderazgo político en América Latina realizado por Better Politics Foundation e Instituto Update en Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México. Accedé al reporte del mapeo en https://www.institutoupdate.org.br/mapeo |