La candidata que falta

El 10 de junio pasado, hace ya cuatro meses, La Corte Suprema de Justicia dejó firme la condena a seis años de prisión para Cristina Fernández de Kirchner. El fallo la inhabilita para ejercer cargos públicos. Y si bien su ausencia se hace notar entre las candidaturas, no hay pena que quite a esta figura de la contienda política ni electoral. En este ensayo, Flora Vronsky da cuenta de los signos que producen la evidencia de esta proscripción.

Fotos: Lucía Prieto y Tadeo Bourbon

Desde hace cuatro meses, Cristina Fernández de Kirchner está privada de su libertad. Y a nosotrxs como pueblo, nos falta. Ambas acciones están atravesadas por la ausencia. Y, por supuesto, podemos decirnos bellas y muy certeras cosas para mitigar la falta: que siempre está presente, que habita nuestros corazones, que nos conduce con la misma determinación de siempre amén de las contingencias. Pero las ausencias tienen consecuencias concretas: por segunda vez en la historia de nuestro país, está proscripta la persona que lidera el mayor movimiento político de occidente, a horas de haberse cumplido ochenta años del Día de la Lealtad Peronista. Porque si algo hemos sido siempre —siguiendo todos los ejemplos— es ser leales: “en lo poco y en lo mucho”.

Una de las acepciones de la palabra ausencia es falta o privación de algo. Después de tortuosos años de búsqueda, incluso el mismo San Agustín termina definiendo al mal como la ausencia de bien. La clásica “teoría de la privación”, aplicada a diferentes esferas de la existencia y el hacer humano, pone el foco en aquello que no está, que de alguna manera ha perdido su forma originaria o incluso deseable, que ha dejado de ser. En desarrollos y resonancias posteriores —notables y curiosas— como el psicoanálisis, la falta, el hueco, el silencio serán constitutivos e informarán nuestros lenguajes sociales, en un registro profundamente argentino.

En este sentido, que la historia se repite dos veces, primero como tragedia y luego como farsa, posee una vigencia estremecedora. Parece, por momentos, que este país ha sido narrado en diferentes idiomas desde los lugares más recónditos del mundo en un continuo mutiversal incesante.

Las once indagatorias en un día, las fechas coincidentes para hacer daño, el hostigamiento, el lawfare, la misoginia, la violencia simbólica, política y material que tienen como corolario un intento de femimagnicidio cuyos verdaderos responsables siguen impunes, los procesos judiciales, tribunales y cortes bufónicas —brazos éticamente raquitizados de los nuevos golpes blandos contemporáneos—, las relaciones carnales entre el partido judicial, los poderes concentrados y el entreguismo colonial más abyecto. Todo forma parte de esta gran iteración farsesca, que no por farsesca es menos trágica. Más bien por el contrario. La farsa repone lo trágico en su modo satírico, de apariencia y artificio. En este caso, además, degradado y como elemento de disolución. 

Foto: Lucía Prieto y Tadeo Bourbon

¿Las consecuencias concretas? Cristina no se puede presentar como candidata en las próximas elecciones y el pueblo argentino no puede votarla. Pulverizada, en un mismo acto, gran parte de la voluntad popular y la posibilidad de una representación política y afectiva profunda, arraigada en millones de vidas transformadas en la realidad efectiva. Nunca le van a perdonar “no ser mascota del poder”. Ni defender nuestra soberanía. Ni redistribuir. Mucho menos ampliar derechos, promover la industria, la ciencia y el trabajo argentino, tener en la mira el desendeudamiento y la mitigación de los condicionantes. Menos que menos implementar políticas públicas y promulgar leyes que hagan de este bendito suelo una patria más inclusiva, más justa y más humana.

En medio de las repeticiones y reconfiguraciones históricas, el símil entre la figura de Eva y la de Cristina es lo suficientemente prístino como para ahondar en él. Lo que está claro es que ambas han sido protagonistas de un proceso dual: sacralización y desacralización. Y por ambas vías, la negativa y la positiva; la del adentro y la del afuera. 

Ocurre que la idealización es una criatura muy tramposa; paraliza, obtura los procesos de maduración. Pero como de los laberintos se sale por arriba, este es el salto que hemos tenido que dar con respecto a Eva, y es el envión que nos damos hoy para con Cristina. Nada ni nadie puede quitarles su camino de mitologización porque no son ni nunca serán “salvadoras sin historia”. Perviven en la memoria y en el corazón precisamente porque están incardinadas de manera profunda y especialísima en la historia, en nuestra historia. Son, en sí mismas, un linaje y una tradición que se entremezclan desde dos tiempos radicalmente diferentes. Y similares.

Sin embargo, lo que impone la fuerza de la realidad y el impulso de la inteligencia afectiva es un proceso de resacralización, un acto de entrega a la más sencilla honestidad intelectual. Cristina no es perfecta. Es compleja, poderosa y vulnerable. Ha sufrido como militante, como compañera, como madre y abuela. Como mujer. Ha encarnado convicciones, cambios y tiempos de la vida con una fortaleza indecible. Se ha equivocado mucho y ha pagado los precios que pudo para que la pelota (la política, el nosotros compartido) no se manche. No se nos manche. No es la única y absoluta responsable de todos los errores cometidos.

No podemos permitirnos jamás caer en la réplica de los mecanismos culpabilizadores y estigmatizantes de la misoginia que hoy más que nunca escala impune y a sus anchas. No podemos pedirle a nadie que sea siempre igual a sí mismx; no existe tal simpleza en el despliegue de la condición humana. Cristina, como Eva, es el ejemplo de una entrega vital que pocas veces acontece en la historia de un pueblo. Jirones de mi vida deberían llamarse todos los libros que se escriben y escribirán sobre ellas. Mantener la llama viva de lo trascendente en aquello que es verdaderamente humano.

Nos va a faltar ella el 26 de octubre. La ausencia clama al cielo porque es injusta e intransferible. Aún así, habrá balcones, movilizaciones, memoria, añoranza, gratitud y politización para siempre.