Foto de portada: Gentileza Editorial Siglo XXI.
Nos encontramos con Nayla Luz Vacarezza en el Florida Garden, un bar mítico del centro porteño en el que hace más de medio siglo pululaban las vanguardias estéticas. En 2025 el bar es un bullicio de oficinistas de nuestra edad (entre los 40 y los 50) que lucen bastante más envejecidos que nosotras. Apenas separadas por centímetros de sus mesas repetimos las palabras aborto y feminismo casi a los gritos (temíamos que el grabador no captara con precisión nuestras voces) y casi nadie se dio vuelta para señalarnos con la mirada. La propaganda política feminista no está en su mejor momento, con un movimiento transido por señalamientos de toda índole, amenazado por presidentes y compañeros. El feministómetro de lo que se conoce como opinión pública nos da bajo cero, si solo con ese instrumento construimos nuestra percepción, no hay dudas: estamos derrotadas. Sin embargo, en el llano, en un bar cualquiera, advertimos, nadie nos reprocha la portación de cara de feministas. ¿Será que el feminismo fue forzado a abandonar el centro de la escena pero el sentimiento de justicia de género está aún latiendo en las ciudades? ¿Qué mantiene viva la llama feminista cuando atravesamos un bucle de culpabilización al movimiento, decepción, victimización, autocrítica, deserción y así siguiendo? Aunque “la Marea Verde es un acontecimiento tan reciente que casi nos pisa los talones”, como escribió Nayla, la producción feminista todavía está ahí. La protesta feminista persiste donde siempre estuvo: en manifestaciones, encuentros, espacios institucionales, culturales, sociales, comunitarios, deportivos y presentaciones de libros, como la que ocurrió en La Libre a principios de septiembre, cuando Nayla junto a Laura Fernández Cordero lanzaron el libro (y la colección Presente y Futura) al misterio de la opinión.

Lo que este libro nos regala como evidencia es que el cambio social es también, y esencialmente, sensible. La despenalización social del aborto es un concepto acuñado por el activismo feminista, es una forma de nombrar la legitimación de una práctica en los contornos de las normas institucionales, ¿cómo una sociedad cambia su sentir y su pensar sobre algo que le acontece? Este libro responde: cambiando las narrativas y las imágenes. Para dar cuenta de esta alquimia Nayla Luz Vacarezza explora el movimiento por el aborto legal en Argentina, Uruguay y Chile. Su trabajo comenzó hace muchos años, observando el uso de imágenes por parte de los grupos antiderechos, particularmente una campaña con fotos con componentes del terror y del “gore” protagonizada por Natalia Fassi (¿La recuerdan?). Esto la llevó a investigar el movimiento a favor del aborto, enfocándose en cómo este construía su narrativa a través de símbolos y emociones, diferenciándose de los enfoques mayoritarios para contar los abortos, como el enfoque sanitario o el legal. La comunicación política feminista conforma una orquesta con enorme capacidad colectiva para inventar estrategias disruptivas, a veces disparatadas, casi siempre memoriosas y sincronizadas con el ritmo de las épocas.
¿Por qué algunos símbolos feministas, como el pañuelo verde en Argentina y otros países o la mano naranja en Uruguay, tuvieron tanto arraigo en el pueblo del Cono Sur al punto de romper las fronteras de las naciones y las fronteras del movimiento?
—Esos símbolos significan cosas muy profundas, muy sentidas. No solo para las mujeres ni sólo para las feministas. Argentina, Chile y Uruguay tienen historias bastante cercanas de luchas por la democracia y de salidas de sus dictaduras. Los movimientos de mujeres y feministas intervienen en ese tiempo con mucha fuerza y proponen agendas que no son solamente sectoriales sino con ideas muy concretas acerca de lo que los feminismos tienen para decir sobre la democracia.
La mano que vota, por ejemplo, simboliza las luchas por el derecho al aborto en Uruguay pero se condensa en ese símbolo como parte de una lucha para transformar la democracia, y la sociedad como un todo. Expresa el deseo de una democracia participativa, pluralista, con libertad de opinión, con libertad de expresión. La mano que vota se empieza a contagiar a través de las fronteras justamente por eso.
El caso del pañuelo verde es más obvio para nosotras, porque se conecta con el rol de las Madres (de Plaza de Mayo) y de los organismos de derechos humanos en su lucha por una democracia sustantiva y por justicia luego de la dictadura. Los feminismos mostraron la importancia de promover también los derechos humanos de las humanas. El pañuelo condensa esas ideas e historias de lucha.
A diferencia de la narrativa en Estados Unidos, los feminismos conosureños no buscan el cambio legal solo a través de la libertad para decidir o el derecho a la privacidad, sino a través de una visión integral de los derechos humanos y de la democracia que incluye el acceso a la educación, el acceso a la salud pública, y la justicia social.

Y ese símbolo se empieza a convertir en algo muy querido para el movimiento, por eso el pañuelo se pone en el cuerpo, se viste, y cuando se transporta a otros países viaja con todo eso. El pañuelo dice que el aborto no es algo para mantener en lo privado, en el secreto, en la culpa, sino que es algo que tenemos que discutir y conversar abiertamente en la esfera pública.
Tanto la mano naranja como el pañuelo verde, son símbolos que se preocuparon por ir más allá de lo sectorial, son propuestas para la democracia y para imaginar cómo vivimos juntos y juntas.
Este libro aparece en un momento muy especial. En el prólogo, Laura Fernández Cordero, directora de la nueva serie, escribe sobre “sortear la decepción melancólica”, vos escribís sobre la obstinación feminista como una característica del movimiento, ¿cómo pensás la obstinación en este contexto de mala prensa feminista y de antifeminismo de Estado?
—La obstinación es una fuerza que viene del pasado, no empieza con nosotras. El pañuelo que se levanta o la mano que vota, son gestos que se vuelven a alzar, remiten a una historia de luchas. Hacemos reaparecer estos símbolos con un montón de esfuerzo porque hay otras y otros que ya lo han hecho antes, que se han podido sacudir la amargura en momentos de enorme peligro para volver a levantarse a pesar de todo. Hay muchas cosas que son nuevas y que son de este tiempo, pero no es el primer momento de peligro y de derrota que viven los feminismos y los movimientos que soñaron con la transformación social.
Ese gesto de volver a aparecer no tiene que ser masivo, están pasando un montón de cosas por más de que no sean visibles. Ese gesto de levantarse sigue ocurriendo. Cuando nos sentimos desanimadas o derrotadas, hay algo para recuperar: cambiar la escala de la mirada y la sensibilidad para poder ver todo lo que sí sigue pasando. La derrota existe, me parece que pensar las pasiones alegres del feminismo no es apuntar algo banal o hacer de cuenta que no está pasando lo que está pasando. No es fingir demencia, se trata de ver que la derrota también es algo que se fabrica para encerrarnos en el presente. De pronto no tenemos historia, no podemos mirarnos con esa historia y eso también nos impide ver qué brecha se está abriendo hoy y se puede abrir más hacia el futuro.



El presente de la derrota no es todo lo que hay. Podemos hacer crítica y autocrítica, los feminismos son un movimiento muy reflexivo. Otra cosa es el señalamiento de todo lo que supuestamente nos equivocamos para convertirnos en el chivo expiatorio. Los feminismos y los movimientos de mujeres lograron abrir brechas cuando no había ninguna ventana de oportunidad. Entonces, creo que tenemos mejores lugares de los cuales agarrarnos para mirar el presente y el futuro. Las esperanzas que podemos tener hoy son frágiles, hay que cuidarlas, y no sabemos —por supuesto no sabemos exactamente para dónde vamos—, pero lo que sí sabemos es persistir.
¿Qué lugar ocupa la imaginación en esta persistencia?
—Me parece que la persistencia no tiene que ver con seguir haciendo lo mismo. La persistencia es seguir en la disputa generando cosas distintas, lenguajes distintos, distintos colores, otros símbolos, y otros símbolos tienen que ver con otras estrategias. La imaginación política es esa constelación de creatividad en despliegue. No es una sola cosa, no es una lucha identitaria o de un sector. No hay un comité feminista que dice “Esta es la imaginación que necesitaremos.” Es un montón de gente y de organizaciones intentando distintas vías, creando campos de oportunidades, a veces se encuentran con situaciones más adversas o menos adversas, pero están ahí siempre creando algo nuevo. Buscamos generar algo del orden del destello, que algo que no existe pueda llegar a existir. Algo que puede ser chiquito o muy frágil. Digo “chiquito”, pero, por ejemplo, el manual de lesbianas y feministas por la descriminalización del aborto fue un gran éxito editorial en su momento (se refiere a Todo lo que querés saber sobre cómo hacerte un aborto con pastillas, Editorial El Colectivo, Buenos Aires, 2010).
El libro parece pelearse con la idea de la derrota…
—Es una invitación a que desarmemos un poco la dicotomía que se forma entre éxito o derrota. Es importante desarmar la idea de que cuando somos masivas somos el éxito y cuando los medios masivos no nos dan más bola, entonces estamos en la derrota. O que si somos pocas eso es derrota y si somos muchas es éxito… no sé, me parece que hay ahí un código de la política androcéntrica y de izquierda melancólica a desarmar.
“La derrota”, entre comillas, de 2018, cuando el Senado rechazó el proyecto de ley en Argentina fue una enorme apertura de posibilidades, un estallido. “La victoria”, entre comillas, de 2012 de la ley en Uruguay (Ley N° 18.987 de Interrupción Voluntaria del Embarazo), fue una cosa bastante amarga porque es una ley que contiene muchas trabas y restricciones. Hay un montón de ejemplos para deshacernos de esa gramática del éxito y el fracaso.
Quizás podemos encontrar otra manera de leer este tiempo horrible y peligroso donde transcurre un genocidio, hay crisis adentro de otras crisis, un planeta que está en riesgo, pero los feminismos estamos ahí tratando de buscar oportunidades también de regeneración del planeta. Hay un montón de lenguajes disponibles para pensar cómo abrir una nueva posibilidad en este momento horrible. No quiero endulzar el momento pero me parece que hay algo ahí a explorar. En las nuevas derechas hay elementos que son nuevos, pero hay otro montón de cosas que son las batallas que ya estamos dando hace mucho, por ejemplo todo ese lenguaje incendiario o esa narrativa gore de cómo se representan a los fetos.
Es un momento en el que las pasiones que se agitan son el odio, el miedo, la frustración, ¿Qué son las pasiones alegres del feminismo?
—Las pasiones alegres del feminismo es eso que llevamos puesto. Lo vivimos, lo experimentamos, lo experimentaron otras y otres antes que nosotras. Busquemos en nuestro archivo la experiencia de haber podido para no darnos por completo a la derrota. Por supuesto que tenemos puesta la derrota, el dolor, a las que murieron, a las historias de violencia, las historias de racismo, pero también tenemos la historia de habernos podido encontrar y experimentar algo del orden de la alegría que no es individual.
¿Cómo se da esa transformación de los afectos alrededor del aborto desde las narrativas del duelo hacia las narrativas que tienen otro signo?
—Uno de los logros de las luchas feministas fue encontrarle otras inflexiones al aborto. Hablar solo de las muertas por aborto y el dolor del aborto clandestino nos mantenía dentro de un confinamiento del aborto como algo triste, algo que nadie quiere que le pase jamás, algo que hay que evitar por cualquier medio, algo que al final no es preferible. Romper ese cerco fue parte de ejercicios reflexivos, de autocríticas y de crear posibilidades para la imaginación.
La primera manifestación de aborto que encontré en América Latina fue una procesión de duelo por el aborto clandestino que se hizo en la Ciudad de México de la mano de la artista mexicana Mónica Mayer (1979). Marcharon vestidas de negro y con una corona mortuoria en el Día de la Madre por la avenida Reforma haciendo un duelo público. Este es un lenguaje poderoso, histórico, cargado de sentido. Pero el aborto también puede ser algo alegre, fácil y práctico —como proponía Lesbianas y Feministas por la Descriminalización del Aborto —. Puede ser algo acompañado y amoroso, como propone Socorristas en Red y las redes de acompañantes de aborto. O el aborto también puede ser una lucha por la democracia y los derechos humanos como lo muestran la mano naranja y el pañuelo verde.
En la Marea Verde la narrativa por el derecho al aborto toma una nueva forma en el mundo digital, también te ocupás de eso en este libro, ¿cómo lo analizás?
—La narrativa por el aborto legal tomó otra dimensión con los memes de 2018, se logró capturar la imaginación colectiva. Hubo como un momento de iluminación colectiva, por un segundo, no es algo que se pueda tener de una vez y para siempre. Un segundo donde lo obvio salió a la luz, afloró: Un feto no puede medir 4 metros ni estar afuera del útero de alguien. Fue impresionante porque fue algo que no lo hizo ni una organización, ni una campaña, ni una persona. Y eso pasó antes de ayer. No dejemos que nos quede tan lejos ese estallido de imaginación política feminista. Aunque hoy no lo veamos, eso está archivado en la memoria social, queda latente.

¿A qué orilla están llegando los feminismos ahora que quizás no los vemos?
—Están en los movimientos ambientalistas, indígenas, antirracistas, sindicales, territoriales, religiosos, de sanación…Hay ahí feministas haciendo cosas y polinizando distintos territorios. Quizás sin ser una organización feminista. Hay algo de polinización y de movimientos que se van recombinando. Trato de mirar este presente horrendo de esa manera. Hay una generación de feministas que solamente experimentaron el Ni Una Menos, la ola verde y los paros internacionales y ahí la generación del medio o las más grandes tenemos algo que ofrecer. Poder decir “bueno, esto fue hermoso, fue corto, pero no nos sorprende que haya pasado porque la transformación que queremos es muy grande, y no se hace en un rato”.
¿Cómo ves a esas generaciones jóvenes hoy?
—Es una generación que vivió la lucha por derechos, la movilización en la calle con una gramática y unas coordenadas que de pronto se les desaparecieron. Creo que las pibas feministas están frustradas, pero no se bajaron de nada. Son jóvenes que siguen dando batallas con sus compañeros, explicando cosas en sus laburos, en su facultad y que están buscando cauces para su feminismo. Quizás hay desorientación porque no saben cómo es marchar en una hipótesis represiva. Las que crecimos en los 90 tenemos más claro cómo es tener un pie de marcha, ir a horario, marchar organizada, no irte sola. Sabemos que marchar no es necesariamente ir a una fiesta. Vas a hacer otra cosa que exige otro tipo de preparación, otro tipo de atención y eso hay que transmitirlo. Porque si no, ¿cómo lo van a saber?


Es una narrativa muy diferente invitarte a una fiesta que invitarte a una barricada…
—Pero las que sabemos cómo ir tuvimos que aprender cómo ir a una manifestación, a una protesta que no es una fiesta y a la que aún así queríamos ir porque había algo movilizante que nos llamaba a ir de todas maneras. Hay unos saberes con los que tenemos que reconectarnos. El saber de ser pocas, de tener pocos recursos, de ir contra la corriente, de enfrentar situaciones que pueden ser de represión, y saber cómo cuidarnos. Hay un hilo que recorre ambas situaciones, porque las fiestas de 2018 y 2020 eran con mucho cuidado. Eran unas fiestas donde estábamos pensando muy concienzudamente cómo era esa convivencia, como hacerla cuidada y segura. La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal Seguro y Gratuito le puso mucho empeño a eso.
En el feminismo, pero también en otras fuerzas políticas, se discute sobre la estrategia de la moderación para afrontar este presente hegemonizado por la derecha, bajo la premisa de que “nos excedimos”, ¿qué tiene para decirnos la historia de los símbolos feministas sobre esta estrategia?
—Decir “pasiones alegres del feminismo” hoy es algo casi radical. Hablar de la esperanza en este momento es contracultural. Plantear una mirada que nos permita vernos en un lugar asociado con una posibilidad, si bien chiquita, frágil, con algún tipo de posibilidad, es radical.
En relación a la moderación, si miramos la historia, los discursos radicales de los feminismos pueden tener poca resonancia en un momento, luego generan brechas enormes. ¿Qué es lo radical en este momento? Quizás sea lo que están haciendo los feminismos mientras no los ven y mientras el discurso antifeminista del Estado no hace más que castigarnos. Quizás hay una radicalidad ahí que no es tan rimbombante.
Este libro es el primero de una nueva serie de la editorial Siglo XXI, ¿qué nos podés contar de lo que sigue?
—Es una visión que tuvo Laura Fernández Cordero de generar una serie de libros que se llama Presente y Futura y que trata temas contemporáneos con perspectiva crítica, atravesados por una visión feminista, pero que no busca estar en el anaquel feminista de la librería. Se trata de apostar a libros que puedan ser leídos por un público amplio. Las perspectivas feministas tienen cosas para decir, no solamente sobre temas supuestamente feministas.
Hay tres libros que vienen a continuación, y es muy valioso tener libros que le estén diciendo algo a este presente. Me parece súper importante mirar qué es ese animal, las derechas, historizarlo, pero también es importante no quedarnos nosotras y nosotros mismos en el loop de que lo único que existe es nuestra derrota y las derechas que ahora ganaron. Hay oportunidades en el presente y en el futuro y tenemos muchísimo para aportar.