Fotos: Iván Franco / Gentileza Caballo Negro
Hay libros que no se leen: se caminan, se navegan, se recorren. No se trata de llegar rápido a ningún lugar. Se trata de estar, de mirar, de sentir. Hay que entrar en ritmo. Este es el caso de Un río secreto, la poesía reunida de Circe Maia, publicada por Caballo Negro Editora, un volumen que comprende doce libros de la poeta nacida en Montevideo en 1932.
Durante mucho tiempo fue un secreto a voces. Cuentan en Uruguay que cada vez que se ponía de moda alguna de sus grandes poetas (Idea Vilariño, por ejemplo), por allá solían decir: “Y eso que les falta conocer a Circe, les falta llegar a Tacuarembó”. “Es injusto, muy injusto, que tantos gustadores de la mejor poesía no hayan descubierto todavía a Circe Maia”, se quejaba Eduardo Galeano hace algunos años. Circe Maia es una de las voces más relevantes del Río de la Plata y por qué no de toda América.
Su poesía es ese río profundo, fuerte y suave a la vez, empecinado, sin dobleces. Un río con sus deltas, sus camalotes, sus afluentes, sus torrentes. Somos parte de esa corriente, de ese oleaje, con sus raíces, florcitas y cañas. El poema nos hace mientras leemos el poema.
“Yo no querría oscurecer, siempre quiero claridad”, le dijo Circe a María Teresa Andruetto en ese diálogo precioso que compartieron y fue publicado bajo el nombre La pesadora de perlas. Circe alumbra como el fuego que nos deja en silencio con la cara tirante. Pero al mismo tiempo es un rincón fresco y a la sombra.
Al escritor y periodista argentino Osvaldo Aguirre le contó: “Me defiendo con un lenguaje totalmente cotidiano, y si al final sugiero otro problema, en un par de líneas, puede ocurrir que el lector ni siquiera se dé por aludido y entonces parezca nada más que un poema doméstico, en el que hablo de la leche, del azúcar que está sobre la mesa. Me decía una amiga: qué bien que me apoye en mi vida como ama de casa, para exaltarla… (risas) Si yo pudiera, y no quedara muy pretencioso, mostraría problemas filosóficos que están dados en mis poemas y que poca gente puede advertir, porque no están citados”.
En la contratapa de Un río secreto, la gran poeta Laura Wittner dice que “los poemas de Circe siempre están cerca, a mano para lo que necesitemos pensar o decir”. Leer a Circe es un diálogo no sólo con su casa y ella misma, sino con todo lo que nos rodea. Cada vez que abrimos su poesía reunida, las imágenes son nuevas y nos atraviesan.
El mundo, los poemas, en fin, casi todo, es eso que creemos percibir. Paseamos por un mundo aparente que es y no es algo. Aventurera condición del lenguaje, que declama y que oculta, que se inclina ante las cosas, las pliega, las despliega, las repliega. Y en medio de todo, adjudicamos sentidos, damos significados, esculpimos la palabra, letra a letra. Los poemas como escultura. El quehacer poético como quien moldea una vasija de barro.
“Junto a mí” es un poema como una declaración de principios, una ofrenda, una mirada del oficio al que Circe ha dedicado toda su vida:
Trabajo en lo visible y en lo cercano
-y no lo creas fácil-.
No quisiera ir más lejos. Todo esto
que palpo y veo
junto a mí, hora a hora
es rebelde y resiste.
Para su vivo peso
demasiado livianas se me hacen las palabras.
El asunto del trabajo con el lenguaje aparece como temática a lo largo de toda su obra. Me detengo en su libro El puente y encuentro estos versos: “¿De qué manera ataco con palabras/ cosas tan delicadas?”, “No quisiera que abrieras el libro/ y vieras palabras. Quisiera/ que oyeras sonidos”, “De a ratos el lenguaje/ se vuelve pobre, débil instrumento”. Pero Circe insiste y nos hace mirar y escuchar todo de nuevo. Quizás todo arte sea el arte de escuchar y mirar. Y tocar, también. Como contó en un poema, su primer miedo es ser resbalosa y blanda: “El pasar sin tocar, tocar sin apoyarse,/ el apoyarse apenas./ No quiero/ vivir como quien bebe/ los días, flojo vino/ que muy pronto se agría/ y –sin saberse cómo- se acaba”.

Poeta, traductora y docente de Filosofía. A los 11 años, en 1944, sus padres le publicaron su primer libro de poemas. Circe lo llamó Plumitas. En plena infancia, Circe identificó un tema filosófico que siguió trabajando durante toda su trayectoria literaria. El poema se llama La verdad y dice así:
Golpearás en una puerta,
nadie te contestará;
golpearás en otra puerta,
la respuesta no se oirá.
Y llamarás en mil puertas
y ninguna se abrirá;
seguirás de puerta en puerta
por la vida y más allá.
Tan solo cuando al golpear
digas la pura verdad,
se abrirán todas las puertas
al poder de esa verdad.
Dijiste que eras muy pobre,
y que nada poseías,
y tenías alma noble,
y madre que te quería.
La verdad de los 11 años. En varias entrevistas, Circe ha contado que en la infancia, la poesía se presentó como una puerta entreabierta. Imposible resistirse. Mucho tiempo después, a sus 85 años, Circe publicó Dualidades (2017), libro en el que regresa al motivo de la puerta y aquel tema que indagó durante toda la vida: la búsqueda del ser y la verdad en el mundo. El poema se llama Junto a la puerta:
Junto a la puerta hay un guardián.
Le has pedido permiso.
«No es posible pasar —te dice—.
Pero si te dejara, encontrarías otros, más terribles,
que no te dejarán avanzar.»
Te sientas junto a la puerta. Esperas.
En muchísimo tiempo nada cambia. Envejeces.
Sientes llegar el fin. Pero antes, miras
cómo el guardián cierra la puerta.
«¿Por qué la cierras?», dices.
Y él te contesta:
«Esta puerta te estaba destinada.
Ya no estarás aquí. Voy a cerrarla».
Dice Circe que las palabras son a la vez nuestro refugio y nuestro puente hacia las cosas y hacia los demás. La poesía, como el amor, es refugio e intemperie a la vez. La poesía es una soledad acompañada y para siempre.

En plena dictadura uruguaya, los militares irrumpieron en su casa de madrugada y se llevaron a su esposo, militante Tupamaro, que fue encarcelado por dos años mientras ella fue destituida de su cargo como profesora de Filosofía en la Enseñanza Media. Circe registró ese tiempo en Un viaje a Salto, publicado originalmente en 1987, en los primeros años de la restitución de la democracia en su país. Circe contó cómo fue para los familiares (ella y su pequeña hija incluidas) acompañar a los presos políticos en los cuarteles de Salto, de Tacuarembó, de Montevideo, bajo la dictadura uruguaya.
No fue una vida sencilla. En 1983, uno de los hijos de Circe murió en un accidente de tránsito. En aquella entrevista que cité más arriba, Aguirre le comentó que para muchos, Destrucciones (1986) es su mejor libro. ¿Estás de acuerdo?, preguntó. Circe respondió: “Si tuviera que elegir uno, diría que Destrucciones es el que todavía me duele. Ese libro fue la única manera de poder volver a escribir, no podía escribir otra cosa y tampoco podía escribir de algo tan horrible como la pérdida de un hijo. Cuando a uno le pasa una cosa de esas, tan espantosa —un accidente que se llevó a mi hijo—, no puede escribir”.
En el apartado Los acontecimiento permanentes, de Destrucciones, Circe Maia escribe: “Alguien puede pensar que los acontecimientos –todos- pasan, pues está en su esencia temporal que empiecen y terminen. Pero no. Hay algunos que es como si estuvieran siempre sucediendo, en un plano diferente, es cierto, pero suceden, misteriosa y permanentemente (…) Un hecho especial, algo que parte la vida en un antes y un después absolutos, tiene también esta característica de estar sucediendo constantemente. No queda integrado, como los demás recuerdos, al entramado de la memoria. Mantiene un presente permanente, no llega a ser nunca pasado. Vuelve a ocurrir y vuelve a ocurrir y vuelve a ocurrir, obsesiva, permanentemente”.
Es precisa, simple y virtuosa. Trabaja con el corazón del desastre, con la belleza en medio de la demolición, con los días en los que andamos como heridas y desangrándonos y sin embargo nada es visible: “Se trabaja, se habla/ se escucha, se responde/ -Sí, no, tal vez. Se dice./ Se pregunta también y la mirada/ responde y las palabras/ responden… Los circuitos/ estímulo-respuesta no han dejado/ de funcionar. Funcionan. Pero hay algo/ en estos días, roto, no responde” (226). Circe se dedica a esos misterios, a esos rincones donde no llega nadie y explican todo. Se necesita arrojo, coraje, para extraer con cuidado la palabra del silencio.
Un río secreto de Circe Maia nos invita, nos urge, nos alienta. En estos tiempos hace mucha falta su poesía. Para aprender a mirar. Para escuchar más, un poco mejor cada día. Para recuperar lo perdido y abrazar lo roto. Para que la pregunta abra más camino que la respuesta.
Leer estos poemas es una experiencia vital.
Es una poesía para toda la vida.