Mujercitas de terror IV: Mariana Enriquez, yendo de la cama al mundo

Habla del presente desde el terror. Tiene fans como una rocker que se la tatúan a ella o a sus personajes. O que van a buscarla al trabajo para que les presente a los protagonistas de su primera novela. También tiene haters que le critican todo: lo que escribe, lo que hace, lo que opina. Mariana Enriquez no genera indiferencia. Es, merecidamente, la escritora argentina más exitosa del momento. Porque crea mundos, los habita y los contagia.

Ilustraciones: @Seelvana

Niños que se afilan los dientes. Hay. Chicas que se arrancan las uñas. También. Mujeres que deciden quemarse a sí mismas como respuesta extrema y viral a la violencia machista. Tiene. Magia negra, celos, desamor. Claro. Aislamiento en general, obsesiones en particular. Por su puesto. Ritos, oscuridades, supersticiones rurales, marginalidad, casas encantadas, fantasmas. Más vale. Y eso sólo es la punta del iceberg en la obra de Mariana Enríquez, porque a partir de su obra —que incluye cuentos y novelas de terror, también de realismo, además de crónicas y perfiles, más el periodismo— se puede ir armando el mapa de cómo el terror, cada vez más, es la corriente literaria que mejor cuenta la actualidad. 

Ella lo hace con desenfado, permitiendo el error y la desprolijidad, a la par de hacerlo con estudio minucioso. Es la reina local del género, madame del gótico argentino y moderno, y eso genera algo de enojo (incomodidad, envidia, desagrado, una variación de eso o un combo, según el caso) en algunos sectores. La sociedad no está del todo lista para que las mujeres dominen fuertemente la dureza. Mariana Enriquez es firme. Sabe lo que hace y no se apoca. Excede la condición de género, en toda su polisemia.

¿Por dónde atacar el tema para explicarlo? Por ejemplo, acá. Noviembre de 2019, gana la 37° edición del prestigioso Premio Herralde por Nuestra parte de noche. La autora la describe como “una novela gótica desmesurada y polifónica sobre la herencia como maldición”. Ella no reniega del terror, lo buscó, lo celebra y lo ejerce. El filólogo español Gonzalo Pontón Gijón, uno de los jurados, la exculpa —como elogio– en el fallo, donde dice: “La obra desborda las convenciones del género al que adscribe para elevarse a la categoría de novela total, abierta a grandes asuntos”. Eso es, en realidad, la definición del horror en literatura. ¿De qué género la exculpa? ¿Quién mejor que las mujeres para ir marcando el pulso de algo siempre menospreciado?

Hay otra puerta al asunto que genera conflicto en una parte de los opinólogos en redes. Es 2020 y Patti Smith recomienda en su Instagram la traducción al inglés de Las cosas que perdimos en el fuego: “Esto es lo que estoy leyendo, cuentos de la talentosa escritora argentina”. Ahí está en la foto el ejemplar del libro de Mariana, junto a la típica imagen de un café y un cuaderno de notas. ¡Es Patti Smith! Una de las primeras mega figuras internacionales en sumarse a la mansión Enriquez, a la que luego ingresaron Alan Moore y más firmas rutilantes. Con respecto a este libro, que se publicó en 2016 en español, hay que decir que es una gran ventana al mundo de la autora. Una maravilla aterradora, explosiva, ambigua y certera, que le dio espaldarazo internacional después de más de dos décadas de trabajar metódica y hermosamente obsesionada. Se publicó en más de una veintena de países y fue traducido a más de quince idiomas.

Después vino Nuestra parte de noche, que no para de recibir premios por el mundo. Y fue la primera vez que Enriquez escribió terror así, en largo aliento. Sus dos novelas anteriores coqueteaban, pero no se adscriben completamente al género. Su gran debut, Bajar es lo peor (1995), es de amor, y a la vez un poco gótica de inspiración vampírica. Y Cómo desaparecer completamente (2004) es absolutamente realista, en donde lo que pasa es aterrador, pero no llega a ser una historia de terror. Ella probó y afinó su puntería en los relatos. 

“Siempre quise hacer terror, pero no me salía. Hacer una novela de terror larga es muy complicado. Se hace difícil de mantener, tan extensamente, el género. No hay tantos ejemplos en castellano. Y eso no es una boludez, porque no tenés una manera clara de ver cómo se sostiene en tu lengua. Así que medio hay que inventar la forma. Y claro que hay terror en castellano, pero no es una tradición. Son cosas aisladas. Por eso empecé con lo que es más fácil para mí en el terror, que es el cuento”, me dijo en 2017 (creo), en una entrevista que le hice para una revista que ya no existe. En ese entonces escribía Nuestra parte de noche, iba más o menos por la mitad, recuerdo, y no quiso contar mucho porque todavía no estaba segura de lograrlo.

Ilustración: @Seelvana

Con sus cuentos tuvo aciertos desde el inicio. Los primeros están reunidos en Los peligros de fumar en la cama (2009), y pasó bastante desapercibido en su momento, o no tuvo la atención merecida. Luego del éxito maistreem, se reeditó en 2017. Bien, porque ya no se conseguía en librerías. Los relatos que abren y cierran la compilación son casi graciosos, pero oscuros. Empieza con “El desentierro de Angelita”, que es desopilante y tristísimo. Cierra con el que da título al libro, una pieza casi poética, salpicada de humor mordaz, tan cotidiano y generador de empatía, que deja a quien lee preguntándose en plena angustia de qué se ríe. En el medio, otros diez lujos: fantasmas, mitos urbanos, niños macabros, sacrificios, aparecidos, fanáticos y todo un repertorio inquietante de erotismo turbio y horror posible.

Los últimos cuentos de Mariana Enriquez están en Un lugar soleado para gente sombría (2024), que irritó a tanta gente que no puedo más que amarlo. Despertó críticas medio resentidas, acusándola de “vendida” porque publicó en la editorial súper mainstream Anagrama y entonces, supuestamente, para algunos haters (mi hipótesis de envidia se engorda con cierto machismo) están escritos “en neutro”. Fuera de mi rebeldía contrera, es un gran libro por lo que ofrece literariamente. Ahí hay relatos como “Metamorfosis”, que aborda la menopausia en plan body horror o el fantasmagórico Mis muertos tristes, en donde subyace el tema de la vejez femenina. Están presentes en muchos, pero sobre todo en La mujer que sufre (en donde hay un cáncer de ovario), las amigas, las hermanas. La mayoría de las protagonistas no son hombres, y cuando lo son, no son hetero cis. Del otro lado del maniqueísmo actual, estamos sus lectoras y lectores que queremos hasta ver su lista de hacer las compras.

Lo que tienen los cuentos, desde el primero al último, de sus tres libros más los que salieron al mundo en antologías o páginas web, es que transitan siempre la delgada línea de la duda. Por eso inquietan. No definen, dejan la angustia ahí. El aljibe, ¿describe un ataque de pánico o un evento sobrenatural? La desgracia en la cara, ¿habla de un abuso real o fantasmal? Nada de carne sobre nosotras, ¿es sobre la anorexia o se trata de la empatía extrema con un esqueleto? La chica de Fin de curso, ¿está poseída o loca? Todos pueden leerse como sobrenaturales o no, porque son demencias y terrores naturales de las protagonistas. Eso es lo que más aterra. 

Después, o mejor dicho a la par, hay otros bestialmente realistas, como Las cosas que perdimos en el fuego, en donde las mujeres que se queman a sí mismas son tan distópicas como una radiografía actual, igual de irreales que posibles. También está eso presente en Ese verano a oscuras, donde la geografía es la crisis económica de la década del 90, o Cuando hablábamos con los muertos, en el que con un juego de la copa adolescente trafica esquirlas sobre los desaparecidos. La dictadura también es parte del horror no sobrenatural que está presente en su primera novela de terror, que le salió perfecta, Nuestra parte de noche.

Mariana Enriquez tiene una cualidad como escritora que dialoga profundamente con sus referentes (como Stephen King, Shirley Jackson y Thomas Ligotti, entre otros): es atrevida, personal y literariamente. No le teme al qué dirán. No tiene miedo, lo genera. Y cruza el umbral con alegría, cierto humor negro, usando todo lo que necesita, sin pruritos. Beatriz Sarlo dijo (escribió) que es una autora que “toma un rasgo que los argentinos reconocemos sobre todo en Cortázar y lo exacerba: lo podrido y maléfico de la vida cotidiana, la rajadura por la que se filtra un fondo de irracionalidad donde chapotean cuerpos entregados a sus excreciones y palpitaciones”.

En breve reseña, Mariana Enriquez es escritora, periodista y docente. Edita el suplemento Radar de Página 12. Ella misma tiene un aspecto gótico, pero también terrenal. Es pálida, de ojos enormes, le gustan los cementerios, se viste de negro. Pero también se le nota el pasado rockero, la música atraviesa su vida y su obra, podría dar miedo o inquietar, pero tiene una forma de contar las cosas, cada cosa, que da morbo y atrapa. En una charla, un curso, una entrevista —como en sus libros— divierte peligrosamente. 

Ilustración: @Seelvana


Por fuera del género horror, pero ahí cerquita, está también su nouvelle fantasy Este es el mar (2017). Además de ficción, publicó los ensayos Mitología celta (2003), Mitología egipcia (2007), la compilación de crónicas Alguien camina sobre tu tumba: Mis viajes a cementerios (2013), la biografía La hermana menor, un retrato de Silvina Ocampo (2014), el libro de columnas El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones (2020), la memoir musical Porque demasiado no es suficiente. Mi historia de amor con Suede (2023) y la de lectora Archipiélago (2025). Y sus artículos periodísticos, que son variados y en todos los géneros, muchas veces sobre cine o rock. Es muy prolífica, porque —y acá otro de sus valores— la mueve la obsesión. Ella es, ante todo, fan. 

No voy a hablar de su vida, porque está viva. Tampoco se puede analizar teóricamente su obra completa, porque está escribiendo ahora, hasta hace poco en Parque Chacabuco y desde hace un tiempo en Tasmania, Australia. Eso, además de ser mini decoroso y ubicado, es en realidad una gran oportunidad para pensar y entender que lo que hace, como autora, sigue en movimiento. Está pasando. No se puede aún capturar ni analizar como un todo, pero sí es interesante pensar un poco el terror desde su punto de vista, a partir de su crecimiento y estilo.

El horror en castellano, y de este lado del mundo

En habla hispana la revaloración del horror demoró un poco más que en el resto del mundo. Es porque existe una dificultad base a la hora de convertirse en género con referentes, ya que el terror es de tradición sajona. Y, por ende, algo difícil de trasladar sin traducir malamente.  ¿Se puede hacer literatura y/o cine de terror en español sin extranjerizarse y/o caer en clichés que copian, replican, pero no transforman? 

Sí, y para eso hay que pensar fuera de lo evidente. El género, aunque fue ejercido con maestría por gran cantidad de autores y autoras más actuales, históricamente fue uno de los menos visitados por la literatura argentina. Igual, sucedió. En la tradición de habla hispana está sin dudas Horacio Quiroga, que supo traducir al color local las herramientas macabras sajonas con cuentos como “La gallina degollada” o “El almohadón de plumas”, ambos de 1917. Pero hay más. 

Se puede contar entre joyas del horror en castellano cuentos como “Casa tomada” (1946), “La puerta condenada” (1956) y “La escuela de noche” (1982), entre otros de Julio Cortázar, a quien no se lo considera autor de horror, pero lo es (Sarlo lo dijo, no discutir). En 1992 José Pablo Feinmann publicó la novela El cadáver imposible, un texto gore en donde el narrador buscaba todo el tiempo compararse con Stephen King. Y habría que hacer un alto en Alberto Laiseca, más amante y divulgador del terror, que escritor del género, que igual jugó y lo bordeo en su realismo delirante con algunos elementos. 

Un hito para el ingreso definitivo del horror en la tradición hispano parlante fue El mal menor, de C.E. Feiling (1996). Hasta el escritor rosarino de apellido inglés, nadie se había reconocido especialmente a sí mismo como autor de horror en la Argentina. Ni había hecho, en serio, una novela. Él lo hizo con este libro, ahí declaró su intención. La historia, fenomenal, a la vez es parte de un gran ensayo sobre géneros, pero nos quedamos en esta, que es la parte de horror. La historia, además de aterradora, es abre-puertas: sucede en San Telmo, hace propios y locales todos los recursos y asusta a quien lee como cualquier clásico extranjero, pero acá. Con imaginería no sólo local, también generacional (la música, las geografías).

Mucho más que un susto y a la cama, el horror es parte de la literatura universal. Hoy, autoras y autores actuales son lujos del horror moderno. De un nuevo modo, renovado. Localista. Y, a la vez, absolutamente ligado con su inicio en la era del gótico. A lo largo de los años ha sufrido el prejuicio de ser “menor”. Pero no lo es. Se cree que los grandes son varones, pero tampoco. Y este devenir, que bien podría ser una debilidad es, en realidad, si lo empezamos a mirar bien, mejor, su fortaleza principal. Por eso, últimamente, vuelve a surgir en un interesante y espectacular regreso a las fuentes.

Ilustración: @Seelvana

Hay toda una generación que trabaja ahora con todo lo que el terror tiene como género, pero sin traducir literalmente, si no tomando eso para hacer de lo local la herramienta que horroriza y propone pensar. Por ejemplo, los y las argentinos/as Luciano Lamberti (La masacre de Kruguer, 2019; Los abetos, 2020; y su premio Clarín novela Para hechizar a un cazador, 2024) o Diego Muzzio (Las esferas invisibles, 2015), pero sobre todo Samanta Schweblin (Pájaros en la boca, 2009; Distancia de rescate, 2014; o El buen mal, 2025) y, más que nada, Mariana Enríquez. 

El pulso del horror actual lo llevaron, mayormente, las autoras, como veníamos viendo en entregas anteriores. En el siglo XX lo hizo sin salir del clóset tenebroso Silvina Ocampo en muchos de sus relatos y en el XXI conduce el carruaje Mariana Enriquez, que siguió la senda de Feiling y la hizo autopista. Hay más autoras, claro. De la Argentina, Marina Yuczuck, podría decirse hace gótico rioplatense. De América Latina, la ecuatoriana Mónica Ojeda, que le cabe el rótulo gótico andino o la venezolana Michelle Roche Rodríguez, a quien se la podría explicar en el término vampirismo tropical. Todas van mucho más allá de un fantasma o un montón de sangre. Trabajan el subtexto, lo que no se dice, lo que está debajo del argumento y rodea todo.

Por eso hay que detenerse, otra vez, en Mariana Enriquez. ¿Qué la convierte en una de las autoras actualmente más importantes del género en español? Si la tuviera que encasillar, como un juego, yo diría que hace realismo gótico. ¿Por qué? ¿Cómo describir al paso su estilo? Imposible. Acá algunas claves de lectura para ver cómo pone en juego coyuntura, realismo y fantasía. Con morbo, escarba en la belleza de lo espantoso. 

Un random de elementos recurrentes: niños y niñas. Chicas darks. Personajes femeninos mayoritariamente, y que son tanto víctimas como perpetradoras de horrores macabros. El extrañamiento de situaciones cotidianas. Figuras reales entremezcladas en la ficción (El petiso orejudo, Maradona o David Bowie, por nombras tres muy diversos). Casas. Aislamiento en general. Obsesiones en particular. Magia negra, brujería, demonios, fantasmas, en geografías como la provincia de Corrientes, el litoral, la ciudad de La Plata o el conurbano, el sur de la Ciudad de Buenos Aires. Las casas. Los ritos. Oscuridades, supersticiones rurales, marginalidad urbana. Y más. Música. Rock. Sensualidad. Apagones en los 80. Crisis económicas en los 90. 

¿Cómo lo logra? Podemos pensar en elecciones de estilo: ¿sangre o sutileza? Ella va por ambas. Los cierres: ¿tienen que ser explícitos o abiertos? Ella usa todo. Mariana Enriquez, a lo largo de su obra de ficción, fue encontrando el modo de trabajar el género terror como una (hermosa) excusa para contar los espantos del presente. Apenas corrida de la norma, un poco torcida de lo evidente. Con una extrañeza cotidiana que crece en cada cuento y novela hasta ser, sí, tan horrorosa como hipnótica.

“Yo uso esto: actualidad y superstición. Actualidad en el sentido de miedos actuales. Y al mismo tiempo la superstición, que es de algún modo la tradición”, me dijo también, en esa misma entrevista ya offline, que perdura en mi computadora. A la pregunta sobre cuáles serían para ella los miedos actuales, respondió sin dudar: “Todos los terrores urbanos. También el horror que tiene que ver con la historia, sobre todo en Argentina con el tema de la violencia política. No solamente el crimen ni el desaparecido, sino esta ciudad tomada durante tantos años con lugares secretos donde se producía daño y la gente no sabía, o sí. Había gritos en las noches, calles desiertas. Hay algo de la dictadura argentina que es muy fantasmal. También está la locura urbana de las crisis económicas repetitivas y la paranoia que se produce con eso. Y la violencia institucional, que me parece otra actualidad que súper sirve para trabajar el terror. El terror que me interesa tiene más que ver con el surgimiento de malos sentimientos que con seres sobrenaturales”.