Rosario: tierra de revolucionistas

Desde los primeros pañuelos verdes hasta la implementación de acompañamiento médico y acceso al misoprostol, la ciudad de Rosario marcó un camino histórico en la defensa del derecho al aborto, mucho antes de la ley.
Una ciudad que demuestra que la lucha colectiva puede cambiar la vida de las mujeres de un país entero.
Estos son fragmentos de uno de los capítulos del libro ‘Rosario. Perfil de una ciudad al límite’, publicado por la periodista Arlén Buchara, que recorre historias de mujeres, sindicalistas y referentes barriales que transformaron la ciudad en un territorio de organización y resistencia.

Foto de portada: Silvia Augsburger, Viviana Della Siega y Mabel Gabarra, pioneras de la lucha por el aborto entrevistadas para el documental Fue en la calle. Unicanal Rosario.

Mabel Gabarra se puso por primera vez el pañuelo verde en agosto de 2003. Tenía 56 años y era feminista desde hacía dos décadas. El triángulo de tela se lo había dado un grupo de cordobesas de la organización Católicas por el Derecho a Decidir. Habían llegado a Rosario a la edición 18° del Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) con la propuesta de convertirlo en el atuendo de la defensa del aborto legal.

–Fue la primera vez que me sentí en una marea verde.

Y también fue la primera vez que el pañuelo verde se usó en Argentina.

Junto con otras 15.000 personas caminaron por el centro en una marcha que terminó en el Monumento Nacional a la Bandera. Ni Mabel ni ninguna de las compañeras con las que en los 80 habían fundado la militancia feminista en Rosario se imaginaron que años después iban a cruzar a mujeres, lesbianas y trans de todas las edades con el pañuelo en el cuello, en la muñeca o atado en la mochila. Menos aún que vería al Congreso nacional aprobar la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo que ella misma había redactado con otras compañeras.

Esa madrugada en la Plaza San Martín, la del 30 de diciembre de 2020, Mabel trataba de que los lentes no se le empañaran con las lágrimas mientras a su alrededor hacían fila para saludarla. Las más jóvenes la trataban como a una heroína.

Mabel Gabarra tiene 78 años y es una de las pioneras del feminismo argentino. Como muchas en todo el país, tejió conquistas en las sombras. Tiene el pelo castaño aunque últimamente lo usa blanco, con unos lentes grandes para ver. Y siempre lleva el pañuelo a todos lados, aún en los momentos más difíciles.

Creció en el interior de Santa Fe y toda su infancia y adolescencia estuvieron marcadas por la educación religiosa y las actividades organizadas por el sacerdote del pueblo. Llegó a Rosario a estudiar Derecho y empezó a militar con el movimiento de curas del tercer mundo pero al final de la carrera ya era atea.

Cuando en 1976 se fue exiliada formaba parte del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Su marido, Victorio Paulón, el histórico dirigente sindical y protagonista del Villazo estaba preso desde 1975. Tenían dos hijos chiquitos pero Mabel Gabarra se tuvo que ir sola, a los 29 años, primero a Uruguay y después a Francia. Recién en 1978 logró que le mandaran a los chicos.

El trabajo con mujeres empezó con la vuelta a la Argentina. Con la abogada Susana Chiarotti, también exiliada, se habían conocido en Francia y fundaron Indeso Mujer Rosario con la idea de poner el foco en las trabajadoras. Una de las primeras tareas fue un relevamiento de la composición de los gremios de la ciudad, donde notaron bajísima participación de mujeres en las comisiones directivas. A medida que avanzaban se dieron cuenta de que las mujeres llegaban con problemas que excedían la agenda laboral. Hablaban de violencia, problemas de pareja y situaciones que las llevaron al derecho de familia.

A fines de los ochenta, Mabel Gabarra llegó a un estudio de televisión de Rosario como invitada. Estaba en la comisión organizadora del Tercer Encuentro Nacional de Mujeres, el primero que se hizo en Rosario. Se sentó en el set de grabación, el conductor la presentó y lo primero que le preguntó fue: “Decime, ¿las feministas están en contra de la penetración?”. Ella se quedó muda por unos segundos pero antes de que se le notara la incomodidad puso primera y respondió: “Las feministas estamos con el placer. Todo lo que sea placer estamos de acuerdo, todo lo que sea en contra no porque es violencia”.

–En los medios había un prejuicio muy grande, nos preguntaban si estábamos enojadas con los hombres, si éramos todas lesbianas. No entendían que estemos casadas y tengamos hijos, nos ponían en el lugar de resentidas.

Mientras las miraban con recelo, las feministas rosarinas tejían alianzas entre las organizaciones y los distintos niveles del Estado. Desde fines de los 80 hubo concejalas, diputadas y funcionarias que trabajaron codo a codo con los activismos.

–Esta ciudad tiene una articulación muy particular. Las representantes del Estado forman parte del movimiento feminista y eso hizo que avancemos mucho en las políticas públicas. Las articulaciones que hacemos son variadas y nos llevan a largas discusiones pero esa transversalidad es una riqueza.

En 1994, Mabel Gabarra y otras feministas rosarinas y santafesinas fueron clave para que, en algún futuro que desconocían, hubiera una ley de aborto libre. Durante la antesala de la Convención Constituyente, el entonces ministro de Justicia del menemismo, Rodolfo Barra, impulsó la estrategia para que en la reforma de la Constitución se pusiera la defensa de la vida desde la concepción. El jurista lo hacía por convicción propia y por mandato. El ex presidente Carlos Saúl Menem hizo de sus dos períodos de gobierno una cruzada en contra del aborto legal, con declaración del Día del Niño por Nacer incluida.

La movida fue conocida como la cláusula Barra y durante meses las activistas organizadas en Mujeres Autoconvocadas para Decidir en Libertad (MADEL) viajaron al paraninfo de la Universidad Nacional del Litoral para convencer a los constituyentes de no incluirla. Contaban con una figura clave adentro, la constituyente Cecilia Lipszyc, quien murió antes de ver la ley de IVE. También jugó un rol importante el ex presidente Raúl Alfonsín, quien estuvo a punto de hacer caer la reforma por esa cláusula.

El Encuentro Nacional de Mujeres de 2003 es uno de los más recordados en las efemérides feministas. Mabel Gabarra era la secretaria de Género de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA) y estaba en la comisión organizadora. Un año antes, había viajado a la edición de Salta y regresó, como muchas, harta. Participaba de los encuentros desde el principio pero ese había sido particularmente hostil. Un grupo de católicas había irrumpido en los talleres y, a los gritos, la discusión se había limitado a “aborto sí, aborto no”. Y los talleres no eran para eso.

Unos meses antes del Encuentro de 2003, Mabel Gabarra fue a la presentación de un libro en el Centro de Expresiones Contemporáneas, frente al río Paraná. Estaba con Martha Rosenberg y cuando salieron se les ocurrió la idea de que era necesario un taller donde discutir entre quienes estaban a favor de la legalización. Las que estaban en contra podían ir al que se titulaba “Mujeres y aborto” a secas. Así nació el “Taller de estrategias hacia la legalicación del aborto”, un evento clave en la historia de la Ley de IVE. Marcó un antes y un después porque, como indicaba el nombre, pudieron trazar estrategias a futuro. La principal: la creación de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, fundada en 2005. Viviana Della Siega siempre repite que imaginaron una campaña de tres meses.

–Y nos llevó diecisiete años sacar la ley.

Arlén Buchara y Mabel Gabarra. Crédito: Fue en la calle. Unicanal Rosario.

Ella también estuvo en la marea verde de 2003 y siempre está en cada marcha hablando con las más chicas. La noche de la sanción a cada una que se acercaba a abrazarla le repetía: “La única pelea que se pierde es la que se abandona, chicas, nunca dejen de luchar”.

Todo el mundo le dice Vivi y es otra de las pioneras argentinas, con más de 25 años en la organización Insgenar. Se crió en Piamonte, un pueblo del interior de Santa Fe, y llegó a Rosario para hacer la secundaria en un colegio pupilo. A los 18 se anotó en Comunicación Social en la universidad pública y desde muy chica se acercó a la Juventud Peronista.

En la facultad conoció a su compañero, Hugo Parente, con quien se casó en 1972. Los dos militaban en Montoneros y después pasaron a la columna Sabino Navarro. El 8 de julio de 1976, el día de su aniversario de casados, Hugo fue al cuartel en Fray Luis Beltrán a pedir una prórroga para no regresar al servicio militar por sus estudios. Desde ese día está desaparecido y no hay ningún dato sobre qué pasó con él. Viviana Della Siega tenía una beba de 11 meses y cursaba un embarazo de ocho. Su exilio fue interno, en el Piamonte santafesino.

Es una guardiana de todos los papeles y objetos de la lucha por el aborto. Cada vez que la entrevistan, muestra el cuaderno donde tomaba apuntes el día que decidieron crear la Campaña. También guarda una bata verde que usaron para hacer una intervención en plena peatonal. Todavía se acuerda cómo mucha gente las insultaba.

El Encuentro de 2003 fue el primero en el que participaron las mujeres piqueteras y de los barrios populares de manera masiva. Fueron ellas las que agregaron la palabra “gratuito” a la consigna “aborto legal y seguro”. Decían que si no las pobres no iban a acceder. Además, hubo una asamblea con más de 400 personas a favor de la despenalización del aborto, con un discurso de Dora Coledesky que todavía circula en redes como parte del archivo feminista.

Y fue el debut del pañuelo. Los trajeron en cajas las Católicas por el Derecho a Decidir siguiendo la tradición de las sufragistas que habían peleado por el voto femenino y de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo. Eligieron el verde porque querían un color que simbolizara la vida.

Después, otra rosarina y otra de las pioneras argentinas sería la encargada de presentar por primera vez el proyecto con su firma. Silvia Augsburger, integrante de la Campaña, era diputada nacional por el socialismo cuando en 2007 el proyecto de ley entró al Congreso Nacional. También fue la autora de la Ley de Matrimonio Igualitario, junto con Vilma Ibarra. La noche de la sanción de la ley de IVE las más chicas le agradecieron con abrazos por su tarea legislativa mientras ella, detrás del barbijo, advertía que estaba transpirada.

Estuvo en el Encuentro de 2003 y lo que más se acuerda es que la ciudad seguía con el ritmo habitual pero ella sentía que el mundo entero se daba vuelta.

–Salimos pensando que al día siguiente legalizábamos el aborto.

Llegó primero a la militancia en un partido político y después al feminismo. Empezó la carrera de Bioquímica con la vuelta de la democracia y se afilió al Partido Socialista. Cuando estaba a punto de cumplir treinta la invitaron a un Congreso de Juventudes Socialistas en Portugal.

–Había un taller de género y como era la única mujer caía de maduro que me tenía que anotar. Entré como militante política y salí como militante feminista.

Al regresar se juntó con otras compañeras y empezaron a trabajar la agenda de las mujeres adentro y afuera del partido que ya gobernaba la ciudad. Se metieron de lleno en el incipiente movimiento feminista argentino e impulsaron políticas públicas en Rosario.

Silvia Augsburger fue concejala dos veces, una vez diputada nacional y otra provincial. En todos los cargos que ocupó los derechos de las mujeres y el colectivo LGTBIQ+ fueron su bandera.

–Soy de una generación política que vivió el crecimiento de la agenda en las legislaturas gracias a la sanción del cupo femenino de 1992.

Siempre anda para todos lados con su amiga y compañera de militancia Lucrecia Aranda, quien fue la primera titular del Área de la Mujer de Rosario y una de las fundadoras de la Campaña.

Silvia Augsburger piensa que el feminismo rosarino es bastante único: hay una sinergia entre las militancias, las mujeres que ocupan lugares de decisión en el Estado y quienes trabajan en el territorio, ya sea en salud o en las organizaciones comunitarias. Ella misma es un ejemplo de ese recorri- do. Esa alianza tan particular habilitó muchas conquistas sin permitir que las diferencias entre organizaciones o partidos políticos las opacaran.

–Digamos que no nos peleamos tanto como en otros lugares -dice riéndose.

Crédito: Fue en la calle. Unicanal Rosario.

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El Encuentro Nacional de Mujeres de 2003 marcó otro hito que pasó mucho más desapercibido pero habla de cómo era Rosario en los primeros años del siglo XXI. Y cómo ya había algo que estaba cambiando en el mundo del delito.

Entre las organizadoras estaba Sandra Cabrera, secretaria general de Ammar Rosario, el sindicato que representa a las trabajadoras sexuales en Argentina. Ella, una morocha de ojos negros acostumbrada a salir en la tele cada vez que había un problema con una prostituta de la calle, fue la encargada de organizar el primer Taller de Trabajo Sexual de la historia de las encuentros.

Todas las miradas estaban en los talleres de aborto, así que las putas discutieron sobre condiciones laborales entre ellas sin que se armen grandes discusiones. Igualmente, el taller no duró. En los encuentros siguientes desapareció de la grilla por oposición de los sectores abolicionistas. Recién 13 años después, cuando el Encuentro volvió a Rosario en 2016 en una de sus ediciones más masivas, se reeditó de la mano de una nueva dirigencia sindical de Ammar y con la cuarta ola de fondo.

Una de las noches de ese Encuentro de 2003, las mujeres de Ammar Rosario hicieron una fiesta porque cumplían tres años funcionando en Rosario. Algunas periodistas fueron invitadas y recuerdan que las trabajadoras sexuales pagaron la comida, el salón y el video institucional con sus servicios.

Seis meses después, Sandra fue asesinada en la zona roja de la Terminal de Ómnibus. El 27 de enero de 2004 la ejecutaron de un tiro en la nuca en un crimen con tintes mafiosos en el que se simuló que había sido atacada por un cliente.

Sandra había hecho varias denuncias contra la Policía santafesina, los dueños de cabarets, la trata y explotación de menores. Había logrado que se removiera a la cúpula de Moralidad Pública, una dependencia de la Policía que en la teoría aplicaba los códigos contravencionales y en la práctica recaudaba a partir de las detenciones de trabajadoras sexuales callejeras.

Cuando la mataron, Rosario era otra ciudad. Todavía no había alcanzado los índices de violencia de 2013 pero algo estaba pasando. La caja policial tenía varias fuentes de ingreso: el juego clandestino, la prostitución y la droga. Pero esas fuentes de recaudación estaban mutando.

El juego se había legalizado en 2001 y el Gobierno provincial llamaba a las primeras licitaciones para abrir casinos en Rosario, Santa Fe y Melincué. La caja de la prostitución se hacía cada vez más difícil. Por un lado, estaban Sandra y las trabajadoras sexuales organizadas, y, después de su muerte, todas las miradas y las marchas fueron contra la Policía. Por otro, empezaba una ola abolicionista que impulsó la ordenanza que en 2013 clausuró los cabarets y whiskerías.

Rosario era famosa por esos cabarets, tanto que algunos fueron promocionados por el municipio en folletos del Ente de Turismo. En La Rosa, el más conocido y lujoso, era común ver a celebridades porteñas, empresarios y hasta funcionarios.

Así como los ladrones migraron a narcos, los policías migraron al negocio de las drogas ilegales, con muchísima más ganancia. El crimen de Sandra Cabrera puede leerse en esa transición: además de sindicalista y trabajadora sexual, según la causa, Sandra vendía pequeñas cantidades que un policía federal con el que tenía un vínculo le daba. Eran amantes desde hacía cuatro años y él fue el principal sospechoso del crimen.

Su muerte quedó impune. Los jueces consideraron que los testimonios de sus compañeras no eran válidos por ser “mujeres errantes de la noche”. Lo sobreseyeron y con el tiempo la causa perdió fuerza.

Para sus compañeras hubo un poco de justicia. En 2010 lograron que la Legislatura santafesina derogue los códigos contravencionales que permitían llevarlas detenidas en la calle por el solo hecho de prostituirse. Ese día, desde los balcones del edificio legislativo, escucharon el discurso de la diputada Lucrecia Aranda, y lloraron y cantaron por Sandra.

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Durante años en los hospitales de Rosario estaban acostumbrados a recibir a mujeres con Síndrome de Mondor. Era una complicación típica de un aborto mal hecho, con un 80 por ciento de probabilidades de muerte. Los médicos y médicas no solo sabían que podían verlas morir. Si sobrevivían, tenían la obligación de denunciarlas con la Policía.

Eso cambió de a poco por una política de reducción de daños y por esa alianza estratégica y no siempre fácil entre gestión pública, movimiento feminista y un sistema de salud con trabaja- dores y trabajadoras comprometidos. Y logró un hito en la salud pública argentina: desde 2012, mucho antes de que hubiera una ley, no hubo más muertes por aborto clandestino en Rosario.

La legalización del aborto sin ley fue un proceso de treinta años de pequeñas conquistas. Un ensayo y error, generar teoría con la práctica.

Uno de los pasos fue unos meses después del Encuentro de 2003 en la Facultad de Medicina. Un grupo de mujeres presentó el informe “Con todo al aire”, que mostraba los tratos inhumanos de los médicos y las médicas con las mujeres que llegaban con abortos clandestinos mal practicados a los hospitales. Lo hicieron con una obra de teatro donde dos actrices representaron esas violencias. En el evento estaba toda la alta jerarquía de la medicina rosarina, tanto de hospitales como de sanatorios. Muchos, la mayoría, se levantaron y se fueron indignados. No todos.

El médico tocoginecólogo Daniel Teppaz estaba sentado en una de las filas en silencio. Tenía 38 años, faltaban pocos meses para convertirse en director del hospital Roque Sáenz Peña y quedó en shock. Apenas terminó la presentación lo miró a Marcelo Raffagnini, el jefe de Obstetricia con quien había ido, y le dijo:

–Y nosotros, ¿qué vamos a hacer con todo esto?

En el hospital Roque Sáenz Peña, del sur de Rosario, hacía rato se gestaba una forma distinta de pensar la salud de las mujeres. En los años noventa daban anticonceptivos cuando todavía no había leyes que lo permitieran. Acopiaban las muestras de visitadores médicos y se las entregaban a las mujeres que llegaban a buscar algún método para no quedar embarazadas.

Mientras, Rosario avanzaba en legislaciones de ampliación de derechos sexuales. En 1997 fue la segunda ciudad del país en crear un programa de salud sexual y reproductiva. Apenas el Concejo Municipal la aprobó, el arzobispo llamó a Binner y le pidió que la vetara. El médico socialista no lo hizo.

Esos avances no significaron, sin embargo, un cambio en las formas de tratar a las mujeres. Primero porque faltaba formación médica en la empatía. Y segundo porque era directiva del Gobierno provincial. Por una disposición del ministro de Salud Fernando Bondesío, de la gestión del gobernador Carlos Reutemann, en las paredes de los hospitales había que colgar carteles con la frase: “Toda mujer que concurra por abortos será denunciada”.

Después de la presentación de “Con todo al aire”, en el Roque se armó el debate y decidieron sacar los carteles. Se pusieron a pensar en la forma en que trataban a las mujeres y a escuchar qué de- cían cuando entraban al sistema de salud. La política de reducción de daños era todo lo que podían hacer: intentar que las mujeres que abortaban en la clandestinidad llegaran lo antes posible para practicarles un raspaje y evitar las infecciones que llevaban a la muerte o a perder el útero. El cambio fue de a poco pero sostenido.

–Las mujeres ya no esperaban tener una infección. Venían rápido porque sabían que no las íbamos a increpar– dice Daniel Teppaz–. De repente empezaron a llegar mujeres de toda la ciudad porque se corrió la bola de que en el Roque no te denunciaban. Entonces tenías veinte procedimientos en los otros hospitales y cuatrocientos en el Roque.

En el 2004 hubo otro hito. Y como toda historia que se teje en los márgenes es poco conocida. Un día, las Mujeres Autoconvocadas Rosario (MAR) llegaron a la oficina de la exintendenta Mónica Fein, que entonces era secretaria de Salud, con el caso de una nena de trece años que había sido víctima de violación y estaba embarazada. Fueron claras: el Código Penal permitía la práctica de un aborto no punible y la salud pública debía garantizarlo.

Hasta ese momento la Municipalidad daba anticonceptivos y pastillas del día después, pero no se habían planteado la posibilidad de hacer abortos. Daniel Teppaz no tenía idea de que el aborto era legal en el Código Penal desde 1921, nunca se lo habían enseñado en ningún lado.

Fein llamó a un juez para consultar qué hacer. Las activistas de MAR insistieron en que la Justicia no tenía injerencia y el juez les dio la razón. En un completo secreto, en 2004 se hizo el primer aborto legal en Rosario.

Fein recibió algo más de las mujeres de MAR: un proyecto que se convirtió en el borrador del primer protocolo de aborto no punible de la Argentina, aprobado por el Concejo en 2007. Después, salieron los protocolos de Interrupción Legal del Embarazo a nivel nacional, más conocidos como los protocolos de ILE.

Desde 2007 la ciudad aplicó las causales de aborto no punible de manera amplia y con perspectiva de derecho. Las que decidían eran las personas gestantes, no los médicos o médicas. Y la curva de internaciones por complicaciones por aborto empezó a decrecer. Cada vez eran menos las que quedaban internadas.

La receta para la mortalidad cero se completó en 2012, cuando el municipio empezó a distribuir misoprostol. Con las pastillas y la posibilidad de abortar sin pasar por el quirófano se terminaron las muertes por aborto clandestino.

Durante el debate del proyecto de IVE en 2018, Rosario apareció como un ejemplo de salud pública. Tenía con qué. Además de todos esos avances, es la cuna de la primera cátedra del país sobre el aborto como problema de salud pública en una facultad de Medicina, la de la Universidad Nacional de Rosario.

Los avances fueron acompañados e impulsados por los equipos de salud y las militancias. También hubo movimientos en contra, casi siempre encabezados por las mismas caras. La de Nicolás Mayoraz, abogado vinculado al Opus Dei, fue siempre una de las más visibles. En 2006 hizo una presentación en la Justicia en contra de la ordenanza de la pastilla del día después, rechazada por el juez Iván Kvasina con argumentos de avanzada. Durante años fue un personaje marginal en contra de los derechos sexuales y reproductivos. Pero en 2019 encontró su oportunidad: se convirtió en diputado provincial de la mano de Amalia Granata y en 2023 entró al Congreso Nacional como legislador de La Libertad Avanza. Ahí preside la estratégica comisión de Asuntos Constitucionales.

Con la llegada de Javier Milei a la presidencia, la mayoría de las políticas de salud fueron desmanteladas. Un informe de la Dirección de Salud Sexual de Santa Fe para el Consejo Asesor en Salud Sexual y Reproductiva reveló que en 2024 la provincia recibió 93 por ciento menos de preservativos, 68 por ciento menos de anticonceptivos y test de embarazos, y 93 por ciento menos de tratamientos hormonales para personas trans.

Crédito: Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito de Rosario.

La estrategia de Rosario no fue la misma que en los noventa. Lejos de agrandarse, el Estado despliega la estrategia de sostener. El sistema de salud sufrió las crisis de los últimos 10 años, tanto del país como de la ciudad, y se le sumó la pandemia. Es un sistema modelo pero también resentido donde recaen todos los problemas. Y eso afecta a quienes trabajan ahí, con cada vez peores ingresos y conviviendo con la violencia y la desigualdad.

Desde los gobiernos radicales la política es garantizar derechos sin levantar mucho el avispero. Incluso, comprar todos los insumos que el Estado nacional recorta. En los hospitales y centros de salud siempre hay anticonceptivos. Tampoco faltan las pastillas de misoprostol y de mifepristona para abortar de manera segura. Las fabrica el gobierno provincial en un laboratorio público. Y el consultorio siempre está abierto para escuchar y acompañar cualquier decisión. Porque de eso se trata. De decidir con libertad e igualdad.