La rebelión de las putas

La Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR) cumple 30 años y su secretaria general, Georgina Orellano escribe sobre la historia del sindicato de las trabajadoras sexuales en el país. Una historia de lucha con la frente en alto y los tacos muy gastados.

Las trabajadoras sexuales de nuestro país se comenzaron a organizar en las comisarías de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a fines de 1994. A esa revuelta en los calabozos la antecedió la revuelta de las putas en el Puerto San Julián, cuando, en 1922, cinco trabajadoras sexuales se negaron a ofrecer sus servicios a los soldados que habían asesinado a 1500 peones rurales. Luego, en los años 80, aparece en la escena política Ruth Mary Kelly, una prostituta del puerto de La Boca que levantó la bandera por el pedido de derogación de los edictos policiales en espacios feministas. 

La Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) fue fundada un 11 de marzo de 1995 por las trabajadoras sexuales de la calle que, al igual que las putas de San Julián y que Ruth Mary Kelly, se rebelaron a un sistema de opresión y violencia institucional en el que nos querían aleccionar con coimas, calabozos y represión policial. 

Crédito: archivo AMMAR

Pero la vergüenza cambió de bando cuando las putas tomamos conciencia de que para transformar nuestra realidad no nos queda otra que la lucha colectiva y la organización sindical.  

Las primeras manifestaciones para exigir la derogación de los edictos policiales y el derecho a poder trabajar en libertad se realizaban con los rostros tapados con máscaras, pelucas y antifaces; el temor a que nuestro entorno se enterara a lo que nos dedicábamos verdaderamente ha sido muchas veces una de las mayores dificultades que enfrentamos a la hora de organizarnos. 

“Prefiero ir en cana a que mis hijos sepan a qué me dedico”, se escuchó decir a las compañeras infinidad de veces en asambleas y reuniones. Tuvimos que ser creativas para encontrarle la vuelta y que no nos gane ni la vergüenza ni el estigma. 

Crédito: archivo AMMAR

AMMAR, el sindicato de trabajadorxs sexuales que supimos construir, hoy cumple 30 años. Tres décadas de luchar por el reconocimiento del trabajo sexual en la Argentina, tres décadas de denunciar la violencia institucional, tres décadas de patear la calle, los calabozos, las zonas de trabajo, oficinas estatales que no siempre se dispusieron a escuchar eso que las putas teníamos para decir, tres décadas de intentar ser escuchadas en espacios académicos y feministas.  

Tres décadas de aquel primer fueguito que se encendió en los calabozos de Flores, Constitución y Once. Tres décadas de luchar para que dejen de hablar por nosotras, que dejen de tutelarnos, infantilizarnos y dejar de ser su permanente objeto de estudio. 

Las putas en Argentina aprendimos a hacer política a los ponchazos; en ese hacer todo fue a prueba de aciertos y errores. En el camino, la policía de Rosario asesinaba a Sandra Cabrera, dirigente de AMMAR, la mandaba a callar con un tiro en la nuca por denunciar la trata de personas allá por el 2004 cuando la trata no era parte de la agenda del Estado.

Creyeron así que nos aleccionaban, pero las putas redoblamos la apuesta organizando a las trabajadoras sexuales en las provincias. Hoy estamos organizadas en 11 provincias, tenemos una casa propia donde hacemos lo que el Estado nunca hizo por nosotras.

Crédito: Sol Avena

El sindicato de las putas conmemora su 30 aniversario en un contexto hostil, aunque la hostilidad siempre ha sido parte de nuestra cotidianidad; a la precariedad de nuestras vidas se le suma el recrudecimiento de la violencia institucional, las razzias y las coimas, que volvieron aparecer. En algunas marchas escuchamos cánticos como “al calabozo no volvemos nunca mas” y es una cruel realidad saber que todas las noches una de las nuestras duerme en comisarías y alcaldías, otro puñado duerme en ranchadas,  plazas y estaciones de trenes por no tener cómo sostener un alquiler. 

Las compañeras con más años de experiencia sindical cuentan que, cuando se empezó hacer visible la organización de las trabajadoras sexuales, un dirigente sindical inmortalizó una frase que les quedó grabada para siempre: “AMMAR nació para un día morir”.

No muere quien pelea por derechos laborales, por ser reconocidas como trabajadoras, por transformar este sistema, por disputar lenguajes, por pelear con el Estado.  

Crédito: LatFem

No muere nunca quien abandonó el silencio y quien hace que la militancia sindical sea parte de su vida.

Llegamos hasta acá con la frente bien alta y los tacos muy gastados. Por las putas de San Julián, por Ruth Mary Kelly, por Sandra Cabrera, por Fátima Olivares, por Moni Lencina y por tantas hermanas que nos enseñaron a nunca dejar de luchar.

Nunca muere la herramienta sindical, por eso larga vida al sindicato de putas y a seguir poniendo el cuerpo hasta lograr obra social y jubilación, hasta lograr la despenalización, hasta lograr vivir en un sistema donde ser putas no sea sinónimo ni de vergüenza, ni de inferioridad, ni de calabozos.