¿De quién es este libro?
El debate acerca de quién tiene potestad sobre la palabra tiene larga data en el campo de la crítica. En los 60, con el boom del género testimonial, varixs intelectuales latinoamericanes incursionaron en el intento de darle voz a los sin voz. ¿Quién habla cuándo se trata de recorridos, trayectorias, experiencias? En este libro hay una anécdota de una vez que a Ruth Mary Kelly la habían invitado a una charla en la Facultad de Derecho: “En la entrada de la facultad había un cartel que anunciaba el debate y decía: «Hablan los expertos y hablan los marginados». Yo les dije: «¿Quiénes son los expertos? ¿Los abogados, los estudiosos, los sociólogos?». No, nosotros somos los expertos. (Enrique Symns, “Ruth Kelly, prostituta”, Sur, 14 de octubre de 1989).”
Tras las huellas es un libro que camina permanentemente en esa tensión. Y la tentación del imán Ruth Mary Kelly, ese nombre tan exótico, ese personaje tan facetado como diamante en bruto, es enorme. Pero este libro es de Deborah Daich. Deborah, antropóloga, integrante de la Colectiva de Antropólogas Feministas, como Robinson Crusoe en la isla, que clava estacas sobre las pisadas de Viernes para que no las borre el viento en la arena movediza y lábil de la historia, recupera del olvido las huellas de Ruth.
Y en esa tensión por la autoridad de la voz compone un coro polifónico donde los tonos no son unívocos sino diversos, distintos entre sí. Entre mil fragmentos dispersos de la más diversa índole: sus propias memorias (del infierno), testimonios de quienes la conocieron y les resultó indeleble, de quienes de pronto, ahora que la nombran, la recuerdan como un rayo verde, de quienes pensaron sus acciones, la criticaron, la acompañaron, la aplaudieron, la cuestionaron, se compone este relato. Ruth, entonces, es el relato de una voz colectiva que Deborah recoge.
La actualidad de los debates
Deborah no sólo recupera los pasos que dio Ruth, sin duda pioneros, atrevidos y precursores, sino también la historia de una mirada política sobre el ejercicio de la prostitución, sobre las militancias feministas entre las agrupaciones locales y los movimientos norteamericanos, los feminismos radicales y culturales, la relaciones entre violencia y pornografia, los movimientos antipornografía y la guerra entre los sexos.
El título que podría sumarse al que efectivamente tiene el título, que bien vale el homenaje a esta mujer antorcha -digo antorcha más que faro porque iluminó zonas y caminos y también le prendió fuego a varios conceptos cristalizados en el trayecto- podría ser también: Tras las huellas de los debates actuales.
Tomo como central la tensión placer-peligro, otro de los ejes que creo también estructuran el libro. Y pienso, mientras releo, cómo abona además de a las cuestiones ya citadas, a uno de los debates actuales más sensibles, las denuncias y los escraches. Cito un párrafo:
“el debate se construyó en torno a la tensión placer-peligro implicada en la sexualidad de las mujeres. Mientras que un sector del feminismo insistió en el peligro y denunció la sexualidad masculina como la fuente primaria de opresión (y la necesidad de defenderse de ese deseo sexual masculino “intrínseco, incontrolable y fácilmente excitable”), otras feministas insistieron en el placer y en la importancia de la libre sexualidad para la liberación de las mujeres. [y aquí la voz de Daich] Pero como bien sugiere Carole Vance (1989), la sexualidad es campo de limitaciones, represión y peligro, a la vez que de exploración, placer y actuación humana. Este doble enfoque, afirma, es importante, porque hablar solo de placer es ignorar la estructura patriarcal en que vivimos y porque hablar solo de peligro, violencia y opresión es ignorar la experiencia de las mujeres como agentes de sexualidad con opciones sexuales.”
¿Dónde está el peligro, cómo es el infierno?
Ruth Mary Kelly, usando el escándalo como herramienta de lucha, fue también una performer. Convirtiendo el 2°H, infame edicto contra la provocación y la incitación al acto carnal en un acto de desobediencia, Ruth siempre se autoproclamó prostituta, trabajadora sexual ya a principios de los 80 en la primavera democrática cuando desacomodó los sentidos en un discurso público de Raúl Alfonsín. Estaba claro, para ella, que la lucha por los derechos de las mujeres debían ser para todas, “las putas, amas de casa y otras”. Las putas amas. ¿Quién tiene el poder (de policía) para dejarlas afuera? Parece insólito, pero recién en 2016 las trabajadoras sexuales tuvieron sus primeros espacios y talleres en el Encuentro Nacional de Mujeres, que fue en Rosario. Ahí, a muchas se nos sacudieron las doctrinas abolicionistas del Estado: ¿quién se otorga la superioridad (moral, intelectual, paternalista) de hablar por boca de otra subjetividad?
Las demandas de Ruth Mary, plasmadas por ejemplo en un programa del Frente de Lucha por la Mujer, son de una actualidad pasmosa. Eso habla bien de ellas y mal de la historia. Pero también da cuenta de la claridad de pensamiento de este personaje que algunes tildan de pirada o loca:
“1) Reforma y cumplimiento de la ley de guarderías; 2) igualdad de posibilidades en el acceso a la educación, capacitación técnica y trabajo; 3) derogación del decreto-ley que prohíbe la difusión y uso de anticonceptivos; 4) aborto legal y gratuito; 5) remuneración para el trabajo hogareño; 6) creación de un organismo gubernamental que vigile la aplicación real de la legislación que reprime la trata de blancas; 7) inclusión de los artículos referidos a la protección de la maternidad dentro del sistema de seguridad social en la Ley de Contrato de Trabajo; 8) patria potestad y tenencia de los hijos compartidas por padre y madre; 9) no discriminación a la madre soltera y protección especial para su hijo, y 10) derogación de la ley que obliga a la mujer a seguir al marido al domicilio que este fije. (Cano, 1982: 91)”.
Daich recalca la marca de Ruth en el punto 6, contra la trata. En el ámbito del trabajo sexual Ruth pensaba en nuestra mayor herramienta: la organización. Hablaba de formar un sindicato, de agruparse y reclamar los mismos derechos de cualquier trabajador, atención sanitaria y opciones de oficios para quienes quieran salir de la actividad, que defendía ejercer siempre en la independencia sin explotación intermedia. Y la descriminalización de quienes ejercen la actividad: “[El 2º H castiga] la incitación pública al acto carnal. Pero cuando un tipo se me acerca en la calle y me pregunta cuánto cobras, ¿no me está incitando al acto carnal? Sin embargo, la que va en cana soy yo”. Para Ruth estaba claro: el infierno no era ser puta. El infierno es, y fue siempre, la violencia institucional:
“no es en la prostitución sino en las cárceles, en los sanatorios, en los hospicios [donde conoció] lo que es el infierno” (Memorial: 29). Sentencias como esta serán repetidas y reactualizadas por Ruth en años posteriores; perviven en algunas de las entrevistas periodísticas que supo ofrecer y en la memoria de quienes la frecuentaron. Por supuesto que también se encuentran entre sus dichos críticas agudas dirigidas a clientes ocasionales o a otros actores sociales, pero es la violencia institucional la que prima en su denuncia: “Aprendí a estar dura, a conocer la maldad de los directores, monjas y policías, todos esos que no te dejan usar tu propio cuerpo”.
El mercado del deseo
Antes que muchas, y que varias desde el altar de la teoría, Ruth se atrevió a hablar del intercambio sexual como moneda de cambio. Hoy no espanta a nadie (Illouz, Tamara Tenembaum). En su momento, el espanto fue parte de su artillería. Con ese arsenal de lucidez y atrevimiento entre otras armas, fue porteña o puertera, en el más amplio sentido de la palabra: el puerto quizás sea el topos más impregnado del sentido de intercambio.
Pero no pensemos sólo en marineros fornidos que provienen de Noruega (o sí). Ruth también intercambió con Fernando Noy (que la acompañó alguna vez en aventuras a un navío de Paul Newman), con Sarita Torres, militante feminista de la primera ola, con Néstor Perlongher, del grupo Eros del FLH, y con tantes otres de orden y calaña como el satélite libre y omnisciente Kelly quiso.
Aunque cuando hablamos de Ruth, más que orden, palabra tan afín a la jerga policial que ella despreciaba, valdría más hablar de bullanguería. Pero, diría Sara Hebe, de tan histérica histórica, la “autodesignada representante de las prostitutas de Buenos Aires” abrió camino a la efectiva creación de un sindicato de putas admirable como es AMMAR y dejó claro, como dice Deborah, sin pretender darle un cierre a una discusión permanente y compleja, que “la posición de la prostituta no puede ser reducida a la de un objeto pasivo subordinado a las prácticas sexuales masculinas, sino que debe leerse como un espacio de agencia donde se negocia y se hace uso activo del orden sexual existente”. De nuevo y cada vez se hace presente la defensa de los derechos y la posibilidad de elección. En día de les trabajadores, como dice la canción cantemos todas: Soy muy puta, y no trabajo para vos.