Amanece gris, con lloviznas y frío. Es un típico día de otoño en Buenos Aires, pero eso no nos amedrenta y viajaremos un largo trecho para encontrarnos con las Garzas Brujas en el “corredor Derqui”, de la localidad de El Palomar, a unos 15 km al Oeste de la Ciudad de Buenos Aires. Con ellas vamos a recorrer la zona para observar aves silvestres, flora nativa, arañas, huellas, y sobre todo, compartir la experiencia entre nosotras, sin varones que “nos guíen” o “nos enseñen”.
El punto de encuentro está a unas 20 cuadras de la estación de tren. Es un espacio abierto y parquizado sobre una ancha avenida, lindera a la Base Aérea de El Palomar, que desde hace un año funciona como aeropuerto comercial para aerolíneas de bajo costo, rodeado de grandes controversias y resistencia de las comunidades vecinas. Es una de las razones por las cuales decidimos salir a caminar por este relicto salvaje, que pronto podría desaparecer bajo el cemento y las necesidades del turismo de gran escala.
Hoy somos 13 valientes desafiando al clima, algunas viajamos desde lejos, otras viven por acá. Las locales nos cuentan sobre el problema del aeropuerto para los barrios vecinos y nos ponen al tanto del proyecto colectivo y comunitario “Isla Verde”. Se trata de la creación de una reserva natural dentro del predio de la Base Aérea —unas 200 hectáreas de las cuales 70 se conservan en muy buen estado—, que garantizaría la apertura de este terreno al disfrute comunitario, manteniendo sanos los servicios ecosistémicos esenciales para la urbanización circundante. Son moneda corriente las inundaciones, el ruido, la contaminación y la pérdida de espacios públicos. Ese proyecto no puede prosperar si el Aeropuerto continúa creciendo.
Antes de comenzar la caminata, con mate, binoculares, camperas y los pies ya embarradísimos, apareció nuestra primera compañía alada: un hornero (Furnarius rufus) que aprovecha el barro que encuentra por todos lados para armar su nido. Esta ave construye un nido muy particular: una bola de barro que consta de “dos habitaciones”; y el trabajo de arquitectura, ingeniería y construcción, es llevado adelante en pareja, codo a codo. Con la lluvia hay más presencia de insectos de los que se alimentan las aves picabuey, benteveo, calandria y tras de estas pequeñas aves, también aparecen las mayores, como el gavilán mixto, un aguilucho que supo adaptarse muy bien a los ambientes urbanos, donde comida no le falta.
La Colectiva de Observadoras de Aves Feminista
A fines de junio del año pasado, Victoria Boano, inspirada en el proyecto “Feminist bird club” de Molly Adams, pensó que sería genial armar algo parecido en la Argentina, pero atendiendo a la situación particular del país, que atravesaba un momento de mucha movilización feminista. El movimiento Ni Una Menos, que se enfoca principalmente en temas como violencia de género y femicidios, y la campaña por el aborto legal, lideran las marchas de millones de mujeres, tanto en la Argentina como en Latinoamérica. Una ola que crece sin parar y se moviliza para adquirir derechos, justicia, y sobre todo, cuestionar las formas y convenciones —que parecían eternas—, del sistema patriarcal.
Durante los fríos meses de junio y agosto del 2018, millones de personas llenaron las calles de la Ciudad de Buenos Aires y otras ciudades, mientras el proyecto por la legalización del derecho al aborto legal, seguro y gratuito era debatido en las cámaras de diputadxs y senadorxs. El proyecto no prosperó, pero generó clima de entusiasmo y un empujón gigante al feminismo local. En este contexto histórico, las preguntas por las formas en que nos vinculamos socialmente se agudizan y se expanden transversalmente hacia todos los aspectos de la vida. La práctica científica, como parte de la vida, no queda exenta de estas cuestiones.
En esos días, Victoria habló primero conmigo y me propuso la idea. Automáticamente pensamos en otras compañeras y les contamos la propuesta. Así, durante la primera semana de julio de 2018 nació la Colectiva de Observadoras de Aves Feminista, la COA feminista (COAF) o, como nos gusta llamarnos, Las Garzas Brujas. Nuestro lema es “Somos las nietas de todas las brujas que no pudieron enjaular”. El nombre del grupo surgió para “emparentarnos” con los Clubes de observadores de Aves de la ONG Aves Argentinas, en los cuales muchas de nosotras participamos, pero donde también tuvimos algunas experiencias con varones que se pasaron de la raya.
Para Agustina, compañera guardaparque, la creación de ‘la Colectiva’ fue necesaria para juntarnos entre distintas colegas del campo de la naturaleza, la observación de aves y la conservación de la biodiversidad. “Juntarnos para conocernos, compartir experiencias e incomodidades. Juntarnos para organizarnos, juntar fuerzas para ver, en principio, como actúa cada una en el lugar donde activa, sea un Club de Observadores de Aves, la Facultad, un espacio de trabajo… También fue necesario juntarnos para pensar y reflexionar entre todes las situaciones de violencia y las desigualdades de género, que todes compartimos de alguna forma u otra por pertenecer al ‘mismo ambiente’. Y ahora, también nos juntamos para poder hacer un cruce entre los conflictos ambientales y el patriarcado”, reflexiona.
Victoria, otra compañera, agrega: “leí la nota de Molly y pensé, qué bueno sería hacer eso acá, pero no es que hubo mucho pensamiento, me pareció que estaba bueno en este momento que vivimos, que fuera feminista y para un grupo de mujeres. Sentimos que así como hay marchas de mujeres también estaba bueno crear este espacio, en principio para mujeres, pero luego cuando fuimos sumando gente, entendimos que debía ser un espacio para todas las personas oprimidas por el heterocispatriarcado”.
Como todas teníamos un interés común en la ecología y la defensa de estos territorios comenzamos a armar actividades, salidas a recorrer espacios urbanos y periurbanos naturales, en busca de flora y fauna silvestre. Quienes empezamos a organizarnos como COAF ya participamos de alguna forma en otros grupos que trabajan voluntariamente en el cuidado de espacios naturales, parques o reservas. Victoria lo resume así: “yo quería un grupo de mujeres para salir y compartir un espacio, pensaran como yo o no, pero generar un espacio de ese tipo para salir a recorrer áreas naturales, quería que nos juntáramos a mirar pajaritos al estilo del grupo de Molly, pero cuando empezó a juntarse más gente, el grupo se transformó en otra cosa y es algo de todas ya”.
Los pájaros y el pañuelo verde
En nuestras mochilas, bicicletas, brazos y cuellos están los pañuelos verdes de la Campaña por el aborto seguro, legal y gratuito en la Argentina. En medio de la efervescencia del debate por el derecho a abortar de los cuerpos gestantes y contra las violencias machistas, fue que nos reunimos para dar forma a este grupo. Todas sentimos en algún momento que, por ser mujeres, nos habían subestimado en el ambiente naturalista y científico. Sabrina, que es socióloga, comenta que “las desigualdades de género atraviesan a toda la sociedad, son transversales a todos los ámbitos, el ‘ambientalismo’ no es excepción. En los espacios de poder, ya sea en ámbitos referidos tanto a lo público como lo privado, y en los puestos jerárquicos, encontramos que para las tomas de decisiones hay pocas mujeres, no es propio del ‘ambientalismo’, sino algo generalizado”.
En cuanto al machismo en los grupos ambientalistas, eso también existe: “tenemos que escuchar chistes que vienen a dar cuenta del machismo que está en el sentido común de la sociedad y que también se practica en este ámbito en particular, como el chiste sobre el ‘cotorreo’ de las mujeres (haciendo alusión a las cotorras, un tipo de loro que suele ser muy ruidoso). Se usa el lenguaje referido al tema de las aves para burlarse de las mujeres”, dice Sabrina.
Las palabras que usamos también fueron un blanco de burlas y quejas, ya que como decidimos usar lenguaje inclusivo en nuestra página de facebook, “tuvimos comentarios, tanto de mujeres como de hombres, que nos agreden bastante, sin embargo, cuando se modifican palabras al estilo ‘pajareo’, en esos casos no parece hacer tanto problema. Si ponemos una “x” o una “e” para usar lenguaje inclusivo, entonces aparecen los ‘paladines de la real academia española’” concluye Sabrina.
Visitamos espacios bajo constante amenaza de ser destruidos
Con la Colectiva de Observadoras de Aves Feminista, organizamos salidas de avistaje de aves para mujeres e identidades disidentes. Los lugares que elegimos para las actividades no son pura casualidad, sino que decidimos aportar a la visibilización de problemáticas socioambientales, como la pérdida y degradación de espacios naturales por desarrollos inmobiliarios o industriales, la contaminación del ambiente, la desidia de las autoridades ante la necesidad de cuidado y mantenimiento de las reservas naturales, y también porque nos interesa aportar nuestra mirada feminista, ya que históricamente ni las mujeres ni las identidades disidentes han sido tenidas en cuenta en sus particularidades e intereses a la hora de la planificación de políticas públicas.
Somos la mitad de la población, pero no hacemos el mismo uso de los espacios que los varones; por ejemplo, cuando salimos a recorrer algún espacio natural o reserva, a veces no hay baños habilitados o falta iluminación durante las horas en que oscurece, lo que genera que ese lugar sea considerado peligroso para nosotras y nos mantenga alejadas, cuando lo correcto sería que pudiéramos salir a caminar por un parque sin sentirnos con miedo.
Muchos espacios naturales donde realizamos actividades se encuentran bajo todo tipo de amenazas, como la Isla Verde de El Palomar, la Reserva Ecológica de Bernal, la Reserva de Vicente López y tantos más. Como Colectiva, nosotras ayudamos a dar a conocer estas situaciones a la comunidad y colaboramos con los grupos locales que protegen esos espacios, así se genera una sinergia donde todes ganamos algo. Tejemos vínculos para fortalecernos y cuidar nuestro hábitat compartido y como feministas aportamos un granito de arena al largo trabajo que los feminismos tienen por delante: terminar con la dictadura del patriarcado.