Barrios fuera de servicio

¿Cuánto tiempo lleva lavar la ropa cuando no hay agua corriente? ¿Y cuánto bañarse? ¿Cómo se ilumina una casa cuando no hay electricidad? “Uno se acostumbra porque no conoce otra cosa”, dice Gisela, una de las protagonistas de esta crónica. Gracias a proyectos conjuntos entre el Estado nacional, organizaciones de la economía popular y no gubernamentales, muchos vecinos y vecinas de los barrios populares Caribe y Villa Evita de Mar del Plata, en Argentina, consiguieron acceso a servicios básicos, luego de esperar hasta cuarenta años. Muchos otros todavía esperan. Esta crónica cuenta las transformaciones en la vida cotidiana de las comunidades cuando acceden a tener agua, luz y cloacas.

Foto de portada: Pablo González.

―Mirá, mamá, la luz se prende y apaga con botones.  

Pepe y Toti corretean desde la entrada de la casa hasta la cocina, van y vienen ostentando la novedad: hay un interruptor al lado de la puerta y otro cerca del baño. Gisela, su mamá, vuelve de la jornada laboral en el pañol, un local destinado a guardar y administrar los materiales y herramientas de la obra, ubicado en la esquina de su casa. Esa mañana fría de julio de 2023, una de las cuadrillas que se ocupa de la instalación eléctrica deja dispuesta una caja de interruptores, un tablero, disyuntores y tomacorrientes.

Gisela mira cómo el cableado artesanal, que armó junto a su marido meses atrás, cuelga del techo, asegurado con precintos para que “no lo alcancen los nenes”. Los cables trazan un mapa en el techo del living, cruzan por encima del sillón y se extienden hasta la cocina, donde hay  un interruptor casero.

Esa misma tarde, desmontará el cableado artesanal. Los hijos de Gisela tienen por primera vez en su vida conexión eléctrica segura. Durante días, prenderán y apagarán las luces como un juego.

―Para alguien que no tiene conexión eléctrica segura, prender y apagar la luz es sorprendente y asombroso.

Un mes después, y por primera vez, en la casa de Gisela saldrá agua potable de la canilla y habrá un desagüe para el lavarropas.

Crédito: Pablo González

En Villa Evita viven 330 familias, alrededor de 1.500 personas, una cifra que va mutando año tras año, en una de las ciudades turísticas más emblemáticas de Argentina: Mar del Plata. Reconocida tanto a nivel nacional como internacional por sus playas, su cultura y espectáculos, La Feliz se convirtió, desde mediados del siglo XX, en la capital nacional del teatro de revista y durante mucho tiempo ocupó el lugar de la playa de la oligarquía porteña. El puerto, los lobos marinos, las postales típicas de La Perla, las luces del casino y el Torreón del Monje pierden brillo a medida que una se aleja de la inmensidad del Atlántico. Treinta cuadras hacia adentro, por Avenida Juan B. Justo -una diagonal que conecta la costa, desde el puerto, con la periferia de Mar del Plata- el asfalto se convierte en ripio y Mar del Plata es otra cosa. Detrás de una bruma espesa, aparecen la precariedad, la desigualdad, la fragmentación social, el desempleo, las cicatrices de la especulación inmobiliaria y la gentrificación. 

A quince cuadras del arrumbado estadio mundialista José María Minella, esa niebla densa se intensifica y hace picar la nariz. La razón: allí está emplazada, desde 1957, la fábrica Materia Hnos, que produce jabón y, como si se tratara de un afluente natural, esparce sus desechos sobre el barrio al que le da la espalda, Villa Evita. El olor a grasa animal quemada, producto de los desechos de Materia, es característico del barrio. En los días de calor se mezcla con la basura y trae vahos de podredumbre difíciles de apaciguar. Los vecinos intentan disipar ese olor prendiendo fuego, quemando yuyos o incinerando basura, pero nada funciona. Aunque están acostumbrados a su existencia, muchos coinciden en un deseo: que la fábrica se vaya y deje de ser el epicentro del deterioro ambiental del lugar. 

― Llega un momento en que uno dice: bueno, ya está, te tenés que acostumbrar a  lo que hay.

Cuando se crece en un lugar con condiciones precarias, la supervivencia deja de ser una excepción y se convierte en un modo de vida. Según Gisela,” uno se acostumbra porque no conoce otra cosa”. Para sus hijos, fue una novedad tener interruptores de luz; para ella, el simple hecho de poder lavar la ropa mientras hacía otras tareas del hogar.

Las mujeres que viven en barrios populares dedican en promedio un poco más de 12 horas por día al trabajo no remunerado mientras que las que provienen de aglomerados dedican 6 horas y 31 minutos

―Ahora se ve todo más lindo; los niños pueden jugar también en la calle, tienen iluminación. La verdad, cambió todo.

En Mar del Plata hay 72 barrios populares registrados, según el Registro Nacional de Barrios Populares (ReNaBap), el primer registro de este tipo creado por decreto en 2016, y que surge tras un relevamiento impulsado por el Estado Nacional en articulación con organizaciones como Techo Argentina, Cáritas y la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular  (CTEP). Este estudio permitió cuantificar los barrios comúnmente llamados villas, asentamientos y urbanizaciones informales. Para realizarlo se entendió como barrio popular a un conjunto de al menos ocho familias sin título de propiedad y con acceso limitado a servicios básicos. En 2023, el relevamiento identificó 6.467 barrios populares en el país, donde más de 5 millones de personas viven sin infraestructura adecuada ni acceso a un ambiente saludable.

“La Ley 27.453 — de Régimen de Regularización Dominial para la Integración Sociourbana, mejor conocida como “Ley de Barrios Populares”—  fue un hito muy importante en la lucha de los barrios populares hacia el reconocimiento de su dignidad”, explica Agustín Algorta, actual secretario de Desarrollo Humano y Social del municipio bonaerense de San Isidro y ex Director Nacional de Acceso al Suelo de la Ssecretaría Integración Socio Urbana (SISU). Según él, esta ley reunió a distintos partidos políticos con la Iglesia y con organizaciones sociales y no gubernamentales, en un objetivo común: reconocer que “la tierra es de quienes la habitan”. Además, el abogado -especializado en hábitat- señala que esta normativa garantizó la suspensión de desalojos, ofreciendo seguridad a los habitantes. La sanción de esta ley marca un punto de inflexión, sostiene Algorta: históricamente sólo se financiaban proyectos en tierras fiscales, pero la nueva legislación posibilitó su ejecución en cualquier barrio, independientemente de su titularidad. Gracias a ello, muchos vecinos y vecinas pudieron acceder a una vivienda digna.

Lavar la ropa y bañarse, rutinas agotadoras

—Antes teníamos agua, pero con las mangueras negras, las que pasan por debajo de la tierra.
—¿Era potable?
— Decían que sí, pero yo llevé a los nenes al médico y les encontraron parásitos. Me dijeron que era por el agua. Y pasó con otros nenes. Las mangueras negras se rompen y entran gérmenes de la calle. Ahora, gracias a Dios, tenemos el tanque y todo está bien conectado.

El Plan Nacional del Agua se creó en Argentina en 2016 y desde entonces, el agua se reconoce como un pilar clave para combatir la pobreza. El programa tiene como objetivo universalizar el acceso al agua potable y alcanzar un 75% de cobertura en desagües cloacales en áreas urbanas; aunque los plazos que delimitan esta meta van cambiando según las gestiones políticas.

Antes de que existieran los tanques, Soledad tenía que caminar quince cuadras para buscar agua en la casa de algún vecino que tuviera conexión o ir hasta la estación de servicio. Llenaba baldes y bidones y volvía a su casa. Hoy, según la Fundación Soporte, son 60 familias que tienen acceso a agua potable en el barrio Caribe

Lavar ropa para Gisela era una odisea. En su pequeño y abarrotado baño, el lavarropas no tenía un lugar fijo. Cada uso implicaba moverlo de un lado a otro, con cuidado.  Primero, lo llevaba en la cocina donde estaba el único grifo disponible; después, enchufaba el cable en una toma improvisada, unía la manguera a la canilla y supervisaba que la bacha no rebalsara con el agua del desagote. La escena casi siempre terminaba en un caos de agua sobre el piso. Entonces, lavar ropa significaba, también, trapear el baño y la cocina. Gisela repasa esa rutina agotadora, que le llevaba casi cuatro horas diarias.

Crédito: Pablo González

Bañarse era otra actividad complicada para ella y su familia. Usaban un calefón eléctrico. Tenían que conectar un cable que cruzaba todo el living, atravesaba la cocina y llegaba al pequeño baño. Después, desconectarlo. En el medio, chequear que nadie se quedara pegado. Ahora, con los caños separados y las conexiones en orden, la tarea dejó de ser un desafío y le lleva mucho menos tiempo. Ya no hay rebalses, ni cables atravesando la casa, ni el riesgo constante del agua tan cerca de la electricidad.

—Tenemos canillas afuera y una atrás. Cambió un montón, sobre todo para nosotras, las mujeres, las mamás que estamos en la casa, lavando y limpiando. Es algo esencial. Claro que sirve para los hombres también, pero para una mujer que está todo el día con los hijos, como yo, que tengo cuatro varones, es fundamental. 

La provincia de Buenos Aires concentra una gran proporción de la problemática habitacional del país. En este distrito, se registran más de 2 mil barrios populares donde viven aproximadamente 2,5 millones de personas en condiciones precarias. Número que representa casi la mitad de los 6.467 barrios populares relevados a nivel nacional.

En Mar del Plata, los 72 barrios populares registrados ocupan menos de 1 km², en una ciudad de 79 km² y representan el 1% de la superficie urbana. Esto puede compararse con unas 8 veces el tamaño del estadio de River Plate. A pesar de su tamaño reducido, estos barrios concentran a unas 15 mil familias, es decir, alrededor de 60 mil personas, cerca del 10% de la población total de La Feliz, estimada en 650 mil habitantes.

Un sueño: agua y cloacas

Como si se tratara de una columna vertebral que atraviesa Villa Evita, las vías en desuso del tren que supo conectar Mar del Plata con Miramar, delinean un basural y abren paso a una de las zonas más empobrecidas del barrio donde no hay veredas, solo un pasillo de tierra y árboles con terrenos que, a simple vista, parecen rellenos de chatarra. Sin embargo, muchos de esos objetos son materiales que los vecinos utilizan para la construcción de sus casas o para la venta. Las vías bordean la fábrica y llegan hasta un arroyo de cal de jabón, un residuo grisáceo, espeso que huele ácido. Los vecinos  de la zona levantaron una contención de arena para evitar que el arroyo desborde durante los días de lluvia.

Es preciso rodear las vías y caminar cinco cuadras para llegar al comedor y merendero del barrio que, hasta principios de 2023, repartía 90 viandas diarias.

— Sueño con tener agua y cloacas. 

La que lo dice es Patricia, coordinadora del comedor Nuestro sueño, donde recibe a los niños y niñas del barrio. El lugar queda a dos cuadras de la casa de Gisela. A pesar de la corta distancia que las separa, sus realidades son abruptamente distintas.

— Agua enganchada, cloaca enganchada, luz enganchada. No tenemos ningún servicio. El agua es muy fea acá. 

Crédito: Pablo González

La calle de Nuestro Sueño es de tierra, pero desde hace un tiempo tiene vereda. Por dentro, la casa es oscura. Una imagen de la Virgen del Luján mira todo desde la heladera. Patricia habla mientras se seca las manos en el delantal que lleva a mitad de cintura. Los ojos negros contrastan con los pómulos colorados por el hervor de las papas en el agua. Vive en el barrio hace cuarenta años y lleva veinte coordinando el comedor. A diferencia de Gisela, no cuenta con ningún servicio formal. Cuando el ReNaBap hizo el relevamiento de viviendas, su casa estaba por fuera de la traza regular del barrio. Entonces, quedó fuera de las obras. En 2023, Fundación Soporte, un grupo integrado por docentes e investigadores, universitarios y del CONICET, profesionales, técnicos, estudiantes y voluntarios, pidió una revisión. Por eso, junto a otras diez familias de la calle Pehuajó, Patricia aún espera el acceso a servicios básicos.

 — Sueño con tener agua y cloacas

Repite Patricia mientras prepara bolsones de comida para los pibes y pibas que ahora juegan en el recreo del Complejo Educativo del barrio, a metros del comedor. 

Desde diciembre de 2023, en Argentina se descontinuó el Programa Hogar en el 100% de los barrios relevados por el ReNaBap. Esto dificultó el acceso al gas para miles de personas. Hoy Patricia usa tres garrafas de gas por mes, que le cuestan 13 y 14 mil pesos. A partir de esta medida del gobierno nacional y de la suspensión en el envío de alimentos a los comedores, Nuestro Sueño vio afectada su función: en vez de cocinar, ahora arman bolsones con alimentos para las familias. Ya no hay insumos para guiso, ni pollo al horno, ni milanesas con puré.

Crédito: Pablo González

El actual Subsecretario de Integración Socio Urbana, Sebastián Pareja dice a LATFEM que en Villa Evita “las obras están abocadas a conexiones e instalaciones intra lote de agua, cloacas y electricidad, y presentan un avance de más del 90%”. Y se compromete: “Esperamos poder darlas por finalizadas en 2025”.

Patricia vive al lado de su mamá Sandra, una señora de setenta años, con el rostro acanalado por el sol, que crió a sus nueve hijos con la ayuda de su mamá, que también crió sola a sus hijos. Patricia cría a los ocho suyos, junto a su compañero. El único servicio que hoy tiene es un medidor social de luz porque es insulino dependiente. Cuando hace un tiempo, desde la Empresa Distribuidora de Energía Atlántica (EDEA) le quisieron cortar el enganche de electricidad, les pidió por favor que no lo hicieran, que la insulina no podía quedar sin refrigeración. Recién ahí,  cuenta, le dieron el medidor. 

 — Ahora sueño con tener agua y cloacas.

Vuelve a decirlo. Hace una pausa y sus palabras caen cargadas de la incomodidad de una necesidad de lo más básica, aún insatisfecha.

Recortes, obras paralizadas, amparos y reactivaciones

Tras la asunción de Javier Milei como Presidente en diciembre de 2023, la Secretaría de Integración Socio Urbana devino en Subsecretaría dependiente del Ministerio de Economía, y en febrero de 2024 sufrió un fuerte recorte presupuestario a través del decreto 193/202. La medida licuó los fondos destinados al FISU, disminuyendo su porcentaje asignado del 9 % al 0,3 %. Como resultado los ingresos del fondo pasaron de 35 mil millones de pesos mensuales a sólo 46 millones en marzo de 2024 , una reducción real al 0,01 % de lo asignado previamente. Según el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), la medida dejó sin terminar más de 30 mil obras, incluyendo obras generales de integración y mejoramiento de viviendas del programa Mi pieza.

A pesar de esta situación, Sebastián Pareja señala a LATFEM que durante el último año, el Comité Ejecutivo del FISU aprobó el avance de unas 350 obras directamente vinculadas con la instalación de infraestructura básica, con un presupuesto total aproximado de 45 millones de pesos. 

— Sueño con tener agua y cloacas. 

Dice Patricia, coordinadora del comedor Nuestro sueño, donde recibe a los niños y niñas del barrio Villa Evita

En medio de los rumores sobre la posible eliminación del FISU, el funcionario, que también es presidente de La Libertad Avanza en la Provincia de Buenos Aires, asegura que, aunque el impuesto PAÍS dejó de aplicarse en diciembre de 2024, “el fideicomiso sigue contando con financiamiento, a través del tesoro de la Nación y el impuesto a las grandes fortunas, y continúa siendo una herramienta clave para para financiar los objetivos de la Ley 27.453”, que implica la mejora en los barrios populares, según lo establece la norma. Pareja afirma, también, que “esta gestión ha validado la política de integración sociourbana” y que, si hubiera algún cambio en el esquema de financiamiento, “se abordará oportunamente con las áreas intervinientes y/o competentes del Ministerio en cuestión”. En ese sentido, desde la Subsecretaría niegan  que el fideicomiso vaya a desaparecer, a pesar de las versiones publicadas en algunos medios de comunicación.

Según el relevamiento de la Mesa Nacional de Barrios Populares, compuesta por organizaciones como MTE (Movimiento de Trabajadores Excluídos), UTEP (Unión trabajadores de la economía popular), Cáritas y Techo, entre otras, la parálisis de las obras dejó sin empleo a más de 25 mil trabajadores de cooperativas y truncó las expectativas de familias que esperaban la concreción de las obras, así como de las unidades ejecutoras (municipios, cooperativas, asociaciones civiles y entidades provinciales), que siguen aguardando los recursos.  Este recorte presupuestario, además, vino acompañado de acusaciones de malversación de fondos durante la gestión de Fernanda Miño, ex Secretaria nacional de integración socio urbana. La militante y referente del barrio La Cava sufrió una violenta persecución política

“Sin un Estado presente, los barrios emergentes se sumergen en lo marginal. Para las personas con discapacidad, esto es aún más grave; es un abandono de persona”, reflexiona Sebastián, vecino de barrio Caribe.

En noviembre de 2024, un grupo de organizaciones presentó un amparo colectivo para exigir la reactivación de los proyectos. La demanda, impulsada por 37 barrios de 7 provincias, evidenció el impacto devastador de la desfinanciación en la vida de miles de familias. Leo Bazán, abogado del Centro de Estudio Legales y Sociales (CELS), que interviene en la demanda, explicó a LATFEM que el Poder Judicial, a través de una medida cautelar, ordenó al Gobierno nacional asignar los recursos necesarios para continuar las obras suspendidas. También exigió la presentación de un plan nacional y de informes sobre el estado de avance de los proyectos, instando al Congreso nacional a garantizar el financiamiento de esta política.

Crédito: Pablo González

Uno de los barrios afectados por la paralización de obras fue Fortunato de la Plaza, nombre que adoptó un proyecto de 64 viviendas, en plena construcción, que busca dar solución al déficit habitacional de los asentamientos aledaños a Villa Evita. Aunque hacia finales del 2024, las obras se reactivaron, la paralización inicial ya había reducido significativamente la cantidad de trabajadores. 

— Acá éramos 100 trabajadores, hoy somos 20.

El que lo dice es Pato, responsable de obra y militante del MTE, que tiene 28 años y vive en el barrio desde los seis. “El recorte para nosotros implica no comer, no tener laburo, no poder mandar a tus pibes a la escuela”, asegura a LATFEM.  En su adolescencia empezó a militar por el acceso a una vivienda digna. En su adolescencia empezó a militar por el acceso a una vivienda digna. Hoy trabaja en la cooperativa 15 de enero, que realiza obras de integración en la zona para que los vecinos y vecinas puedan habitar cada barrio en condiciones dignas. “Para nosotros no hay nada mejor que una familia duerma calentita. Cuando entregamos una vivienda se nos revuelve el alma”, dice.

Las mujeres, en el centro

Cuando a principios de 2023, el equipo de Fundación Soporte llegó a Villa Evita con la propuesta de llevar adelante obras de mejora e instalar servicios básicos, muchos vecinos no les creyeron. Pero como Gisela ya había sido beneficiada por el programa Mi Pieza, confió.

—Acá siempre es igual: nunca hacen nada, pero siempre vienen a buscar los votos.

Las promesas de cambio, como reflexiona Gisela, son una constante en los barrios populares, pero rara vez se cumplen. Una vez superada la desconfianza inicial y al ver que las obras avanzaban, las familias de Villa Evita pidieron ser incluidas en el proyecto.

Y las obras se hicieron. El plan incluyó, también, el armado de cuadrillas de trabajadores y trabajadoras del mismo barrio. Cuando le propusieron trabajar en el pañol, Gisela estaba embarazada de Josías, su hijo menor al que ahora carga en brazos. La recuerda como una experiencia enriquecedora.

—Estoy esperando que crezca el chiquito, porque la verdad es lindo cuando una trabaja, más allá que por ahí tiene la ayuda del marido. Pero cuando uno va a cobrar, esa sensación de ir y buscar tu plata, es otra cosa.

Crédito: Pablo González

Según un estudio realizado a nivel nacional por el Observatorio de Géneros y Políticas Públicas, la SISU y el Ministerio de Desarrollo Social en 2023, las mujeres que viven en barrios populares dedican en promedio un poco más de 12 horas por día al trabajo no remunerado mientras que las que provienen de aglomerados dedican 6 horas y 31 minutos (ENUT, 2021). En ese entonces, todavía en Argentina se mantenían vigentes 49 políticas de cuidado. Al día de hoy, el 86% de esas políticas públicas se cerraron, están en riesgo o desfinanciadas, y sólo 7 políticas de cuidado se mantienen en funcionamiento.

A través de la participación en estas cuadrillas, muchas mujeres lograron salir de sus hogares, aprender oficios, independizarse económicamente y transformar su realidad y la de su barrio. Para Gisela, que hasta entonces había trabajado como empleada doméstica y cuidadora, fue su primer trabajo en la construcción y en un entorno cooperativo.

Accesibilidad es libertad

A 7,3 kilómetros hacia el sur de Villa Evita está emplazado el Barrio Caribe. Lo llaman así por la sensación de calor agobiante que genera la falta de árboles en la zona suburbana, al fondo de la avenida Juan B Justo, donde el asfalto es un sustantivo desconocido. En Caribe, el horizonte se extiende sin interrupciones. En el aire, el ruido constante del autódromo es tan fuerte como el penetrante olor a basura. La falta de recolección de residuos obliga a los vecinos a gestionarlos por su cuenta, creando un basural a cielo abierto a diez cuadras de la entrada, que a veces se quema y otras, se olvida. Con el viento, los plásticos y cartones se dispersan, impregnando la llanura de desechos y olores. 

—Antes de tener la movilidad que tengo hoy, yo solo conocía lo que era mi casa. Imaginá que hay un río y que lo querés cruzar pero no podés. Estás atrapado del otro lado. 

Sebastián tiene treinta años y usa una silla de ruedas desde los catorce, cuando tuvo un accidente de tren en su Córdoba natal. Es padre de tres hijas y vive en Caribe desde hace seis años. “Llegué al barrio porque no podía pagar más el alquiler y no tenía trabajo. Nadie contrata a un chico con discapacidad”, dice a LATFEM. Su madre logró comprar un terreno y dividió la propiedad entre Sebastián y su hermano. 

Ese antes al que se refiere Sebastián es el tiempo previo a la construcción de veredas, red peatonal y la instalación de un puente -que cruza el arroyo-,  financiado por la SISU y fabricado por TANDANOR, una empresa que pertenece al Estado nacional y a sus trabajadores.

— No podía ni salir de mi casa, mucho menos en invierno. Llovía y el barro hacía imposible moverme con la silla de ruedas. Me sentía, atrapado, aislado. Era horrible. 

Crédito: Pablo González

Después de las obras, Sebastián comenzó a salir de su casa y empezó a socializar. Hoy lo conocen como el comunicador popular del barrio. Conduce el podcast Voces desde adentro y los vecinos lo convocan para que sea el presentador de los eventos comunitarios.

“Sin un Estado presente, los barrios emergentes se sumergen en lo marginal. Para las personas con discapacidad, esto es aún más grave; es un abandono de persona”, reflexiona. Mientras Sebastián habla, le pide a su hija que se prepare. Un rato después, la niña corre hacia él con una mochila pequeña. “¿Lista para ir al jardín?”, pregunta. Antes de salir, mira el camino que tienen por delante. En otro tiempo, ese recorrido hubiera sido imposible: un hábitat intransitable que lo separaba del mundo que quería desandar. Hoy, el suelo está firme, hay veredas, un puente con rampas, la posibilidad de ir a hacer entrevistas a sus vecinos, de conducir un evento para el barrio o de llevar a sus hijas a la escuela. 

Entre la precariedad y la vivienda digna, la comunidad

Caribe fue el primer barrio popular en el que se instalaron servicios de agua y electricidad en el marco de esta política de integración. Las beneficiarias fueron 101 viviendas de un total de 138. Las casas en Caribe son bajas. Eso permite que, varias cuadras antes de llegar, se vean los tanques de agua, instalados por Soporte, como suspendidos en el aire.

Antes de que existieran los tanques, Soledad tenía que caminar quince cuadras para buscar agua en la casa de algún vecino que tuviera conexión o ir hasta la estación de servicio. Llenaba baldes y bidones y volvía a su casa. Primero lo hacía “a pata”, después se fue organizando con otros vecinos para turnarse. Más tarde, llegaron las mangueras negras. 

Las obras están abocadas a conexiones e instalaciones intra lote de agua, cloacas y electricidad, y presentan un avance de más del 90%. Esperamos poder darlas por finalizadas en 2025.

Sebastián Pareja, actual Subsecretario de Integración Socio Urbana, sobre las obras en el barrio Villa Evita

Lucila tiene 19 años y reconstruye los recuerdos de su niñez y de su entrada a la adolescencia, acompañando a su mamá Soledad en la búsqueda de agua. Ahora tiene dos hijas a las que baña todos los días, sin necesidad de caminar quince cuadras para poder llenar un balde, mientras Soledad lava la ropa. En esos momentos de rutina diaria es cuando Lucila siente los cambios. Nació en una casilla, al igual que sus hijas, pero ahora es distinto, dice.

En aquellos tiempos, el barrio apenas contaba con lo básico. Las calles eran de tierra y faltaban todos los servicios: agua, luz, cloacas y veredas. En 2019, fue la primera vez que Soledad organizó a todos los vecinos para movilizarse hasta Obras Sanitarias para reclamar por el acceso al agua. Algo que consiguió recién en 2023. Hoy, según Soporte, son aproximadamente 60 familias las que tienen acceso a agua potable. 

Crédito: Pablo González

El concepto de archipiélagos de infraestructura, acuñado por la investigadora canadiense Karen Bakke y retomado en la investigación Urbanos, de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias y de la Fundación UNSAM Tecnología, resulta clave para ilustrar cómo barrios populares como Villa Evita y Caribe enfrentaron históricamente desigualdades estructurales. Para el arquitecto y fundador de Soporte, Fernando Cacopardo, la fragmentación recuerda que “la integración socio-urbana no es solo hacia abajo, sino hacia arriba y en todo sentido”, refiriéndose a la necesidad de abordar esa integración a través del Estado, y con un conocimiento aplicado que permita articular políticas que conecten estas “islas” de precariedad con el resto del tejido urbano. 

La integración socio-urbana no solo transforma el territorio, sino también las oportunidades y el futuro de quienes habitan estas comunidades. Como ocurre con Caribe y Villa Evita, muchos de los barrios populares de la ciudad costera, consiguieron el acceso al agua potable, electricidad y cloacas, a través de proyectos ejecutados gracias al trabajo en conjunto del Estado Nacional, la economía popular organizada, un grupo de profesionales y estudiantes de la Universidad Nacional de Mar del Plata, la Fundación Soporte y los vecinos y vecinas que participaron activamente de las obras de infraestructura para la instalación de los servicios. 

No obstante, el desafío continúa. La densificación de los barrios populares y el aumento de la población en asentamientos informales reflejan la urgencia de consolidar estas políticas a largo plazo, como una prioridad en el acceso a derechos.

Crédito: Pablo González

La casa de Soledad es una de las primeras en la línea que bordea la Avenida Juan B. Justo. Hasta hace unos años era una casilla. Hoy allí funciona el comedor Mil Sonrisas, que ella misma coordina, y donde recibe a cincuenta familias del barrio, tres veces a la semana. En esa casa, además, viven 23 personas. Doce de ellxs son sus hijxs; también viven nietos, sobrinos y amigas. Además de ser madre, esposa, tía y abuela, Soledad es una voz referente en el barrio y fue ayudante de albañilería en las cuadrillas que se conformaron durante las obras que realizó la SISU. 

Es mediados de diciembre de 2024, la Fundación Soporte cumple diez años y proyectará en la plaza de Caribe, el documental Soporte para el Habitar, en el que participaron algunos vecinos del barrio. Por eso, en el comedor Mil sonrisas cocinan empanadas. Lucila, alimenta a su hija  más pequeña mientras le da órdenes a su marido para que vaya a comprar condimentos y Marcela se ocupa de cocinar. Maxi, sobrino de Soledad, corta cebolla y pela papas. En la hornalla trina una sartén con carne. En ese ir y venir de tareas y responsabilidades, hay una fuerza invisible que sostiene todo: la comunidad.

Aunque el cielo anuncia tormenta, en la plaza de la esquina se preparan una batucada y una banda de folclore. Sebastián toma el micrófono para dar inicio a la celebración.


Este artículo forma parte de la serie de publicaciones resultado del Programa de becas de ColaborAcción edición Hábitat, ejecutado con el apoyo de la Fundación Gabo, Fundación Avina y Hábitat para la Humanidad.