—¿Te definís como feminista?
—Mi mamá era una persona que se imponía mucho, pero que también pasó un momento muy difícil con mi papá, situaciones de violencia. Y yo me fui formando ante esa transformación de mamá: de ser una mujer sumisa a ser una mujer empoderada. Nosotros tuvimos un matriarcado en la casa de mis viejos. Papá trabajaba todo el día de estibador del puerto y mi mamá era una mujer que hizo su proceso sin formación, con muchas virtudes pero también defectos que después entendí. Lo que pudo transmitir siempre estuvo regado de mucho amor y cuidado, valores como: tenés que ser honesta, respetuosa, ordenada, limpia. En la pobreza en la que vivíamos, con piso de tierra, la chapa agujereada, eso nunca faltó: siempre protección y cariño. Eso me fue formando a mí. Yo soy feminista por esa formación. La formación más fuerte me la dio mi mamá, no mi papá.
Fui empleada en casa de familia durante 7 años. Cuando trabajaba en las casas, estaban las mujeres solas porque: se habían separado, se estaban separando o eran viudas. No tenían una figura de mando masculina. Quizás también por esa formación de mi vieja y lo que después viví en estas casas, en plena adolescencia —de los 13, 14 años, hasta los 21, cuando me casé con mi esposo—, no tuve figuras fuertes masculinas. Vivía situaciones de violencia con mis hermanas más grandes. Mi feminismo fue más vivido que teórico, con cosas que yo no permitía. Después tuve un gran compañero, mi esposo, y figuras masculinas que me acompañaron como mi papá, figuras muy protectoras.
Juan Grabois (fundador del Movimiento de Trabajadores Excluidos, de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular -actual UTEP- y del Frente Patria Grande) también tuvo mucho que ver con eso, que él haya ido a mi casa y me haya propuesto trabajar.
Todo eso hizo que yo tenga a la figura masculina como un compañero, no como alguien que monitorea ni que manda, sino como un compañero, alguien que protege. Me siento muy cuidada por los compañeros siempre.

—¿Cómo te sirvió esa formación y esa experiencia para organizarte con otras mujeres? Porque en tu caso,tuviste varones que te acompañaron y sostuvieron, pero no todas lo tienen…
—Siempre fui profe de catequesis de mujeres y hombres grandes o de adolescentes. Y siempre conecté bien con las chicas, desde un lugar distinto, porque les empezaba a contar lo que había sido mi vida y que a pesar de un montón de cosas tristes, mi forma de ser rebelde no fue irme de mi casa. El colegio secundario no lo había hecho cuando era joven, lo hice más grande. Pero tampoco mi rebeldía fue ponerme de novia y salir a bailar. Fue trabajar con cama adentro. A mí me pasaron cosas que a ellas les estaban pasando, hablaba de todo, desde la empatía. Porque capaz pensaban: “con la catequista no podés hablar de que estás con tu novio”, y yo decía: “no, yo quiero que seas feliz, que te cuides y que el día de mañana traigas un hijo al mundo, que sea planificado, con alguien que, mínimo, estés enamorada”.
“Me cuesta mucho entender a esas mujeres que no entienden esa realidad de los que menos tienen, me causa rechazo. Ahí el tema de la sororidad se me va un poco. Cuestiono mucho el feminismo de la purpurina y el fuego artificial”.
Entonces, yo me siento feminista popular, feminista de los barrios. Me cuesta mucho entender a esas mujeres que no entienden esa realidad de los que menos tienen, me causa rechazo. Ahí el tema de la sororidad se me va un poco. Eso me pasa cuando quieren ser voceras y no dejan a otras expresarse. Cuestiono mucho el feminismo de la purpurina y el fuego artificial. El otro me convence más, me enamora más. Una mujer que, a pesar de nacer con privilegios, elige y opta por ir a los barrios a trabajar con las chicas, a dar apoyo escolar, o a dar un taller de maquillaje y uñas, de educación sexual. El otro es fácil. Cuando empieza a escalar lo otro, para mí es descenso. “El deseo, el cuerpo”… No. Tenés que subir llevando a las que no van a llegar nunca, a las que no va a conocer nadie. Son mujeres que están perdidas. Eso para mí es bajarse. Es más fácil la cosa, más sencilla y mucho más útil.

—El feminismo que vos caracterizas, de “fuegos artificiales”, tuvo como un momento de efervesencia en el debate por el aborto. ¿Hoy cómo lo ves? ¿Cómo lo ves en los barrios?
—Ese auge del feminismo llegó a los barrios. Llegó en forma focalizada, en las que estaban organizadas o estaban politizadas. En la mayor parte, todavía ni siquiera ven como algo malo que te violente tu marido, ni te hablo económicamente, psicológicamente, dejándote toda la tarea de ser mamá, de la casa, todo a vos, lo cual también es una forma de violencia. El día que vas a la marcha, ya está. El Día de la Mujer, el 8 de marzo, la lucha por Ni Una Menos, ya está. Hay que ir a un trabajo mucho más profundo, anterior a ir a la marcha. Lo importante no es lo que muestro, sino lo que voy procesando.
Algunas cosas que pasan en la gestión nuestra es cómo el trabajo fue haciendo de equiparador. Si antes pasabas por una obra y te decían cosas, se escuchaba la peor barrabasada; hoy, cuando vas a las obras, ves la banderita rosa que dice UOCRA (Unión Obrera de la Construcción de la República Argentina), y ya es un avance, porque estaban tan masculinizadas las obras… Ahora ves a los hombres y a la compañera, que está revocando al igual que ellos, y se evita decir cualquier barbaridad. Es típico de los hombres hablar de cosas de mujeres con faltas de respeto. Me tocó vivirlo. Cuando hay una mujer presente y ya no es la que es administrativa nada más, en una oficinita allá lejos, sino que está compartiendo la comida con ellos, es mucho más difícil que pase eso.

Creo que muchas cosas que han pasado son mentalidades de pibes que se van formando. Lo veo porque mi marido fue albañil muy jovencito. Vi el proceso. Mi marido tenía un lenguaje muy machista. Comigo lo suavizó y ahora con las hijas lo domesticó. Tiene cuatro pibas mujeres. Las pibas ahora nacen con otro chip, ya lo decodifican. El dice algo que no corresponde, que se le escapó, y dicen “papá, cómo vas a decir eso”. Hasta yo voy aprendiendo de eso. Yo tengo 39 años. Ellas van al colegio, mi hija ahora es militante, está a favor del aborto. Le dije por qué yo no y que me encantaría que lo sintiera de este lugar. Ahora está de novia y su novio le dice que no está a favor. Ella le dijo: “está bien, pero eso no quiere decir que lo voy a hacer yo”. Si una mujer lo necesita hacer, que tenga los recursos para hacerlo. Eso lo comparto. Pero después, por una cuestión espiritual, no llego. Le digo: “permitime que yo sienta así, yo las soñé antes de que estén en mi panza. Yo las soñé y las amé antes de engendrarlas, pero no todas las mujeres lo pueden hacer”.
Por mi experiencia de ser catequista, se me acercaron dos chicas, que querían tener a sus bebés y sus mamás las obligaban a que vayan a Formosa o Chaco a abortar. Ni siquiera tengo la experiencia de que hayan venido chicas a pedir “che, necesito abortar”. Quizás, también, por mi rol dentro de la comunidad, dentro de la parroquia, se me acercaban chicas que querían tener sus hijos y las mamás no las dejaban.
—Algo de ese feminismo más efervescente funcionó como tracción de un cambio cultural…
—Creo que el auge de la despenalización del aborto y todo lo que logró hizo que algunas mujeres que estaban medio guardadas se animaran. Es un sector que tiene los requisitos para poder expresarse. No hablo de que las mujeres de los barrios no tienen los recursos para expresarse, pero a veces están muy tapadas por otras mujeres que creen saberlo todo, porque tienen una formación, y creen que las pueden interpretar. Entonces, hay que dejarlas expresarse y que lleguen a un desarrollo, porque creo que rascás un poquito más y hay cosas que dicen… por ejemplo: “mirá, yo creo que está bien el tema de que si la mujer tiene que interrumpir su embarazo lo pueda hacer, pero creo que si a una mujer le das más recursos para llevar adelante esa vida, lo tendría”.
Eso es el acompañamiento del Plan Mil días. A mí me encantaría que hubiera un grupo que acompañe más esa política, porque hay muchas mujeres que habrían evitado morirse por un aborto si hubieran tenido esa posibilidad. Yo a mi hermana le saqué el misoprostol de la mano y tuvo a la única hija que pudo tener. Después tuvo problemas de presión y casi se muere.
“Lo que digo es que el feminismo tiene que ser tan amplio que abrace a todas, cada una con su credo, su fe, sus formas, sus cuadros políticos, sociales, de fútbol”.
Lo que digo es que el feminismo tiene que ser tan amplio que abrace a todas, cada una con su credo, su fe, sus formas, sus cuadros políticos, sociales, de fútbol. Que abrace a todas. Porque cuando vos empezás a segregar y a discriminar a las que no piensan como vos te vas quedando sola, repitiendo los mismos formatos patriarcales que queremos combatir. Por eso no me hallo en algunos formatos del feminismo, siento que están tan lejanos, ni siquiera a la parte que me toca a mí como mujer de un barrio popular sino a toda una generación. Son fríos, a veces, ciertos planteos.
Una mujer puede decir: “yo te apoyo”. Lo estoy queriendo hacer con mi hija, que tiene 19 años. Cuando uno cree que está formado, que no puede aspirar a nada más, que nada la puede interpelar, está equivocado. Vas creciendo a través de los hijos. Yo quiero que, más allá de que vayan a un colegio parroquial, sigan teniendo esa mirada súper crítica. El otro día hubo un asesinato cerca de mi casa. Yo pensé: no quiero que la noticia de mañana sea una muerte. Traje hijas al barrio, a la casa, al mundo. No las quiero proteger de esa información. Quiero decirles que esto pasa. Ojalá que nunca lleguen a esto, pero si llegan, sepan que hay cosas que terminan mal y son dolorosas. Ellas van entendiendo. A mí me asombra que hay cosas que nunca les dije y ya las tienen incorporadas. Y van a las marchas no como algo que les saca tiempo sino que les suma a ellas. Me dijeron el otro día en su colegio que tienen un diálogo muy elevado para la edad que tienen. Hablan de los derechos, de Ni Una Menos. Yo, orgullosa.
—Para volver al tema de las políticas públicas y mirar el vaso feminista medio lleno: ¿qué políticas sí podríamos decir que están orientadas a un feminismo más cercano a lo popular?
—El tema de los cupos y la paridad abrió un debate que llevó a querer formarse. Dio la posibilidad de la discusión pero también de que sean las mujeres quienes ocupen lugares, quienes tengan una vocería propia y que no sean “esposas de”. El tema de las diversidades, hay personas mucho más formadas. Yo hablo de lo que conozco que son las organizaciones sociales donde hay un cambio de darles la posibilidad de que se expresen a las mujeres y diversidades, no solamente adentro sino afuera. Cada vez más veo que en las organizaciones sociales en los barrios encabezan las mujeres. En todos los programas que hemos formado, encabezan mujeres.
Un ejemplo que puedo poner es “Mi Pieza”, donde tienen que ser mujeres mayores de 18 años quienes pueden acceder a tener ese subsidio, a quien se le da la titularidad es a una mujer, salvo que sea un hombre solo. En general quienes están aptas, somos mujeres, esto es porque vimos qué nocivo fue en los barrios cuando no se les ha dejado ser protagonistas de ciertas transformaciones. También porque vemos que hay cierto estrato de las organizaciones sociales que ya han luchado mucho por eso y han conseguido que las mujeres sean protagonistas de los procesos. A los pibes más jóvenes ni siquiera se lo tenés que decir. Van y acompañan, están en una marcha de la diversidad y no precisamente son de la comunidad de la diversidad. Entonces, en eso creo que hemos avanzado un montón. Esa gran transformación va a ser a través de los estratos más bajos, porque es donde más radicalizado y más duro está el tema del machismo.
Hoy el tema económico tiene mucho que ver. Sobre todo en este tiempo, desde la perspectiva de los sectores populares, poder acceder a ciertos lugares, pagarte un curso que tengas ganas de hacer. Todavía la responsabilidad de los hijos recae mucho en las mujeres y muchas mujeres están solas en su casa. La crianza compartida por ahí sucede en otros estratos. También está el tema del incumplimiento de la cuota alimentaria. En los barrios todavía cuesta muchísimo. Todavía está normalizada la violencia. Hay mucho que trabajar. Y es distinto cuando hay una organización en el barrio, se las convoca, hay rondas de mujeres, se las organiza, hay cooperativas de mujeres. Ahí hay una semillita que está germinando y esta gestión hizo mucho. El informe de la Universidad Católica sobre el impacto de Mi Pieza con las mujeres dentro de los barrios fue muy importante: desde la organización con otras hasta ver un tutorial sobre cómo levantar una pared. Hay mujeres que dicen: “yo me gané el subsidio y quiero esa puerta, o terminar el piso”. Se ha puesto una semillita de cosas que pueden ir surgiendo en los sectores populares.

—¿Y otras políticas que se hayan mencionado o no como feministas? Se nombra mucho a la Asignación Universal por Hijo (AUH) como una política con impacto de género, o la jubilación para amas de casa…
—Todavía no la veo masificada la jubilación de amas de casa dentro de los barrios populares. También hay un área que a mí me preocupa que es la del cuidado a los adultos mayores, que todavía está muy invisibilizada y es triste, más en un barrio. Ya es triste el tema de la vejez, de llegar a cierta edad y no tener familia porque es un peso, hay que hacerse cargo, llevarlo al médico, comprar medicamentos que a veces no te cubren, es difícil. Por eso a veces cuando se habla de “vas a perder derechos” y los medicamentos ya no llegan, te dicen “¿de qué derechos me hablás si nunca los tuvimos?”. Creo que ahí hay algo para trabajar todavía. A veces cuando no los pueden organizar, están solos, en las casas y tienen muchas cosas cercanas pero si no hay una militancia para llevar al adulto mayor ahí es imposible. Así como arreglan con los chicos para ir a merendar, al circo, a alguna salida, hay que hacer lo mismo con los abuelos. No existe esa contención, al menos dentro de los barrios.
Después, sobre la AUH, creo que mucho de eso ayudó a las mujeres para decir: “esto es plata de los chicos y no se toca”. Pero es de la mujer hacia sus hijos, no es de ellas. Quizás las despegó bastante de depender del marido en algunas cosas, pero siempre es para los chicos, usan ese dinero para los chicos. Si hay algún problema de adicción cuesta mucho. Para tenerlo con continuidad tenés que llevar un certificado médico y del colegio, y es mucho más cuidado. Todo derecho conquistado, si no es monitoreado, se desvía, se desvirtúa. Creo que lo que pasó con la AUH es que mientras está el control médico de los chicos, el certificado de alumno regular del colegio, se mantiene la asignación y te da cierta responsabilidad, pero en estratos en los que muchas veces cuesta el tema de la crianza, atravesado por un montón de quiebres, con la mujer sola…cuesta. Hay casos que nunca conocieron la AUH, o que se la quedó la mamá y el papá es el que cuidaba a los hijos y ella no se la quería pasar.
—¿Cómo son recibidas las propuestas que tienen impacto de género dentro del Estado? Contanos cómo es a quienes no conocemos cómo funciona la estructura estatal, ¿vas con la propuesta de Mi Pieza, que apunta a las mujeres, y alguien te escucha y te sube o baja el pulgar? ¿Hay tensiones, hay resistencias, negociaciones?
—En su momento, me pasó algo que tiene que ver con mi origen de barrio. Nunca fui a plantear algo y lo vieron como algo que no iba. Cada ministro deja su semillita de lo que puede hacer. Siempre, con lo que se planteó desde la Secretaría, con todas las gestiones, pudimos tener esta charla sabiendo que lo que planteábamos era para mejorar algo o hacer algo novedoso. Cuando Mi Pieza no existía, en muchos de los relevamientos que hicimos en barrios populares observamos que muchas mujeres no aplicaban para ningún crédito. A veces tenés que hacer un montón de cosas para que te den el crédito para comprar una heladera, por ejemplo. Entonces, ¿cómo hacíamos para ayudarlas para que mejoraran la casa? Era uno de los reclamos que salía de las familias, de las mujeres. En la pandemia, por más que pongas luz, cloaca, tanque de agua, decían “igual mi casa se cae a pedazos”. Vos querías poner el caño y se caía la mitad de la pared o un pedazo de chapa. “Pasá el cañito por acá porque quiero hacer otra piecita más”, decían. Y eso no iba a pasar en lo inmediato. Entonces empezamos a ver eso. Vino Juan Grabois, que siempre nos da consejos de cómo avanzar en las cosas. Decía: “yo les tiro esto, vean si es realizable y peleen para que salga”. Juan siempre acompañó, animó, empujó y propuso cosas. Cuando salió, estábamos viendo si lo dábamos como subsidio, porque era casi el mismo valor que daba el Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat como préstamo. ¿Por qué íbamos a dar lo mismo pero como subsidio? Porque era para las mujeres, decíamos. Fue el reclamo de muchas mujeres, en época de pandemia. “Yo no puedo aislar a nadie porque tengo un solo cuarto, una sola pieza, ¿dónde aíslo?”, decían. Entonces ahí fue que definimos no solo la perspectiva de género sino que iba a ser un subsidio y que, como no daba para todas, iba a ser a través de un sorteo. Fuimos pensando todo, cómo acompañar, como generar alguien que acompañe dentro del territorio. Como iba a ser sin intermediarios, solamente con ANSES, transferíamos la plata a ANSES y ANSES pagaba. Era plata del Fondo de Integración Socio Urbana que iba a ANSES, que tenía la posibilidad de llegar a todas las mujeres.
Lo fuimos armando rápido. Técnicamente, no había con qué darle, venía bien. Entonces a mí me tocó ir con la parte política. Primero, con el ministro de entonces, Daniel Arroyo, después con el jefe de gabinete, Santiago Cafiero, y después había que pasarlo a Presidencia. Los recursos los teníamos. Cuando hablé con Arroyo estuvo bueno. Tenía que aprobarlo el comité y para él no tenía que ser un crédito, para no endeudar más a las familias. Habíamos pensado en hacerlo en parte como crédito, estábamos viendo la mejor manera para llegar. A Santiago Cafiero lo conozco de San Isidro, de la militancia, y cuando fui con él nunca lo cuestionó. Cada iniciativa nuestra se tomó como un beneficio. Nunca lo sentí de otra manera, yo, que me tocaba hacer el equilibrio político para distintos programas e iniciativas. Él dijo enseguida que estaba bueno. También el plan de los lotes con servicios.
Siempre hubo —no voy a decir de qué ministro— un temor de que no pudiéramos usar los recursos, porque eran muchos. Cuando nosotros entramos teníamos una parte del impuesto PAÍS y después, cuando llegó, del Aporte Solidario Extraordinario a las Grandes Fortunas. Ahí había dudas sobre que nosotros pudiéramos usar la plata como correspondía. Además, era una plata que no teníamos que rendir o gastar toda cuando terminaba un año. No era plata que viniera del Tesoro Nacional. Entonces, cuando vieron más o menos que funcionaban las cosas que nosotros proponíamos dejaron de acusarnos. En estos años de gestión tuvimos como 10 auditorías, de propios y ajenos. A nosotros el presupuesto del Tesoro recién nos aumentó el año pasado, con Juanchi Zabaleta (Juan Zabaleta fue ministro de Desarrollo Social de la Nación desde 2021 hasta 2022). Fue el único que aumentó, si no habríamos tenido lo mismo los cuatro años.
Todo eso hizo que Mi Pieza fuera bien recibido, no solamente porque tenía perspectiva de género sino porque iba a cambiar la realidad de las mujeres en los barrios populares, porque iban a tener en sus manos cómo mejorar su casa, porque si hacés un plan de vivienda y no llega en tiempo y forma pasan gestiones y a veces no termina, o cuando termina hay todo un lío para darle la propiedad. Entonces, nosotros teníamos que llegar rápidamente y masivamente a mejorar las casas de las mujeres, para las familias.

—De los ministerios, de las articulaciones que nombraste, no apareció todavía el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación. ¿Cuál es tu evaluación de la existencia de un ministerio específico para las mujeres y tu experiencia de articulación con ese área del gobierno?
—Hablábamos al principio de algo de esto. Creo que hay un feminismo que va por un carril separado de las necesidades propias de las que menos tienen. Falta crecer mucho. Es una asignatura pendiente, no solamente del feminismo. El Ministerio de Mujeres está amenazado. Siempre es mejor tenerlo que no tenerlo. Pero tiene que ser un ministerio que llegue a todas las mujeres, y más a las mujeres más necesitadas, porque son las que más necesitan del Estado. Hubo iniciativas, no conozco muchas. Sé que hubo algunos cursos que se dieron en las áreas de gobierno, con la ley Micaela. Pero me parece que el Ministerio de Mujeres tendría que dar para más. También hablamos de un presupuesto adecuado, porque puede tener un montón de ideas, pero sin presupuesto es como un auto sin nafta. Cuando se hacen las cosas se tiene que pensar quiénes hoy necesitan más del Estado. Yo creo que son los sectores populares.
“Creo que hay un feminismo que va por un carril separado de las necesidades propias de las que menos tienen. Falta crecer mucho. Es una asignatura pendiente, no solamente del feminismo. El Ministerio de Mujeres está amenazado. Siempre es mejor tenerlo que no tenerlo. Pero tiene que ser un ministerio que llegue a todas las mujeres, y más a las mujeres más necesitadas, porque son las que más necesitan del Estado“.
Yo tuve relación, antes de que empiece la gestión, con Elizabeth Gómez Alcorta (ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad entre 2019 y 2022). Después ya no. Por eso digo, si no había ninguna iniciativa que nos convocara como sectores populares, iba a ser inexistente la relación, en cuanto a la política. Le mandé un mensaje para reunirnos, la crucé en un set de televisión. Me acordaba de haber hablado con ella alguna vez. Pero no nos pudimos cruzar. Sabe que existe esta área y que se hizo un montón. Pero nunca hubo un interés. Se habrían acercado. Tampoco me he acercado a Ayelén Mazzina (la actual ministra).
—Esta foto que describís, de dos carriles separados, es una imagen de malestar en la gestión que se multiplica en varios espacios…
—Sí, o que se piensan políticas para un estrato social determinado. Estamos en este momento de la historia argentina con peligro para la gestión democrática. A veces se opta por lo conocido o se opta por un lugar que quizás está más cómodo. ¿Qué le voy a hablar de feminismo a mujeres que ya están súper convencidas, empoderadas, que están en política? Tenemos que ir por las que están afuera. Tenemos que hacer un esfuerzo como Estado para llegar a los que están afuera. No solamente a mujeres. Ahora estamos hablando de feminismo, pero también están las juventudes, las niñeces. Hay toda un área a la que la política ya dejó de interpelar y, de hecho, dejó de interesarle. Están tan enojados como para elegir a su propio verdugo. Yo creo que es parte del alejamiento de la política de las grandes pobladas, del gran pueblo. Apuntar a un pueblo cómodo, politizado, ahí no hay mucho que discutir. Todos sabemos que es bueno tener derechos, que hay que tener los servicios básicos, que es bueno que haya derechos para todes, pero cuando nos toca ir mar adentro, se complican las cosas. Creo que es un error de muchos gobiernos. Yo creo que en algunos hubo grandes intentos, pero siempre se queda al margen y a veces la política se va quedando cómoda en un lugar y va siendo cada vez para menos gente.
—¿Más allá de los ministerios, has buscado o recibido el apoyo de otras mujeres, de otras feministas, que están en la gestión? ¿O participaste de instancias de articulación, de discusión?
—No. Quizás hay una iniciativa de las chicas que estamos en la misma vereda, Natalia Zaracho, Ofelia Fernández, Gabriela Carpinetti, con quienes compartimos espacios y somos de consultarnos. Pasa algo y lo decimos, estamos todas acá. Con referencias femeninas… con Cristina Álvarez Rodríguez siempre tuvimos un gran afecto, un gran cariño, pero por cosas puntuales, no para hablar de feminismo. Con Cecilia Moreau, también. En territorio, con las que tienen que ver con los gobiernos municipales hablo con todas ella, o con las referentas de los movimientos sociales. Pero después, a nivel ejecutivo, es eso. Hay tantos problemas que resolver antes que esto que a veces una se queda muy sola, cuando piensa en los barrios populares y todo lo que hace falta. Además de la presencia de un feminismo que las ayude, que las empuje a salir de tristezas grandes de los barrios, porque hay un montón de cosas tristes, hoy está en peligro todo el país, no solamente para las mujeres. Estamos en peligro todos. Entonces, hay ciertas charlas que pareciera que son de una época, cuando todo está acomodado.
“Hoy está en peligro todo el país, no solamente para las mujeres. Estamos en peligro todos. Entonces, hay ciertas charlas que pareciera que son de una época, cuando todo está acomodado”.
Quiero ser clara en esto: parece que el feminismo fue bueno para conseguir la despenalización del aborto y que se acabaron los problemas femeninos. Seguimos marchando por Ni Una Menos pero hay menos iniciativas, por ejemplo: qué hacemos con los abusadores, con los violadores, qué seguimiento se les hace cuando salen. No sé cómo funciona la justicia, también es un área que no conozco tanto.
—En otras entrevistas que hicimos nos decían “a nosotras nos gustaría que el movimiento nos demande más”. Porque esas demandas se construyen. Vos tenés la escucha de la calle y la vivencia propia de los barrios, pero también, si no hay un movimiento que te exige, me imagino, es difícil llevar adelante iniciativas…
—Hoy, las que estamos en lugares de gestión o legislativos estamos encontrando nuestro lugar. Me costó muchísimo. Hay cosas que ya me veía venir, por ejemplo la burocracia. Si no fuera por el equipazo que tengo no sé qué haría, una pone la cara, pero así se gestó este espacio antes de que fuera ejecutivo. Como era un área nueva, pudimos elegir como en un local, por ejemplo, vos ponés una frutería, y elegís las cosas más lindas. Yo elegí profesionales que son geniales. Pero sé que hay lugares del Estado atravesados por gente que dice: “yo estoy acá hace 30 años, qué me venís a decir vos”, y es muy difícil trabajar con gente así.
Más allá de eso me parece que hay una cuestión de que si no te demandan —en este caso tendría que ser el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad—, nosotros hacemos lo que creemos que hace falta en los barrios. Damos formación, le ponemos en la mano a la mujer la posibilidad de que arregle su casa, de que sea la dueña del lote donde va a vivir. Porque sabemos siempre quiénes nos hacemos cargo de los adultos mayores, o de los hijos o los hermanos en caso de que papá y mamá no estén. Entonces, por eso también tiene que ser una política que atraviese todo el Estado, no solamente un área. Yo sé que muchas de las que hoy están al frente de los equipos de trabajo son mujeres, pero no hay una valoración de eso de la política. Me parece que todo es más de mesa de té, o de marcha con purpurina y humo de colores. Me parece que no se la aprovechó. Quizás porque, en su momento, cuando se logró eso, se vivió como un gran éxito. Me parece que lo fue para gran parte de las personas. Es un derecho adquirido y que me parece que, así como se consiguió, hay que ver que los hospitales estén preparados para llevar adelante los abortos. Si no, solamente las que pueden pagar van a acceder al aborto sin que no se las acuse de que son asesinas, porque una sabe lo que le puede pasar a una mujer así que no puedo juzgar. Yo quiero ver, de todas las que pudieron interrumpir su embarazo, cuáles son pobres.
Quiero ver…si tanto militaste el aborto, andá, formá a las pibas de los barrios a enseñar cómo hacer un aborto seguro, a quién tenés que recurrir en la justicia cuando te lo hacen mal. Si no, es “arreglate con lo que te doy”. Siempre tiene que ver con la mujer que está empoderada, formada. Hay que salir del lugar de confort de que sea un logro propio para que sea un logro de todas. Con eso podés hacer política. Llegar al barrio y decir “esto te lo puede dar un Estado presente, no su ausencia”. Que se respeten todos los derechos que conseguimos va a ser imposible si no hay un Estado presente. Es tanto el hartazgo. Hay mucho por crecer. Me habría gustado que ese movimiento se traduzca en otras luchas de mujeres que están afuera de todo. Si no, seguimos hablando solamente las que están adentro, las que tienen posibilidad.
—Siempre se dice que el Estado es machista, racista, clasista. ¿Qué encontraste vos cuando entraste?
—Mucho machismo femenino, que es peor. Machismo masculino no sé si tanto, o no me lo hicieron saber. Juan (Grabois) es muy protector. Él tuvo que luchar mucho por mi lugar, como venía de un sector popular, me miraban raro. Pero nunca me lo dijeron en la cara. En verdad, sí, alguna mujer me lo ha dicho: “no sos la reina del lugar, bajate del pony”. Pero estoy tan convencida de lo que estoy haciendo que no me afectó tanto. A veces cuesta mucho. Yo estoy feliz con lo que logramos acá. Tengo el cariño a la gente. Tengo el privilegio de estar en los lugares donde hacemos las cosas y veo que la gente está feliz. No tengo rechazo de las familias. No entré a la política para que me acepte algún nombre. Sigo rechazando esa política del acomodo, de “vení, ponete acá, sacate la foto”. Hay personas que están acostumbradas. A algunas mujeres las masculinizaron, en vez de poner más el feminismo.
Lo que sí me entristecía más es el tema de no poder gestionar, que me pasó con (Maria Eugenia) Bielsa, al principio. Había mucho temor de trabajar con las organizaciones. Nosotros nos fuimos del Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat y a los 20 días se fue ella. Después nos dimos cuenta de que no era con nosotros, que era con todos, que nadie iba a poder trabajar en la pandemia.
Muchas veces decía: mirá, si yo no puedo conseguir esto, hago esto. Se los advertía. Y me respondían: bueno, si podés conseguir para nosotros también… Muchas veces me decían “¿no te molesta que te digan esto?”. Apareció un video que decía que no se podían hacer obras en mi barrio por culpa mía. Cosa que era mentira. Y yo lo tengo internalizado porque creo que mi misión en la vida está en mejorar el espacio donde vivo y que mi familia sea protagonista, también, de esa transformación. Pero entonces salió un video diciendo que era mi culpa que las cosas no estuvieran hechas. Y mis hijas se quedaron muy mal con eso. Y dije: “si hubiesen elegido un mal camino, si yo tuviera problemas con ustedes, capaz que esto me habría dolido”. Pero las tengo a ellas, que son mi cimiento, me importa que estén bien ellas y que digan lo que sea. Tengo tanta tranquilidad adentro mío de que estamos haciendo bien las cosas. Estoy muy segura del equipo que me rodea. No piensen que no me afecta. Me afectó un ratito pero tengo otra misión. Capaz esto termina y vuelvo a ser catequista. Trato de decirme a mi misma: esto no tiene que ver conmigo.
—Venís de una organización y tenés representación de base, no estás sola a diferencia de otras feministas dentro del Estado. Y eso creo que es un valor a destacar. ¿Vos hacés esa evaluación? Sos vos, un equipo y tu representación también.
—Sí, hay cosas que ya he pasado. Ya ni siquiera me pueden decir que me como las eses. Porque nunca me las comí. Hice séptimo grado. Pero lo que me pasa siempre con los equipos que tenemos trabajando alrededor es que siempre sentimos que nos acompañan. Cuando había cosas que se empezaban a cortar, los convocaba y decía: “políticamente estoy haciendo esto, ahora les corresponde a ustedes reclamarlo, por otro lado”. “Hasta acá, estos son los números, esto es cómo venimos y hay que defenderlo, compañeros. Porque yo estoy ocupando este rol, pero soy parte de ustedes más que de esto, y seguramente en un par de meses esté de ese lado reclamando. Hoy estoy acá porque ustedes me pidieron que ocupe este lugar”. Cuando uno es claro en eso, no se esconde, da la cara y es tan transparente con los números, hay cosas que no se pueden evitar. Entonces, en eso tengo tranquilidad.
Después, tengo un equipo maravilloso de laburo. Y la organización social, lo que ha hecho con nosotros es prepararnos para esto. Al menos, es lo que me pasó a mí dentro del Movimiento de Trabajadores Excluidos, del MTE, de donde provenimos. Yo no tuve tanta participación activa dentro del movimiento. El ratito que estuve fue para ser relevadora de mi propio barrio con el Registro Nacional de Barrios Populares, RENABAP. Fui concejala en el 2017 y fui acompañando de a poquito, charlando con los diputados para que salga la ley en el 2018, haciendo, gestionando y armando la Mesa Nacional de Barrios Populares. Pero fue muy poca mi participación. Yo nunca estuve a cargo de una rama. No tuve esa participación. Aprendí todo en poco tiempo. Pero sé de los derechos que uno va reclamando, lo que uno va defendiendo y lo que falta que se va reclamando.
Hoy hay algunas líneas diferenciadas, porque son de distintas organizaciones. Pero hay una base en la cual yo me reconozco en todas, porque venimos de los mismos lugares, pasamos por las mismas cosas, nos pasan las mismas tristezas y las mismas alegrías, cuando hay logros dentro del Estado. Pero son esas cosas que no entendés si no vivís en esos lugares. Lo que me pasó puntualmente con la gestión es que tenemos charlas constantes y eso hace muy difícil que te equivoques en el camino, eso permite no alejarse de la realidad. Una de las asignaturas pendientes y lo que quiero hacer es tener la formación política de las mujeres en los barrios populares y en general. Porque a mí me sirvió mucho aprender y yo tengo la mía. ¿Pero las que no tienen? Yo quiero que las mujeres asuman estos lugares de poder, que no le tengan miedo a la política. Y tenemos muchas virtudes, tenemos mucha capacidad. Creo que en este tiempo han tenido la posibilidad de expresarlo, comprometidas. Viendo que se gestiona de esta manera. Siempre se desvirtúa el trabajo político de un militante cuando no es acompañado, cuando no es sostenido en los momentos de crisis, que nosotros tuvimos. Muchas veces pasábamos un tiempo sin poder hacer nada, pasaban 7 meses y no podíamos poner un caño en un barrio, una canilla. Y decíamos ¿para esto vinimos al Estado? Fue empezar a fortalecernos nosotros porque era imposible, más con la pandemia, que no podíamos salir. Pero para nosotros, más que perder ese tiempo, en el caso político mío fue tiempo de inversión. Me encontraba con intendentes, empezaba a generar los proyectos, a ver cómo se hacían.
—¿Cómo vivís el tema de la violencia política? ¿Creés que hay, por ser mujer, un tipo de bronca especial?
—Cuando es violencia ejercida por otra mujer pienso que no es por ser mujer. Es por competitividad. O que está tan masculinizada la política… Pero es más una discriminación del contexto del que surgí. A veces Juan (Grabois) dice algo que me causa mucha gracia, “a vos te prefieren de mucama, no gestionando”. Y yo lo fui mucho tiempo, lo llevo con mucho orgullo. Tuve lugares muy lindos donde los pasé y me sigo viendo con chicos que cuidaba, una locura. De una casa, una de las chicas milita ahora, es una locura.
Pero tuve demasiada bendición, mucha suerte, como quieras decirlo, alrededor mío, se fue generando esto. Pero sé que a muchas mujeres les cuesta mucho. La soledad tiene mucho que ver, cuando las dejan solas. Pero no lo sufrí tanto de parte de los varones. A veces una no se da cuenta y ponen como brazo ejecutor a ciertas mujeres.. Yo soy una administradora, no tengo poder. Una administradora de recursos del Estado. No vengo de familia de políticos. Estoy de paso. Algunos se quedan por gobiernos y gobiernos, siempre en algún lugar. Por eso también el hartazgo de que son siempre los mismos. Hay dirigentes despotricando contra el Estado y desde que los conozco están en una banca. O criticás a los que hacen y estás hace mil años en el Estado.
Cuando te conocen estás expuesto a los insultos, nunca me pasó. Sí lo único que vi fue cuando llevábamos dos años de gestión, en pandemia. Tengo mucha gente que me sigue en redes. Me decían “qué lindo eso, yo tengo familia ahí, mandale saludos a tal si lo ves”. Piensan que si uno va a y conoce toda la provincia, que hay una cosa mágica de la política. Pero también me decían “che, Fer, ¿cuándo empiezan las obras en nuestro barrio? Nunca hay del lado que vivimos nosotros”. Me empezaba a incomodar, porque una va haciendo proyectos y es casi artesanal el trabajo en un barrio hacinado como es La Cava y como son muchos barrios del conurbano. Se necesita empujar mucho. Entonces muchas veces pensaba: “che, hay que empezar el mes que viene porque si no cagamos”. En vez de saludarme van a empezar a decirme “eh, te la estás llevando toda”. Yo siempre vivo en el mismo lugar.

—¿Te gustó esta gestión? Dijiste que estás de paso, ¿pero te gustaría ser, no sé, ministra? ¿Cómo sigue tu carrera política?
—Nunca tuve temor a los desafíos. Acá hay un proceso que tiene que seguir. Llegamos al 10% o 15% de los barrios populares con obras. Llegamos a 200.000 mujeres con Mi Pieza. Queremos que se nos permita continuar con la gestión para poder llegar y que más mujeres tengan ese recurso para mejorar su casa. Lo viví como mamá toda la vida. Es muy difícil decir “che, acá entra frío” y poner un pedazo de papel o cartón, y sufrir como mamá para darle bienestar a tus hijos. Sé que eso tiene que seguir. Me encantaría que venga un gobierno en el que tengamos la posibilidad de gestionar y trabajar en un área que muchas veces es invisibilizada. Muchas veces, por no querer cambiarlo o transformarlo ponen prioridades en otras cosas, como mejorar una plaza, que son necesarias pero no prioritarias y son siempre para un sector de la sociedad. Creo que dejamos esa política y ojalá me toque hacer una segunda gestión. Sería muy feliz, con este equipo de compañeros. Y creceríamos. Ya estamos haciendo salas de salud, colegios dentro de los barrios. Queríamos hacerlo en escala. Hacer lotes con servicios para las futuras generaciones, seguir llevando los derechos a través de los servicios básicos. Me encantó la gestión, sí. También me gustaría hacer gestión con recursos. Salir tranquila y recorrer barrios y poder llevar obras, gestionar los recursos para que las organizaciones las hagan, el municipio, la provincia, los sindicatos, la Iglesia. Hacer cursos de formación, entregar diplomas. Todo lo que una pudo hacer porque hubo un Fondo de Integración Socio Urbana, porque hubo un Aporte Solidario Extraordinaria a las Grandes Fortunas que ojalá vean y que haya un segundo, un aporte ordinario que pueda permanecer y que nos dé recursos sostenidos en el tiempo. Si no, tenemos que pensar siempre en un aporte extraordinario y las políticas no siguen así. Como fue la AUH en su momento, la política de integración urbana tiene que seguir, porque yo creo que todo no se viene abajo por todas las obras que hay en los barrios. Ves las obras de Mi Pieza, les cambió la vida. Dicen “nunca pensé que podía tener algo así, mi marido trabajó con mi hijo más grande y esto lo estábamos pensando hacer en ocho años”, y lo pudimos hacer en tres meses. Entre tantos problemas, llevar un poquito de oxígeno, eso fue en muchos de los casos, nuestras tareas. Ojalá que toda nuestra política quede en buenas manos y que tengan un poquito del corazón que le hemos puesto en este tiempo. Sea cual fuere el gobierno, que siga la política. Si hay una política que está, hay que cuidarla y la cuidaremos desde donde nos toque.
“Institucionalizadas: cuando los feminismos se vuelven parte del Estado” es una investigación especialtransnacional de LATFEM sobre Argentina, Uruguay, Chile y Brasil con apoyo de FESminismos, proyecto regional de la Fundación Friedrich Ebert (FES).
