Naty Zaracho: una cartonera en el Congreso

De caminar las calles buscando algo para sostenerse a ocupar una banca en el Parlamento nacional, de esconderse para que nadie la viera con su carro a llevar su uniforme de cartonera con orgullo, Naty Zaracho ha recorrido un largo camino. En diciembre de 2021, a 20 años del estallido que la empujó a las calles, se convirtió en la primera cartonera en asumir como diputada nacional. Desde allí, trabaja para mejorar las condiciones de los cartoneros en todo el país y el reconocimiento de las trabajadoras de la economía popular.

En un despacho del piso once del anexo del Congreso hay una cartonera. Si alguien entrara sin preguntar, sin saber demasiado, posiblemente la podría confundir con personal de maestranza. Como aquella vez en un acto en el que le dijeron que se levantara, que los asientos de la primera fila estaban reservados para candidatas. Pero ella era candidata. Y hoy es diputada nacional. Se llama Natalia Zaracho, nació y vive en Villa Fiorito —uno de los barrios más humildes del sur del conurbano bonaerense—, tiene 34 años, dos hijos, y se prepara para la sesión que tendrá más tarde.

Mucho antes de ser diputada, Natalia ya conocía el Congreso. Lo conocía por fuera, de cuando salía con el carro a cartonear por la zona con sus papás. “Nunca me imaginé estar acá, creo que todavía me cuesta entenderlo. Yo conocí la Capital Federal y el Congreso en un camión cartonero, veníamos todos los días y de repente estoy acá adentro discutiendo con gente que veía en la tele. Es muy zarpado en lo personal y en lo colectivo”, dice Zaracho mientras ceba un mate.

Hace dos años que está en el cargo, pero se resiste a las formalidades de la política tradicional y todavía se sorprende con las excentricidades del Parlamento. “¿Vos sabés que acá adentro funciona una peluquería?”, le preguntó el diputado Federico Fagioli a Natalia hace unos días. Fagioli es compañero de Bloque de Zaracho y, al igual que ella, es parte de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) y vive en un barrio popular. “Yo pensé que me estaba cargando por el pelo. ‘No sé por qué me lo decís’, le dije. Pensé que era un mito, pero es verdad. Nos quieren ver lindos acá”, cuenta sin poder contener la risa.

Dos años intensos y de muchísimo trabajo, reconoce. “Pero sigue siendo un proceso para mí, todo el tiempo hay cosas nuevas. Mis vecinos, el verdulero, todos me dicen: ¡Pensé que ahora que sos diputada no ibas a venir más por acá!“. Pero Natalia sigue ahí, en el mismo lugar en el que nació y se crió con su papá, Juan, operario metalúrgico, y su mamá, María, empleada doméstica. “Mis viejos se fueron a vivir ahí cuando estuvo la toma (de Villa Fiorito). Después se separaron, vendieron la casa y mi mamá compró a la vuelta, así que siempre vivimos en ese barrio. Soy la más chica del primer matrimonio. Somos cuatro en total. Yo vivo en el fondo y mi hermana vive adelante, en el terreno que nos dejó mi mamá. Por suerte, mi familia siempre me acompañó”.

Natalia se levanta temprano con sus hijos que van al colegio, y de ahí, de Fiorito, arranca con su equipo hasta el despacho en el Congreso. Se resiste a usar los autos oficiales de la Cámara de Diputados —y se ríe contando que una de las pocas veces que lo usó, el chofer pensó que “alguien” se había subido al auto de la diputada— así que viaja con su equipo en el auto de una compañera. “Yo vivo con mis dos hijos, Dylan y Iara. Soy jefa de hogar. A veces llego muy tarde a casa y me siento la peor mamá. Pero ellos son lo más y están acostumbrados porque yo milito desde chiquita. Ahora tienen 15  y 17. No repitieron nunca”, cuenta orgullosa Zaracho, que terminó la escuela primaria en 2019, dos años antes de convertirse en diputada nacional, gracias al Plan FinEs.

Cuando asumió su banca, Naty —como le dicen todos— juró “por la patria cartonera y la lucha de los pobres de esta tierra” y tomó una decisión política. Para ella, ser diputada no puede ser un trabajo que se haga desde los pasillos del Congreso, por eso todas las semanas sale a recorrer los barrios de la provincia. “Lo que trato de hacer siempre con el equipo es tener dos o tres días de laburo, acá, en el Congreso, de agenda más legislativa. Y después, mucho territorio. Hacemos recorridas, eso es lo que a mí más me gusta y es lo que no me puede faltar, porque yo estoy convencida de que si nosotros perdemos ese contacto, dejamos de representar al pueblo. Y tratamos de no ir siempre a los mismos lugares, de mantener una mirada más amplia, más allá de que en todos los barrios casi siempre son las mismas problemáticas que se repiten, no es todo lo mismo, depende también de quién gobierna o de cuánta organización hay en cada barrio”.

“A mí me costó mucho identificarme como una trabajadora”, dice Naty y cuenta que cuando empezó a salir a cartonear, con solo 12 años, se escondía para que nadie en el barrio la viera. Era el año 2001, Argentina latía frenética al ritmo de la crisis y, aunque los cartoneros y cartoneras en las calles eran cada vez más, revisar la basura ajena no solo estaba mal visto sino que incluso era considerado un delito. Legal o no, por esos años el cartoneo se había convertido en la única alternativa para ese ejército de nadies que todas las noches salía a buscar algo para vender, para comer, para sobrevivir en el día a día.

Cuando todo estalló, Juan y María, los papás de Natalia, perdieron sus trabajos y la dinámica familiar cambió para siempre. Así fue como se sumaron a ese ejército de nadies y aprendieron el oficio. Separaban plásticos y cartones para vender y reciclar. Muy pronto, Naty también se sumó a esas recorridas. Años más tarde, Zaracho se convertiría en una de las impulsoras de la cooperativa Amanecer de los Cartoneros y, desde allí, trabajaría para lograr el reconocimiento laboral y mejorar las condiciones de trabajo de los recicladores urbanos.

“Me pasó algo muy zarpado con la ropa. Yo cuando empecé a cartonear me escondía, tenía que subirme a la carreta en la esquina de mi casa donde paraba el camión. Yo vivo donde era el Riachuelo, entonces eso no era calle, era un pasillo, y tenía que salir con la carreta hasta la esquina donde pasaba el camión. Salía corriendo porque no quería que me vea nadie. Nosotros éramos los primeros cartoneros del barrio y estaba mal visto. Imaginate que venías a Capital a romper la bolsa de basura de alguien para sacar algo de ahí adentro”.

Naty cuenta  que para ella —como para muchas otras cartoneras— entender que lo que ella hacía era un trabajo, “que no estábamos haciendo nada malo”, fue un proceso que le llevó muchos años. “Y a mí lo primero que me identificó como trabajadora no fue tener un incentivo salarial de la Ciudad de Buenos Aires, cuando logramos la ley, ni cuando tuvimos el predio o los camiones. A mí lo que me identificó como trabajadora fue la primera vez que me dieron la ropa”.

Por eso, cuando asumió como diputada, vistió orgullosa su uniforme azul de cartonera. Zaracho entendió que al ocupar una banca en el Congreso de la Nación ya no representaba a su organización ni a su cooperativa, sino a esos millones de trabajadores y trabajadoras de la economía popular que, frente a la necesidad, se inventan su propio trabajo día a día y decidió hacerse un uniforme sin los logos de la UTEP ni el MTE (Movimiento de Trabajadores Excluidos), las organizaciones donde milita desde hace más de una década. “Yo represento a estos trabajadores. Así como hay otros diputados que representan a los trabajadores que pagan ganancias y a esos otros que no pagan ganancias —agrega en referencia al Poder Judicial—, a mí me toca representar a estos sectores. Todos pensaban que era para la foto, decían ya se le va a pasar, pero yo esto lo tomo como un trabajo. Es mi trabajo. Yo estoy acá representando algo y esta es mi ropa de trabajo”.

Quizás a muchos les cueste entenderlo, pero para los recicladores urbanos es una cuestión de identidad y de jerarquizar su tarea. “Yo sé que por ahí parecen boludeces, pero a nosotros tener un predio, un uniforme de trabajo, nos dio la posibilidad de sentir que teníamos derechos y que podíamos salir a pelear por los derechos que nos faltaban”. 

Hay días en los que Natalia siente que su cuerpo la traiciona. Tiene dos hernias de disco como consecuencia de los años de cartoneo y cargar el peso de su carro. El día previo a asumir como diputada nacional pensó que no iba a poder ir por el dolor. Sus compañeros se habían organizado para acompañarla en el Congreso y ella, nerviosa, apenas podía caminar. Pero Naty sabe que cuando entró al Congreso no lo hizo sola sino que entró con todos sus compañeros y compañeras para defender, también, el trabajo que hacen. “Fue muy fuerte. Ni te cuento cuando los compañeros te dicen ‘nosotros volvimos a creer en la política por la representación, porque sabemos que vos sos como nosotros’”.

“¿Qué sería el trabajo genuino?”, pregunta sentada en el sillón de su pequeño despacho decorado con fotos de campesinos, recolectoras urbanas, obreros de la construcción y otros tantos que forman parte del universo de la economía popular. Desde allí, la diputada cartonera quiere dar la discusión respecto a qué es el trabajo en la Argentina 2023 y se enoja con quienes pretenden legislar sin tener en cuenta a esa población que hoy, según datos del Registro Nacional de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (ReNaTEP) asciende a 3.618.606 personas, aunque las organizaciones sociales aseguran que es un número mucho más grande. “Yo antes decía que no lo conocían, pero la verdad que hoy no creo que no lo conozcan porque vos salís a la calle y ves un trabajador de la economía popular vendiendo, juntando cartón o lo que sea. Hoy ya no pueden decir que no lo conocen. La gente trabaja”, dice con su voz firme la cartonera que llegó al Congreso y asegura: “Tenemos que ser más de nosotros acá”.

“La verdad es que tenemos más de 40% trabajadores informales y que claramente está habiendo un proceso en donde la informalidad está avanzando. Entonces, tenemos que dar esa discusión y cuando la damos lo único que te responden es ‘trabajo genuino’. Bueno, no sé qué es genuino porque nosotros y nosotras existimos, estamos acá, ¿qué hay más genuino que esto?”. A Naty el tema la obsesiona y moviliza. Por eso, desde su banca trabaja con distintos proyectos que buscan reconocer y dignificar a los y las trabajadoras informales, como la ley que busca un salario para las cocineras comunitarias. Pero, aclara, que no está ahí solo para discutir la pobreza sino, sobre todo, la riqueza. “Hay que discutir todo. Me acuerdo que cuando se discutió el acuerdo con el Fondo (Monetario Internacional), pensaba que yo no soy economista, pero sé muy bien qué implica eso porque soy hija del 2001. Sé qué implica para el país y qué consecuencias tuvo para nuestro sector”.

Entre las distintas iniciativas parlamentarias en las que Zaracho trabaja hoy se destaca la Ley de Envases con Inclusión Social, un proyecto que surgió del trabajo conjunto de la Federación Argentina de Cartoneros, Carreros y Recicladores con organizaciones ambientales, sociales y políticas y que busca mejorar las condiciones laborales de los 200.000 cartoneros y cartoneras de todo el país. “Yo siempre digo que cuando nosotros empezamos no nos importaba la agenda ambiental. No es que empezamos a cartonear para cuidar el medio ambiente, estábamos haciendo algo para sobrevivir”, dice Naty y señala que esa discusión les llegó como consecuencia del proceso de organización del sector y un piso de derechos garantizados.

“Si no tenés garantizado el plato de comida, es muy difícil que puedas participar en la discusión ambiental. Y a nosotros lo que nos pasó es que, en ese proceso, empezamos a hacer un balance de quiénes son los que realmente hacen un aporte, y no sólo simbólico, en el cuidado del medio ambiente. ¿Cuántos materiales recuperamos? ¿Cuántas toneladas de plástico se reciclan gracias al trabajo de las cartoneras? Cuando yo hice el curso de Promotoras Ambientales, no podía creer cuánto tardan en degradarse los materiales o cuántas toneladas recuperamos en todo el país y adónde iba a parar todo eso si nosotros no lo recuperábamos. Y todo eso lo vivíamos porque somos nosotras las que tenemos el Riachuelo cerca de casa, porque las fábricas que contaminan y los basurales a cielo abierto están en nuestros barrios. La organización nos permitió pensar por qué estábamos así”.

La Ley de Envases con Inclusión Social busca implementar una tasa ambiental para las empresas y productores que coloquen envases en el mercado, premiando a los que se hagan con materiales reciclables. Lo recaudado se utilizará para implementar Sistemas de Reciclado con Inclusión Social, que permitan recuperar los envases para que vuelvan a la industria y dignifiquen el trabajo de los cartoneros y las cartoneras de todo el país. Así, la iniciativa tendría un doble impacto positivo: por un lado, mejoraría las condiciones laborales de miles de trabajadores y trabajadoras que en la gran mayoría del país no está reconocido y, al mismo tiempo, reduciría el impacto y la contaminación ambiental que generan las grandes industrias. Pero, para sorpresa de nadie, el proyecto tiene fuertes rechazos.

“Hay una realidad que es que lo ambiental es una agenda electoral o política. Cuando se están incendiando los humedales, salen a decir que hay que hacer pero después no dan quórum o no discuten los proyectos. Nosotros nos recorrimos todos los despachos por la Ley de Envases y todos te dicen que están de acuerdo que hay que tener una ley, algunos dicen que no tiene que haber tasa, otros dicen que tiene que estar regulado por las empresas, pero nadie se sienta a discutirlo. Entonces eso hay que decirlo, porque a nosotros nos pagan para discutir”.Zaracho sostiene que el tratamiento de la ley no avanza porque en el Congreso “hay muy poca gente que representa al pueblo”. “La mayoría representa a las empresas e intereses que no tienen nada que ver con la gente que lo votó. Y eso es una realidad”, dice y denuncia que hay empresas haciendo lobby para frenar la ley porque no quieren que el Estado intervenga en el sector ni hacerse cargo de los costos ambientales que generan. “Ellos argumentan que esto va a tener consecuencias en el consumo, pero esto tiene consecuencias hoy: en las condiciones de vida de quienes viven y trabajan en los basurales, en nuestros pibes que se están muriendo porque tienen plomo en sangre y porque ya no pueden vivir más así, en todos esos materiales que no se recuperan y terminan en basurales a cielo abierto, en nuestros mares, en el Riachuelo. Entonces, ¿vamos a seguir así?”

Para la diputada, otro de los falsos argumentos de quienes se oponen a la ley es que la implementación de la tasa ambiental generaría un aumento en el costo pero, asegura, hoy ese costo lo paga el Estado. “El modelo actual de gestión de residuos tiene graves consecuencias sociales, económicas y ambientales. Por eso, lo que nosotros estamos planteando es que hay una alternativa y que tenemos que recuperar el circuito de recupero. Con eso, generamos un cuidado de nuestra casa común, generamos mejores condiciones para los trabajadores y generamos también conciencia en la sociedad para vivir en un planeta donde podamos vivir más tiempo. Sé que nos enfrentamos a un poder difícil, pero no tenemos que tener miedo y tenemos que seguir avanzando”.

La historia de Naty está lejos de la meritocracia. Es fruto de un armado común, de un tejido colectivo. Como si fuera una mamushka, relata cómo desde el 2001 hasta hoy, fue perdiendo la vergüenza por salir a cartonear hasta descubrirse, primero, como trabajadora y militante social y, después, como promotora ambiental. “Imaginate que terminé discutiendo el Tratado de Plásticos en París, ¿cómo pasó esto?”, dice entre risas y cuenta que en ese viaje a Francia vio un dólar por primera vez en su vida, algo que sorprendió a muchos en el Congreso. “Yo nunca había visto un dólar, pero ellos no saben qué pasa en los barrios”.

Este artículo forma parte del proyecto “Las informales: trabajo y economía popular”, que cuenta con el apoyo de la Fundación Friedrich Ebert Argentina.